Sophia Loren en Netflix: dramas globales y comedias a la italiana

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Sophia Loren es Madame Rosa e Ibrahima Gueye es Momo en La Vida Ante Sí (2020), película de Edoardo Ponti, basada en una novela de Romain Gary.

La plataforma acaba de estrenar La Vida Ante Sí, una historia de desamparo en el sur de Italia por el que la actriz de 86 años podría postular a un nuevo Oscar. Al mismo tiempo puso a disposición sus clásicas comedias El Signo de Venus y Pan, Amor y ..., ambas del maestro Dino Risi.


Súbitamente, en medio de la nada y sin previo aviso, aparecieron dos comedias italianas clásicas en Netflix, la plataforma líder del mercado. Es un gran regalo para los que quieran adentrarse en los viejos tiempos del cine peninsular, en aquella época de mediados de los 50 cuando el neorrealismo le hizo un pase flexible y humanista a la comedia. Para algunos se trató simplemente de “neorrealismo rosa” y para otros fue un síntoma de que la Italia de la Democracia Cristiana del primer ministro Alcide de Gasperi sonreía algo más que el país herido dejado por el fascismo del duce Benito Mussolini. También fue el inicio de un auténtico star system local y la máxima estrella de esa galería fue Sophia Loren (1934), real tesoro nacional del cine italiano.

Las dos comedias son El signo de Venus (1955) y Pan, amor y ... (1955), ambas protagonizadas (o co-protagonizadas en realidad) por la Loren, pero la razón de la presencia de ambas en el servicio de streaming del logo rojo es el estreno de La vida ante sí (2020), la más reciente producción estelarizada por la actriz de origen napolitano. Esta es la película por la que se especula que Sophia Loren podría postular a un nuevo Oscar, ya con 86 años a cuestas y cuando muchos pensaban que integraba el panteón de la reliquias clásicas junto al Coliseo y el Templo de Venus. De esta manera, Netflix ofrece la posibilidad de ver a la actriz en su máximo esplendor pre-Hollywood y en su fase postrera, interpretando a una viejecita de carácter fuerte y de salud débil.

La vida ante sí está dirigida por Edoardo Ponti (1973), el hijo cineasta de la actriz con el famoso productor Carlo Ponti (el otro hijo es Carlo Ponti Jr. y es director de orquesta), y se basa en la novela homónima del escritor francés Romain Gary, que ya había sido llevada al cine en 1977 por el cineasta israelí Moshe Mizrahi. Aquella cinta fue protagonizada por Simone Signoret y hay bastante evidencia para declarar que es un largometraje probablemente mejor que el del dilecto hijo de Sophia Loren.

Sin embargo las comparaciones y las competencias son odiosas en la mayoría de las ocasiones y si es que hablamos de Loren ya en el último cuarto de hora de su carrera profesional seguramente es mejor no mencionar más lo que la francesa Signoret logró en la magnífica Madame Rosa. La acción era entonces en el barrio parisino de Belleville y ahora es en la ciudad de Bari, en la costa suroriental de Italia, urbe portuaria que podría pasar por nuestro Valparaíso y que es fotogénica y miserable al mismo tiempo, evidentemente golpeada por el abandono y con un orgullo escondido en algún lado.

Así es también Madame Rosa (Sophia Loren), una sobreviviente de Auschwitz que alguna vez se ganó la vida como prostituta y que gracias a su natural espíritu solidario le ha dado techo y comida a varios niños durante su vida. Algunos ya están grandes como Lola (Abril Zamora), una mujer hecha y derecha, y otros andan en la edad escolar como Iosif (Iosif Diego Pirvu).

Son dos detalles interesantes: Lola es transgénero (la actriz catalana que la interpreta también) y Iosif es probablemente de origen romaní (gitano, en otros tiempos). Es decir, ya cerca de los 90, Lola sigue sintonizando con los desprotegidos y los vulnerables, manteniendo intacto su sexto sentido de la solidaridad, tal vez alimentado bajo el oprobio antisemita que sufrió en su juventud.

