La noche se cerraba sobre Nueva York, pero en una habitación espaciosa del departamento 71 del edificio Dakota, los músicos se preparaban para su último ensayo. Mientras afinaban y preparaban los instrumentos, el dueño de casa hizo su entrada exultante, feliz, caminando como con pequeños saltitos de alegría.

John Lennon, por esos días solo una leyenda viviente de la música retirada del negocio, esbozó una sonrisa, se sentó al piano Fender Rhodes, y para sorpresa de su banda, comenzó a tocar una pieza que les llamó la atención al primer acorde. No la conocían. No estaba en el set de canciones que prepararon durante dos días. Podía ser una sorpresa de último momento.

Entonces, Jack Douglas, el músico y productor que asesoraba a John, decidió romper el hielo. “¿De dónde salió eso?”, le preguntó al de Liverpool. Éste, absorto en la melodía, lo miró de vuelta. “Oh, no sé, simplemente llegó”, respondió. Luego pareció dudar. “¿Crees que llegará a este disco?”.

El disco, que grabaron días después, se tituló Double Fantasy. Fue el último que lanzó el músico en vida, el 17 de noviembre de 1980, poco antes de caer abatido por dos disparos a la entrada del Dakota, el ocho de diciembre.

Pero volvamos a la sesión de ensayo. Tras escuchar su inquietud, Douglas no dudó y casi de inmediato le hizo notar a Lennon el potencial de su nueva canción. “Será el primer single”.

Pan, horóscopo y guagua

Fue en una llamada telefónica desde la islas Bermuda, en julio de 1980, cuando John Lennon le pidió a Yoko Ono un favor que podía parecer trivial, pero que en ese momento sonó como una revelación. Quería que le reservara sesiones de grabación en el estudio Hit Factory de Nueva York, con Jack Douglas como productor musical. Era la señal inequívoca de que John volvería a grabar un disco, después de un retiro de cinco años.

Cinco años, en los que John dejó a Lennon en el armario. Y con él, varios líos. Al momento de alejarse de la música, había superado por poco una crisis matrimonial con Yoko, que le llevó a un período de desbande y borracheras (el “lost weekend”); consiguió la visa de residencia definitiva en EE.UU tras una intrincada batalla judicial -vigilancia de la CIA incluida- que lo mantuvo en vilo por la posibilidad de ser deportado; y además salvó una demanda por plagio, originada por el “préstamo” de una línea de un viejo tema de Chuck Berry (“You can’t catch me”) en “Come Together”.

Pero el agua en la batea se aquietó. Tras lanzar el recopilatorio Shaved Fish en octubre de 1975, y cumplir con la cantidad de discos pactados con la discográfica Capitol, John se encontró por primera vez sin la obligación de cumplir un contrato. Es decir, en lo sucesivo no estaba obligado a crear música para llenar los surcos de un elepé. Una situación que lo alivió. No había parado desde la publicación del primer sencillo de los Beatles a fines de 1962, cuando tenía 22 años. Y a esas alturas, con 35, la motivación ya no era la misma.

John Lennon en Nueva York, 1974. Foto de Bob Gruen

“Yo no estaba libre -le confesó a Playboy en 1980-. Estaba encerrado. Mi contrato era la manifestación física de estar en prisión. Era más importante enfrentarme a mí mismo y enfrentar esa realidad que continuar una vida de rock ‘n’ roll, y subir y bajar con los caprichos de tu propia actuación o la opinión del público sobre ti. El rock ‘n’ roll ya no era divertido”.

Hubo otro fantasma que lo empujó al retiro; el temor a convertirse en una figura decadente y achispada que vivía de cantar sus viejos éxitos. Consumidor compulsivo de medios, Lennon presenció casi en tiempo real la decadencia de Elvis, su ídolo de adolescencia, comprimido en un barítono de casinos, barrigón y ojeroso. Y él no estaba dispuesto siquiera a ser visto en un estado similar, menos tras la muerte del Rey, en agosto de 1977.

“Elegí no tomar las opciones estándar en mi negocio: ir a Las Vegas y cantar tus grandes éxitos, si tienes suerte, o ir al infierno, que es donde fue Elvis”, agregó John con su estilo directo y sin rodeos, en la conversación con la revista del conejito.

