Corría una tarde de octubre en Ciudad de México y Armando Manzanero se dirigía al Cabaret La Fuente, un centro de espectáculos ubicado en Insurgentes Sur 890, en diagonal con avenida San Antonio. En esa época, a mediados de los años 60, trabajaba en una editorial, hacía arreglos musicales a pedido y, por las noches, tocaba sus canciones en un club. Estaba feliz, porque ese mismo día, le habían pagado su sueldo en estos dos últimos empleos.

Cuando llegó a su destino, se reunió con la cantante puertorriqueña Carmita Jiménez, con quien venía trabajando en una serie de composiciones. Ahí, ella también le pagó por su colaboración.

—Tenía dinero, mucha pachocha —comentó Manzanero en una entrevista con el Canal 2 de su país.

Entusiasmado, buscó un teléfono y llamó a su casa para invitar a su familia a comer, pero la respuesta no le fue satisfactoria.

—Ya se fue la señora (María Elena), llevó a los niños al cine —le dijeron.

Sin perder el fervor, marcó a la oficina del músico Alfonso García, un colega de aquel entonces.

—Don Alfonso se fue a cenar con José Alfredo Jiménez, porque debían renovar su contrato. Cuando salen, no regresan pronto… —respondió su secretaria.

Armando Manzanero

Con la calma que lo caracterizaba, quiso marcar un número más: el de su mamá. Y la emoción despertó cuando escuchó los primeros rastros de su voz desde el otro lado de la línea.

—Si quieres venir, te hago un par de huevos fritos, pero la verdad es que hoy no cociné, porque tu padre salió a hacer clases de guitarra y hoy no viene a comer —contestó.

Insatisfecho con la propuesta de su madre y dominado por las ganas de celebrar que tenía dinero, cruzó la calle en dirección al Doral, un restaurante emblemático que gozaba de popularidad y prestigio.

Una vez ahí, se sentó en una mesa junto a un ventanal y pidió la carta. Su elección: un jugoso filete miñón y una cerveza.

Mientras comía, veía como los chubascos se apoderaban progresivamente de la Ciudad de México. Y en solo unos minutos, los ostentosos trajes se empaparon con la lluvia y los transeúntes huían despavoridos de un lado para otro, en busca de un escondite o un paraguas.

Al presenciar aquel espectáculo en la vía pública, esbozó las primeras líneas de lo que más tarde se convertiría en uno de sus sencillos más aclamados. “Esta tarde de llover, vi gente correr y no estabas tú”, pensó.

—Fue una idea divina. Ver la lluvia es un momento muy bello y necesario para la vida, pero cuando lo haces sentado con alguien, tomando un café o comiendo, esta tiene un sabor diferente a cuando estás solo —recordó en el programa televisivo—. Esa tarde sentí un estado de soledad absoluto, pensé en la gente que llega a un país con la intención de sacar una magnífica tarjeta de crédito, con mucho dinero, pero no tiene con quien estar...

El impacto de las gotas al caer

“Esta tarde vi llover” se convirtió rápidamente en uno de los títulos más elogiados del compositor, quien a lo largo de su carrera participó en más de 400 creaciones y se posicionó como un ícono de la balada romántica en español.

Roberto Carlos, Julieta Venegas, Pablo Milanés, Tony Bennett, Alejandro Sanz, Isabel Pantoja y Olga Guillot, son algunos de los artistas que han versionado el tema, mientras que también alcanzó el primer puesto en la lista de las 50 mejores canciones latinas en el ranking de Billboard, la cual abarcó obras desde 1920 hasta 2015.

—Hay muchas composiciones extraordinarias del cantante que merecen estar incluidas, pero esta es especial, logra tocar todas las fibras emocionales del oyente con solo once palabras —dice a Efe la directora de contenido latino de Billboard, Leila Cobo—. Define un estado de ánimo universal que nunca ha sido tan elocuentemente descrito como cuando Manzanero dijo: “Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú”.