La historia de los Chicago Boys en Chile

El excanciller y embajador en Estados Unidos, Juan Gabriel Valdés, hizo su tesis doctoral en Princeton sobre el tema y años después fue publicada en inglés por Cambridge University Press. No existía versión castellana completa hasta ahora. La versión inglesa fue comentada por el destacado economista británico John Williamson, el acuñador del término “consenso de Washington”, en la revista The Economic Journal, que aquí se traduce, con autorización de su autor.


Este libro, Los economistas de Pinochet (FCE, 2020), cuenta una parte de la fascinante historia de la transformación de Chile como el relato del éxito económico de América Latina, un proceso que tomó casi dos décadas y un inmenso sufrimiento humano. En 1955, el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, con el apoyo de fondos de ayuda de los Estados Unidos, lanzó su “Proyecto Chile”, una colaboración intelectual con la Universidad Católica de Santiago para establecer allí un departamento de economía moderno y llevar a estudiantes chilenos promisorios a Chicago para su formación de posgrado. Dado que Chicago era Chicago, la agenda intelectual era el libre mercado y el monetarismo, y por lo tanto un desafío a la ortodoxia dominante en Chile, que favorecía la sustitución de importaciones y el estructuralismo.

Chicago Boys

A lo largo de los años surgió una escuela de Chicago autóctona que había internalizado estas doctrinas, pero que no era lo suficientemente poderosa para ganar la partida en el enfrentamiento democrático entre derecha e izquierda a fines de la década de 1960. Sólo cuando el gobierno socialista de Allende fue derrocado por un golpe militar en 1973, los Chicago Boys tuvieron la oportunidad de reformar el sistema económico, lo que hicieron con entusiasmo. El proceso fue doloroso, pero a fines de la década de 1970 estaban convencidos de que habían estabilizado y liberalizado la economía chilena. Luego vino la mega-crisis de 1982. Un nuevo equipo se hizo cargo, con una influencia de Chicago que todavía era fuerte, aunque menos abrumadora y marcadamente menos dogmática que antes; ellos corrigieron los errores del período inicial y finalmente fomentaron una reanimación del crecimiento. Se temía que la restauración de la democracia en 1990 pudiera conducir a una reversión hacia la macroeconomía populista y la microeconomía dirigista, pero para el caso, la decente preocupación del nuevo gobierno por la distribución del ingreso y la adopción del ajuste keynesiano perfeccionaron antes que destruyeron el modelo.

Este libro arroja una gran cantidad de interesante nueva luz sobre algunas partes de este relato histórico, especialmente de las partes tempranas. Cuenta muchos detalles de las primeras negociaciones que llevaron al establecimiento del Proyecto Chile de Chicago en la Pontificia Universidad Católica, describe las luchas internas en la Universidad Católica que llevaron a la toma del Departamento de Economía por parte de los discípulos de Chicago en 1964, y narra el papel de los Chicago Boys en las amargas batallas políticas del período Allende. También se detiene, aunque algo excesivamente, en el proceso de lo que el autor denomina “transferencia ideológica”, es decir, la implantación de una ideología económica extranjera, propiamente la economía al estilo de Chicago, en una sociedad de la que anteriormente había estado amplia o totalmente ausente, y con ese fin ofrece una cuidadosa discusión de lo que es la Escuela de Chicago. Los historiadores seguramente estarán agradecidos por esta erudita iluminación sobre los orígenes de la Escuela de Chicago en Chile.

Sin embargo, la mayor parte de nosotros probablemente estamos más interesados en cómo los Chicago Boys llegaron a tomar el control de la política económica durante la dictadura de Pinochet, en por qué echaron a perder el trabajo de reforma la primera vez, en cómo sus sucesores arreglaron los errores la segunda vez y en cómo los demócratas hicieron una labor tan impresionante al enterrar el hacha ideológica y preservar aquellas (muchas) reformas que merecían ser preservadas después de la restauración de la democracia. El libro es mucho menos esclarecedor sobre estos temas, en parte porque ya se sabe mucho más sobre ellos y en parte porque les presta menos atención: los años 1973-1981 reciben escasas veinte páginas (en el primer capítulo, saliéndose de la secuencia histórica), mientras que el período posterior a la crisis de 1982, que abarca tanto la reconstrucción del segundo equipo como la transición a la democracia, comparte un capítulo final con una discusión bastante inútil sobre si se deben describir las políticas económicas del gobierno democrático como marcadas por la continuidad o la diferenciación.

Valdés describe la forma en que los Chicago Boys tomaron el poder como una victoria gradual en una larga lucha por el control entre un grupo dispar de economistas contratados por los militares cuando se dieron cuenta de que necesitaban cierta experticia. Esto contradice el recuento de José Piñera (en el libro editado por mí, The Political Economy of Policy Reform), quien afirma que los generales dieron una audiencia a los industriales, los abogados y los economistas (de Chicago) y eligieron a estos últimos para dirigir la economía porque eran los únicos que tenían puntos de vista coherentes sobre lo que debía hacerse basándose en una concepción del bien público en lugar de intereses creados. Ambos no pueden tener razón. Valdés describe la visión de Chicago que había sido absorbida por sus discípulos chilenos como una que consideraba la economía como ciencia y negaba que hubiera algún elemento ideológico involucrado en abrazar el libre mercado y el monetarismo, o en ignorar el impacto de estas políticas en la distribución del ingreso. Sostiene que esta arrogancia generó el triunfalismo que precedió y fomentó el colapso de 1982. También cabría preguntarse si no retrasó en lugar de promover la adopción de una economía seria. ¿Somos Valdés y yo los únicos repelidos por el tipo de dogmatismo que tan a menudo ha emanado de Chicago, del cual el intento de vender lo que es descaradamente ideológico como no ideológico es un caso extremo? ¿O supuso un obstáculo emocional para el respaldo de los economistas de la oposición democrática a las reformas sensatas del gobierno de Pinochet? Es una pena que el libro tenga tan poco que decir sobre la cuestión fundamental de cómo se estableció el consenso actual.

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