La decisión de retirarse del negocio de la música, coincidió casi exactamente con un anhelo. El nacimiento de Sean, un hijo muy esperado por él y Yoko tras varios intentos frustrados -con pérdidas de embarazos incluidas-. Fue simbólico que el bebé -quien tuvo a Elton John de padrino- abriera sus pequeños ojos almendrados el 9 de octubre, la misma fecha del cumpleaños de John. Cuando lo tomó por primera vez, con las lágrimas surcando su rostro, solo atinó a decir “gracias, gracias”.

Eran las gracias por la nueva oportunidad que tenía de reconciliarse con el rol de padre. Un vínculo especialmente complejo en su vida. A Fred, su progenitor, apenas lo conoció, mientras que a su primer hijo Julian, nacido en plena era de la beatlemanía, pocas veces le prestó atención. “Comprendió, como otros antes que él, que curar un vacío de la infancia no es que se ocupen de ti, sino ocuparte tú de otra persona”, explica el biógrafo Phillip Norman en su libro dedicado al músico.

John Lennon y su hijo Sean. Los observa Yoko Ono.

“No soy el mejor padre de la Tierra, pero lo estoy haciendo mejor -admitió en la última entrevista con Rolling Stone, tres días antes de su asesinato-. Soy un tipo muy irritable y me deprimo. Yo estoy arriba y abajo, arriba y abajo, y él también ha tenido que lidiar con eso: retirarse y luego dar, retirarse y dar. No sé cuánto le afectará en el futuro, pero he estado ahí físicamente”.

Desde entonces, John se dedicó a otras labores. “He estado horneando pan y cuidando al bebé”, le dijo a Playboy. Y así fue; en los primeros meses, aprendió a cambiar pañales -lo que no había hecho con Julian-, se levantaba en las noches a darle de comer y a menudo se ocupaba de la tarea de hacerlo dormir cantándole alguna vieja canción inglesa junto a la cuna. Lo del pan eso sí, le duró menos tiempo. Con su carácter práctico y poco paciente, se aburrió rápidamente y dejó de lado la fatigosa labor de amasar.

Habitualmente, Lennon se levantaba a eso de las seis de la mañana. Tomaba un café y prendía el primer cigarrillo del día en espera que le llegaran los diarios, los que leía con interés, en especial el horóscopo -subrayaba Libra, signo suyo y el de Sean, y Acuario, el de Yoko-. Luego pasaba la jornada en su cuarto, donde se encerraba en la lectura, la televisión, y a veces practicaba yoga.

También mataba las horas en largas reuniones con su corte de numerólogos, videntes y astrólogos, los que -por un buen dinero- le aconsejaban sobre el porvenir. Incluso se animó a llevar un diario personal en el que anotaba sus sueños. De alguna forma, hizo realidad aquello que cantó en 1966. “Please, don’t wake me, no, don’t shake me, leave me where I am, I’m only sleeping”.

John Lennon junto a Sean

El retiro de John tuvo una consecuencia para Yoko. “Él se dedicaría a cuidar a Sean y yo me ocuparía de los negocios”, explica la japonesa en el libro de Norman. Es decir, ella gestionaría las inversiones y el dinero. Pero en rigor el asunto iba un poco más lejos. “El acuerdo fue que los dos dejaríamos de hacer trabajos de creación. Ninguno de nosotros podía escribir ni grabar y yo tampoco hacer nada de arte”.

Así, mientras John pasaba los días entre pañales, tarotistas y maratones de televisión, Yoko se vestía de traje para asistir a reuniones con abogados y contadores, los que al principio no la tomaron en serio. “Te sorprendería saber cuánto insulto recibí de ellos inicialmente -le contó en la misma entrevista a Playboy-. Estaba todo eso que me decían: “Pero no sabes nada de derecho; No puedo hablar contigo “. Le dije: “Está bien, háblame de la manera que pueda entenderlo. Yo también soy directora”.

Y resultó que Yoko se volvió una hábil gerenta de la fortuna familiar. “Recientemente, ella hizo posible que ganáramos una gran suma de dinero que los benefició a todos y ellos [los abogados] pelearon y pelearon para que no lo hiciera, porque fue idea suya y ella era mujer y no profesional -contó el músico en la misma entrevista-. Pero ella lo hizo, y luego uno de los chicos le dijo: ‘Bueno, Lennon lo vuelve a hacer’. Pero Lennon no tuvo nada que ver con eso”.

