Alejandro Jodorowsky: “Espero llegar a los 150, pero si muero mañana, habré hecho lo que quería”
El realizador de El Topo tiene 91 años y confía en que la longevidad heredada de su padre le permita hacer dos nuevas películas. Ve con escepticismo la pandemia y dice que prefiere ponerse la mascarilla en la calle solo cuando aparece la policía.
Alejandro Jodorowsky se formó en el reino del surrealismo y aún se inocula ciertas dosis de suspensión de la realidad para tener esperanza en la vida. Mal que mal su temperamento atrevido e iconoclasta le permitió soportar una niñez difícil, ser un saltimbanqui entre las vacas sagradas de la generación literaria de los 50, hacerse un nombre en México y Europa y, trágicamente, enfrentar la muerte de su hijo Teo, en 1995. Encerrado en su departamento en París, donde vive hace 30 años, ahora tiene que verle la cara a una pandemia que tiene en la mira a los de su edad.
El panorama le molesta y no pocas veces derechamente se enfurece. Pero se trata de destellos breves de rabia, apaciguados al instante por su tendencia innata a divagar en la fantasía y a beber la mencionada medicina surreal. Por ejemplo, quiere recordar que los cadáveres no están tan muertos como lo estima la incrédula humanidad.
“Las uñas y el pelo de la nuca siguen creciendo después de muertos hasta los 150 años”, dice al teléfono desde París. “Eso quiere decir que potencialmente deberíamos vivir esos años. Como yo tengo 91, podría decir que aún me queda un tercio”, agrega con risa cómplice. “O al menos hasta los 100, que es la edad a la que murió mi padre”, complementa el realizador de El topo (1970) para ajustarse a una medida más realista. “Pero bueno, si me muero mañana, habré hecho todo lo que quería en mi vida”, expresa a modo de conclusión.
Todo lo que ha querido en su vida de nueve décadas ha significado ser el responsables de algunas de las películas más descomedidas y fantásticas del último medio siglo, empezando por Fando y Lis en 1967, continuando con el clásico El topo y arribando a La danza de la realidad (2013) y Poesía sin fin (2016), las dos primeras partes de su autobiografía cinematográfica. También ha hecho crecer el follaje del generoso árbol de la novela gráfica con al menos dos obras de influencia indiscutible: El Incal (1980-1981) junto al ilustrador Moebius, y La casta de los Metabarones (1992-2003), con el dibujante Juan Giménez.
En medio de su búsqueda artística, el creador nacido en Tocopilla en 1929 encontró una veta donde según sus ideas el arte abandonaba el Olimpo de la imaginación para entrar a la acción. Es lo que él llama la psicomagia, una disciplina que amalgama psicoanálisis, tarot y performance teatral con el objetivo de mejorarle la vida a la gente. Es lo que al menos dice Jodorowsky y lo ha hecho mucho más popular que sus creaciones artísticas de culto.
También, hay que decirlo, es el tipo de invocación artístico-curativa-chamánica que muchos miran por sobre el hombro.
Su más reciente película trata de eso y se llama, sin ambages, Psicomagia. Un arte para curar. En el documental estrenado en Francia e Italia a fines del 2019 y en Estados Unidos y Japón hace pocos meses, todo es directo al grano, frontal y provocador, fantástico y ridículo al mismo tiempo. Las críticas han sido encontradas, pero nadie niega que incluso acá Jodorowsky encuentra espacio para sorprender como en los viejos tiempos: vemos a un austríaco resolviendo su ira al golpear calabazas con las fotos de familiares, a una mujer que le rinde servicios fúnebres a su vestido de novia y salta de un avión para aliviarse del suicidio de su esposo, a un mexicano tartamudo enviado a la calle con el cuerpo pintado de color oro.
