El 6 de febrero de 1903, Claudio Arrau nació en la ciudad de Chillán. Su padre, el médico Carlos Arrau, murió un año después de su nacimiento, mientras que su madre, la pianista Lucrecia León, quiso traspasarle sus conocimientos desde que era un infante, hasta el punto en que realizó su primer concierto, con apenas cinco años, en el Teatro Municipal de la localidad.
Convencida de que el niño poseía un talento innato, León envió una moción al Congreso Nacional para que le concedieran una beca para estudiar el instrumento en el extranjero. Su petición fue escuchada.
Así viajaron a Santiago para presentar una audición frente al entonces Presidente de la República, Pedro Montt, y el equipo diplomático a cargo de la evaluación. Una vez frente a ellos, el joven posicionó sus pequeñas manos sobre las teclas e hizo lo que mejor sabía hacer con solo siete años de edad: interpretar.
No hubo mucho que discutir; ya en 1910, tanto él como su madre se mudaron a Berlín, capital alemana en la que desarrolló sus habilidades y obtuvo reconocimientos como el Liszt del Conservatorio Stern, el cual era entregado a los mejores intérpretes de la institución.
Mientras eso ocurría, una niña nacía el 4 de octubre de 1917 en la provincia de Punilla, una mujer que marcaría la historia y el desarrollo de la música chilena para siempre, aunque desde otra vereda. Su nombre era Violeta Parra.
La infancia de la cantautora estuvo marcada por las mudanzas de su familia en distintas regiones, debido al trabajo de su padre, el profesor de música Nicanor Parra. Vivieron dos años en Santiago, seis en Lautaro y en 1927 volvieron a Chillán.
Con una década de vida, ella y sus hermanos Hilda, Eduardo y Roberto, aprendían los cantos que les enseñaba su madre, la cantora popular Clarisa Sandoval; y no pasó mucho tiempo para que la joven tomara una guitarra para acompañarla con su voz y armara un repertorio con canciones de folclor.
Ya en 1932, su hermano, el antipoeta Nicanor Parra la convenció de que volviera a Santiago para estudiar en la Escuela Quinta Normal y más tarde empezara a cantar con sus hermanos, Los Parra, en boliches como El Tordo Azul y La Popular.
El 28 de septiembre de ese mismo año, nació Víctor Jara en el seno de una familia campesina del Ñuble, en la que su madre, Amanda Martínez, solía cantarles temas folclóricos con guitarra a él y sus hermanos en la vivienda de adobe que habitaban.
—Fue una infancia dura, pero siempre decía que feliz. Eran muy pobres. Había una fiesta en la casa cuando había carne para comer y a veces no tenían zapatos, pero sí iban siempre a colegios. Se decía que él era muy bueno para la poesía —comenta Joan Turner, viuda del músico, en el documental Plegaria para un poeta de la señal argentina Canal (á).
Ese estilo de vida llevó a que su padre, Manuel Jara, buscara refugio en el alcohol y los abandonara, por lo que Martínez apostó por trasladarse con sus hijos a Santiago, debido a que confiaba en que sería la mejor opción para sustentarse. Y el tiempo le dio la razón: ahí encontró un trabajo como cocinera, para más tarde obtener un puesto de venta de alimentos en La Vega Poniente, donde Víctor la ayudaba de vez en cuando.
Si bien, estudió actuación y dirección en la Escuela de teatro de la U. de Chile, paralelamente fue miembro de Cuncumén, un grupo folclórico bajo el amparo de la compositora Margot Loyola y a través del cual conoció a Violeta Parra, quien ya había tocado en distintos espacios a lo largo del país, era investigadora de los cantos campesinos y tenía una notable influencia en artistas como Héctor Pavez y Gabriela Pizarro, según informa un documento de su fundación homónima.
Incluso, Parra y Jara llegaron a grabar juntos en Villancicos chilenos (1959) de la misma agrupación, álbum que surgió como una propuesta del sello EMI para continuar con la serie El folklore de Chile que habían empezado dos años antes y cuya realización estuvo a cargo de la autora de “El gavilán”.
A pesar de que la música y las historias de vida de estos dos últimos parecen distantes a las del pianista Claudio Arrau, cada uno de ellos tiene un factor común: todos nacieron en la región del Ñuble. Y la verdad es que tampoco fueron los únicos provenientes del sector que marcaron para siempre a la cultura chilena.
Hasta antes del siglo XX, la zona era conocida por ser la tierra originaria de militares como Bernardo O’Higgins Riquelme, Arturo Merino Benítez y Pedro Lagos Marchant, pero después dio a luz a autores tan destacados como la escritora Marta Brunet, la escultora Marta Colvin, el pintor Arturo Pacheco y el literato Volodia Teitelboim.
Aquel valor cultural será rescatado y llevado a la actualidad en Sonide: Sonidos con identidad, un evento virtual de tres días que contará con sesiones de artistas como Fernando Reyes, La Catalina, Vicente Cifuentes, los hermanos Zicavo (Moral Distraída) y los hermanos Javiera y Ángel Parra.
Junto con ello, habrá talleres para músicos y emprendedores creativos, además de exposiciones y conversatorios con invitados internacionales. Entre estos últimos, estarán la española Caroline Couret, fundadora de Creative Tourism Network y el colombiano Sergio Arbeláez, Director de Contenidos de la Feria Internacional de Música de Guadalajara.
La instancia se realizará desde el 23 al 26 de noviembre y será de carácter gratuito. Revisa la programación en el siguiente enlace.