Lucia Berlin, humor y desparpajo desde una vida viajada
La cuentista, nacida en Alaska, tuvo una vida que transcurrió por muchas ciudades entre Estados Unidos, México y Chile. Fue tras su muerte cuando su obra alcanzó un amplio reconocimiento, amén de una narrativa que tiene –a juicio de los especialistas– una sencillez para retratar al mundo de los marginados y lo cotidiano, pero con una mirada femenina puesta desde el interior. En Culto perfilamos a la autora de Manual para mujeres de la limpieza.
Fue durante los largos y crudos inviernos de las rocosas montañas de Helena, en Montana, donde Lucia Berlin tuvo su accidental primer acercamiento con el ejercicio de la creación. Resulta que la muchachita acompañaba a su padre, Ted, a dejarle provisiones a un viejo que vivía solo, arriba en la cordillera. Entre las latas de cerdo en salazón, harina, café, cigarrillos y alubias, incluían un lote de revistas para que el anciano leyera durante su solitaria estancia.
Mientras su padre y el viejo cortaban leña, la niña Lucia tomaba las revistas, recortaba las páginas y luego las pegaba con engrudo en las paredes, de forma cuidadosa. Eso sí, la joven –quien por entonces llevaba el apellido Brown– mezclaba las páginas y las revistas, de modo que si el viejo quería leerlas, debía inventarse lo que venía, o empezar a buscar por las paredes. Cual rompecabezas narrativo.
“Creo que esa fue mi primera lección de literatura, de las infinitas posibilidades de la creatividad. De lo que no me cupo ninguna duda fue de que esas paredes eran una idea genial”, recordó años después en un texto que se encuentra en Bienvenida a casa (Alfaguara, 2019), un libro que recopila memorias y cartas de la autora.
El frío eterno de Alaska vio la llegada de Lucia Berlin al mundo, un 12 de noviembre de 1936. Ahí pasaría unos pocos años para luego iniciar, junto a sus padres, un peregrinaje por varias localidades de los Estados Unidos. Idaho, Montana, Kentucky y Texas vieron pasar a la joven Lucia.
Fue en Texas donde vivió con su madre, hermana y abuela, mientras su padre partió al Pacífico, para servir como teniente en un acorazado de guerra. Eran los días de la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos se enfrentaba al imperio del sol.
Esta constante pronunciación del verbo hacer, y deshacer maletas fue un rasgo que acompañó prácticamente toda la vida de Lucia Berlin, y fueron esas vicisitudes las que dejó plasmadas en sus cuentos. Fue su propia vida la combustión esencial de todos sus escritos. Como el relato de su madre, triste y alcohólica en Texas tras la partida de su esposo en el cuento llamado justamente “Mamá”; o la vida bucólica de Lucia junto a su femenina familia en el microcuento “Macadán”.
“Ojalá tuviera mi maldita máquina de escribir, quiero escribir, qué locura. De pronto tengo cientos de cosas por contar”, les confesó a sus amigos, la familia Dorn en una carta en 1959 (encontrable en el citado Bienvenida a casa), enviada desde Nuevo México, ciudad donde residía por entonces junto a su segundo esposo, el pianista de jazz Race Newton, y sus hijos Jeff y Mark.
Dos influencias cruciales para el camino narrativo de Lucia Berlin fueron los escritores Ramón Sender (de quien fue alumna en la Universidad de Nuevo Mexico) y Robert Creeley. No serían las únicas personas vinculadas a la literatura con quienes se relacionaría. También con los poetas Edward Dorn y Denise Levertov (de quien fue vecina en Nueva York).
¿Cómo podemos caracterizar la literatura de Lucia Berlin? “Es una escritura derivada del beatnik, con toques de realismo sucio, donde lo cotidiano es siempre primordial, pero siempre intervenido por pequeñas epifanías –explica a Culto la crítica literaria y académica de la UC, Patricia Espinosa–. Esto significa que en lo mínimo, es posible encontrar indicios de otros niveles de realidad, estados abismales de consciencia”.
Por su parte, la escritora nacional Sara Bertrand señala: “Berlin tiene una capacidad magistral de ir de lo finito a lo infinito, contar, por ejemplo, sobre telas, zapatos y vestidos para pasar en el mismo reglón a la madre alcohólica y agresiva, hiriendo la piel con un escalpelo, no hay lágrimas ni desesperación, Berlin trabaja el horror a modo de Bolaño, nos hace reír ante el espanto. Sin importar cuán decadente sea lo que narra, muchas veces sus cuentos terminan con una sonrisa en la cara de sus lectores”.
