Fue en una parcela en Lo Cañas, la actual La Florida, en medio del follaje de los paltos, el viento de la precordillera y unos buenos vasos de vino, donde los jóvenes y barbudos integrantes de Quilapayún trabajaron la canción “Venceremos” junto al dueño de casa, el músico Sergio Ortega. Sentado al piano, el compositor iba tocando junto al conjunto de las “tres barbas” para pulir las armonías, en jornadas de creación colectiva.
“Nuestro trabajo con Sergio era muy colaborativo. Generalmente nos juntábamos en mi casa donde ensayábamos, o en su casa en Lo Cañas -recuerda Eduardo Carrasco, el líder de Quilapayún-. Ahí armábamos las cosas. A veces él traía todo escrito, a veces era necesario armar la cosa en el ensayo. En este último caso todos colaborábamos”.
En ese convulso 1970, entre los goles de Osvaldo “Pata bendita” Castro y canciones de Salvatore Adamo, el país se encontraba en plena efervescencia política debido a la elección presidencial fijada para el viernes 4 de septiembre. Por ello, el “Venceremos” adquirió un estatus de leyenda, al ser usado como el himno de campaña de Salvador Allende, el abanderado de la Unidad Popular quien intentaba su cuarta carrera por sentarse en el esquivo sillón de La Moneda.
“'Venceremos' fue claramente un hito, como el ‘Cielito lindo’ de Alessandri en 1920 o como lo sería el himno del No en 1988, cada uno con su contexto e historia -explica a Culto el historiador y director del instituto de Historia de la USS, Alejandro San Francisco-. En el caso de 1970 responde a la máxima ‘no hay revolución sin canciones’, tiene una letra integradora y con significado, además de un coro fácil de aprender, atractivo para cantar y que invitaba a la victoria”.
En rigor, la canción ya acumulaba horas de campaña en las gargantas de entusiastas adherentes y bisoños brigadistas. Compuesta por Ortega en colaboración con Claudio Iturra, fue utilizada como apoyo para Allende en su campaña anterior, en 1964, cuando perdió la elección frente a Eduardo Frei Montalva.
Pero seis años después, los partidarios del “chicho” decidieron volver sobre ella. “Existía una versión muy mal grabada que ya no se podía usar en la campaña del año ’70 -recuerda Carrasco-. Por lo que Sergio nos pidió que hiciéramos una nueva versión. La grabamos y fue el himno de la campaña de Salvador Allende que culminó con su victoria”.
La banda sonora de una era
Que la campaña de Allende se fijara en “Venceremos” nuevamente para una campaña, ahora en manos de Quilapayún y con la primera letra de Iturra adaptada especialmente por Víctor Jara para la ocasión, no fue algo casual. El movimiento de la Nueva Canción Chilena surgió con fuerza a partir de un festival realizado en agosto de 1969 de la mano de nombres capitales cuyo norte era crear música popular a partir del canto folklórico y vino a sustituir al llamado neofolklore. “A través de este, Chile se reconocía como un país latinoamericano tanto en sus problemas contingentes como en su sentido de nación”, explica el historiador César Albornoz en un capítulo del libro Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular (LOM Ediciones, 2005).
La ligazón de la Nueva Canción Chilena con las ideas de izquierda era notoria. En 1967,nació el sello discográfico Jota Jota, ligado a las Juventudes Comunistas, con el fin de publicar música que no iba a tener espacio en las plataformas de difusión tradicionales debido a su contenido político crítico. Esta acogió a artistas como Ángel e Isabel Parra, Inti-Illiamni, Payo Grondona, Amerindios, Rolando Alarcón, y Quilapayún, quienes tuvieron el honor de lanzar el disco debut del sello, X Vietnam (1968), el cual resultó ser crucial para el futuro de la casa disquera.
“Nació con la edición de nuestro disco X Vietnam y se financió con los derechos de ese disco a los que nosotros renunciamos con el objeto de ayudar a su instalación”, recuerda Carrasco. Posteriormente, el sello fue renombrado a DICAP (Discoteca del Cantar Popular). Los ingresos percibidos por el álbum permitieron el crecimiento de la compañía.
