La mirada asiática conquista Hollywood en medio del odio
Mientras dos películas favoritas para el Oscar están firmadas por cineastas de raíces chinas y surcoreanas, Disney y Marvel presentan a sus primeros héroes orientales. Vientos de cambio que contrastan con una dramática explosión de ataques racistas a personas de ese origen en EE.UU. a causa de la pandemia.
No deja de ser curioso que, durante el último año, dos de las películas que mejor han retratado y escarbado en los valores y problemáticas modernas de la vida estadounidense hayan sido realizadas por directores de origen asiático: la cineasta china Chloé Zhao, nominada a seis premios Oscar con su aclamada Nomadland -que corre como gran favorita para la ceremonia del 25 de abril- y Lee Isaac Chung, nacido en Denver pero de familia surcoreana, quien con Minari postula a otros seis premios de la Academia. La primera, un drama sobre personajes nómades y a la deriva en la tierra del tío Sam, y la segunda, acerca de una familia de Corea del Sur que va tras el sueño americano en la Arkansas de los años 80.
Aún más llamativo es que ambos títulos hayan logrado destacar en la temporada de premios y festivales y resonar entre el público y la crítica norteamericana en un año en el que la violencia, las agresiones y los crímenes de odio contra ciudadanos asiáticos en Estados Unidos se han disparado de forma dramática, en gran medida por una pandemia global que tuvo su origen en China y que ha agudizado la xenofobia hacia oriente completo. “Stop Asian Hate” es la consigna que ha surgido como respuesta a este tipo de agresiones, movilizando a cientos de personas en diversas ciudades de ese país durante los últimos días.
Según un reciente informe de Stop AAPI Hate, organización que rastrea actos de discriminación y racismo contra estadounidenses de origen asiático y de las islas del Pacífico, entre el 19 de marzo de 2020 y el 28 de febrero de 2021 se han reportado al menos 3,795 incidentes de odio contra personas de dicha ascendencia. Otro estudio, levantado a partir de estadísticas policiales en ese país, mostró recientemente que los delitos de odio contra estadounidenses de origen asiático aumentaron en casi un 150% durante el año pasado, pese a que los delitos de odio en general se redujeron en un 7% en todo el territorio.
Mientras en las calles activistas, comunidades completas y algunas celebridades -como las actrices Sandra Oh y Olivia Munn, de raíces surcoreanas y vietnamitas, respectivamente- demandan el fin de los ataques e igualdad de derechos y oportunidades para personas de ascendencia asiática, en la pantalla se vive una realidad distinta. El pasado 5 de marzo, por ejemplo, Disney estrenó en su plataforma de streaming -tras un acotado paso por salas de cine- Raya y el último dragón, protagonizada por la primera princesa del sudeste asiático de la compañía del ratón Mickey. En septiembre, en tanto, Marvel, otra gigante del entretenimiento, presentará a su primer superhéroe oriental en Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos, con un elenco conformado por artistas de Malasia, China y Hong Kong.
Los Oscar, además, tienen este año entre sus nominados a la cinta animada Más allá de la Luna, con productoras, historia y elenco chino-estadounidense. Y Steven Yeun es el primer asiático-americano nominado a Mejor Actor en la historia de los premios de la Academia (por su rol en Minari), categoría en la que también postula el británico-pakistaní Riz Ahmed (Sound of metal), primer musulmán candidato a esa estatuilla.
¿Existe una conexión entre estos dos fenómenos en apariencia contrapuestos? ¿Cómo se vincula este boom de representación e integración asiática en Hollywood con incidentes como el de Atlanta la semana pasada, donde un sujeto armado asesinó -entre ocho víctimas- a seis mujeres de dicho origen que trabajaban en salones de masajes de la ciudad?
Si bien de acuerdo al reporte policial el principal sospechoso de este último crimen, Robert Aaron Long, un hombre blanco de 21 años, habría actuado motivado por una adicción sexual -y no por racismo-, a partir de la masacre diversos analistas han sacado a relucir los estereotipos históricos con los que cargan las personas de esa minoría en Estados Unidos. “Como mujer asiático-americana que ha soportado racismo sexualizado durante toda mi vida, dicha ignorancia me enfurece”, señaló recientemente la socióloga Nancy Wang Yuen en una columna en NBC News, donde aseguró que las mujeres de ascendencia asiática han sido tratadas discriminatoriamente en ese país como fetiches y objetos sexuales.
A las de Yuen se han sumado otras voces críticas y buena parte de los dardos apunta precisamente a Hollywood, como principal responsable de perpetuar y expandir por Occidente esa clase de estereotipos durante el último siglo, “con mujeres asiáticas que han sido hipersexualizadas y reducidas a (imágenes como) la “Dama Dragón”, la “Mariposa” o la “Muñeca China”, según una reciente publicación de Variety, que en su título recalca que los recientes crímenes de odio contra esa minoría “hacen eco de los fracasos de Hollywood”.
La misma Yuen recuerda en su columna cuando, en su única visita a Atlanta años atrás, un joven blanco le gritó en la cara “Me so horny” (“yo tan cachonda”), la frase que una prostituta vietnamita recita a los soldados americanos en Nacido para matar (1987) y que desde entonces se utiliza para humillar a mujeres de ojos rasgados en todo el mundo, sean malasias, japonesas o nepalíes.
