Cuentos de mujeres que sobreviven el presente mientras sueñan el futuro

Sueño lejano

Los once relatos breves de Sueño Lejano, de la escritora Lilian Flores Guerra, presentan a protagonistas resilientes que se las arreglan solas para enfrentarse a escenarios muchas veces hostiles, como lo es una casa en ruinas, una noche en el barrio Bellavista o una tocata de metal que se sale de control. Sobrellevan sus vidas con poco y a veces nada, y algunas incluso sin perder el sentido del humor.


Todo sucede de forma breve y concisa, sin darle tantas vueltas al pasado. Son personas que se las arreglan para conseguir sus anhelos, ya sea unos más simples como concretar un amorío pasajero, u otros más complejos como aguantar la rutina de un trabajo poco agradable e incluso sobrevivir a un conflicto bélico que pareciera provenir del futuro.

Son once los cuentos que conforman Sueño lejano (Ediciones del Gato, 2020), de la escritora Lilian Flores Guerra. En estas narraciones, sus protagonistas son todas mujeres más bien jóvenes, aunque se encuentran en distintos momentos de sus vidas. Algunas son escolares que van con su grupo de amigas a carretear en el barrio Bellavista, por sus calles que “intimidan con la típica agitación de un sábado”; otras, van a conciertos de metal en que son amigas de los músicos, y algunas viven entrampadas en el sueño de “la casa propia”.

En Sueño lejano, están las que lo pasan bien, que viven solas, carretean y reportean conciertos, a diferencia de sus amigas del pasado que han elegido vidas más tradicionales.

Pero también hay unas que no pueden decir lo mismo.

En el primer relato, “Al tercer día”, una mujer vive los días posteriores a un gran desastre natural en los restos de la que fuera su casa: “En el campo de escombros que había sido su patio ya está lista la cena”. Después, en “El viaje de Eloísa”, una niña recorre sola los bosques del centro-sur de Chile y “a veces se encuentra pueblos en ruinas, habitados por perros y uno que otro sobreviviente”; mientras en el cielo, arriba de la joven, late el riesgo de que aviones bombardeen los suelos de un país en guerra. En “Sueño lejano”, la protagonista pasa gran parte de su juventud intentando descifrar el significado de sus sueños nocturnos: “¿Qué tendría de premonitorio verme en un bus con mi padre y unas amigas huyendo del ataque de unas langostas gigantes?”.

Varios de los relatos ocurren en escenarios y paisajes envueltos en el colapso o en un punto en que asoman desastres de niveles apocalípticos (usando con mesura este adjetivo), lo que genera cierta atmósfera premonitoria al conjunto, de presagios que se convierten en motores que determinan el actuar y los giros en las vidas de sus protagonistas, resilientes, capaces de sobreponerse a las circunstancias porque —en varios casos— su pasado las ha curtido, permitiéndoles enfrentar el presente sin desmoronarse y, en el mejor de los casos, con sentido del humor.

Pero esos estados y espacios catastróficos se entremezclan con escenas cotidianas que, no por eso, resultan menos relevantes en las vidas de las protagonistas. En “La piel de mis manos” una mujer maneja por las calles del oriente y centro de Santiago: escucha la radio, aprovecha de echarse crema cuando hay un semáforo en rojo y, mientras tanto, su mente reflexiona intentando liberarse de ataduras que le impiden cumplir sus anhelos. O en “Medias negras”, una trabajadora sale atrasada al Metro y, al caminar bajo el tibio sol de la mañana, se pregunta si “fue buena idea ponerme un suéter grueso”. En su interior, sin hablar, vive la rutina: se hace preguntas, recuerda, critica y, a veces, se queja.

Y si bien muchas veces las vidas transcurren principalmente dentro de sus cabezas, el entorno en que ellas se encuentran, de alguna manera, refleja, e incluso es moldeado por sus propias interioridades.Ya sean tocatas en que “pandillas pelean entre ellas”, una casa derrumbada o un oscuro mirador, los espacios se entrelazan estrechamente con sus personajes y, en algún sentido, se describen entre sí.

No es extraño que buena parte de las narraciones inicien con una frase que, de entrada, deja entrever el estado anímico y la sicología del personaje en relación a dónde se encuentra. Por ejemplo, el cuento “El sonido del trueno” parte con la frase “Oscuras nubes cubren el horizonte...” y desde el comienzo la historia se impregna con la sensación de que algo aterrador, crítico, se alista para suceder. O el “El escritorio” inicia con “La bruma se cuela a través de las cortinas mal cerradas...” y, de inmediato, el lector se ubica en la zona de lo onírico, y las reglas de lo que es real o no son borrosas.

A propósito, y en relación con el título Sueño lejano, varios de los relatos se vinculan, en distintas formas y niveles, con el ámbito del dormir o lo onírico. Algunas de ellas sufren de insomnio, trastorno que en ocasiones es un detalle en sus biografías y una cuestión que se asume como parte de la rutina; pero en otros casos, como en “Medias negras”, tiene un rol más central, en que se evidencia cómo la alteración repercute en quien la padece.

Por otro lado, relatos como “El bolso de Rosaura” o “El viaje de Eloisa” arrancan en el momento que la protagonista se despierta: la historia empieza con el día o el amanecer, como si dormir fuera una especie de refugio, un periodo en que las dificultades y los problemas quedan suspendidos, quietos mientras sus protagonistas juntan fuerzas antes de que se escriba su respectivo cuento.

Pero no es así en todos los casos. A veces esta fase de reposo se vuelve, antes que todo, materia de análisis: “Fue una época en que varios sueños extraños me enviaron mensajes indescifrables”. Como sucede en “Sueño lejano”, el acto de dormir parece contener pistas de lo que será el futuro de su protagonista: en las fantasías nocturnas se entrevén las señales para conseguir los anhelos frustrados y abrir una esperanza por torcer el destino personal.

A veces, las vidas privadas de estos personajes se entrecruzan, no solo con futuros conflictivos o cataclísmicos, sino con el presente colectivo de un país, reflejando cómo procesos históricos aún en desarrollo repercuten en la intimidad de distintos individuos.

Tal vez no sean historias que terminen con una suerte de “redención” para sus protagonistas, pero al menos, sí parecieran estar bastante preparadas para que ello ocurra más adelante. Aunque aún sea largo el camino y, para bien y para mal, la vida continúa.

Sueño lejano
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