“Al cabo de muy poco tiempo DICAP empezó a tener un catálogo de música que llegó a copar el 25% del mercado discográfico nacional -explica Eduardo Carrasco-. Jugó un papel político y cultural relevante y muchos artistas encontraron allí la posibilidad de dar a conocer sus creaciones sin censuras de tipo político o comercial”.
Y fue bajo el paraguas de DICAP que comenzó una verdadera explosión de material vinculado a lo social, en boga de los agitados días de la “Revolución en libertad” del democratacristiano Eduardo Frei Montalva, y la revolución con olor a empanadas y vino tinto, de Allende. Así, Por la CUT (1968), de Inti-Illimani; Pongo en tus manos abiertas…(1969), de Víctor Jara; la Cantata de Santa María de Iquique (1970), de Quilapayún, son algunos ejemplos.
Aunque quizás una muestra explícita del compromiso de los artistas con la candidatura de Salvador Allende fue el Canto al programa (1970), de otro novel conjunto surgido desde las aulas de la Universidad Técnica del Estado, los Inti-Illimani. Una musicalización de los puntos del programa de gobierno de la Unidad Popular, que también fue compuesta por Sergio Ortega junto con otro nombre clave, el de Luis Advis.
Este fue el contexto que vio la circulación del “Venceremos”. “El mundo de la cultura tuvo un claro compromiso con el proyecto de la Unidad Popular y la candidatura de Allende en 1970, en una relación de afecto e interés recíproco -explica Alejandro San Francisco- La participación fue muy amplia, como lo expresaron a través de actos y manifiestos los cineastas, músicos -destacando los de la Nueva Canción Chilena-, actores, pintores y escritores”.
“La cultura, que vivió un momento de especial politización, pasó a ser un símbolo de la revolución socialista, y cuando Allende llegó a La Moneda el 3 de noviembre de 1970 se notó de inmediato la nueva posición que tendría el mundo cultural durante la transición al socialismo”, añade el académico.
Pero dar a conocer este nuevo cancionero de orientación popular, no resultó sencillo. Entre esos días de marchas y ensayos, Eduardo Carrasco recuerda que junto a sus compañeros buscaron alternativas diferentes a los medios tradicionales. “Éstos estaban completamente cerrados para música como la que hacíamos nosotros”, afirma.
Por ello, en el caso de “Venceremos”, se aprovechó cada instancia que les permitía la campaña misma para presentarla a una audiencia que conectó con la propuesta del grupo. A fin de cuentas, eran parte de un movimiento que había conseguido sus espacios, a pulso.
“Grabábamos las canciones y hacíamos copias que se difundían por todos lados y se tocaban en los actos grandes y pequeños que se organizaban para la campaña -recuerda Carrasco-. Desde pequeñas reuniones de las juntas de vecinos, hasta grandes manifestaciones en la Alameda. Sindicatos, sedes de partidos, casinos de las fábricas, por todos lados se escuchaba nuestra música, que al final terminaba por imponerse”.
El hombre de la canción agitada
Con su barba tupida y eterna mirada atenta, Sergio Ortega Alvarado (Antofagasta, 1938) fue uno de los nombres capitales en el cruce entre la música docta con la creación popular, junto a Gustavo Becerra y Luis Advis, con quien se les suele confundir.
“Son compositores más abiertos que buscan la colaboración en lugar de trabajar en forma aislada -explica el musicólogo Martín Farías-. Se vinculan con músicos populares, exploran sonoridades de la música de raíz, trabajan en cine, teatro, danza, televisión, que son fuentes laborales, pero también espacios de participación en la escena pública”.
Por ello, es que además de trabajar con los Quilapayún, la trayectoria de Ortega apunta colaboraciones con otros creadores. Fue Pablo Neruda en persona quien le encargó musicalizar su traducción de Romeo y Julieta, montada y estrenada en 1964, con la dirección de Eugenio Guzmán. A esta le siguió la pieza teatral Fulgor y muerte de Joaquín Murieta (1967), y otras basadas en textos como el Canto General, en las que puso en evidencia su pasmosa habilidad para fusionar lenguajes y propuestas estéticas.
