En marzo pasado, cuando la pandemia se extendía por el mundo, Rodrigo Rey Rosa (1958) se encontraba en Suiza. El cierre de fronteras lo obligó a quedarse en Zurich. “Terminé pasando ahí casi seis meses. En agosto todavía no era posible viajar a Guatemala, así que acepté una invitación para refugiarme un tiempo en Grecia. Comencé a estudiar el griego. ¡Debí hacer eso cuando era joven todavía!”, dice por correo electrónico desde Atenas.

El escritor guatemalteco duda que a estas alturas logre profundizar demasiado en el griego, “pero creo que, estudiando la lengua griega, aprendes mucho acerca del español. Sigo aprendiendo”, afirma.

Tras vivir en Nueva York y Marruecos, Rey Rosa no se había alejado demasiado tiempo de su país desde inicios de este siglo.

-¿Cómo ha vivido la pandemia lejos de casa?

-Con paciencia, buenas dosis de paciencia, no hay de otra, como dicen. De vez en cuando recuerdo los años que pasé en Marruecos. El mediterráneo. Los colores. Los olores. El sonido de una lengua extraña. Entonces vivía bastante aislado por falta de dinero. Ahora es por el virus. Pero las dos cosas son conducentes a la lectura y a la escritura y también al estudio.

-Algunos autores han visto en la pandemia una oportunidad para escribir o reflexionar en torno a ella, ¿cómo es su caso?

-Todo puede ser una oportunidad para escribir, para reflexionar, ¿no? Yo me he dedicado sobre todo, como te decía, al estudio. Un poco de alemán en Zurich. El griego en Atenas. Otra cosa: he comenzado a ver noticias por televisión, cosa que no había hecho nunca. Nunca he tenido un televisor. Pero entre querer mantenerme un poco enterado acerca de la pandemia y ver el reality show norteamericano, me he hecho un poco adicto.

Reconocido internacionalmente como uno de los autores más destacados de Latinoamérica, hace tres años Rodrigo Rey Rosa encontró otro motivo para escribir.

Durante una cena previa a Navidad, dos amigas juristas le hablaron de un caso insólito: la excomunión de líderes mayas por un litigio de tierras con la Iglesia local, litigio que la comunidad indígena perdió. El escritor recopiló antecedentes y resolvió escribir al Papa. “Un simple ejercicio de retórica. Y pensaba que tal vez el Papa no haría oídos sordos. Ingenuo de mi parte, sin duda”, dice.

Rodrigo Rey Rosa junto a Mauricio Electorat y Francisco Goldman en la UDP, en 2012.

El autor de Severina y Ningún lugar sagrado le escribió al Papa través del Cardenal Angelo Becciu: “Me había enterado por medio una amiga italiana, editora de varios libros de Giorgio Agamben, a quien al parecer a (Jorge) Bergoglio le gusta leer, de que Becciu se ocupaba de cribar la correspondencia del Papa. Mandé una carta certificada, a cargo de este Cardenal y nunca hubo acuse de recibo, claro”.

“Es razonable, la carta era demasiado larga”, dice ahora. “De todas formas, me sentí un poco molesto por la falta de atención. El libro nace en cierta manera de esta molestia”, cuenta.

Carta de un ateo al Santo Padre es la más reciente novela de Rodrigo Rey Rosa y acaba de llegar a Chile con editorial Alfaguara. En ella narra la historia de Román Rodolfo Rovira, doctor en Religiones Comparadas, quien le escribe al Papa para que interceda en este conflicto: la excomunión y la expropiación de tierras mayas por parte de la Iglesia local.

Aunque el autor nunca tuvo respuesta a su carta, relata que meses recibió “una doble satisfacción”: “Por una parte me enteré de que Becciu había tenido que renunciar a su cargo en el Vaticano por un escándalo de corrupción y bienes raíces, no en Guatemala, sino en Londres. Por otra parte mi editora en Alfaguara en Madrid tuvo la ocurrencia de mandar el librito a Roma, y ese envío sí obtuvo respuesta: una nota de la Secretaría del Estado Vaticano que agradecía el gesto y aseguraba ‘un recuerdo en las oraciones de Su Santidad y la bendición Apostólica, prenda de copiosos dones divinos’. No se me olvida la frasecita”, dice.

