Abría los ojos y quería ser otra. Cada mañana, se encerraba en el baño, se probaba ropas de su mamá y se pintaba. “Luego me lavaba y salía a la vida familiar”, cuenta Camila Sosa Villada. Entonces tenía cuatro años y aún se llamaba Cristián Omar. Pero a los 13 se enamoró de un profesor y escribió un cuento en voz femenina donde adoptó el nombre Soledad. Su mejor amiga y confidente leyó el relato y la delató en la escuela. “Así es como por primera vez me nombré como mujer, escribiendo”, dice.

La escritura, piensa hoy, fue su primer acto de travestismo. Más tarde, a los 15, Camila Sosa salía de su casa con una mochila con ropa y maquillaje. Se cambiaba en algún lugar recóndito y caminaba por las calles del pueblo vestida con una camiseta anudada sobre el ombligo y shorts ajustados, como lo cuenta en Las malas, su primera y exitosa novela.

Editado por Tusquets, el libro se convirtió en un fenómeno de ventas y de crítica. Lanzado en España y América Latina, fue contratado por editoriales en Francia, Italia, Alemania y, recientemente, Estados Unidos. La productora de Armando Bo, el guionista de Birdman, adquirió los derechos para producir una miniserie.

A fines de 2020, Las malas recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, que cada año entrega la Feria del Libro de Guadalajara a la mejor novela escrita por una mujer. Camila Sosa es la primera escritora trans en recibirlo.

Ella no oculta su satisfacción, en especial por los ingresos del libro, “porque después de muchos años de pobreza, tener dinero está muy bien”. Dice que siente orgullo ante el interés de sellos prestigiosos, donde comparte catálogo con autoras que admira, como Marguerita Duras, y aun hay otro aspecto que quiere destacar:

“Y está el hecho de que soy travesti; las travestis estamos apartadas de cualquier forma de hacer cultura, ocupándonos de sobrevivir, y todo esto me da mucha alegría. Me parece que es un golpe cultural y político muy interesante; las niñas travestis que están naciendo ahora tienen otros colores para ver. Antes nuestro destino era la prostitución, la muerte, los cuerpos bañados en sangre. Ahora pienso que cuando nazcan niñas travas dirán mirá, hay otras que escriben y están siendo leídas en otros lugares, en otros idiomas, y me felicito por eso”, dice desde Córdoba a través de Zoom.

Las malas abre con un epígrafe de Gabriela Mistral: “Todas íbamos a ser reinas”. En ella Camila Sosa narra la historia de un grupo de travestis que se prostituye en un parque de Córdoba, así como sus propios inicios en la sexualidad. Escrito con inteligencia y desenfado, con evidente talento, es un relato áspero, a menudo cruel, pero atravesado de ternura y humor. La narración trenza autobiografía y ficción, crónica y poesía, en la voz de una narradora que estudiaba de día en la universidad y trabajaba de noche en el parque, tal como hizo la autora.

El escritor Juan Forn, quien conoció a la autora en una charla TEDx, anotó en el prólogo: “Las malas es un relato de infancia y un rito de iniciación, un cuento de hadas y de terror, un retrato de grupo, un manifiesto político, una memoria explosiva, una visita guiada a la fulgurante imaginación de su autora y una crónica distinta de todas, que viene a polinizar la literatura”.

Camila Sosa debutó en teatro en 2009 y 10 años después publicó Las malas.

“En pleno apogeo de las escritoras argentinas, la literatura nacional se volteó a aplaudir a Las malas”, destacó el diario El País de España. “Por primera vez un relato que venía a contar de una forma tan cruda la realidad de las chicas trans -agregó- entraba de lleno a los espacios ocupados por la literatura tradicional”.

Nacida en La Falda en 1982, Camila Sosa creció en una familia empobrecida, afectada por el alcoholismo y la violencia del padre. El bullying en la escuela, los castigos físicos y luego el rechazo y los maltratos se extendieron en su vida, de día y sobre todo de noche. Entre tanto, estudió Comunicación y se dedicó al teatro.

¿La literatura fue un espacio de refugio?

Fue la vida misma, y sí me sirvió para alejarme un poco de mis padres, para irme de una vida familiar que no estaba bien, una casa en la que no se podía vivir. Mis padres respetaban muchísimo a las personas que leían, las personas cultas. A pesar de que estábamos desencontrados los unos de los otros, el hecho de que yo leyera y escribiera era lo único que nos dejaba en paz. Fue una bandera blanca. Y también fue tener una voz, porque yo no tenía voz ni voto.

Usted afirma que una niña travesti es un terror para un padre...

Es algo poético, pero yo creo que mi viejo me tenía miedo, primero, porque soy muy parecida a él y, segundo, porque él siempre supo que yo no iba a volver atrás, aun con las golpizas para que me reorientara. Él decía que cuando una planta crece torcida, hay que ponerle un palo al lado para que se enderece. Y a pesar de todo lo que hizo, no me pudo sujetar de ninguna manera.

Y se rebeló también contra su vaticinio, que un día la encontrarían en una zanja...

Soy una sobreviviente. En América Latina las travestis tenemos un promedio de vida de 35 años...

¿Cómo sobrevivió Ud.?