María Elvira Ríos, docente del Diplomado sobre Culturas Asiáticas del Instituto de Estética UC, cree que Hollywood históricamente ha retratado a las personas asiáticas dentro de una dualidad circunscrita a lo exótico y lo bélico. “Con una mirada por un lado de países misteriosos, de cultura ancestral. Y por otro, el de la amenaza asiática, el peligro amarillo. Se crean una serie de imaginarios tan fuertes que se empiezan a expandir hacia otros lugares, como América Latina, hasta hoy”, explica.
La industria del cine, en todo caso, ya se había adelantado al problema: en enero se conoció que Disney sacó de su catálogo de streaming -entre otros clásicos animados- Los aristogatos (1970), debido a que, según la propia compañía, los recordados felinos siameses de la historia “refuerzan el estereotipo del ‘extranjero perpetuo’, con escenas que se burlan del idioma y la cultura chinas”. La tendencia en la meca del entretenimiento occidental, como ya ha ocurrido antes, es sonrojarse por su propio pasado: la actriz y humorista Amy Schumer es hoy criticada en redes sociales por una antigua broma racista -relativa a las vaginas de las mujeres asiáticas- y el fallecido Mickey Rooney es hoy apuntado por su recordado personaje del Sr. Yunioshi en Desayuno en Tiffany’s (1961).
La pandemia del racismo
En paralelo al auge global del cine hecho en Asia, a la consolidación del mercado chino como objetivo prioritario para los estudios de Hollywood y al éxito en Estados Unidos de cintas como la surcoreana Parásitos, ganadora del Oscar a Mejor Película en 2020 -la primera cinta no hablada en inglés en conseguir esa estatuilla-, en los últimos años la experiencia de los asiáticos-americanos, su mirada y sus problemáticas particulares, lograron ganar terreno entre el público y la industria del entretenimiento yanqui.
La comedia romántica Crazy rich asians (2018), por ejemplo, del director Jon M. Chu, marcó un hito al ser la primera producción de este siglo de un estudio grande de Hollywood con un elenco de actores en su mayoría descendientes de asiáticos. Al año siguiente, la comedia de Netflix Quizás para siempre, protagonizada por la humorista y actriz Ali Wong, hizo algo similar con la historia de dos amigos de infancia en San Francisco, Sasha y Marcus, de ascendencia vietnamita y surcoreana respectivamente.
Pero la pandemia del coronavirus originada en Wuhan a fines de 2019 cambió el tablero y hoy diversos medios estadounidenses culpan al expresidente Donald Trump de la ola de ataques a ciudadanos de ese país de raíces asiáticas, por incitar a la violencia con su retórica anti-china y referirse al Covid-19 con términos como el “virus chino” o “Kung Flu”.
En ese sentido, según el historiador y filósofo Manuel Rivera Espinoza, lo interesante del éxito de una película como Minari “es que refleja ese espacio limítrofe que habita generalmente el migrante que se ubica ‘ni aquí ni allá’, ni en Corea ni en EE.UU. sino que en el encuentro, muchas veces conflictivo y doloroso, de ambas culturas”. Para el investigador, residente en Macao (China), el filme salda cuentas con esa experiencia del migrante en Norteamérica, “menospreciada en el contexto del exacerbado nacionalismo que ha prevalecido en aquel país durante los últimos años”.
“Hay una combinación de racismo que tiene que ver con el virus pero también con el desarrollo y la influencia económica que está teniendo China”, añade María Elvira Ríos, quien considera que la renovada xenofobia hacia las personas asiáticas no es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos. “Es mucho más transversal. Hoy en día hay videos de chicas chilenas con ascendencia china o coreana, por ejemplo, donde cuentan el bullying que sufrieron en el colegio y que ahora con la pandemia les gritan cosas en la calle. Yo creo que en Chile y otros países de América Latina simplemente no denuncian, están en silencio. Y si ves series o películas chilenas donde aparecen personajes asiáticos también hay una tendencia racista. Todavía tenemos esta mirada dual, entre el asiático misterioso y esa mirada racista de que comen cosas raras, la del eterno extraño. Pero hay muchos jóvenes que siguen el pop coreano o el animé japonés que tienen una mirada distinta”.
Rivera cuenta que la ola xenofóbica que ha agudizado la pandemia también se puede ver en China, donde el Covid-19 “ha servido de excusa para justificar el nacionalismo y el racismo contra extranjeros, particularmente africanos, pero también occidentales, los cuales han sido víctimas de varias formas de discriminación, aunque menos agresivas. Al mismo tiempo, el gobierno chino ha culpado sistemáticamente a los extranjeros de ser los culpables del Covid, incluso esparciendo rumores de que fue el ejército estadounidense el que esparció el virus en Wuhan”.
En medio de este cortocircuito entre Oriente y Occidente, la próxima edición de los premios Oscar carga con una mochila que parece trascender a la simple creación cinematográfica. “Si la película hace historia, bien. Si podemos ser un ejemplo a seguir para alguien, para una yo más joven, genial, me siento muy orgullosa y honrada”, declaró recientemente Chloé Zhao a El País. Aunque advirtió: “No quiero ser solo la primera directora asiática que gana un Oscar”.
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