El escritor y su sociedad

Nacido en Ciudad de Guatemala, Rodrigo Rey Rosa vivió en Nueva York y en Tánger, donde hizo amistad con el escritor Paul Bowles, a quien tradujo al español. A través de un estilo depurado y elegante, ha retratado las cicatrices y los problemas de su país, golpeado por décadas de guerra civil. En los últimos años su retrato de la violencia, los abusos contra la población indígena y la indiferencia de las élites, han adquirido mayor nitidez y envergadura, en libros estremecedores como El material humano.

Premio José Donoso 2015 y Premio Nacional de Literatura en Guatemala en 2004, el autor dedicó los recursos de este galardón para crear otro reconocimiento, con el fin de distinguir la literatura de origen maya.

Con sobriedad, profundidad y también humor, en su nueva novela el autor describe el mundo de las cofradías mayas, “instituciones impuestas por la corona española para controlar la conducta de las poblaciones indígenas conquistadas y velar por el orden monárquico”, como escribe. Con el tiempo, la religión maya incorporó el catolicismo a sus creencias y ritos, y hoy es una expresión de sincretismo religioso.

Las cofradías son también órganos políticos, económicos y comunales, dueñas de tierras que han sido persistentemente expropiadas. En sus terrenos, las cofradías solían levantar iglesias. En la novela, Rey Rosa narra el caso de una cofradía que fue expulsada de los terrenos ocupados por la iglesia y la casa parroquial, así como de otros terrenos cultivables.

-“Es un problema administrativo”, dice uno de los personajes sobre el conflicto que relata la novela. Pero el protagonista la corrige: los cofrades necesitan adorar. Ellos que originalmente cultivaban creencias mayas, hoy son más católicos que los curas.

-Es cierto, y un poco triste, ¿no? Pero el catolicismo ¿qué es si no una de las formas más exitosas del sincretismo religioso? La fe entre los creyentes mayas es notable, en cualquier caso. Y la paciencia. Parecen infinitas.

-De todos modos, el tema de fondo es el problema de la tierra: ¿cuán serio es este problema entre las comunidades de Guatemala?

-El de la tierra es, sigue siendo, el problema, el casus belli por excelencia. Hay cientos de casos en los tribunales de toda la república alrededor de la tenencia de la tierra. Con la larguísima guerra interna en Guatemala, por la que miles y miles de familias se vieron desplazadas violentamente, y cuyas tierras fueron ocupadas en muchos casos por quienes -o los simpatizantes de quienes- los forzaron a desplazarse, siguen surgiendo casos mes tras mes en distintos tribunales del interior guatemalteco. Esta gente tiene casi siempre los documentos que prueban que la tierra que reclaman es suya, desde hace siglos. Es un problema serio y profundo y la solución no será fácil.

-Desde que se instaló de regreso en Guatemala, sus libros se han aproximado a los conflictos sociales profundos del país. ¿Cómo ha sido para usted este proceso?

-Estos problemas nos afectan a todos, nos marcan y en cierta manera nos definen, aunque no queramos o no podamos darnos completamente cuenta. Para un escritor de ficción involucrarse en cosas así es, me parece, algo natural.

-“¿Qué sentido tiene escribir libros hoy en día en un país donde nadie lee?”, pregunta uno de los personajes de la novela.

-Tal vez tiene tanto sentido como escribir la minuta de un juicio que sabes de antemano que vas a perder, y no precisamente porque seas culpable. Pero esto no es cierto solo acerca de Guatemala. Creo que hoy por hoy el oficio de escribir libros tiene poco sentido, aparte de para quienes los escriben, que sí pueden divertirse y desahogarse escribiendo, y para, si hay un poco de suerte, unos cuantos lectores. Pero ese sentido, por poco que sea, es suficiente. Creo que estarás de acuerdo. Escribir ficción es un ejercicio de libertad y de imaginación que puede hacernos felices y que no necesita otra justificación.