Lo primero que Álvaro Peña Rojas, porteño, pionero del punk y creador compulsivo, le dijo a Jorge Catoni apenas este lo pasó a buscar al aeropuerto, fue un deseo contenido desde hace varias semanas. “Quiero ver el documental”, exigió. “Quiero ver el documental”.
Por esos días, Catoni sabía que su trabajo sobre el artista -titulado Álvaro: Rockstars don’t wet the bed- se iba a estrenar en la edición 2019 del Festival In-Edit. Por ello, con mucha dificultad trató de convencer a su célebre visita de esperar y acompañarlo hasta la función, en la que por cierto, sería el invitado de honor.
“Le dije: ‘Álvaro, nadie lo ha visto y la idea no es que lo veas en un notebook, sino que lo veas en pantalla grande, con buen sonido y con público para ver las reacciones’ -rememora el director a Culto-. Pero al principio insistió en verlo, hasta que cedió y me dijo ‘ya, veámoslo en la sala y veamos que pasa’”.
Esa última frase, mantuvo a Catoni con los nervios en guardia durante varios días. Compartió con Peña durante tres años; lo filmó en sus tocatas -donde lanza sus discos al suelo y a veces se va tras tocar unos pocos temas-, le vio llorar de la nada en su casa y lo acompañó varias tardes a comer al restorán Torremolinos, donde además de pedir té con leche y un infaltable sándwich de palta, queso y tomate, solía bromear con las mujeres que trabajan ahí, como si a sus 76 años fuera todavía un adolescente. Por eso, sabía que llevarlo hasta el estreno era una decisión que implicaba cierto riesgo. El artista es un sujeto impredecible, explosivo y voluble.
“Con la personalidad del Álvaro yo pensaba que se podría parar e irse -cuenta el realizador-. Porque también el documental no es un tributo constante, varios de los entrevistados le tiran palos, pero es parte de su personalidad, pero está bien, es parte del personaje”.
Hoy, el trabajo vuelve a tener un nuevo impulso con su preestreno vía Puntoticket el 13 de noviembre, que antecede a su estreno mundial, vía Miradoc, fijado para el próximo 26 del mismo mes. Eventualmente, también se gestiona su incorporación al catálogo de las plataformas de streaming. “Miradoc está viendo la llegada a varias plataformas, y tengo la versión en inglés para postular afuera, voy paso a paso”, detalla Catoni, quien también es productor de la cinta.
Un documental impredecible
Fue una fotografía de Álvaro Peña con una olla en la cabeza, publicada en las páginas de un periódico, la que gatilló la curiosidad de Jorge Catoni por el personaje. Un músico maldito, desconocido y excéntrico, que ganó algo de notoriedad como una suerte de leyenda local, debido a los años en que compartió banda (The 101′ers) y casa okupa junto a Joe Strummer, antes de que este se volviera una celebridad rockera en las filas de The Clash.
Inquieto, Catoni se propuso realizar un documental que recorriera la trayectoria del músico, más allá de su revisitado vínculo con los años fundacionales del punk. Una inquietud que se volvió una comezón creativa cuando indagó en su vasta discografía -que sigue hasta nuestros días-, editada de manera autogestionada, a menudo con tirajes que no superan la cincuentena de copias. “Me interesé por su obra, quería llegar un poco más lejos”, recuerda.
Tiempo después, se enteró que el artista -quien reside habitualmente en la localidad alemana de Konstanz- venía de visita a Chile. Fue entonces que pudo conocerlo y proponerle la idea. “Al principio le ofrecí hacer una tocata, así llegamos a él y se soltó -recuerda-. Después de la tocata, en que llegó harta gente, le propuse hacer el documental. Él quedó bien contento y me dijo ‘démosle’, entonces desde un principio tuvo disposición para ser registrado. Tiene documentales previos, pero en este traté de llegar un poco más lejos, rescatar su obra”.
Desde entonces, Catoni lo acompañó cámara en mano durante cada uno de sus regresos al país. Y, vaya paradoja, aquel fue uno de los puntos más difíciles de sortear en la realización del trabajo. “Compartir con él es difícil porque es muy intenso, entonces después de grabar todo el día con él quedaba agotadísimo. Es muy impredecible. De repente está con la energía muy arriba, de repente muy abajo. Eso era complejo”.
