A cortarse el pelo chiquillos
El poeta y antropólogo Yanko González elabora un texto implacable y urgente sobre el rol estratégico que cumplió la juventud para el gobierno militar. Su trabajo Los más ordenaditos, de reciente publicación por Hueders, va detallando el método con que fueron atraídos y utilizados unos “ingenuos” y otros “alumbrados” por el poder. A la cabeza activa estaba Jaime Guzmán. Aquí se conoce su apasionado y delirante “franquismo”.
Llovía fuerte las primeras horas de la tarde de ese día jueves 10 de julio de 1975. Millares de jóvenes ascendían en columnas al cerro Chacarillas para conmemorar el primer Día Nacional de la Juventud instaurado por el gobierno militar. El frío los golpeaba en forma de viento y el barro gredoso complicaba sus pasos, pero no mermaba el entusiasmo con que iban cantando himnos juveniles, blandiendo sus banderas, portando antorchas como simples boy scouts. Seguían al pie de la letra un libreto místico y estético previamente diseñado por los intelectuales franquistas cercanos al gobierno.
Como describe Yanko González en Los más ordenaditos. Fascismo y juventud en la dictadura de Pinochet (Hueders, 2020), arriba los esperaban 77 jóvenes elegidos por el régimen para encarnar a cada uno de los 77 héroes que arriesgaron la vida en la Batalla de la Concepción en 1882. Tras la vigilia de la noche anterior, izaron la bandera y presenciaron una misa. La idea era que se generara un contacto espiritual entre los jóvenes ahí presentes y los mártires del pasado. Los de hoy propiciarían la patria con que los caídos habían soñado, a través de su apoyo al gobierno de Pinochet.
Según el libro, entre los presentes se encontraban personas del mundo de la juventud gremial, deportistas, gente del espectáculo y periodistas como Fernando Barros, Carlos Bombal, Andrés Chadwick, Juan Antonio Coloma, María Olga Fernández, José Alfredo Fuentes, Hans Gildemeister, Cristián Larroulet, Joaquín Lavín, Coco Legrand, Julio Lopez Blanco, Hernán Olguín, Claudio Sánchez, Roberto Viking Valdés y Antonio Vodanovic.
El momento más esperado de la ceremonia fue la llegada de Pinochet. Los 77 jóvenes fueron haciendo camino mientras la banda entonaba la canción “Libre”. A continuación, el discurso del líder del recién fundado Frente Juvenil de Unión Nacional, Javier Leturia, donde fustiga a las “grandes democracias contemporáneas, que permiten la infiltración del enemigo comunista” y acusa a los gobiernos internacionales como ejemplos de la corrupción moral.
En Los más ordenaditos, Yanko González mezcla historia y antropología para desentrañar la oscura relación entre las figuras que en el régimen militar trabajaron en la organización y manipulación de los jóvenes y sus símiles franquistas en España, régimen abiertamente admirado y emulado por Jaime Guzmán, como se lee en una de las cartas de fundador de la UDI aparecida en Mi hermano Jaime (Editorial VER, 1992), de Rosario Guzmán: “Estoy archifranquista, porque he palpado que el Generalísimo es el salvador de España, porque me he dado cuenta la insigne personalidad que es, lo contenta que está la gente con él, lo bien que se trabaja y el progreso económico que advierte”.
Tras años de acumular material, escribe Yanko Gozález en su introducción: “Inicié un éxodo al pasado. Yo mismo comenzaba a volverme viejo estudiando a jóvenes”, y lo más complejo: la investigación terminó “arrojándome a un pasado muy cercano a mi tiempo y demasiado lejano a mi afecto”.
Lo que es disciplina: “Usted joven, venga pa’cá”
Con sensibilidad y olfato práctico el autor va detallando hasta reconstruir cómo la maquinaria militar se va orientando a anular ciertas formas juveniles. Claves fueron, por ejemplo, el “estado de sitio” y el “toque de queda”. Este último, según González, más gravitante pues “mutila una parte sustantiva del epicentro temporal de la sociabilidad juvenil: la noche”.
Más burda y efectista fue la “Operación corte de pelo y barba”, que los militares llevaron a cabo en todo el país. González repara en un titular de El Mercurio que informaba que jóvenes y trabajadores habían ido a cortar sus cabelleras: “Una nueva ‘onda’ se impone rápidamente entre la juventud, el pelo corto y bien aseado”. Por entonces las peluquerías atendían colas de quienes querían el look viril y renovador. La jugada fue completada por la Dirección de Educación Secundaria que prescribió la exclusión del pelo largo entre los varones.
