Hasta hace algunas semanas, los especialistas ubicaban a Hillbilly: una elegía rural como posible contendora en los próximos premios Oscar, basados en la reputación del director Ron Howard y en un reparto liderado por Amy Adams y Glenn Close, que en los trailers aparecían avejentadas y maquilladas en un melodrama que gritaba Premios de la Academia.
Todo se derrumbó tras su debut en Netflix: en el popular portal Rotten Tomatoes luce apenas un 25% de críticas positivas, convirtiéndose en una de las películas con peores críticas del año. ¿Es tan mala? Sí y mucho peor: además de mediocre, es aburrida.
Basada en un best seller del mismo nombre, Una elegía rural está narrada en dos líneas de tiempo: en la niñez y luego adultez del protagonista (J. D. Vance), que a sus 13 años —y en 1997 en Kentucky— ve a su abuela sufrir porque su marido le pega (encarnada con empeño por la gran Glenn Close, acá avejentada, con lentes gruesos, ropas para verse más obesa y jibarizada, siempre con un cigarro en la boca) y a su madre sufrir porque nada le sale bien, entonces se droga y es inestable emocionalmente (Amy Adams). También tiene una hermana mayor que sufre por la familia disfuncional donde crece y a un perro que sufre del rechazo familiar. Del sufrimiento no se escapa literalmente ni el animal.
Al protagonista, cuando niño, le hacen bullying y le pegan tres chicos cuando la cinta aún no lleva ni cinco minutos de metraje. Luego, será golpeado horriblemente por su madre mientras van en auto y él deberá mentir a la policía para que no se la lleven presa. “Buen chico”, le dicen sus abuelos, normalizando la violencia intrafamiliar. Ya en sus veintitantos, el protagonista estudia Derecho en la Universidad de Yale y tiene todo para convertirse en el héroe de su familia, pero su hermana lo llama para decirle que la madre ha tenido una sobredosis de heroína y está hospitalizada. Debe volver a su pueblo natal.
En el pasado y en el presente, Amy Adams solo tiene escenas donde se ve desarreglada, golpeadora, drogadicta, actuando como mala madre y a menudo gritando y fuera de sí. No hay matices ni menos sutilezas: el director Ron Howard (quien tiene tantos títulos atractivos como mediocres en su filmografía) somete a la actriz a una verdadera tortura en pantalla, que parece disfrutar. El personaje delineado por el guión es unidimensional e insoportable. No hay opción que uno sienta el más mínimo aprecio por ella. De hecho, cuando no aparece, la cinta se vuelve menos terrible, aunque Glenn Close también está sometida a una vejación como actriz, como la abuela que presiente que su nieto menor es el único con posibilidades de surgir en la vida.
Promediando la mitad del metraje, el protagonista es superado por esta familia del horror que tiene y luce fatigado. Uno, como espectador, está hastiado por este melodrama que tiene lo peor de las telenovelas, aunque no provoca lágrimas, sino bostezos. Llegar hasta el final se vuelve tortuoso y la sensación es de lástima por todo este elenco.
En el caso de Amy Adams, nominada seis veces al Oscar y sin nunca llevarse la estatuilla, de seguro la convencieron de que este papel sí podía darle el premio. Pero lo que ofrece es la peor actuación de su carrera. Y eso es mucho decir para una de las grandes actrices estadounidenses de la actualidad. Una intérprete virtuosa que hace rato debiera tener la estatuilla dorada en casa (uno nunca se cansará de pensar que por Arrival ni siquiera fue postulada al Oscar, el gran rol de una filmografía plagada de puntos altos) y que acá ha dado un paso el falso que le penará de aquí en adelante.
Glenn Close ha sido nominada siete veces al Oscar y tampoco le han dado el trofeo (cuesta entender que no se lo llevara por Relaciones peligrosas). De seguro Ron Howard también la debe haber seducido con la idea que este rol podría romper la mala racha.
Una elegía rural parece tan empecinada en sacar lágrimas, pero tan poco preocupada de delinear personajes y transmitir humanidad. En pantalla, solo se ve una tragedia sin trasfondo ni asunto, con personajes de cartón que aguantan más sufrimiento de la cuenta. Su explotación de la pobreza es infame, porque mientras en Parásitos había una mirada ácida e inteligente de las clases sociales, acá solo hay cálculo para ganar premios y torpeza de principio a fin. Ver sus dos horas es un reto y un castigo innecesario. Ya tenemos suficiente de eso con este 2020.