Hay bastante de la imaginería de sus películas, pero aplicadas en la vida cotidiana. Para Jodorowsky, este tipo de arte al menos puede tener un efecto concreto. “La gente ya no necesita historias en las películas. Necesita soluciones”, enfatiza sobre una cinta que está en Chile como parte del lujoso y reciente boxset que además trae sus filmes Fando y Lis, El topo y La montaña sagrada en formato restaurado y en resolución 4K.
¿Quizás el mejor momento para estrenar su película era en medio de la pandemia?
Creo que sí. Ayudó. La gente la ha visto justamente como una cura o respuesta a todo lo que vivimos. Hay mucha angustia e inseguridad. En ese contexto también se necesitan soluciones y salidas en la vida y de cierta forma esta película las da. Tenemos que recuperar la simplicidad de la vida.
¿Cómo nace lo que usted llama psicomagia?
Hay que hacer algo de historia. Cuando llegué a Francia en los años 50 me dediqué a director de cabaret, pero era un cabaret intelectual. Dirigí a Maurice Chevalier, por ejemplo. Luego partí a México, donde hice un centenar de espectáculos de teatros. Para mí el teatro tenía que ser dinámico, un happening. Comencé a hacer obras improvisadas, no ya con actores, sino con personas comunes y corrientes. Así es como nace la psicomagia, donde las personas subían al escenario para expresar y tratar de curar sus neurosis. A diferencia del psicoanálisis que actúa con palabras, la psicomagia recomienda tocar a las personas y actuar en vez de hablar. Lo mío no tiene nada que ver con la ciencia. Lo mío es gratis. Es como una receta de cocina: yo la doy y cada persona la hace a su manera, como un curandero.
¿Podría explayarse en el caso de la mujer que aparece en su última película y quien se curó, al menos temporalmente, del cáncer?
Quiero aclarar las cosas. Yo no curo el cáncer ni me meto con enfermedades. De lo contrario me llamarían charlatán y tendría colas de gente en las calles, haciéndome rico. Lo que puedo hacer es fortificar anímicamente: eso es todo. No es medicina. Lo que pasó con esta mujer es que se encontró con cinco mil personas en una de mis presentaciones en el Teatro Caupolicán hace 10 años. Cinco mil personas que le enviaron, si es que lo hay, su deseo espiritual de sanación hacia su garganta. Yo no digo que la curé. Digo que le entregué una resistencia acompañado por cinco mil personas. Luego la perdí de vista y una década después me enteré que estaba viva y con salud.
Si me permite la pregunta, ¿de qué manera la muerte de su hijo Teo lo influyó en el desarrollo de la psicomagia?
Ah, bueno… Fue el dolor más grande de mi vida y me enseñó la existencia del otro. Después de eso, cambié totalmente. Una de las conclusiones que saqué es que todo, hasta lo más terrible, puede a la larga transformarse en algo bueno en la vida. Antes de la muerte de Teo yo estaba tan cegado por mi propio narcisismo que me había perdido. En ese momento surgió un vacío, la muerte de un hijo. Se me vació el mundo y por primera vez en mi vida lloré. Fue tremendo. Me agarró por sorpresa. Él murió a los 24 años, que era la misma edad que tenía yo cuando me fui de Chile. Fue por una sobredosis. Yo no tenía idea de eso, de las drogas, estaba totalmente en contra. En fin, pude entender por fin lo que era el dolor de la gente. Cuando uno está encerrado en sí mismo no comprende el sufrimiento del otro e incluso hasta se ríe. Cada uno de nosotros trae un dolor encima que debe solucionar en la vida.
¿Le teme al Covid-19?
