Columna de Alberto Fuguet: Poesía constituyente

Louise Gluck
La poeta Louise Glück, ganadora del Premio Nobel de Literatura. Foto: AP Photo/Michael Dwyer.

Glück tiene temple, tiene voz, tiene cuento, se ha constituido, se ha logrado armar. Y ahora nos da luces con sus infinitas miradas. El hecho que los medios y las redes sociales estén citándola, ha descomprimido algo y ha hecho que se haya colado algo de poesía entre nosotros.


Encontré unos podcasts donde actores leen a Louise Glück, la poeta americana, casi desconocida por estas partes, que el jueves pasado obtuvo, para su propia sorpresa, el Premio Nobel.

Lo primero que dijo: no estoy preparada para esto; necesito un café.

Eso, ahora entiendo, la resume de cuerpo entero.

Más que el temor por el ruido que acarrea el Nobel, creo que lo que la remeció fue entender que la academia sueca la estaba exponiendo y sacándola de su coto, para que nos alumbre, guíe y consuele. Ahora, que la palabra importa como nunca, que decir apruebo es más basto que decir sí, que escuchar al otro es el verdadero acto poético, lo que hizo el Nobel es usar su poder mediático para conectar la poesía con el mundo y, de paso, conectarnos entre nosotros y con nuestros rincones más desolados y a la intemperie. No cabe duda que son estos momentos en los que la poesía puede ayudarnos. Louise Glück la ha acumulado durante más de cincuenta años, en testimonios de tono menor, pero al hueso, que no le temen al conflicto o a la oscuridad, indaga acerca de lo que significa estar vivo y, quizás, para qué sirve estarlo y lo que conlleva vivir no tanto poéticamente sino mirando el mundo con sorpresa y, también, con horror.

Por eso la eligieron, se fijaron en ella. La sacaron de su casa, donde apareció de negro, con máscara, como una suerte de Gatúbela poética. Glück ahora es mirada, leída, subrayada. En instantes complicados, como este, debe pasar a integrar a la Primera Línea, tal como llaman a un médico para que vaya al frente de la batalla y salvar vidas o controlar la trazabilidad en los hospitales.

Glück tiene temple, tiene voz, tiene cuento, se ha constituido, se ha logrado armar. Y ahora nos da luces con sus infinitas miradas. El hecho que los medios y las redes sociales estén citándola, ha descomprimido algo y ha hecho que se haya colado algo de poesía entre nosotros. Cuando todos creen que son tan claves, que sus miedos y taras son el camino que todos debemos seguir, la premiada poeta comenta: “¿…por qué /atesoras tu voz /si ser algo /es casi como no ser nada?”.

Empiezas a leerla, te remece, te enfrenta a miedos, pérdidas, soledades y temores, pero, también, te tranquiliza. No dice que todo va a estar bien, sino que quizás te vas a paralizar como “un animal frente a las luces altas de un auto veloz”, pero que, a veces, uno es “ese auto veloz”.

“Tú que no recuerdas /el paso de otro mundo, te digo /podría volver a hablar: lo que vuelve /del olvido vuelve /para encontrar una voz”:

Admito que no sabía nada de ella antes del jueves. Mis apuestas iban por Murakami o Atwood, pero luego pensé: qué poco poético citar figuras seguras. El Nobel se ha errado muchas veces, pero, en este caso, va más allá y premia no solo una persona, una obra en particular, sino una tradición, una forma de ver el mundo, un ángulo, un tono, una neura. Al premiarla a ella, se premia también a Anne Beattie y Loorie Moore y las poetas Elizabeth Bishop y Anne Carson.

Salí a caminar con máscara, a la hora mágica que en esta época es más azul que dorada y definitivamente más fragante. Salí a caminar con ella. He llegado tarde a la poesía, pero ahora la entiendo, me sirve, me guía. Octubre acaso es el mejor mes y ahora lo es más. Lo que realmente estalla es la naturaleza y la sensación de renacer. Al rato, intenté encontrar su propia voz porque capté que no es tan fácil leerla o capaz que comprenderla porque, tal como mucho del arte norteamericano con que la obra de Glück conversa, no requiere de drama, de impostación, no se necesita subrayar el subtexto porque lo que ella busca (creo) es nombrar todo por primera vez, es hacernos olvidar lo que hemos olvidado. Entré en un trance. Seguí caminando algo mareado, derrumbado pero saneado, optimista, levemente embriagado pasé por una plaza y ya casi no había luz. Entré a las redes sociales. De pronto, en la cloaca se hablaba, se celebraba, se compartían sus poemas, se la situaba. Aquellos que sí la conocían educaban de manera rápida al resto. Miré su Instagram. Louise Glück tiene una cuenta (es cierto, no postea desde el 2017) y hace bodegones de ensaladas, cementerios, le impregna espesor y complejidad a los emoticones.

Era casi la hora del toque de queda.

Seguimos en toque de queda.

De pronto, me sentí como el protagonista de La Desesperanza de José Donoso, ese cantautor que regresa durante la dictadura y que al salir a caminar con un viejo amor, ambos se quedan atrapados entre las calles, los árboles, las sombras, los parques, los perros, las rejas. Pero no, no estamos en dictadura, no estamos a oscuras, no lanzan chicos al río. ¿O sí? Ansioso, sintiendo una suerte de coup de foudre, como dicen los franceses, un flashazo, un crush intenso, opté por intentar olvidarme de lo real y apostar por esta nueva chica que partió escribiendo a fines de los sesenta, entre las flores, el verano del amor, el ímpetu revolucionar. Pero leer o escuchar o conectar con esta enorme poeta fue un regalo inesperado.

Antes de la mañana del jueves, no sabía nada de Louise, pero ahora sé. Busqué poemas, busqué entrevistas en YouTube, traté de cubrir el breaking news literario minuto a minuto, llamé a amigos o les dejé audios, compartí mails con sus poemas, compré una versión electrónica de sus ensayos sobre poesía titulado American Originality y no paré hasta que me dormí.

No intento quedar como experto, ni quiero, o decir que mis apuestas estaban con ella o que la llevo leyendo varios años desde que compré El iris salvaje, digamos, en un viaje. Pero he quedado fascinado. Me siento más fuerte, mejor, más libre. Me dieron ganas de crear o entendí que puede servir de algo. Glück escribe, pero, al final, su mayor fuerza es que sabe leer: a otros, a ella, al mundo. El pánico, escribe en un ensayo acerca de lo que es la poesía, es sinónimo de ser. Lo insaciable es el camino a la paz. Se escribe para zafar, argumenta a la rápida. Requerimos mentiras para sentirnos seguros. Glück enfrenta los grandes temas jardineando, conversando, al pasar. “Observamos el mundo una vez sola, en la infancia/ Lo demás es recuerdo”.

Te hace recordar, te da ideas, te ilumina el futuro.

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