Rock en Bermuda

La reclusión tuvo algunos costos. Para 1980, la muy eficiente Yoko se vio agobiada por las presiones de gestionar el dinero de Lennon, además de los asuntos propios de la vida familiar. Pero por sobre todo, le acongojaba alejarse de la actividad creativa. “Parar todo mi esfuerzo constante de artista me resultaba imposible -señala en el texto de Norman-. Puede que fuera muy buena haciendo negocios, pero ésa no era yo ni mucho menos. Era algo que despreciaba”.

La presión estimuló un demonio interno; la adicción a la heroína. Un consumo que había logrado superar junto a John a principios de la década anterior, pero que ahora la sorprendía en un momento difícil, con 47 años, y muchas responsabilidades. Entonces decidió no contarle de su recaída al ex Beatle y manejar el asunto por su cuenta.

Por ello, ideó varias estratagemas para conseguir que John y Sean se mantuvieran varios días fuera de casa, como mandarlos a la playa con la excusa de que estaba con una fuerte gripe y temía contagiarlos. Los tarotistas y videntes hicieron el resto, aconsejando a John tomar diferentes viajes para evitar los nubarrones que le veían en su porvenir.

Acaso tirado por la sangre marinera de los Lennon -su padre fue marino mercante-, en esos años de retiro John se aficionó a navegar en yate por las cercanías de Long Island. Así, que empujado por el consejo de su numerólogo personal de viajar hacia el sudeste para evitar “las malas vibras”, decidió organizar una expedición algo más aventurada. El destino escogido fueron las islas Bermudas, un archipiélago de soberanía británica en el Atlántico norte -vértice del triángulo célebre por sus naufragios-, más menos a la altura de Carolina del Sur.

Tras una semana de navegación, en que debieron capear una feroz tormenta, Lennon desembarcó en Hamilton, la capital de las islas, el 11 de junio. Desde ese día, se dedicó a disfrutar de unas vacaciones bajo el sol tropical. Solía ir a la playa con Sean, donde chapoteaban, armaban castillos de arena y recorrían algunas atracciones locales, como el mercado o el jardín botánico. Allí, bajo un cedro, vio una gran orquídea que le llamó la atención. Se llamaba Double Fantasy.

Esos días de asueto resultaron tan positivos que poco a poco, sintió ganas de hacer música nuevamente. “No lo intentaba, pero tampoco se me venía nada a la cabeza, ni inspiración, ni ideas, ni nada, y entonces de repente...bum bum bum”, recordó años más tarde. De alguna manera, el oficio del compositor comenzó a reclamar el espacio al que había sido relegado durante los cinco años en que John estaba más preocupado del Mercurio retrógrado que de cualquier otra cosa.

El momento clave fue una noche en que decidió ir a una discoteca local, en compañía de su asistente personal, Fred Seaman, y algunos periodistas locales, quienes ya habían notado su presencia en la isla y lograron llegar hasta él. Eso sí, el músico fue más bien a observar. A esas alturas bebía poco, porque a causa de los excesos de su juventud, incluso una cerveza le producía resaca.

Con su sentido para captar buenas melodías reavivado con el viaje, le llamó la atención un tema que sonó esa noche: “Rock Lobster”, el primer hit de los B-52, una de las bandas de la New Wave, que destilaron la energía del punk en la pista de baile. Las vocecitas agudas y desatadas de las vocalistas Cindy Wilson y Kate Pierson, le recordaron a las canciones de Yoko. Decidió llamarla a Nueva York, apenas volvió a la casa en que se quedaba.

“Suena como la música de Yoko, así que me dije a mí mismo: ‘¡Es hora de sacar el hacha vieja y despertar a la esposa!’”, recordó John en la entrevista con Rolling Stone. Allí lo decidió. Volvería a grabar un disco tras cinco años. Y por cierto, tenía que estar Yoko en él. Así que, de súbito, la japonesa se encontró con una ventana para volver a trabajar sobre sus inquietudes artísticas, mientras se hacía cargo de los asuntos de negocios y luchaba por dejar la heroína.

Desde entonces la energía de John se volcó a componer canciones. Algunas fueron reelaboraciones de ideas que, de aburrido, había esbozado durante los cinco años en el Dakota y que bajo el sol de las Bermudas hallaron su forma definitiva. Otras surgieron en la isla; así llegaron “Woman”, “Beautiful Boy” y “I’m losing you”. Se sabe que cada noche, llamaba a Yoko y entonces ambos comenzaban una sesión de trabajo en la que comentaban el material del otro.