“Quizás, tenga relación con su voz narrativa, sensual y cercana, algo confesional también, porque cuando te sumerges en el universo de Berlin tienes la impresión de que te habla al oído, que está contándote algo que mereces escuchar y es ese tipo de urgencia e intimidad una de sus virtudes, no sabes en qué momento, Berlín se sentó en tu sala”, agrega la autora de Afuera.
La periodista Soledad Rodillo, quien dirige un Taller de lectura de escritoras imprescindibles, también se refiere a las características de la autora de “Mi jockey”: "Lucia Berlin es uno de los grandes descubrimientos de la última década. Una extraordinaria cuentista norteamericana que nos pasea con sus relatos de autoficción por Arizona, Texas, Albuquerque, Nueva York, e incluso por Chile, narrando –con humor, desparpajo y horror– el drama de la vida cotidiana de una mujer –joven o vieja, soltera o divorciada con cuatro hijos– en busca de una vida mejor.
“Lucia Berlin es una autora maldita, brillante, minimalista y ahora una autora rescatada –indica el periodista y escritor Antonio Díaz Oliva–. Como siempre sucede con la buena literatura, leer sus cuentos provoca envidia y a la vez terror por esas vidas vividas al límite de la catástrofe emocional. Creo que pese a todo lo amargo, Berlin es una autora celebratoria. No es quejica”.
Patricia Espinosa también pone la mira en los personajes e historias que narra la oriunda de Alaska. “Lo más interesante es la simpleza de su escritura, su intención de dar cuenta de vidas menores, personajes invisibles socialmente. La narrativa de Berlin nos remite a personajes periféricos, invisibles para el sistema, y por lo mismo, grandiosos en su mirada fragmentaria y aguda”.
“Es una autora llena de humor y melancolía. Sus cuentos y ficciones personales (las de Bienvenida a casa) exploran la importancia de lo (in)significante en lo cotidiano”, agrega Díaz Oliva.
Entre tangos y rumbas
Fue en una casa de dos pisos, pequeña y elegante, ubicada en Avenida Hernando de Aguirre, en Providencia, donde la adolescente Lucia Berlin residió en Chile, a fines de la década del 40, tras el regreso de su padre desde el frente. Como ingeniero en minas, viajaba constantemente a visitar yacimientos en el norte del país, además de Perú y Bolivia.
En Chile gobernaba Gabriel González Videla y se había aprobado la Ley de defensa permanente de la democracia, que proscribió a los militantes del Partido Comunista, entre ellos, el poeta y senador Pablo Neruda. Pero eso no era más que una menudencia para la adolescente Lucia. Junto a su hermana Molly, estudió en el Santiago College (traducido como Colegio Santiago en Bienvenida a casa) y amén de una vida acomodada, entre cenas en el Hotel Carrera, o en el Crillón, subidas a esquiar en Portillo o veraneos en Viña del Mar y Algarrobo, la joven estadounidense se comportaba con frivolidad.
“Yo era muy bonita, llevaba ropa preciosa y todas mis amigas eran igual de frívolas y consentidas”, cuenta en el mencionado libro autobiográfico. Y por supuesto, no faltaba la diversión. “Bailábamos tangos y rumbas. ‘Night and day’, ‘Frenesí’, ‘Adiós muchachos’, ‘La mer’ de Charles Trenet, ‘My foolisg heart’”, relata en Bienvenida a casa.
Aunque no todo era futilidad. En clases leyó mucha literatura hispanoamericana, y en su memoria anota que le llamó la atención El Quijote, el cual estudió durante dos años. Pero la obra de Cervantes no fue una mera anécdota, sino que le hizo descubrir algo. “Entendí en ese momento que los escritores eran capaces de lograr todo lo que se propusieran”.
“En Chile es considerada una autora casi nacional –señala Antonio Díaz Oliva–. Tal vez porque su ‘vida chilena’ fue significativa para ella. Y a los chilenos nos gusta vernos reflejados en otras culturas. Ahora, Berlin tuvo una vida privilegiada en Chile. De ser escritora nacional el mundillo literario local la haría pebre por ser cuica”.
De qué hablamos cuando hablamos de cuentos
Fue cuando vivía en Nuevo México que Lucia Berlin comenzó a publicar sus primeros relatos. Se había matriculado para estudiar periodismo en la Universidad de Nuevo Mexico, aunque su idea siempre fue otra. “Elegí la especialidad de periodismo por error. Quería ser escritora, no periodista”, cuenta ella misma en las memorias ya citadas.
Principalmente, fue a través de diferentes revistas donde comenzaron a salir a la luz sus textos. En total fueron 76 cuentos los que publicó en medios como The Noble Savage, The New Strand, Atlantic Monthly o New American Writing. Años después, ya en los 90, fue la editorial Black Sparrow (la misma que editaba a Charles Bukowski) la que compiló en tres tomos la totalidad de sus cuentos.
