Hollywood brutal y disfuncional: un drama en cinco partes
¿De qué está hecho Hollywood? De nada bueno, dice la cronista Jean Stein en Al oeste del Edén: egolatría, narcisismo, abandono de los hijos por madres vanidosas y arrogantes, locura y sobre todo egoísmo. Cientos de historias escalofriantes de cinco de sus familias fundadoras dan un feo testimonio de la llamada ciudad de los sueños.
Entre lo más cruel de Al oeste del Edén (Anagrama, 2020), de la cronista norteamericana Jean Stein, está el testimonio de Gore Vidal quien cuenta que cuando se enlistó, su madre regaló su ropa y sus libros, todas sus posesiones, al ejército de Salvación, porque, según ella, el hijo no iba a volver. “Era una de las personas más horribles que hayan existido jamás. Me dieron ganas de matarla. Nunca he superado aquello. Nini, mi hermanastra, era muy nerviosa. Se esforzaba por ser buena, ¿sabes?, pero de vez en cuando mi madre le daba una bofetada que le saltaban los dientes y la mandaba volando a un rincón”, comenta el escritor. Pero de lo más demencial es el relato de cómo la joven esquizofrénica Jane Garland (sin relación con Judy), fue abandonada por su madre actriz, dejándola a cargo de estudiantes de la UCLA, pagados para pasearla por fuentes de soda o bowlings de manera que pareciera una persona normal (cosa imposible por sus conductas fuera de toda moral y recato). Y entre lo más drástico está una simple frase de Jan Ival, el mayordomo y chofer de Anne Warner, la mujer del director de los estudios: “Provengo de una familia muy distinguida de Chile, mucho más distinguida que los Warner”, como ironiza acusándolos de maltrato al personal pero también a sus propios familiares.
La fotografía de la portada de Al oeste del Edén es el letrero de Hollywood visto desde atrás por lo que la palabra se lee al revés. Es porque trata de historias desconocidas y oscuras de familias o individuos que dieron forma a una ciudad que comenzó de cero con el hallazgo de petróleo, avanzó con las inmobiliarias que vendían la ilusión de las parcelas de agrado (engañando respecto la falta de agua y otras carencias) y culminó con el enorme éxito de las productoras de cine gracias a las cuales la Gran Depresión ni se sintió. Así pasó de 100 mil habitantes en 1900 a un millón en 1930.
El libro es una pieza viva compuesta de testimonios orales de más de cien testigos, a quienes Stein entrevistó durante veinte años, entre los que se cuentan choferes, mayordomos, psiquiatras y los propios amigos e hijos que padecieron a estos personajes despiadados y egoístas provenientes de cinco de las familias fundadoras, entre los que se cuentan figuras como las escritoras Joan Didion y Naomi Klein, el dramaturgo Arthur Miller y los actores Lauren Bacall, Warren Beatty, Jane Fonda y Dennis Hooper, entre otros. Y se experimenta como si fuésemos testigos de una conversación desordenada e interrumpida, pero hábilmente montada, y entretenida sobre los chismes más brutales, sádicos e inhumanos de los representantes de estos tres mundos.
Stein fue editora de Paris Review of Books y Grand Street, amante ocasional de Faulkner y se suicidó muy al estilo de los personajes de su libro, un año después de publicarlo, en 2017, lanzándose de un edificio en Nueva York a los 83 años.
Los cinco apellidos: Doheny, Warner, Garland, Selznick, Stein (de la propia autora) dan los nombres de las calles de una ciudad que esconde sus mentiras y bajezas tras impolutas mansiones de granito que parecen mausoleos, como Greystone, descrita en El sueño eterno de Chandler, propiedad del magnate del petróleo Edward L. Doheny, quien llegó a producir el 20 por ciento del crudo mundial. El personaje también inspiró la película de Daniel Day-Lewis, Petróleo sangriento. La sola casa de muñecas de la hija impactaba a todo el mundo pues lo tenía todo pequeño y perfecto, incluido un teléfono, y hasta los adultos podían estar de pie.