“Somos solo nosotros dos, y nuestra posición era que, si el disco no se vendía, significaba que la gente no quería saber sobre John y Yoko, o ya no querían a John o no querían a John. con Yoko o tal vez solo querían a Yoko, o lo que sea”, le dijo el músico a Rolling Stone. “Pero si no nos querían a los dos, no estábamos interesados”.

De vuelta en Nueva York, estaba todo listo. Yoko consiguió reservar un estudio y aseguró al productor Jack Douglas, como se lo había pedido John.

John Lennon y su hijo Sean en Bermuda

Partir de nuevo

Lo único que sintió Jack Douglas cuando se enteró que iba a trabajar con John Lennon, fueron nervios. Pero se disiparon muy rápido. Por entonces, en la primavera de 1971, fue el ingeniero asistente en las sesiones del álbum Imagine. “Yo era demasiado joven, pero él entró y yo estaba armando cosas, editando y me dijo ‘¿cómo estás?’”. Recordó en una entrevista con la revista Beatlefan.

Hubo buenas vibras entre ambos y la amistad se mantuvo a lo largo de los setentas, aunque se encontraron de manera esporádica. Compartieron algunos días en Los Ángeles, durante el “lost weekend”, y la casualidad los reunió una tarde perdida de 1980 en una tienda de alimentos saludables en el East Side.

Para entonces, Douglas se había labrado una buena reputación como productor, en discos de Aerosmith y Cheap Trick. “Hey, Jack, ¿cómo estás? veo que ahora eres un productor importante”, bromeó Lennon al verlo en la tienda. Le dejó su teléfono y antes de irse lo invitó a su departamento a pasar el rato.

Jack Douglas, al centro, durante una sesión con Aerosmith

El número quedó tirado en algún cajón. Ocupado por su trabajo, Douglas no lo llamó. Pero tiempo después recibió la llamada de Yoko para solicitar sus servicios. El trato se cerró y de inmediato recibió los cassettes con las grabaciones de los demos. Solo recibió una instrucción: el nuevo disco debía mantenerse en estricto secreto.

En parte, el motivo es que John todavía se sentía muy inseguro. Pese a que las vacaciones en las Bermudas le devolvieron su chispa creativa, sentía que esos cinco años sin grabar le habían oxidado la maquinaria. “Me dijo: ‘Voy a intentarlo, pero, Jack, he estado fuera de esto por un tiempo y ni siquiera sé qué está pasando’”, recordó Douglas. Por eso, acordaron unas sesiones de ensayo entre el 2 y el 4 de agosto en el Dakota, para sacudirse y entrar en forma. Además, eso le permitiría conocer a los músicos de sesión.

“Él quería chicos que fueran muy rápidos”, explicó Douglas. Es decir, pidió músicos de sesión experimentados que pudieran acoplarse muy fácil. Y para ello no escatimaron en gastos; en el equipo estuvieron entre otros, el guitarrista Earl Slick (David Bowie), el bajista Tony Levin (King Crimson), el baterista Andy Newmark (Sly & The Family Stone), y el tecladista George Small (Carl Perkins).

Otra razón para elegirlos, es que los músicos debían ser lo suficientemente competentes para moverse entre dos universos artísticos muy distintos. Si en las canciones de John resonaba su amor por la música de los cincuentas que le había empujado a tomar una guitarra, en las de Yoko se escuchaban los ecos de la New Wave, y los cruces entre el punk y la música bailable que caracterizó a Blondie y la escena que se formó en los clubes neoyorkinos.

Por ejemplo “Kiss, Kiss, Kiss” o “Every man has a woman who loves him”, se construyeron sobre ritmos de pista, y en general, incluyeron más efectos de sonido, frente a las canciones más calmadas y sobrias de John. De alguna forma, la propuesta musical de Yoko miraba hacia el futuro; la de John, saldaba cuentas con su pasado.

Una canción en particular trataba sobre eso. En la última noche de ensayos en el Dakota, John tocó en el piano una balada inédita para sorpresa de los presentes. Esa fue la que Douglas consideró como potencial primer single; se llamaba “(Just Like) Starting Over”.

El tema sonaba como una canción de los años cincuenta, que John cantó con la voz inundada en eco de cinta (“eco a lo Elvis” le llamaba). De hecho, en el estudio la llamaba su ˝canción Roy Orbison˝. La letra, de alguna manera, es una nota de agradecimiento para Yoko. “Our life together, Is so precious together, We have grown, we have grown”.