En vida, Lucia Berlin nunca recibió un reconocimiento exultante por sus relatos, fue tras su muerte que se convirtió en una autora más reconocida. Y en esa vorágine de reconocimiento y lectura, usualmente se ha comparado su obra con la de un compatriota suyo, el también cuentista Raymond Carver.
Pero los especialistas consultados por Culto difieren de esa referencia.
“No, creo que Berlin se aleja de Carver por su modo de conformar a los personajes femeninos –señala Patricia Espinosa–. Berlin opera desde el interior, acudiendo a zonas perturbadoras que la escritura de Carver no alcanza respecto a las mujeres”.
“Comparar a Carver con Berlin porque escribieron cuentos cortos, arraigados al infierno de ollas, matrimonios y ceniceros, me parece un reduccionismo que no hace justicia a ninguno de los dos –opina Sara Bertrand–. Ambos participan de estéticas y formas escriturales diferentes aun cuando sus relatos sean un registro de ese cotidiano”.
Para Bertrand, habría que ubicar a Lucia Berlin en otro universo, debido a la naturaleza de su narración, que le da vida al interior del personaje. “La voz que resuena en los cuentos de Berlin es tremendamente femenina, un punto de partida y llegada, entonces, quizás convendría trazar otro tipo de línea, la que dibujan, si pusiéramos un origen aleatorio, Sylvia Plath, Berlin Lydia Davis y Louise Glück, resulta un ejercicio interesante: mujeres que exponen el adentro, diseccionándolo en momentos precisos y sin decorados. Pequeñas fotografías de la gravedad y la gracia en el mismo espacio/tema del hogar y sus vicios inconfesables. Todas ellas, en diferentes géneros, registros y voces, dan cuenta de los círculos infernales comprometidos en el juego que ofrece el adentro que se vuelve afuera y ese afuera imposible de digerir sin el adentro”.
En la misma línea opina Antonio Díaz Oliva. “Ambos fueron cuentistas y alcohólicos. Mas Carver tuvo éxito. Carver era hombre en un circuito literario masculino (los tótems literarios de esa época: Norman Mailer, John Updike, Philip Roth, Saul Bellow y otros sospechosos de siempre). Además, Carver tuvo un editor (Gordon Lish) que básicamente lo ‘creó’. Lucia Berlin tuvo poco contacto con las grandes editoriales”.
Soledad Rodillo, por su lado, encuentra ciertas similitudes entre ambos dado su contexto histórico: "Raymond Carver y Lucia Berlin son parte de esa generación que no cree en el ‘sueño americano’ ni en la falsa ilusión de la perfección que surgió en EEUU tras la II Guerra Mundial. Son escritores del realismo norteamericano, de la pérdida de idealismos, del fracaso conyugal, del desamparo; así como también son escritores del amor y la esperanza de un mundo mejor. Son narradores de la belleza del día común y corriente, de lo excepcional que se esconde en lo cotidiano, lo vulgar y lo feo ".
Dada la temática de sus relatos, ¿podríamos ubicar a Lucia Berlin dentro de una “tradición” literaria de cuentistas estadounidenses, que tratan temas existenciales desde la perspectiva de los héroes anónimos y marginales? “Por supuesto, Berlin se entroncaría, por nombrar solo algunos, con esta tradición de Cheever, Fante, Bellow, Kathy Acker o Carson McCullers”, señala Patricia Espinosa.
“Sin duda, y en cierta medida, esa forma escritural (no quiero decir narrativa porque de ella participan, indistintamente, poetas, ensayistas y prosistas, por nombrar algunos), que compromete al sujeto/tema, primera persona singular, y al espacio/tema, vicisitudes puertas adentro, ha influido en toda una generación de escritoras y escritores latinoamericanos –asevera Sara Bertrand–. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que, quizás, hemos olvidado mencionar sus referentes, pero están ahí entre los nacidos durante el siglo XX, entre los 30 y 40”.
Por su lado, Soledad Rodillo señala: “Lucia Berlin está en esa línea de narradores realistas norteamericanos que tiene grandes exponentes como Cheever, Carver y Yates, que centran su mirada en héroes anónimos, casi antihéroes que más que vivir parecen ser sobrevivientes del desamor, la soledad, el aburrimiento. Pero Berlin aporta una mirada fresca, irónica, al ser parte de sus propios relatos: una voz atrevida y deslenguada, que no teme mostrarse patética y borracha, como Dorothy Parker, pero que es más divertida y alocada, como una niña incansable en busca de aventuras”.