A su casa llega Momo (Ibrahima Gueye), un chico de color de origen senegalés y religión musulmana que está a punto de naufragar en el mar del tráfico de drogas, territorio donde los niños siempre son usados con ventaja, en este caso por un pequeño traficante local (Massimiliano Rossi). Lo lleva el buen doctor Cohen (Renato Carpenteri), un personaje de alma magnánima que confía en Madama Rosa, a pesar de que está consciente del declive físico de la mujer.

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Sophia Loren en una escena de Pan, Amor y... (1955), de Dino Risi, disponible en Netflix.

La película es simple y directa, sin mayores adornos ni sobreactuación, sin golpes bajos tampoco a excepción de una canción de Laura Pausini en los créditos. Cuenta la relación entre dos personajes que viven en los bordes de una sociedad a la deriva (Madame Rosa y Momo) y cuyas conexiones con el mundo son precarias: la de ella, fundamentalmente a través del doctor Cohen, y la del chico, vía su patrón narco o, en el mejor de los casos, trabajando a veces con Hamil (Babak Karimi), un benevolente vendedor de antigüedades de fe musulmana. Loren actúa bien casi por defecto: a pesar de los años, le basta poner su rostro y su voz para humanizar cualquier escena. El joven Ibrahima Gueye es una revelación y, aunque parezca lugar común, ya se sabe que los niños siempre fueron el fuerte del cine italiano, desde los tiempos de Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio De Sica.

A propósito de Vittorio De Sica: el es uno de los principales actores de El signo de Venus y Pan, amor y..., las otras dos cintas con Sophia Loren en Netflix. En ambas interpreta un tipo de personaje que casi correspondía a su verdadera personalidad: el entrañable buscavidas que engañó los sinsabores diarios con grandeza de ánimo. Loren es Agnese, la “prima atractiva” de la menos favorecida físicamente Cesira (Franca Valeri) en El signo de Venus, una producción en blanco y negro que en 1955 se estrenó en el Festival de Cannes y donde ya se adivinaba algo de la mirada corrosiva de su director Dino Risi, uno de los maestros de la comedia italiana.

Ya a todo color es Pan, amor y..., la tercera parte de una tetralogía que empezó con Gina Lollobrigida y terminó con Carmen Sevilla, otra vez con el trío de Dino Risi en la dirección y Vittorio De Sica y Sophia Loren en las actuaciones. La acción transcurre en la paradisíaca Sorrento, a 26 kilómetros de Nápoles, una ciudad balneario que 65 años antes de la acción de La vida ante sí luce bastante más animada, vibrante y provinciana que la triste Bari. Acá Vittorio De Sica, que en la vida real fue el mentor y padre artístico de Sophia Loren, es el mariscal Antonio Carotenuto, un ex-militar y Casanova incurable. Tiene ojos para las mujeres de todas las edades y doña Sofía (Sophia Loren) está en el tablero de sus jugadas.

En Pan, amor y..., ella y el mariscal tienen una escena antológica cuando ambos bailan un mambo de una manera muy sui géneris. “Un baile de origen brasileño” dice incorrectamente la veinteañera doña Sofía, mientras arrastra a la pista al incómodo Carotenuto, sólo con el objetivo de darle celos a su novio. En La vida ante sí, en cualquier caso, hay un verdadero “baile de origen brasileño” en la mitad de la historia: es la canción Malandro, de Elza Soares, cantante y compositora de samba de 90 años que es tan institución nacional en Brasil como Sophia Loren lo es en Italia.

En esta oportunidad arrastran al escenario (en realidad es al centro del living)a la Loren, que como Madame Rosa tiene escasa capacidad de maniobra rítmica. No quiere bailar, pero sabe que debe estar a la altura de las circunstancias de su hija Lorena, quien inventa una danza para animar las horas de una velada familiar donde ya no hay comedia a la italiana, sino que drama como en cualquier lugar del planeta.

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