“La escribí para Yoko -recordó John-. Pero luego me di cuenta de que es una...súplica para que todos empecemos de nuevo. El sexismo es un problema tan grande y ni siquiera hemos comenzado a lidiar con él. Hay todo tipo de desigualdades en el mundo, esta raza contra esa raza, este país contra ese país, pero siempre son las mujeres en la parte inferior”.

Un detalle llamó la atención. El tema arranca con unas campanas, tal como la dramática canción “Mother”, del álbum Plastic Ono Band publicado una década atrás. Fue un detalle que Lennon incluyó para hacer notar el paso de los años. “Es una campana de los deseos de Yoko -explicó a Rolling Stone-. Ha llevado mucho tiempo pasar de una lenta campana de la muerte de la iglesia a esta dulce y pequeña campana de los deseos. Y esa es la conexión. Para mí, mi trabajo es una pieza”.

John Lennon en el estudo durante las sesiones de Double Fantasy

La canción no solo fue el primer sencillo, sino que además abre el largaduración. A esta le sigue de inmediato “Kiss, Kiss, Kiss”, de Yoko, una canción muy en la sintonía de los B-52, que incluye varios cortes de la voz de la japonesa jugando entre ambos lados del estéreo. Para ella, era una canción feminista. Su declaración frente a los años de desprecio del público -que la acusaba de haber separado a los Beatles- y de los abogados que se resistían a tratar con ella.

“Algunas personas pensaron que una mujer no debería acercarse y decir: ‘Bésame’. Eran los días en que los hombres todavía pensaban que las mujeres no deberían ser agresivas en términos de sexualidad -explicó tiempo después-. Es una especie de canción feminista en cierto modo. Quería escribir una canción que fuera yo”.

Los días de retiro en el Dakota también se condensaron en una canción. “People say I’m lazy, dreaming my life away, well they give me all kinds of advice”, canta John en “Watching the wheels”, una canción -con George Small al piano- en que toma la rueda como símbolo del paso del tiempo, que él mira desde la comodidad de su vida en el hogar. “Son mis propias ruedas, principalmente, pero, ya sabes, mirarme a mí mismo es como mirar a los demás”, explicó el músico. Una idea sobre la que vuelve en una línea de “Beautiful Boy”, cuando señala; “Life is what happens to you, while you’re busy making other plans”.

La secuencia del disco se organizó para alternar canciones de sus creadores a la manera de un diálogo. Un poco para simbolizar la unión creativa de los dos, pero también hubo una razón práctica. “Si el álbum no se hubiera secuenciado de esa manera, lo que hubiera sucedido es que la gente solo hubiera escuchado las canciones de John y no le hubiera dado una oportunidad a las de Yoko”, explicó Douglas a Beatlefan.

Un detalle curioso es que John y Yoko no compartieron el estudio, sino que trabajaron separados como piezas independientes. Así, ella grababa por la mañana, hasta las seis de la tarde. Después, John llegaba a las siete, y como en los tiempos de los Beatles, se quedaba hasta la madrugada.

“John siempre quiso meterse en las cosas de Yoko y ella no podía soportarlo. Había demasiada competencia entre esos dos -explica Douglas-. Muy rara vez cuando hice Double Fantasy los tuve en la habitación al mismo tiempo. Simplemente no funcionó”.

Pero la estructura permitió que el diálogo musical fluyera entre las caras del disco. Ahí está por ejemplo “Beautiful Boy”, que John escribió para Sean, inspirado en los días en Bermuda. En la cara B, Yoko responde con su propia canción para ellos, “Beautiful Boys”, que incluyó guitarras españolas y hasta grabaciones al revés, como en los días psicodélicos de los Beatles. “Creo que es el tema más vanguardista del disco porque tiene ese solo de guitarra flamenco, con sabor a español”, opinó el tecladista George Small en una entrevista con Record Collector.

De alguna forma, el disco sugería tranquilidad. Para eso se pensó en todos los detalles. A diferencia de las sesiones regadas de cocaína de mediados de los setentas, en esta oportunidad se exigió lucidez total a los músicos, a quienes se les servía té y sushi como colación. Incluso, cuenta Norman, Yoko organizó un cuarto especial en el estudio solo para el uso de la pareja, con la luz suave, palmeras y un piano blanco. Debía ser como estar en la playa. Como en Bermudas.

