Ludwig van Beethoven, como un siglo antes también le pasó a Johann Sebastian Bach, era un furibundo adicto al café. Una dosis de 60 granos molidos por la mañana lo mantenía en pie el resto del día y le daba la capacidad para lidiar con las alegrías y los tormentos de quien no tenía patrón fijo ni sueldo estable, sino que se ganaba el estipendio de forma freelance. Es más, fue uno de los primeros, si es que no el primero en independizarse de las cortes europeas, transformándose en un ejemplo desafiante, independiente y resuelto para los músicos del futuro.
Progresivamente sordo e irascible en carácter, Beethoven se cambió hasta 60 veces de casa en los 35 años que vivió en Viena. Sólo una cosa hizo más que variar de morada: despedir y contratar amas de llaves y sirvientes. De este tipo de detalles, pedestres y al mismo tiempo iluminadores, está hecho el libro Beethoven: A life in nine pieces, la reciente biografía de Beethoven (1770-1827) de la musicóloga británica Laura Tunbridge (1974).
El libro de la investigadora de la Universidad de Oxford fue publicado hace cinco meses y ha sido positivamente comentado en medios como The Guardian o The Financial Times, entre otros. A 250 años del nacimiento del músico alemán (un 17 de diciembre de 1770), Tunbridge prefiere bajarlo del pedestal del heroísmo y analizarlo a la luz del diario acontecer y de la economía doméstica.
¿Por qué se acercó a la vida de Beethoven a través de pequeños detalles?
La vida de un compositor a inicios del siglo XIX era más prosaica y menos romántica de lo que se cree. En ese sentido, saber cómo Beethoven negociaba la publicación de sus partituras, cómo eran las interpretaciones de sus obras o cuánto dinero tenía para comprar su apreciado café matinal nos sirve mucho para saber cómo trabajaba y vivía en la Viena de esa época.
¿Qué puede decirnos de su sentido del humor?
Sabemos, a través de sus cartas y de sus escritos que disfrutaba bastante de los juegos de palabras y de bromas de ese tipo. Podía ser muy rudo y poco respetuoso con los sobrenombres (al violinista austriaco Ignaz Schuppanzigh, que estrenó algunas de sus obras maestras y tendía al sobrepeso, le dedicó piezas con los nombres de “En alabanza del hombre gordo” o “Schuppanzigh es un canalla”) de los intérpretes a los que les escribía las obras. Creo que en general este tipo de detalles son pasados por alto en los libros de historia o incluso en algunas biografías que ponen a Beethoven en un pedestal. Mi idea era refrescar la imagen que tenemos de él y dar a conocer aspectos, como su humor, que se olvidan. Este tipo de bromas nos hablan de alguien que puede ser perfectamente liviano, incluso simplón y no siempre solemne. En fin, una persona capaz de no tomarse tan en serio en ciertas oportunidades.
¿Cómo eran las orquestas en la época de Beethoven?
En general en esa época los músicos tenían muy poco tiempo para ensayar. Lo normal es que apenas hubieran tocado las obras una vez antes y, por lo demás, las orquestas eran una mezcla de músicos profesionales y amateur. En los teatros de Viena de las primeras décadas del siglo XIX los intérpretes tenían que enfrentarse a esas piezas por primera vez, con poca práctica y además hacerlo en conciertos que duraban el doble o el triple de los de hoy. En el concierto del 22 de diciembre de 1808 se tocó su Quinta y Sexta sinfonía, el Cuarto concierto para piano y también su Fantasía para piano, solistas vocales, coro y orquesta, una composición que llegó a los atriles de los músicos con la tinta literalmente fresca en las partituras. Es decir, más que un pulcro concierto como los de hoy, era una especie de jornada musical con algo de juego y descubrimiento. Nos dice mucho acerca de la cultura de tocar composiciones contemporáneas en vez de sólo interpretar lo antiguo, que es un poco lo que pasa ahora. Eso sí, si Beethoven estuviera vivo se sorprendería con lo bien que pueden sonar sus sinfonías con las orquestas de que se dispone actualmente.
¿Mozart o Haydn no habrían estado en posición de decirle no a un príncipe como Beethoven?
Hay que reconocer que su carácter era especial, diferente, sin miedo alguno a decir lo que pensaba. Pero, claro, Haydn por ejemplo, era un empleado a tiempo completo en la corte de los Esterházy: no podía decirle no a su empleador. Beethoven, en cambio, fue capaz de hacer acuerdos económicos con diferentes patrones y teatros, pero también podía ganar dinero de otras formas. Eso le daba mayor independencia. Era un músico freelance, uno de los primeros, tal como los conocemos ahora.
Donde verlo: Arrau, la catedral y el Emperador
El pianista chileno Claudio Arrau (1903-1991) fue uno de los mejores intérpretes de Beethoven en el siglo XX y entre los conciertos que se darán con motivo de los 250 años destaca su famosa versión del Quinto concierto para piano “Emperador” que tocó en visita a Chile en 1984. Aquella presentación histórica junto a la Sinfónica de Chile dirigida por Víctor Tevah en la Catedral de Santiago se transmite hoy a las 12.25 horas en los canales online del Teatro Las Condes y el CEAC de la U. de Chile.
La programación de ambas instituciones se extiende hasta el sábado 19. Paralelamente, también habrá obras del compositor a cargo de la Orquesta de Cámara de Chile en su sitio online. Entre las nuevas grabaciones en plataformas destaca el nuevo ciclo de sus 32 sonatas para piano por Daniel Barenboim.