Escribir y tachar: el libro que aborda la literatura femenina del siglo XX
Las académicas Andrea Kottow y Ana Traverso acaban de lanzar un volumen vía Ediciones Overol, que en formato ensayo da cuenta del trabajo narrativo de varias chilenas entre 1920 y 1970. En conversación con Culto, ambas contestan como un equipo y dan cuenta de la particular labor de indagación que debieron realizar, que incluyó rastreos en librerías de viejo.
Son un equipo. Así funcionan Andrea Kottow (1975) y Ana Traverso (1977), ambas investigadoras en el ámbito literario, y docentes en escuelas de literatura de universidades nacionales. Juntas han desarrollado varios trabajos que tienen como temática la narrativa chilena escrita por mujeres durante el siglo XX.
Fue gracias a esos trabajos, publicados en presentaciones y artículos, que la editorial Overol se acercó a ellas para indagar la posibilidad de recopilar su trabajo en un solo volumen. Ellas aceptaron, y decidieron hacerlo como saben. En equipo.
Así, tras un año y medio de labor, apareció Escribir & tachar. Narrativas escritas por mujeres en Chile (1920-1970), un volumen donde dan cuenta del trabajo de varias autoras del período estudiado. Desde María Flora Yáñez a Elena Aldunate, pasando por buques insignia como María Elena Gertner, Maité Allamand, o los nombres que quedaron insertados en el canon como los de Marta Brunet o María Luisa Bombal.
No se trata de una mera síntesis, se trata de un ensayo crítico donde abordan las dificultades que las mujeres tuvieron para ser incluidas en el canon literario, y sobre todo, las temáticas que las narradoras tocaban en sus obras, que daban cuenta de una situación difícil para las mujeres en esos años.
Kottow y Traverso llevan el concepto de equipo hasta el tope, tanto que al momento de responder las preguntas de Culto, lo hacen en una sola voz. Es decir, no hay respuestas individuales, sino del dúo.
“Nos repartimos el trabajo, pero también fue fundamental tener varias sesiones de trabajo conjuntas, sentarse una al lado de la otra, leer en voz alta, entremezclar nuestras escrituras”, señalan sobre la forma en que trabajaron el libro.
-¿Cómo organizaron el proceso?
-Lo primero fue mirar el material que teníamos, desechar y seleccionar. Luego pensar una estructura, lo que conllevó a desechar más, así como a visibilizar qué faltaba para poder armar un ensayo que funcionara, más allá de ser un pegoteo de trabajos ya hechos para distintos fines y a partir de diversas perspectivas.
-Son varias las autoras que tratan en el libro, ¿qué fue lo más complicado en este trabajo?
-No queríamos trabajar el libro desde la lógica autorial, es decir, ordenar el material por autora, lo que podría haber sido una organización más o menos obvia para un ensayo que pasa por diversas obras y escritoras. Ahí surgió la idea de estructurarlo por temas, pero hay algunas obras que son susceptibles de ser tratadas desde varias temáticas.
Entonces, estaba el peligro de repetirse, y que se nos descompensara el libro –agregan–. Además, siempre estuvo en nuestro interés poner a las obras a dialogar entre ellas, más que visibilizar a algunas autoras en particular. Por eso, se juntan acá escritoras muy conocidas con otras cuasi olvidadas. También es importante decir que no teníamos ningún afán enciclopédico, de exhaustividad. Quisimos mostrar algunas de las problemáticas, temas y tópicos que son centrales, en nuestra opinión, para adentrarse en las escrituras de mujeres de este período.
“Una mujer irrelevante”
Una complejidad que enfrentaron Kottow y Traverso fue el poder acceder a libros de principios de siglo, ahí –entre añosas y polvorientas librerías de viejo y bibliotecas públicas– se encontraron con que había un desconocimiento sobre las autoras y pocos ejemplares disponibles.
“Es muy arbitrario y poco transparente este tema de la accesibilidad de los textos. Y está sujeto al azar, por una parte, pero sobre todo al desconocimiento del material. Compramos muchas cosas en librerías de viejo y algunos libros nos costaron casi $100.000 pesos y otros estaban regalados a $1000. Estamos hablando de libros de Amanda Labarca, Vera Zuroff, Delie Rouge, Roxane, por ejemplo, autoras más bien de las primeras décadas del siglo XX”, cuentan.