Por ello, es que al momento de titular el álbum no lo dudaron. Double Fantasy, como la flor que John vio en la isla. De alguna forma era un símbolo de la alianza entre sus creadores. “Lo que significa para nosotros es que si dos personas se imaginan la misma imagen al mismo tiempo, ese es el secreto -explicó a Playboy-. Pueden estar juntos, pero proyectando dos imágenes diferentes y, quien sea más fuerte en ese momento, cumplirá su fantasía o no obtendrá nada más que mezcolanza”.

La foto de portada fue tomada por el japonés Kishin Shinoyama en una sesión en Central Park. En principio no la iban a usar, pero cambiaron de opinión cuando le mostraron las imágenes a la discográfica. Les dijeron que querían una foto solo de John. Esa respuesta exasperó a la pareja. “Ahí decidimos que lo haríamos porque ambos éramos rebeldes -relata Yoko a Record Collector-. Después John me dijo: ‘De ahora en adelante, solo tomaremos fotos en las que salgamos los dos mirándonos’”.

La portada del álbum Double Fantasy

El último baile

La noticia de que Lennon grababa un nuevo disco corrió entre las casas discográficas, las que se lanzaron en carrera para atrapar a la presa. John se dejó querer, y fijó sus condiciones; quería un contrato a la altura de su historia -y obvio, que le pagaran lo mismo que ganaba McCartney-, pero además debían contratarlo a él y a Yoko. O los dos, o ninguno.

Finalmente, fue Geffen Records, una compañía menor, la que se adjudicó el botín. La decisión se fundamentó en que el dueño, David Geffen, aceptó negociar directo con Yoko antes de cruzar una palabra con Lennon, y se interesó en el disco antes de oír una sola canción. Y por cierto, también influyeron los números. Yoko había ordenado a sus numerólogos un perfil de cada uno de los tipos con los que negociaba, y en este caso, era muy positivo.

“Creo que Yoko me dijo lo que quería (US$1 millón) y que el contrato estuviera completo en una sola página. Estuve de acuerdo con todo eso -recordó Geffen en conversación con Record Collector-. Me reuní con John inmediatamente después de que hicimos el trato. No había escuchado el disco hasta que hice un trato con ellos. Me tocaron tres temas y pensé que todos eran éxitos”.

Double Fantasy se lanzó en noviembre de 1980, precedido por el single “(Just Like) Starting Over”. El álbum se recibió con mucho interés en la prensa aunque no consiguió ventas millonarias. De todas formas, alcanzó el puesto once en el Billboard Hot 100 en EE.UU, mientras que en Reino Unido alcanzó el lugar 14. Tras el asesinato de Lennon, pocas semanas después, el disco alcanzó el primer lugar. Los singles posteriores, “Woman” y “Watching the wheels”, consiguieron entrar en el Top 10.

Años después, en 2010, se lanzó una reedición en que se remezclaron los temas prescindiendo de varios de los arreglos, a fin de destacar la voz de John.

Al momento de su asesinato, Lennon planificaba sacar una discotequera canción de Yoko como sencillo -”Walking on thin ice”- con una suya en la cara B. “Me encantaría estar en la cara B de un disco de éxito después de todos estos años -le comentó con orgullo a Rolling Stone-. Estoy tocando la guitarra al revés en esta canción. Me conformaría con eso, Yoko se lo merece, ha sido un largo camino”.

También se planificaba una gira de apoyo para Double Fantasy, la primera que haría como solista. “Iba a hacer canciones de los Beatles y estaba hablando con la banda sobre cómo quería reorganizarlas y hacerlas realmente contemporáneas”, recordó Jack Douglas. “Su idea era que el escenario debería verse como una nave espacial o un cangrejo, dependiendo de cuál fuera tu vista. Tenía dos brazos con forma de cangrejo que salían y en los brazos había cámaras y las cámaras se movían. Habría una pantalla gigante proyectando todo esto”.

Pero en el último mes y medio de vida, sus cercanos lo vieron satisfecho. El día en que salió el single “(Just like) Starting Over” -el 27 de octubre en EE.UU-, le informaron a Lennon que la primera radio en tocarla sería la WNEW. El músico decidió reunirse junto a sus cercanos para celebrar el acontecimiento. Cuando el DJ la colocó, John se emocionó, tomó a Yoko y comenzaron a bailar. Era partir de nuevo.