O la mansión de los Warner que estaba decorada por los diseñadores de los estudios, a modo de escenario para la vida y obviamente, como recuerda el hijo, de pésimo gusto. Pero era una declaración de principios, un homenaje a cierta idea sobre el estilo de vida de Hollywood. La mansión contaba con un enorme jardín con un campo de golf, que el magnate Jack Warner no dejaba que nadie utilizara, y por sus jardines con cascada paseaba a un enorme león.
La autora, amiga de la hija de Barbara Warner, recuerda que los cumpleaños de Barbara eran como superproducciones, con decenas de niños sentados en una elegante mesa de banquete. Pero donde el padre estaba ausente y apenas se asomaba una vez por la ventana para gritar feliz cumpleaños.
Jack Warner: cuando el éxito te cambia para mal
Como cuenta David Geffen, quien después adquirió la mansión de los Warner: “Jack era todo un personaje. Todos ellos lo eran. Eran extraordinarios y eran unos monstruos. La industria del cine es complicada, así que solo unos monstruos podrían crearla”. A esos hermanos les encantaba trabajar pero no lo hacían por dinero, el dinero fue una consecuencia. Se enriquecieron sin vuelta atrás con la película El cantor de jazz en 1929. Lo que más les gustaba era salir por la mañana y rodearse de personas bien bronceadas y de nariz recta. Como declara Arthur Miller: “Aquellos inmigrantes, aquellos judíos de Europa crearon un sueño de cabello rubio, ojos azules y nariz perfecta. Todo debía ser maravilloso, un cuento de hadas. El país entero cayó bajo su hechizo”.
Eran cuatro los hermanos, Harry, Albert, Sam y Jack, cuyo verdadero nombre era Jacob y tampoco se apellidaban Warner. Recuerda el hijo que una vez le preguntó por el primer nombre a lo cual, tras prender un cigarrillo y aspirar un par de veces, el padre le respondió que no se acordaba. La nieta relata que provenían de una familia que poseía una carnicería kosher en Ohio. Pero la invención de uno mismo formaba parte del encanto de la ciudad.
Una vez que los hermanos fundaron los estudios en Los Ángeles, en 1923, Harry y Albert regresaron a Nueva York para hacerse cargo de la distribución y lidiar con los bancos, mientras que Sam y Jack se quedaron en Los Ángeles para consolidar la empresa, pero todo lo que hacían tenía que ser aprobado por Harry. Sam murió de una hemorragia cerebral tras una operación de sinusitis justo el día previo al estreno de El cantor de jazz. Había tenido un rol importante en la creación de su parte sonora.
Hasta el estreno de esta película, Jack era una persona pero el éxito lo cambió rotundamente. “Mi padre era un hombre totalmente distinto del que luego sería. Era joven, luchador y se llevaba bien con todo el mundo. Entonces no tenía la sensación de que todos anduvieran detrás de él para sacarle algo, una sensación que más tarde dominaría toda su vida. El éxito lo echó a perder. Al poco tiempo de que El cantor de jazz recaudara aquel dineral se produjo la… metamorfosis”.
De ahí en adelante su personalidad fue de mal en peor: 1- No le gustaba que los empleados rondaran la casa. 2- Si alguien le ganaba en el tenis no volvía a invitarlo. 3- No dejaba que nadie empezara a comer antes que él en su comedor en los estudios que era como el que hay en el Palacio de Buckingham. Y se sentaba en la cabecera, adonde todos le rendían pleitesía y, si alguien se levantaba primero, lo deshacía en comentarios malintencionados. 4- Y lo más triste y dramático: engañó a su hermano vendiendo el estudio y lo volvió a comprar él mismo en secreto, lo que le provocó la muerte a Harry.