Una anécdota que les ocurrió en la biblioteca de la Universidad Austral ilustra bien lo complejo que fue el rastrilleo del material. “Al buscar el libro de Marta Vergara, titulado Memorias de una mujer irreverente, lo pillamos con un pequeño pero decisivo e ilustrativo cambio de título: Memorias de una mujer irrelevante”.
-Sobre el acceso a estas obras narrativas, ¿podría cualquier persona llegar y leer una novela de alguna de las escritoras que mencionan?
-En términos prácticos, hay muchos textos que nosotras compramos en librerías de viejos o en fotocopias hechas en la biblioteca nacional o de alguna otra biblioteca. Hay obras que no son fáciles de conseguir para un lector común y la mayoría no han sido reeditadas. En relación con los mundos configurados, no nos parece que sea una literatura solo para iniciados. Es más, son textos que muchas veces se escriben desde una cierta precariedad -por ejemplo, en forma de diarios de vida ficticios, anotaciones, cartas-, y que, por lo tanto, ni desde un punto de vista estructural, ni temático ni semántico presentan mayores dificultades. Este libro también lo pensamos como una invitación a leer a las escritoras.
Pero en el mundo editorial, sobre todo en el nivel de las independientes y más pequeñas, se ha realizado un trabajo de rescate de las autoras nacionales del XX. Así, se encuentran las Obras completas, de Marta Brunet, por Ediciones Universidad Alberto Hurtado (2014); Juana y la cibernética, de Elena Aldunate, por Imbunche Ediciones (2016); Cárcel de mujeres, de María Carolina Geel, por Cuarto propio (200); y varias de las novelas de María Elena Gertner, por Ediciones Cerro Manquehue, entre ellas sus clásicos La mujer de sal o Páramo salvaje.
“Entendemos que el trabajo editorial, bajo las circunstancias actuales, es arduo, y que estos títulos deben ser sostenidos por libros que operen de forma exitosa a nivel comercial, pero por supuesto que sería deseable que las obras de autoras como María Flora Yáñez o Margarita Aguirre estuvieran a disposición de un público lector más amplio y que creciera el interés y el grado de conocimiento que los chilenos tengamos de nuestra tradición literaria”, señalan.
Una de las conclusiones que sacan Kottow y Traverso en este ensayo, es que fueron aspectos sociales de la época los que atentaron contra la mayor visibilidad y profesionalización de la escritura femenina. La falta de educación, el rol que debía cumplir la mujer –ceñido al hogar– y la violencia de género son algunos de esos factores, y que curiosamente, se ven reflejados en las tramas de sus narrativas.
-¿El acceso de las mujeres a la educación fue un factor para que la escritura de mujeres no haya sido visibilizada?
-La educación contribuyó a que las mujeres agarraran confianza y seguridad. Y de lo que se quejan sus personajes es precisamente de haber quedado al margen de una educación formal y no poseer un título profesional como los hombres de su generación, con menos fortuna que ellas (claro, en ese tiempo la educación era mesocrática y no se pagaba por ella). Ellas escriben desde ese lugar, de esa marginalidad que significa escribir desde la cocina, como dice Woolf, o del desván como muestra Margarita Aguirre en una de sus novelas. Los mismos géneros literarios que escogen sus personajes escritoras, cartas, diarios, cuadernos, son todos pseudo ensayos de textos, escrituras íntimas, medio improvisadas, que no alcanzan a ser novelas propiamente tales y quedan flotando en este terreno de lo entendido como femenino y no profesional.
-Ustedes señalan que la escritura de mujeres de alguna forma es “escribir frente al espejo”, porque se ven a sí mismas buscando emanciparse del patriarcado, pero cayendo en las trabas que impone la sociedad, ¿podrían explicar este punto?
-La idea del espejo apunta a la auto observación, a la reflexión sobre el género y sobre la mujer, con esta imagen tan comúnmente asociada a lo femenino como es el espejo. Pero tal como lo planteas, en este esfuerzo por retratarse intentando distanciarse de los modelos que el patriarcado ha construido sobre la mujer (las clásicas femmes fatales, ángeles del hogar, enfermas y locas), hay una especie de trampa al querer responderle a los hombres y enfrentarlos con conductas que de una u otra manera confirman lo que se quiere negar o borrar. Por dar un ejemplo burdo, es como enojarse diciendo “¡no soy una histérica!”.