Pese a que el realizador cuenta con experiencia en el género -suyo es el documental El Parra menos Parra, de 2014, que retrata al desconocido hermano menor de Violeta y Nicanor-, este filme demandó un esfuerzo de recopilación entre la ingente producción del músico, quien además diseña y elabora personalmente el arte de sus publicaciones. “Se ocupó mucho material inédito, afiches, recortes, que él mismo proporcionó”, explica Catoni.
A ello se le sumaron esfuerzos por otras vías. El relato sigue las huellas de Peña por Valparaíso y en ello fueron claves algunas personas que lo frecuentaban. Así, el realizador llegó hasta Gonzalo Ilabaca -padre de la cantautora Pascuala Ilabaca-, quien fungió de manager del artista cuando este comenzó a retomar su vínculo con el país a principios de la década de los noventas.
“Él tiene una colección increíble de Álvaro, que me la pasó desinteresadamente -explica-. Incluso ahí aparecen unos collages con las manos de él moviendo papeles. Y Cuando tenía bien avanzado el documental me dice ‘oye creo que tengo unos VHS por ahí’ y claro era material inédito que grabó Andrés Brignardello, la primera persona que trató de hacer un intento de documental sobre él”.
De esta forma, poco a poco, sumó mucho material. Ahí se cuentan las entrevistas a músicas que lo han conocido en algún momento (Pascuala Ilabaca, Naty Lane), hasta los testimonios de gestores, admiradores, e incluso hasta su pareja alemana, Hilde Schneider. “Tenía como 55 horas de material, entre lo que grabé y lo inédito -rememora-. Entonces revisar segundo por segundo todo el material a usar fue muy complejo, pero es porque es un personaje que da mucho”.
Por ello, el documental cuenta con una estructura poco convencional. No desarrolla el clásico arco narrativo, sino que más bien, va y viene; desarrolla temas a la medida de las canciones de Peña, e incluye breves inserts en que se le ve tocando el piano, caminando en calzoncillos en su casa, o haciendo curiosas mímicas de anuncios radiales.
“Lo que hice fue armar por temáticas -explica Catoni, quien es diseñador gráfico de profesión-, entonces cuando el Alvaro está hablando de cuando lo echaron de publicista en Europa por sus temas socialistas y terminó vendiendo helados, entonces tiene una canción vendiendo helados. Cuando le entregaron un premio en el rockodromo hizo una canción, entonces cada cosa que le pasa va acompañado de una letra, guardando su autobiografía en canciones. Entre medio fui poniendo estos insertos que van hacia adelante o hacia atrás, que no se sabe el contexto, que es como la mente de él, creo yo; impredecible”.
La persistencia del dolor
Fue una noche de 1991, en un local en Viña del Mar, en que un puñado de jóvenes chilenos criados durante la dictadura militar, escucharon por primera vez la extraña música de Álvaro Peña. Pero sus canciones de melodías sencillas y letras muy simples, acompañadas solo por palmas, no fueron comprendidas por los pelilargos de la época. Se lo hicieron notar con una andanada de escupos, que colgaron sobre su rostro. Peña no se amilanó y tocó su set hasta el final. Al bajar, le comentó con orgullo a todos que “así eran las tocatas punk de mi época”.
De alguna manera, ese incidente resume su persistencia e interés en dar a conocer su obra, en que destacan títulos elocuentes y poco convencionales, como Drinkin' My Own Sperm (1977), Mums milk not powder (1979), entre muchos otros.
“Era la primera tocata post dictadura en Viña, tocaban La Floripondio y Belial que era una banda como más metal -detalla Jorge Catoni-. Pero al Álvaro le llegó mucho eso, es como una síntesis con lo que ha pasado con su figura, porque el principal gancho es lo del punk, pero la prensa al final también tiene culpa en eso, yo traté de ir más allá”.
De hecho, el nombre del documental, es una reflexión sobre el hecho de mantenerse activo, pese a que ya es un adulto mayor. “Él me decía ‘oye te imaginai a Mick Jagger con pañales ¡no po! debe ser terrible llegar a viejo y estarte meando en la cama’, es una ironía muy en su línea, entonces quería que el título siguiera en su línea”, cuenta el director. Por supuesto, Peña ya tiene una canción con ese nombre, que se espera, publicará dentro de un tiempo.