Jane Garland: una esquizofrénica en una familia locos
La de Jane Garland es la historia más intensa y sobrecogedora pero la que menos encaja en el libro de Stein (aunque es bien hollywoodense). Jane es una joven esquizofrénica hija de una aspirante a actriz y ex-Miss Cleveland con un industrial ferroviario y dueño de un buen número de propiedades en Los Ángeles. Para vivir libre de ataduras, le contratan a apuestos jóvenes para que cuiden de ella en su mansión de Malibú y la saquen a pasear por dos dólares la hora.
Entre sus cuidadores se encontraba el artista Ed Moses, en ese entonces estudiante de posgrado, que relata este trágico experimento en el cual los cuidadores eran sometidos constantemente al ofrecimiento de casarse con ella, hacerle hijos y, a cambio, quedarse con el dinero.
Jane había sido ingresada previamente a varios psiquiátricos sin que su diagnóstico fuese claro. El psiquiatra Judd Marmor —considerado el más importante de su generación y que tenía entre sus objetivos borrar la homosexualidad de la lista de patologías mentales— explicaba que la joven entraría en un estado involutivo si la relegaban a un hospital psiquiátrico. Quería experimentar con ella incorporándola a un símil de realidad a ver si mejoraba su trastorno. Los chaperones trabajarían por turnos y debían proveer el ambiente que una joven con sus medios pudiera acceder.
El problema es que Jane no se comportaba; en los bolos hacía cualquier cosa menos tirar la pelota, la apuntaba y giraba con ella, complicando a los empleados. Para peor nunca llevaba calzones y gozaba haciendo la posición de la vela donde fuera. Aunque el doctor les insinuó que podían hacer con ella lo que quisieran, cuando ella los provocaba, que era muy seguido, los jóvenes luchaban contra sus instintos. Como cuenta Ed Moses: “Yo creía estar preparado para cualquier cosa, pero Jane hacía cada vez más disparates y era cada vez más rebelde. Le gustaba jugar y después quería seducirme. Se lo tomaba muy en serio y, si yo la rechazaba, se enfadaba”.
La peor de todas: Jennifer Jones
Otra historia de excesos y vanidad es la de Jennifer Jones, actriz y esposa del productor David Selznick y luego de Norton Simon, el magnate del ketchup, a quien una peluquera la peinaba todos los días durante treinta años: “Con lo que ganaba en un año habría podido comprar una casa en el Valle”, según relata. Por las noches no se quitaba el maquillaje, no por su marido Norton, sino por ella misma, por si tenían que llevarla al hospital. A su hija Mary Jennifer dejó de atenderla a los siete años, desde entonces se pasaba el día en su habitación, o iba a terapia con su psiquiatra. Y solo se aparecía para montar a caballo y saludar a la hija de pasada a las seis de la tarde.
A los 22 años Mary Jennifer se suicidó caminando por el techo de un edificio. Poco después de que su hijastro, Bob Simon, se disparara en un closet muy cerca de donde dormía su esposa embarazada.
Los Stein
La última es la historia de la familia de la propia autora, en donde su padre, un oculista, se convierte en productor y crea la MCA, Music Corporation of America, pieza clave de la poderosa industria musical, que tuvo vínculos con la mafia y terminó como agente de estrellas de Hollywood.
Aquí el libro pasa a una autobiografía oral donde habla incluso con sus hijas y amigas como Joan Didion. Es cuando ubicamos a Jane en un lugar relevante; ella también forma parte de esta especie de realeza que son estas familias de Hollywood, con esa áurea infeliz y desde ahí su casting, su arbitraria selección de personajes con múltiples matrimonios, complejos árboles familiares, hijos ignorados y demasiada locura cobra fuerza y fundamento. El libro es un complejo y rico testimonio, acaso un collage que busca revelar lo que hace el poder y el dinero cuando llegan repentinamente donde hace muy poco no había nada.
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