Con sus novelas El Gran Hotel (2011) y Mala Madre (2015) más el volumen de cuentos Niñas Ricas (2018), y al frente de su editorial Neón Ediciones, especializada en narrativa, María Paz Rodríguez (39) ha despuntado como una de las plumas destacadas del último tiempo en nuestro país, como parte de una interesante camada de autoras que ha dado que hablar en las letras nacionales.
Consultada por Culto por una recomendación para pasar la cuarentena, Rodríguez opta por un clásico de Simone de Beauvoir. “En el verano del 2000 (a mis 18 años) leí por primera vez La mujer rota de Simone de Beauvoir; las anotaciones de una francesa que en el 68, describe su proceso frente a la infidelidad de su marido con una amante más joven y frívola que ella. En su diario, la protagonista cede, intenta convencerse del amor de su esposo, busca ayuda y consejo en sus amigas e hijas, hasta que su identidad se ve en jaque cuando se compara con las mujeres de las nuevas generaciones, más libres y audaces que ella; mujeres que no temen ser ambiciosas y esto las hace ‘modernas’ y ‘deseables’”.
“Esa vez y a esa edad, sentí miedo de lo que leía. Aunque todavía era chica, entendía que había algo peligroso en ser mujer. Un pacto que hace la protagonista con su rol de madre y esposa, que la termina desplazando de la vida de todos a quienes se ha entregado, para quedar al margen, sola y deprimida en su elegante departamento. Ser una mujer que ya a una edad, deja de ser atractiva y que será reemplazada por la carrera y la amante de Maurice, su marido. Y de la vida profesional y matrimonial de sus hijas Lucienne y Colette”, agrega la autora.
“Veinte años después vuelvo a leer La mujer rota y me queda la sensación de vigencia en su escritura. Esta ‘trampa’ de la que habla Simone de Beauvoir sobre lo que constituye ser una mujer en el mundo, no ha cambiado tanto. La maternidad, la vida doméstica y ser la mujer de otro (hombre), siguen siendo partes del paradigma de lo ‘femenino’ dentro de la estructura patriarcal convencional. Y el ejercicio de escribir un diario íntimo, con las anotaciones del día, los paseos solitarios, la sensación de obsolescencia de la protagonista, quien reflexiona sobre su desgraciada condición, me hace pensar en cómo se sale de ahí. (¿O si se sale de ahí, realmente?)”, dice Rodríguez.
“Recuerdo cuando leí Querida Ijeawele. Como Educar en el Feminismo de la escritora Chimananda Ngozi Adichie, que creo, sintoniza bien con La mujer rota, pues uno de los consejos que le da la autora a su sobrina, es que sea una entidad independiente de quien la acompañe. Un verdadero manifiesto de aquello que no se habla sobre el lugar de las mujeres, y que se suele pasar por alto en las discusiones actuales. Pienso que en pandemia y a través de las columnas que he leído sobre estas “mujeres malabaristas” se ha visibilizado más que nunca la imposibilidad de serlo todo: madre, educadora, encargada de las tareas del hogar y trabajadora porque en los hechos, las tareas domésticas y de crianza, siguen siendo un dictado de la mujer. Entonces está La mujer rota. Lo necesaria que es su lectura y relectura, y cómo sigue dialogando con los tiempos que corren. Con estos encierros, estos registros, libros que nos dan luces de por qué el mundo se sigue ordenando de este modo”.