Otras travestis me enseñaron a defenderme, a meter miedo, eran clases de meter miedo. También el hecho de haber ido a la facultad fue una forma de hacer las cosas bien, de conocer gente que me ayudó muchísimo. Mis amigos me salvaron. Para sobrevivir te haces guarra, te endurecés, con drogas, alcohol, sexo, no salís de día, solo de noche, y así vas salvándote.

Debe ser agotador vivir así cada noche...

No solo la noche, el tema es salir a la calle. Porque además del riesgo de muerte, están los insultos, que te cobren el doble o el triple que le cobran a la gente, la tensión en el aire cuando entrás a un negocio. Todo eso se va alojando como un cáncer dentro tuyo. Yo estoy agotada, siempre bromeo de que necesito dos años de un coma, necesito descanso. Las travestis cuentan años igual que las perras: siete años de vida humana equivalen a un año de vida travesti.

En la novela narra una escena de violación de policías, ¿vivió algo parecido?

Eso me pasó verdaderamente. Yo había salido a pasear por el pueblo y ellos me reconocieron. Me siguieron en auto. Yo me escondí dentro de una casa, luego salí, y me volvieron a encontrar y me llevaron al río. Esa fue mi primera vez, fue mi debut. Por supuesto que en una sociedad como la nuestra, donde el cuerpo es cualquier cosa menos un cuerpo, suena atroz. Pero desde pendeja yo supe que el cuerpo es un valor de cambio, que es algo que podía ofrecer a cambio de ternura, de dinero, de salvarme. Entonces para mí no fue un trauma, primero porque en ese momento no comprendí realmente la dimensión de lo que me había pasado, eso yo lo pude analizar hace unos años. Hubo otras situaciones que me hacen mal recordar, pero no esa. Yo cedí y supe que era la manera que tenía para escaparme de una situación que se podía poner peor.

¿Era peor que su padre la descubriera?

Era peor una paliza de mi papá...

¿Cuán importante fue luego el encuentro con otras travestis?

Lo primero fue el regalo que me hicieron con su palabra, su lenguaje, la manera cómo contar las cosas, las anécdotas que están acá (indica su cabeza), guardadas para ser contadas, como algunas que suceden en Las malas. Lo segundo es que yo me fascino frente a otras travestis, porque creo que somos la especie más linda que hay sobre el planeta, creo que somos criaturas hermosas, y sobre todo con las travestis más grandes. Yo las veía treparse a los árboles cuando venía la policía, con sus tacos altos, como panteras. O las veía bajo la helada, siempre fuertes, siempre de pie, una cosa muy admirable. Un deslumbramiento, un resplandor así no me pasa con cualquiera.

“Ser travesti es una fiesta”, dice uno de los personajes. ¿Lo cree así?

Sííí.

¿Aun con todas las dificultades?

Durante 35 años de mi vida pensé que todo lo malo que me había pasado era porque era travesti, y Loana Berkin, una de nuestras referentes más importantes en Argentina, una mina que si estuviera viva sería Presidenta, me enseñó que es porque la sociedad es una mierda; las personas hétero con dinero nos quieren ver muertas. Ella dijo que si volviera a nacer, sería travesti. Yo lo pensé y dije claro, es verdad, yo no cambiaría nada, porque ahora, a mis casi 40 años, soy una mina que vive tranquila.

Hoy hay un ambiente más tolerante, más favorable, no?

Las que mejoramos fuimos nosotras, no la sociedad; la sociedad sigue siendo despreciable y a veces me pregunto qué tan bien nos va a hacer ser asimiladas por una sociedad que durante tanto tiempo nos quería ver muertas. Son las travestis las que se han puesto en contacto entre sí, las que se han contado historias. Eso hace que nosotros como minorías seamos mejores y eso repercute en la sociedad. En Argentina hay leyes, hay figuras públicas que me están leyendo a mí y a otras escritoras trans. Eso repercute.

En la novela los únicos hombres respetables son una tribu de hombres sin cabeza, ¿qué quiere decir?

Que se corten la cabeza, jaja. Me ha tocado conocer hombres que me han querido mucho y no han podido con su cabeza, no han podido decir me gusta una chica trans.

Acaba de ser el Día de la Mujer, ¿qué vínculo siente con esta fecha?

Cada vez me alejo más de la palabra mujer y empiezo a pensarme de otras maneras. En el feminismo está el movimiento terf, que excluye a las travestis de la posibilidad de nombrarse como mujeres y de participar en las revueltas feministas, que es lo que toda chica sueña. Entonces dije tal vez hay que irse de ahí y nombrarse travesti, y que las mujeres tengan su día y lo celebren.

¿No tiene lazos con el feminismo?

Me fui, lo dejé. Bueno, el feminismo hoy también es un espacio de poder, en este momento están teniendo mucho poder dentro de la sociedad. Entonces preferí irme, porque donde hay poder... mmm… es mejor alejarse. Y luego por lo que te decía, yo no voy a estar aguantando a una tarada que me trate mal, que me trate de hombre, que me insulte, que me haga sentir incómoda. A los 14 años me fui de mi casa a dormir debajo de una piedra, mirá si no voy a poder irme del feminismo y de la palabra mujer.