- Entre el período que ustedes tratan (1920-1970) la narrativa de mujeres aborda temáticas trágicas donde el cuerpo aparece como un terreno común. Suicidos, violaciones, ceguera, histeria. ¿Por qué –a juicio de ustedes– aparecen tan repetidas estas temáticas?
-Dan cuenta de la violencia con que las escritoras están pensando la situación de las mujeres. Y es trágico, tal como lo señalas, porque no se le ve mucha salida. Muy en el tono existencial de la época, el suicidio grafica esa posibilidad de decidir sobre la vida y la muerte, y en el caso de esas vidas particulares, permite interrumpir y cortar definitivamente con la violencia mediante un acto radical que llame la atención pública sobre esa violencia que se ejerce en el ámbito privado.
-Distinguen entre escritoras aficionadas y profesionales, ¿por dónde pasó el filtro?
-En el terreno de la crítica, tal vez lo profesional se asoció a poder vivir de la literatura y a excepción nuevamente de Brunet, las restantes se las vincula a algo parecido a como Maité Allamand se llamó irónicamente: como una “asesora del hogar con mención en literatura”. No es muy distinto cómo las discrimina la crítica y cómo ellas se representan en sus obras, enfatizando ese lugar marginal al que ya nos hemos referido. Hablar desde el lugar de la aficionada es evidenciar esa marginación social y cultural.
Brunet, Bombal y Gertner
Pese a todo, hubo autoras que sí superaron las dificultades y lograron hacerse un nombre en el canon literario chileno, dominado por lo masculino, o como dijera Pedro Lemebel en una entrevista “la callosa y prostática literatura masculina”. Nos referimos por cierto, a Marta Brunet y María Luisa Bombal.
¿Por qué ocurrió esto? Kottow y Traverso aproximan una explicación. “Es difícil saberlo con exactitud, pero creemos que se debe a varios factores. En el caso de Marta Brunet le ayuda el apoyo que recibió de uno de los críticos más influyentes del momento, Alone. Se la leyó además como una importante pieza del “criollismo” chileno, borrando las que hoy día son evidentes marcas de género de su obra y que apuntaban a presentar una lúcida crítica al patriarcado desde una perspectiva social y cultural”.
Por el lado de la autora de La última niebla, nuestras entrevistadas opinan: “Bombal tenía el espaldarazo de Neruda y el reconocimiento de la crítica en Argentina, lo que fue un importante aliciente para su triunfo posterior en Chile”.
Ahora, Kottow y Traverso añaden un factor importante. Que a algunas de las autoras, concretamente las que mejor recepción tuvieron, se les atribuyeron ciertas características masculinizadas en su obra, aunque eso tiene que ver, dicen, con la visión patriarcal del rol de la mujer en la sociedad. “No es tampoco casual que las más famosas del canon y a las cuales les atribuyeron una escritura “viril” –pensamos, cierto, en Mistral y Brunet- hayan sido solteras, como si la familia no se conciliara con la profesión literaria”.
Un nombre capitular en las autoras nacionales fue el de María Elena Gertner, quien formó parte de la llamada Generación del ’50, junto a José Donoso, Enrique Lihn, Claudio Giaconi o Enrique Lafourcade. Gertner fue una destacada novelista, y también guionista de teleseries (La madrastra, de 1981 y De cara al mañana, de 1982, son dos de las que quedaron en la retina), pero el tiempo ha vuelto invisible su trabajo.
“Fue una escritora best seller en su tiempo, como Geel, Aguirre, Valdivieso y muchas otras. Había un consumo de novelas de mujeres para lectoras mujeres y probablemente para muchos hombres inconfesos”, cuentan ambas. “Las novelas de Gertner juegan con el melodrama y de ahí se abrió paso a la escritura de guiones de teleseries durante los ochenta. Recién se han comenzado a reeditar varias de sus novelas, como comentábamos, y ojalá esto signifique volver a leerla”, agregan.
Otro factor que las autoras colocan como incidente fue el golpe militar. “Interrumpió esa producción que venía desarrollándose en los ’60 y más tarde, a finales de los ’70. Cuando logra activarse una escena cultural en el país, la lectura fue política y feminista, perspectivas que hacían difícil empatizar con el trabajo de estas mujeres”.
Escribir & tachar. Narrativas escritas por mujeres en Chile (1920-1970) ya está disponible en librerías o directamente en el sitio web de la editorial Overol.
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