“Lucia Berlin es una gran observadora -cualidad que heredó de su madre, como cuenta en uno de sus relatos- y una maestra en describir, como un par de pinceladas, a los más diversos personajes que la rodeaban”, agrega la periodista.
“Hay varias tradiciones dentro de esta tradición de héroes anónimos y marginales. Manual tiene una intro de Lydia Davis y por lo tanto en Estados Unidos entró más por ese camino. Grace Paley, Lydia Davis, Amy Hempel, Joy Williams. Lucia Berlin era un planeta más en esa galaxia de cuentistas gringas”, dice Antonio Díaz Oliva.
La novela que no fue
Lucia Berlin es mayor conocida por sus relatos breves, cuentos como lo define el estándar literario. Sin embargo, la autora también intentó escribir una novela. “Tengo entendido –esto me lo dijo el hijo, con quien he hablado un par de veces– que recibió un avance para escribir una novela”, cuenta Antonio Díaz Oliva.
Según las cartas que aparecen en Bienvenida a casa, esto habría ocurrido en 1960, y ella misma –en misiva a su amigo Edward Dorn–, se refirió con algo de temor al asunto.
“Nunca había tenido tanto miedo ni había estado tan triste: a lo mejor entenderás por qué. Una razón es que suena muy mercantil: el trato para comprar los cuentos (que es genial), pero con la novela me duele que paguen antes incluso de leer. Incluso antes de que esté escrita. La otra razón es que ahora me he comprometido a escribirla y tengo miedo”.
Finalmente, la novela no llegó a nada. “Sin embargo, luego de eso tuvo una serie de noches alcoholizadas y a esas noches le siguieron más noches de parranda. Luego de eso solo publicó en editoriales chicas. Con poca distribución. El establishment, en cambio, fue más amigable con Carver, quien también tuvo escenas y bochornos alcoholizados”, agrega Díaz Oliva.
¿Qué leer de Lucia Berlin?
Tras el fracaso de su tercer matrimonio, y mientras pasó por Nueva York, Puerto Vallarta, Oaxaca, y las localidades de Berkeley y Oakland en California, Lucia Berlin –tal como lo haría más tarde Roberto Bolaño– desempeñó toda clase de trabajos para sobrevivir debido a que no tenía una profesión. Fue telefonista, auxiliar de enfermería, mujer de la limpieza y profesora de secundaria. Todas esas experiencias de alguna forma quedaron plasmadas en sus relatos. Hacia la década de los ’90 fue escritora residente en la Universidad de Colorado.
Fallecida a los exactos 68 años de edad, el 12 de noviembre de 2004, sus cuentos se pueden encontrar en nuestro país en los celebrados volúmenes recopilatorios póstumos Manual para mujeres de la limpieza y Una noche en el paraíso, ambos editados vía Alfaguara. ¿Algunos recomendados? Antonio Díaz Oliva se la juega con algunos nombres: “Lavandería Ángel”, “Apuntes de la sala de urgencias, 1977”, “Querida Conchi”, “Volver al hogar”.
Pero el autor de La experiencia formativa agrega otro libro. “Me gustó mucho Bienvenida a casa. Creo que es un libro de auto-ficción sin ser un libro conscientemente de auto-ficción. Es una memoria velada por el tiempo en que Berlin lucha contra el olvido y -creo- usa la imaginación para llenar baches”.
Por su parte, Sara Bertrand escoge otro: “Uno de los cuentos que me fascina, y le tengo cierta manía, porque vuelvo a él cada cierto tiempo, es ‘Panteón de Dolores’. Es un buen ejemplo de su escritura, dolor, miseria, pobreza, realidad y belleza”.
“En el libro Una noche en el paraíso hay dos cuentos inolvidables y muy propios de la narrativa de Lucia Berlin –señala Soledad Rodillo–. Uno es el que da el nombre al libro de cuentos, una narración increíble, vertiginosa y patética protagonizada por Maya, una mujer joven y embarazada, enamorada de un drogadicto que la obliga a dejar a sus tres hijos con él mientras ella viaja sola a México a comprarle heroína”.
“Otro cuento que me encanta, por lo angustioso y vívido, es ‘Mi vida es un libro abierto’ cuando esta misma protagonista relajada e irresponsable deja a sus niños pequeños al cuidado de un joven de pésima fama y parte a la ciudad a celebrar su reciente doctorado –añade Rodillo–. Pero mientras ella está allá el joven no encuentra a la guagua de la casa, y entre él y los vecinos se pasan la noche buscándola en el campo y en el río, hasta que, al final, como en todo cuento de Lucia Berlin, el desastre se termina o el drama llega a su fin”.
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