En su investigación, Yanko González pone el acento en un hecho decisivo del gobierno militar: tempranamente, a poco más de un mes del golpe, se crea la Agencia Nacional de la Juventud, articulada en alto rango ministerial, focalizada a los jóvenes de todo el territorio nacional. La estrategia era persuadirlos, fidelizarlos para construir una base social de apoyo juvenil. Guzmán advertía que la juventud era uno de los grupos ciudadanos más difíciles de encauzar (para un gobierno militar): “puesto que se mueve fundamentalmente por sentimientos, emociones y hasta caprichos y no por un juicio equilibrado y global de la gestión gubernativa”.
Para Pinochet, en cambio, la juventud tenía la ventaja de que no estaba contaminada, que había fuerzas, ganas y espíritu.
El título del libro alude a una cita que González recoge de Javier Leturia, uno de los dirigentes más destacados e influyentes de la época: “Nosotros [gremialistas] éramos los más ordenaditos, éramos los que no eran hippies, los que no eran de izquierda, los que no eran marihuaneros”. Jóvenes como él eran quienes tenían fácil acceso a la Junta y Pinochet. Según Leturia, el general tenía la gracia de que creía mucho en la gente joven, de ahí que nombrara muchos ministros jóvenes como José Piñera y Miguel Kast.
Lucía no aprobaba lo amistoso de su marido
La idea de la agencia era establecer una comunicación efectiva y permanente entre las autoridades del gobierno y los jóvenes, con el objeto de captar el sentir juvenil reduciendo su identidad a la condición única de estudiante en pro de la desmovilización y despolitización.
Los primeros que integraron sus filas fueron los que habían sido dirigentes en la lucha contra la UP. Las técnicas que utilizaron para atraer jóvenes en masa fueron los eventos puristas, sin contenido político, como las organizadas fiestas de la primavera, donde se elegían reinas a lo largo de todo el país e imperaba el espíritu festivo y carnavalesco. También los eventos deportivos que organizaba la Digeder (como el afamado torneo de atletismo Arturo Prat Chacón) y los campamentos de verano. Al igual que en la España de Franco, González incorpora los testimonios de múltiples visitas que eminentes líderes juveniles españoles hicieron a Chile.
Estos campamentos, señalan dirigentes como Ignacio Aestete, “eran la única oportunidad que tenían de veranear… nosotros aprovechábamos ahí para adoctrinar”. Entre partidos de fútbol, vóleibol, competencias de natación por las mañanas y, por las tardes, horas de reflexión donde se abordaban distintos temas de interés, los jóvenes eran adoctrinados por oradores como Carlos Bombal, o por el ídolo indiscutido: Jaime Guzmán.
Además, el propio Pinochet participaba en actividades generando admiración y hasta furor, en especial cuando visitaba las carpas de las mujeres a quienes tomaba de la cintura, les contaba historias y jugaba naipes con ellas contra la opinión de su mujer Lucía Hiriart.
La trastienda de Chacarillas
Chacarillas, en 1975, además de inaugurar el Día nacional de la juventud, fue el momento que vio nacer —en paralelo a la Secretaría Nacional de la Juventud— al Frente Juvenil de Unidad Nacional, un partido político de facto para movilizar ideológicamente en un periodo en que los partidos políticos estaban prohibidos. Se trataba de un movimiento cívico que venía a respaldar ideológicamente al régimen, pero con hipocresía, rechazando la política partidaria, y que terminaría nada menos que fundando la Unión Demócrata Independiente (UDI) en 1983.
El acto de Chacarillas, retrata González, fue una anomalía en la parquedad típica militar, porque se trataba de una pieza cuidadosamente planeada desde el punto de vista dramático y mediático (aunque no se televisó). Realizado en plena noche de lluvia y barro, la pieza fue preparada cuidadosamente por Guzmán con la impronta del artista italiano y franquista, Vittorio Di Girolamo, a quien le gustaban los actos grandilocuentes y espectaculares propios de los regímenes fascistas europeos.
Su idea al proyectar Chacarillas fue alejarse de la solemnidad de eventos en los que solo participan unos pocos como actores y una mayoría como espectadores y donde el contenido no produce mayor efecto de compromiso y entrega. Prefirió la liturgia en la que todos los presentes son protagonistas porque tiene el valor de la adhesión mística propia de un ritual, como le dice Di Girolamo a Guzmán en el diálogo en que discuten su preparación:
—"Aquí lo que se celebra es la bandera chilena que no fue bajada del mástil" —Guzmán quedó impactado– “¡Que se vea!”.
—"¿Que se vea dónde?" —le preguntó Guzmán— “¿En una plaza?”.
—"¡Ma`que plaza! Aquí hay cerros en Santiago, ¡Hay cerros pues!".
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