La persistencia, eso sí, puede resultar pedregosa. Si en algo coinciden algunos de los entrevistados en la película, es que Peña es un personaje en constante contradicción; tan pronto como busca el reconocimiento, él mismo genera las condiciones para evitarlo. Y en eso se incluye el cantar deliberadamente mal o con instrumentos de pobre calidad sonora, hasta historias en baños de buses, con pasajeros no muy satisfechos.
“Sí, el Álvaro lo es -confirma Catoni-. Y podría haberlo mostrado mucho más contradictorio, pero lo abordé a través de sus canciones. Siempre está buscando el reconocimiento y a la vez no, como que le interesa, pero no le interesa, puede estar muy contento porque salió una nota sobre él en un periódico a dos páginas, pero luego dice ‘ahh no me gustó’”.
Pero ese juego constante, a la vez, esconde un profundo dolor. Según Catoni, esa es otra de las capas que desarrolla en su trabajo, en tanto se trata de uno de sus motores creativos. “Él siempre ha comentado que tiene depresión, que llora tres o cuatro veces al día”.
Un registro se ve en el documental; Peña se sienta, toca un poco el piano hasta que de forma abrupta se detiene y llora de manera exagerada sobre el teclado. “En esa escena ni siquiera iba a tocar -recuerda el realizador- íbamos a hacer un doblaje, se puso a tocar piano y terminó llorando. Él dice que le gusta entretener, pero dentro de él, claro, guarda mucho dolor”.
Hay otro momento especialmente duro. El músico cuenta con un inquietante nivel de detalles, la historia de su violación cuando era niño en Valparaíso. “Es una gran marca que él tiene, a pesar de que ya todos saben la historia, él la cuenta como si nadie la supiera, él quiso que saliera en el documental, fui un día a verlo y me la contó”.
El estallido según Peña
Con el mismo homenajeado en la sala del Teatro Nescafé de las artes, se estrenó Álvaro: Rockstars don’t wet the bed. Catoni estuvo atento observando cada expresión, cada movimiento, cada pequeña chispa de inquietud que provocaba la pantalla.
“Cuando terminó el documental, él estaba sentado casi al frente mío, había un pasillo al medio. Cuando empezaron los créditos él se paró llorando, me abrazó y el pecho se le agitaba. ‘Es una obra maestra’, me dijo. No pensé que fuera a reaccionar así, porque él es impredecible, podría haber terminado afuera rompiendo cosas”.
Tras obtener el Premio del Equipo en dicho evento, comenzó la carrera de la promoción en diferentes eventos, donde obtuvo otros reconocimientos como el premio a Mejor Documental Nacional, en el Festival de Cine de Rengo. Sin embargo, el estallido social y la pandemia detuvieron el proceso, hasta sus ya mencionadas funciones venideras.
En los últimos meses, Peña se ha mantenido creando y ha logrado retomar los ensayos con una banda de apoyo que tiene en Alemania. Cuenta el director que muchas de sus nuevas composiciones se inspiran en el estallido social, que lo sorprendió de visita en el país. Más aún, fue testigo in situ, pues en esos días se alojaba muy cerca de los puntos más conflictivos. “Estaba acá quedándose en el centro, entonces se quedó encerrado como dos semana en su pieza y cuando salía, notaba que estaba complicada la cosa”.
“Hay que recordar que él no vivió el golpe acá, estaba trabajando de publicista afuera y ahí lo agarró el golpe -agrega-. Entonces todo esto lo influenció para hacer canciones de corte más oscuro; pero eso me gusta de él, sigue sacando música nueva, no vive de grandes éxitos que nunca tuvo en realidad”.
-¿Qué te dejó el compartir con Álvaro Peña?
-Al igual que cuando hice el documental de Parra, me quedo con que compartí cerca de cinco años con esta personas o personajes, que más allá de ser super underground, han hecho sus carreras fuera del camino tradicional, me empuja a que cuando yo tenga la edad de ellos pueda seguir haciendo mi trabajo, me vaya bien o me vaya mal. Al final, hay que hacer lo que a uno le plazca, no porque seas viejo no tienes nada que hacer, hay mucho que hacer y estos dos personajes te demuestran eso.