Afuera, la noche estaba cubierta de estrellas. Pero el interior de la casa de Santa Ana, en Talagante, donde vivían José y María Pilar Donoso, se tornó sombrío. Después de una discusión, ella bebió y llegó a la cama tambaleándose. Comenzó a llorar. Lloraba por su esterilidad, porque no podía darle un hijo a Donoso, porque sentía que no merecía estar con él y que mejor se iba a dormir junto a aquel perro sarnoso y de pelaje amarillento que rondaba la casa. Un perro flaco y apestoso que Donoso detestaba y que en ese momento comenzó a aullar, mientras María Pilar se derrumbaba en el suelo, vomitando. Más tarde, el escritor recordaría aquella como “una de las noches más memorablemente embrujadas, abyectas, magníficas de mi vida”, y que “ciertamente cambió el rumbo de El obsceno pájaro de la noche”.
Novela laberíntica y ominosa, El obsceno pájaro de la noche es una gran casona en ruinas, con patios, celdas y dormitorios habitados por seres monstruosos: viejas decadentes, monjas oscuras, brujas, sirvientes perversos, seres deformes y mutilados, y una fantasmal perra amarilla. Un retrato grotesco de la decadencia de un orden familiar, y una exploración en los fantasmas y obsesiones de Donoso.
Publicada en diciembre de 1970, luego de siete años de trabajo que pusieron al autor al borde de la locura y de la muerte, El obsceno pájaro de la noche fue su consagración: su pase de entrada definitivo a la fiesta del boom latinoamericano, junto a Carlos Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa. Sin el encanto ni el éxito comercial de las obras más populares del grupo, El obsceno pájaro permanece acaso como la más perturbadora de todas ellas.
Donoso encontró la primera imagen de la novela un día de 1959: mientras caminaba por la calle, vio detenerse un auto de lujo con un niño deforme vestido de traje en su interior. A esa visión, el escritor añadió su propio repertorio de angustias y figuras traumáticas.
Dominada por un aire de pesadilla, la novela se despliega en varios planos y puntos de vista: la historia de la familia Azcoitía, su hijo deforme, Boy, y el paraíso que construyen para él en La Rinconada: un mundo habitado por fenómenos y seres freaks; la historia de Humberto Peñaloza, el Mudito, el imbunche que cancela su voz y su sexo y se refugia en un asilo de monjas y nanas decrépitas, viejas que murmuran y hacen paquetes con cosas inservibles. Todo narrado a fragmentos, con una sofisticada trama de recursos narrativos.
A través de los Azcoitía y su hijo, Donoso propone una lectura del Chile patronal: “De este modo, el orden de las familias de Chile es presentado como una colección de monstruos”, anota Álvaro Bisama. Pero es el universo de las viejas el que abraza la novela: “Meica, alcahueta, bruja, comadrona, llorona, confidente, todos los oficios de las viejas, bordadora, tejedora, contadora de cuentos, preservadora de tradiciones y supersticiones, guardadora de cosas inservibles debajo de la cama, de desechos de sus patrones, dueña de las dolencias, de la oscuridad, del miedo, del dolor, de las confidencias inconfesables, de las soledades y vergüenzas que otros no soportan”, escribe Donoso.
Para él, las viejas “encarnaban todo lo que yo detestaba en mi país, lo retrógrado, lo reaccionario, y que constituían ese extraño vínculo, esa amarra de hierro que une mi imaginación con los desechos y los restos del siglo pasado en mi propio país”. Y en su conexión inconsciente, el escritor se vería a sí mismo reflejado en esas figuras.
El delirio
Entre 1962 y 1969, Donoso trabajó obsesiva e intermitentemente en el manuscrito, con el título de El último de los Azcoitía. Entre Chile, México, Estados Unidos y España, el escritor lidió con un libro en el que tenía puestas sus mayores esperanzas y el que a veces lo atemorizaba.
“Pepe anda como león enjaulado con El pájaro royéndole el alma y no puede llegar a escribir”, atestiguó Pilar Donoso en sus diarios. Estaban en Iowa, el escritor dictaba un taller de escritura creativa y no lograba dedicarse a la novela. Temía que no llegaría a terminarla. Entre tanto, escribe Este Domingo y El lugar sin límites, siempre acechado por las inseguridades literarias y económicas y una úlcera recurrente. “De pronto estoy entero dudando de todo, la literatura especialmente. ¿Vale la pena? ¿Es lo que quiero? ¿No es la gran farándula ante mí mismo”, se pregunta.
En 1968, el matrimonio adopta una niña y se traslada a la isla de Pollensa, en España. Las necesidades económicas se hacen más apremiantes y Donoso acepta un curso en la Universidad de Fort Collins, en Colorado. El ambiente lo decepciona, y solo, lejos de su familia, se desespera. Su úlcera sangra: es intervenido de urgencia.
