Ulises acostumbra a escuchar la música en sus auriculares cuando la batería de su modesto mp3 ya está a punto de acabarse. Se oye lento, a un volumen difuso y con los instrumentos distorsionados. Es la velocidad de la llamada “cumbia rebajada”, un tipo de música que los inmigrantes colombianos en el norte de México han hecho su santo y seña en la comunidad. Se baila más apretada, se menea el cuerpo de forma más sinuosa y se ejercitan los músculos a cámara lenta, como saboreando lo que se danza y lo que se oye.
Para el adolescente Ulises (Daniel García) la “cumbia rebajada” es una forma de vida. La practica junto a su banda, los llamados Los Tercos, y le permite pasar los días calurosos y sin oportunidades de la ciudad de una mejor forma. Se podría decir que es una especie de suero de relajamiento frente a una vida sin demasiadas chances y dónde la ley de la calle se lleva cualquier esperanza de futuro. A dos pasos está la policía. A tres, una banda de narcos. A cuatro, tal vez la muerte.
Esta es, a grandes términos, la vida de Ulises (Daniel García) en los barrios más pobres de Monterrey, la gran ciudad al noreste de México, a pocos kilómetros del límite con Estados Unidos. Es la existencia que articula toda la película Ya no estoy aquí, del realizador mexicano Fernando Frías, candidata de su país para el Oscar a Mejor película internacional y reciente seleccionada entre las cinco cintas que disputarán el Goya iberoamericano.
Disponible en la plataforma Netflix, Ya no estoy aquí se estrenó a fines del año pasado en México y rápidamente se transformó en la cinta más exitosa de ese país en el aciago 2020. Ganó nueve premios Ariel (los Oscar de México), entre ellos Mejor película y Mejor director, desplazando a otra favorita como Nuevo orden, el trabajo de su compatriota Miguel Franco.
A estas alturas, Ya no estoy aquí parece ser la más evidente rival de la chilena El agente topo en las premiaciones internacionales: la cinta de Maite Alberdi también quedó la semana pasada entre las cinco finalistas del Goya y busca además la nominación al Oscar internacional.
Desde México, su director Fernando Frías (1979) conversa con Culto.
¿Existe la banda Los Tercos que aparece en la película?
La verdad es que no. Es una invención para efectos de la historia. Pero los muchachos sí que son auténticos habitantes de las barriadas de Monterrey y tras el casting formamos este grupo de Los Tercos que aparece en la película. Ahora bien, a la cumbia rebajada yo la conocía de antes, desde el año 2005. Es un estilo de cumbia que se toca dos o tres veces más lento que lo habitual, se ralentiza la reproducción de una cumbia habitual y se produce aquel efecto. Para mí, es una forma que los muchachos tienen de decir: “Que no se detenga la música, porque no hay futuro y no hay movilidad social”. Lo único que ven en la sociedad es la estigmatización y los prejuicios. De cierta manera, esta fue mi forma de acercarme a una contracultura de Monterrey que al mismo tiempo es una respuesta a la falta de oportunidades en el país.
¿Al tratar la inmigración y las luchas entre bandas de narcos existía la tentación de caer en la llamada “pornomiseria”?
Sí, y la evitamos conscientemente. Es un de las razones por las que hice la película. Estoy cansado de ver filmes que se disfrazan de denuncia, pero que sólo buscan trascender al otro lado del océano. Al final siguen excluyendo a los más vulnerables, alimentando el morbo y la sordidez a través de la exhibición de la pobreza. Son películas que creen representar una rea- lidad, pero lo único que hacen es explotarla. Transforman la violencia y la tragedia en un producto de exportación que a la larga sólo beneficia a su autor y no al mundo que dicen representar. Es una actitud altamente hipócrita. Es por eso que nuestro plan fue desde un principio situar la historia en un contexto sociopolítico real y evitar la llamada “pornomiseria”.
Se escucha al ex presidente mexicano Felipe Calderón hablando por la radio o un televisor, ¿Por qué?
El fue el presidente de México entre el 2006 y el 2012. Se refiere a su estrategia contra las drogas, cuando reemplazó a los policías por los militares. Fue un plan con cero efectividad: la gente terminó alineándose con los carteles y se sintió vejada y pasada a llevar por los militares. La verdad es que al ponerme en sus zapatos creo entender y empatizar. Creo comprender porque los muchachos levantaban la mano para ir a trabajar en una banda narco. En otra escena se los escucha hablando de Estados Unidos, cuando dice que ese país es el principal consumidor de drogas y el principal exportador de armas. Se trata de datos reales y en ese sentido Calderón tenía razón. No se trataba sólo de satanizar a un ex presidente. Ese discurso también pone en contexto la situación de México en el panorama internacional del tráfico de drogas.
¿Esperaba el éxito de la película, elogiada por Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro?
La verdad es que no. Fueron muchos años de trabajo y de luchar para mantener mi punto de vista, incluso contra las esperanzas de algunos programadores de festivales que tal vez buscaban precisamente esa pornografía de la miseria que tanto gusta. Quizás lo que más me satisface es que se estrenó primero en México (en el Festival de Cine de Morelia en octubre) y de ahí salió al mundo. No fue al revés, como suele pasar con el cine latinoamericano.