Cuando Chile volvió a la democracia, en 1990, algunas miradas se volcaron hacia lo que llamaron el “destape” televisivo local. Lejano a lo que ese apelativo significó en España, igualmente la pantalla nacional tuvo más soltura en forma y fondo, surgieron programas culturales bajo el alero de productoras, pero hubo un canal -La Red- que aprovechó la instancia para lanzar a nuevos conductores.
Uno de ellos fue Kike Morandé, quien en 1991 debutó con un programa deportivo y luego hizo Cóctel, que simulaba ser un bar y donde él tomaba vodka tónica y fumaba puros mientras conversaba con invitados, donde hasta en los temas más serios buscaba hacer bromas, como cuando un especialista fue a hablar de acoso sexual. “Un pellizquito, con todo respeto, cualquier cristiano confesado lo tira”, dijo Morandé, mientras el público reía.
En años donde Chile quería vivir el “destape” post dictadura, Kike Morandé tuvo más éxito que ninguno en encarnar en TV ese ideario. Con impronta desfachatada, risa contagiosa y lenguaje descuidado, jubiló el estilo de animador empaquetado que por entonces tenía a Antonio Vodanovic y César Antonio Santis como máximos referentes. Su irrupción contribuyó a renovar el estilo de conducción y abrió la puerta a figuras más naturales y cercanas en pantalla.
En su apogeo, incluso, representó la fantasía del hombre chileno de los 90: el “rey de la noche”, de personalidad arrolladora más similar a la de los argentinos, siempre acompañado por mujeres con poca ropa y que terminó conquistando a una Miss Universo.
Así era el Chile de los años 90. Morandé podía entrevistar a Catherine Deneuve, hacerle preguntas ridículas, incomodarla con piropos, culparla tras ello en la prensa (dijo que no habían conectado porque él iba al cine a ver Rambo “y no Belle de Tour” (sic)) y, al año siguiente, comenzar a animar Viva el lunes, el estelar más exitoso de la era people meter, sin un rasguño en su carrera.
El problema de Morandé es que tras llegar al peak y ser el animador número 1, su estilo desenvuelto fue sobrepasado de mejor manera por otros, más jóvenes, como Felipe Camiroaga o Sergio Lagos, que tenían mayor espesor y se preocupaban por mejorar profesionalmente. Morandé no. No quiso, no se le ocurrió o no pudo, pero en términos de estilo se estancó y terminó convertido en ese tío del que la mayoría rehúye en las fiestas familiares y que cree que está bien ser orgullosamente homofóbico, machista o reírse de minorías o extranjeros.
Animando por 20 años Morandé con compañía -un signo inequívoco de que nunca quiso cambiar-, abrió espacios para numerosos comediantes y del mundo revisteril, que no habrían tenido cabida sin él, pero también validó una cultura machista donde Ernesto Belloni cosificaba a las mujeres en su programa y Mauricio Flores se mofaba vulgarmente de los homosexuales, con un personaje donde las bromas terminaban con Morandé diciéndole “asqueroso”.
Esta semana, Morandé anunció que dará “un paso al costado” en la conducción de Morandé con compañía, que su programa como tal se acaba y que se dedicará a la producción televisiva. En resumen, que se retira como conductor hasta nuevo aviso. Las redes sociales reaccionaron ante la noticia recordando sus episodios de machismo, misoginia y homofobia, pero algunos no deberían de mirar para el lado: si Kike Morandé llegó a ser número uno de la TV fue porque un público bastante mayoritario lo levantó hasta ese podio y pasó por alto su escasa preparación como animador, su humor básico y su estilo de patrón de fundo.
Tras el estallido social, su nombre pasó a ser parte rayados en muros con frases contrarias a él -al igual que Karol Lucero y Patricia Maldonado, otros dos rostros que dejaron la pantalla-, fue “cancelado” en Twitter y pifiado el año pasado en el festival de Río Bueno. Seguramente las generaciones más jóvenes solo ven en Morandé a ese tío del que hay que huir en una fiesta, pero los mayores no deberían de mirar hacia el lado, desconociendo que alguna vez fue uno de sus referentes. Incluso, hasta hoy.
En los hechos, Morandé con compañía seguía peleando el primer lugar de sintonía, el retiro del animador ha sido voluntario y no por presión de las redes sociales ni porque la televisión lo dejó. Si aún estaba en pantalla, y desde hace tres décadas, es porque sigue habiendo un público que empatiza con su estilo y valores. Un Chile que muchos quisieran obviar, pero que sigue existiendo.