Además, su trabajo como sonidista en el Teatro Antonio Varas, lo vinculó con el mundo de las tablas. Ello le permitió participar en la composición de música para obras como La dama del canasto (de Isidora Aguirre) y Asunto sofisticado (de Alejandro Sieveking). También incursionó en el cine; musicalizó las cabalgatas heroicas de Manuel Rodríguez, en la legendaria película El Húsar de la muerte (1925), de Pedro Sienna, y la trágica historia de crimen y redención de El Chacal de Nahueltoro, que Miguel Littin llevó a la pantalla.
“Todo ese trabajo se traduce en un oficio de compositor que transita por distintos lenguajes dependiendo de las necesidades del proyecto en el que está involucrado -añade Farías-. Entonces cuando surge la necesidad de componer un himno para la campaña de Allende es lógico que él asuma esa tarea”.
De este modo, en sus cruces con la música popular, como en el caso de “Venceremos”, Sergio Ortega desarrolló una estética que exploraba el dramatismo, de forma tan certera como las jugadas que ejecutaba en sus partidas de ajedrez. “Pienso que es justamente su oficio en el teatro y el cine lo que le ayuda a desarrollar este himno con una emocionalidad muy intensa -comenta Martín Farías-. La canción tiene una fuerza y un optimismo que se transmite claramente y que no se logró por azar, sino por el manejo del compositor para trabajar la melodía y la armonía”.
Tras la introducción con la melodía tocada por la quena, las voces profundas de los “Quila” empapadas en reverb, suenan con su habitual potencia, acompañadas por palmas que enfatizan el ritmo de marcha y su sentido colectivo. La idea era trasladar la revolución a la canción con la fuerza de un himno.
“A Sergio le interesaba mucho la canción de agitación, que tuviera un impacto inmediato en el público y que cumpliera un rol propagandístico -explica Eduardo Carrasco-. Eso es lo que intentábamos lograr y muchas veces lo logramos con varias canciones contingentes que hicimos durante todo ese período”.
Por ello, es que en los tumultuosos años de la UP, la sociedad entre el conjunto y Ortega se plasmó en diferentes vertientes; allí están las composiciones salidas desde la urgencia noticiosa, -"Las ollitas", “La fiesta del domingo”-, además de los clásicos como “El pueblo unido jamás será vencido”, y hasta obras más extensas como la cantata La Fragua (“Tiene cosas de allá y acá”, le explicó Ortega a la revista Ritmo).
Y por cierto, el “Venceremos”, no fue la excepción, al asociarse como una suerte de canción oficial del gobierno. “Se usó durante todo el periodo como himno de la UP y jugó un papel en la campaña legislativa de marzo de 1973”, agrega Carrasco. De hecho, para la campaña del médico socialista, el mismísimo Víctor Jara -quien accedió a dirigir al conjunto tras conocerlos en la Peña de los Parra- le hizo una adaptación en su letra: “con Allende en septiembre a vencer” en lugar de “mil cadenas habrá que romper”.
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Tras el golpe de estado que terminó con los días de la UP, los músicos de Quilapayún debieron mantenerse en el exilio en Francia, país al que también llegó Ortega poco después, instalándose en París. Fue entonces que “Venceremos” tomó otro significado; algo así como un llamado a la esperanza para buena parte de quienes estaban fuera. “Era emocionante escuchar esa canción en remotos parajes muy alejados de Chile y que mantenía viva la esperanza de derrotar algún día a la dictadura”, recuerda Eduardo Carrasco.
Rápidamente, las voces del conjunto comenzaron a sonar en varios escenarios de Europa. Para su sorpresa, el “Venceremos” logró una buena acogida entre la audiencia. Un misterio del lenguaje universal de la música, que otra vez, le dio una nueva vida. “Hay países en los que esta canción fue especialmente significativa, como por ejemplo Alemania -afirma Carrasco-. Creo que la razón de ello es que en este país había una tradición de música antifacista en la que Sergio se inspiró para escribir sus canciones, en la que sus máximos exponentes fueron Hans Heisler y Kurt Weil”.