Las drogas para calmar el dolor le provocan alucinaciones: ve bestias que le comen las entrañas, cree que los médicos lo envenenan y le quitan sangre para enviarla a Vietnam. “Todos mis monstruos interiores aparecieron en esos delirios”, le diría a su hija Pilar, quien lo narra en su estremecedor libro Correr el tupido velo.
Aquel delirio fue una experiencia fundamental para darle forma definitiva a la novela. Donoso la presentó al Premio Biblioteca Breve Seix Barral, el mismo que habían obtenido Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Pero justamente ese año el premio se suspendió. De todos modos, salió a librerías en diciembre de 1970.
Recibida como su obra maestra, fue incorporada por Harold Bloom en su canon de los libros esenciales del siglo XX. Obra oscura y excepcional, llevó a Donoso a enfrentar sus zonas menos luminosas. Nunca se recuperaría de este libro.
Muchos años después, el escritor se preguntaría: “De dónde salió, de dónde vino esta sensación, esta neurosis, y está, quizás o seguramente, vinculada con la suciedad granujienta de las viejas de El obsceno pájaro de la noche, siento que en una forma muy profunda, y muy abarcadora, me identifico con la suciedad asquerosa de las viejas del Pájaro”, anotó en sus diarios.
Carlos Franz: “Pide valentía”
“Leí esa novela a mis 18 años. Recuerdo que me produjo una poderosa angustia sicológica, como si ese libro me hubiera hipnotizado para llevarme a zonas prohibidas de mi subconsciente. Las novelas principales del boom son complejas, nos exigen un esfuerzo. Pero El obsceno pájaro… nos pide algo más. Pide valentía. En sus páginas afloran monstruos que habitualmente relegamos a nuestras pesadillas. Las disociaciones sicológicas del narrador son presentadas como normalidad. Y entonces sospechamos que nuestra atesorada identidad, nuestra laboriosa invención de un ‘yo’ estable, podrían ser una monstruosidad.
Algunas interpretaciones sociológicas de El obsceno… han envejecido, por supuesto. Pero sus mejores hallazgos simbólicos permanecen vigentes. Así ocurre con su variante del mito del imbunche que sigue representando neurosis profundas de la identidad chilena. Ese hombre maduro (el Mudito) que se deja fajar y ensacar hasta convertirse en una guagua inerme y poderosa, nos delata. Como señalé en mi ensayo La muralla enterrada, el imbunche donosiano simboliza ‘nuestra inclinación a cortar las alas de lo que se eleva, derribar la grandeza, mutilar lo que sobresale y enterrar lo que se asoma’. Entre otras cosas, el imbunche acusa nuestra fatal tendencia a reprimir nuestros logros, apocarnos y autochaquetearnos. Como si nos avergonzara sobresalir y nos complaciera disminuirnos”.
Santiago Roncagliolo: “Sufrí para avanzar”
“Mi primera lectura de El obsceno pájaro de la noche fue la última. Sufrí para avanzar entre esos personajes monstruosos y esas tramas enrevesadas. Pero era una ‘Gran Novela Latinoamericana’ y la terminé para ponerla en la lista de deberes hechos”, dice el autor peruano.
“Veinte años después, me pidieron escribir una adaptación teatral de El jardín de al lado, una novela casi imposible de conseguir en España. Y a partir de ella, leí Tres novelistas burguesas, El lugar sin límites, Lagartija sin cola y la maravillosa memoria de su hija, Correr el tupido velo. Y descubrí que me encantaba ese escritor íntimo, agudo, hirientemente honesto en la literatura, quizá por todas las cosas que no podía decir en la realidad. Comprendí que Donoso había sufrido para escribir El obsceno pájaro más que yo para leerla. Esa novela iba contra su propia naturaleza, pero clasificaba bajo la etiqueta Gran Novela Latinoamericana. Era como pasar un examen.
Tú dices que casi lo mata. Yo creo que lo mató. Porque si Donoso no hubiese tenido que aplicar a la categoría Gran Escritor Latinoamericano, su obra habría brillado con su verdadero talento y se seguiría leyendo como escrita en estos días. Hoy, en cambio, , celebramos su máximo esfuerzo por ser lo que no era”.
Mariana Enriquez: “Gótico y barroco”
La escritora de Nuestra parte de noche cuenta: “Lo leí de muy chica y no lo entendí; era una época en la que me metía con textos largos de autores importantes, digamos, por una especie de ansiedad de lectura. Lo releí años después y lo incorporé a una especie de canon personal maldito, un libro goyesco, de monstruos y casas malditas”.
Sobre la vigencia de la novela, apunta: “La resonancia que tiene para mí, hoy -no sé en general- es esa mezcla intensa de gótico, barroco y en mi opinión señalamiento encarnizado a una clase”.