No a eso. Tal vez hay un temor a envejecer. Ya estoy en la quemada, si me agarra un resfriado, me muero. Por eso cada mañana, cuando me despierto, me digo: “Ah, que maravilla, un día más”. Eso es porque he aprendido a tenerle gran cariño a la vida y a pasarlo bien. No voy a perder mi tiempo en huevadas, en odios o en estafar gente. Prefiero la convivencia, las amistades, la creación, alimentarme bien, no mentir ni embaucar a nadie. ¿Pero miedo de la muerte? No sé qué saco con eso, si a estas alturas igual soy un candidato al crematorio. Cuando uno acepta la muerte, los problemas ya no son tan graves. Es muy bueno envejecer, es normal. Si has vivido tu existencia en forma creativa, no envejeces mal. Todavía puedo armar una conversación normal y no echar baba. Mi mente está en el siglo XXI no en el XX. No creo en lo que me dicen, sino en lo que yo mismo experimento. Un ejemplo: aquí en París todo el mundo anda con la boca tapada, pero yo en la calle prefiero llevar la mascarilla en la mano. Si aparece un policía me la pongo.
¿Tiene proyectos en cine?
Pero claro. Voy a hacer películas hasta que me muera. Psicomagia. Un arte para curar recién se estrenó este año. Y antes, como se acordarán, hice La danza de la realidad, que transcurría en Tocopilla, y luego Poesía sin fin, que era en Santiago de Chile. Ahora viene Viaje esencial, que cuenta mi salida desde Chile, cuando me voy a Francia, Estados Unidos y México. Ya está escrita y tengo la mitad del presupuesto. Después de esa, que es la tercera parte de mi autobiografía fílmica, quiero realizar una que se llamará El amor loco, que básicamente se refiere al afecto, algo que parece nos está faltando en este momento. Y bueno, ya con esas dos andaré cerca de los 98 años.
¿Qué le pareció el tráiler de la nueva adaptación de Dune, la novela de Frank Herbert que usted trató de llevar al cine en los 70?
Me han preguntado mucho por eso. Su director, Denis Villeneuve (Arrival), es un cineasta de mucho talento, pero como trabaja dentro el sistema industrial solo puede hacer una versión de Dune al modo comercial, como todas las películas de ciencia ficción. Lo que yo quería era otra cosa. Deseaba una película para cambiar el mundo. No lo logramos, pero lo intentamos. El intento es sagrado: no me quedé sin hacer nada.
¿Cómo era Dune de Jodorowsky?
Era una película donde los personajes iban a ser interpretados por gente importante, como Salvador Dalí. Y en los diseños estaba Moebius. Pero ya no se puede. Todos están muertos. Iba a durar 14 horas. Me dijeron que estaba loco. Claro, las películas de Hollywood duran 2 horas. Es curioso, porque ahora la gente ve series que duran mucho más.
¿Qué opina del #MeToo?
Está bien, es necesario, pero como todas las revoluciones, hay exageraciones y extremos. Eso después se puede equilibrar.
El año pasado se suspendió una exposición dedicada a usted en Nueva York citando el libro de 1972 donde usted afirmaba haber violado a una de las actrices de El topo.
Pero eso ya se aclaró. Esas declaraciones fueron parte de la publicidad en un momento determinado para provocar interés. Lo que uno dice no es exactamente lo que uno hace. Y ante la ley a nadie se lo juzga por lo que dice, sino por las pruebas de sus acciones. ¿Cómo es posible que alguien haya violado a una mujer frente a 100 personas, entre técnicos, actores y actrices, en medio de un desierto? Alguien me habría metido preso, ¿no? ¿Habrían permitido a un violador a plena luz?
¿Votará en el plebiscito del 25 de octubre?
Nunca he votado en mi vida. Mi esposa Pascale lo hace y yo la acompaño, pero yo no voto. No creo en la política ni los políticos. Sean de izquierda o de derecha, siempre me van a decepcionar. Tal vez si el candidato fuera una máquina votaría.
¿Pero está enterado de las movilizaciones y las demandas en Chile?
Sí, por supuesto. Y me parece formidable que los jóvenes se movilicen para no vivir eternamente endeudados, por ejemplo. Lo que no me parece tan formidable es que terminen deseando y aspirando lo mismo que tienen los ricos. Eso es un error. Uno no puede estar acá solo para solucionar los problemas económicos y materiales. Los seres humanos somos materia y espíritu, y la política nunca se va a interesar por el espíritu.
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