Benjamín Labatut: “No se puede tocar el corazón de la literatura si tienes los ojos cegados por el éxito”
En conversación con Culto, el escritor nacional revela sus impresiones tras haber sido seleccionado en la Lista Corta del Booker Prize, que reconoce anualmente a algún autor o autora, cuya obra haya sido traducida en lengua inglesa. En este caso, fue por la traducción al inglés de su libro Un verdor terrible (Anagrama, 2020). Labatut se lo toma con mesura. "Eso es como tirar un dado, así no me hago ninguna ilusión. Incluso te diré que me aterra ganar. Porque el éxito te puede destruir mucho más rápido que el fracaso".
A través de una cadena de llamados, el escritor chileno Benjamín Labatut (40) se enteró de la noticia literaria del día: su inclusión como uno de los seis nominados en la Lista Corta del prestigioso International Booker Prize. Este galardón reconoce anualmente a algún autor o autora, cuya obra haya sido traducida en lengua inglesa y publicada en Reino Unido e Irlanda durante 2020. En este caso, fue por la traducción al inglés de su libro Un verdor terrible (Anagrama, 2020).
“Me escribieron mis agentes. Luego mis editores. Luego los traductores. Luego me llamaste tú. Y después mis amigas, amigos, y mi familia, en cuya felicidad encuentro el sentido de todo esto. Pero ojo, ese orden habla mucho de la naturaleza de este premio, y de todos los reconocimientos en general”, cuenta a Culto.
Eres el segundo chileno -tras Alia Trabucco, en 2019- en llegar a esa instancia, ¿cuál es tu sensación al respecto?
Muy ambivalente. Me cuesta alegrarme como debería. Sé que es lo más importante que le ha pasado a mi “carrera”, pero la literatura no es una carrera, es una caída, y yo prefiero seguir suspendido en el aire, que es donde hay vida, que es el lugar donde vuelan los pájaros y se puede respirar. No soy tan tonto como para no saber que debería estar de rodillas, agradeciendo a todos los dioses, y a buena parte de los demonios que me ayudan a escribir, pero desconfío. No tanto del premio, que tiene una gran reputación, sino de mí mismo. La literatura, al menos la que yo trato de cultivar, es como un acto de desaparición. Estás tratando de salir del medio para que algo más grande pase a través tuyo. Esa capacidad de ser transparente, se puede perder en un instante. Te ponen un foco encima, y se te ven todas las verrugas, las cicatrices, y la hilacha que te cuelga.
Con la posibilidad real de ganar el 2 de junio cuando se anuncie al ganador, ¿te ilusiona ser el elegido?
Tengo una posibilidad en seis. Eso es como tirar un dado, así no me hago ninguna ilusión. Incluso te diré que me aterra ganar. Porque el éxito te puede destruir mucho más rápido que el fracaso. El fracaso, que siempre es más noble, toma tiempo: puedes hacer una obra maravillosa, totalmente secreta, y morir fracasado. A mí me interesa más el fracaso que el triunfo, lo que viene después de la luz, cuando quedas a oscuras, solo contigo mismo, porque en ese vacío aparece tu verdadera voz y tu verdadero rostro. Desde ese lugar se puede escribir. Hacerlo con el éxito alumbrándote la cara, es casi imposible. Yo siempre voy a preferir la oscuridad. Mis autores favoritos son tan oscuros y fértiles como la tierra mojada. ¿Quién lee a Pascal Quignard en Chile? Pocas personas, pero seguramente las mejores.
En marzo, cuando hablamos en el minuto en que te seleccionaron para la lista larga, me decías: “Ganarse un premio es, como mínimo, una fuente de vergüenza, como si la validación externa fuese la prueba de que te equivocaste”. ¿Sigues pensando igual?
Absolutamente. Yo siempre he escrito de espaldas al mundo. Y ahora siento que hay muchas personas mirando por encima de mi hombro. Así que recibo esta noticia como todo lo demás: sin esperanza y sin desesperar. Y claro, con mucha, mucha vergüenza.
Un verdor terrible salió publicado vía Pushkin Press, de Inglaterra, lo cual posibilitó la candidatura. ¿Cómo fue ese proceso de trabajar con el traductor Adrian Nathan West?
Un placer. Nate tiene un ojo increíble para los detalles. Además, la traducción la hicimos codo a codo, porque yo escribo en inglés. El último texto del libro, de hecho, “El jardinero nocturno”, lo escribí originalmente en ese idioma, y tuve que traducirlo al español para Anagrama. Así que discutimos cada línea y cada palabra, pero fue un agrado, porque compartimos una visión común de la literatura.
El libro cuenta historias, en un formato “inclasificable” como lo has dicho, de científicos atormentados con sus descubrimientos, como Fritz Haber o Alexander Grothendieck. ¿Qué te parece la recepción que ha tenido y que lo lleva a premios como este?
Olvidémonos del premio por un segundo. A mí lo que me da un sentido de orgullo son las editoriales en que ha aparecido. Suhrkamp, en Alemania, es monstruosa, un repositorio de sabiduría. En Italia, estoy en Adelphi, la que dirige uno de mis escritores favoritos, Roberto Calasso; el día en que me enteré de eso, salté como si me hubiera ganado dos Bookers, porque yo podría llevarme su catálogo completo a una isla desierta y comerme hasta la última página, sin sentir que he perdido mucho al abandonar el resto del mundo. Y bueno, Anagrama, claro, la editorial que crecí leyendo, y a la cual le debo una buena parte de mi educación literaria. Creo que tener una relación con editoriales “de autor” es más importante que cualquier premio. Yo admiro mucho a los editores y traductores, porque la pasión que sienten por los libros es algo que yo perdí hace mucho tiempo, y que no creo que vuelva a recuperar.
¿Esperabas haber estado nominado a un premio así con este, que es tu tercer libro?
Claro, yo ya estoy listo para el Nobel. Me compré el frac el día que decidí ser escritor, cuando tenía veintitantos años, y está colgando ahí, en mi closet, acumulando polvo. Espero que cuando me llamen a Estocolmo, no haya subido demasiado de peso. La verdad es que yo tengo un sano desprecio por la opinión de los demás. Es necesario para poder escribir, porque te permite dejar afuera el ruido del mundo para ahondar en lo que importa. No se puede tocar el corazón de la literatura si tienes los ojos cegados por el éxito, o las orejas rojas por el pelambre y los halagos de los demás.
Con esta nominación en tu curriculum literario, ¿cómo te proyectas para adelante como escritor?
No me proyecto. Estamos encerrados, con el mundo quemándose a nuestro alrededor. ¿Quién se puede proyectar en este momento? Pero incluso si no hubiera pandemia, la literatura no se trata de andar conquistando cimas lejanas. Yo estoy bien donde estoy. Escribo más que antes, y sufro menos. Lo que más temo es perder las ganas, y lo que más quisiera, es volver a esfumarme, volver al silencio, poder oír la voz del demonio que te sopla las mejores líneas.
¿Crees que cambiará en algo tu carrera con esta nominación?
Sería raro que no tuviera ningún efecto. Pero voy a ser soberbio y sincero: imagino que sólo me van ofrecer más plata. Pero más plata no me va a hacer escribir mejor, así que probablemente me la gaste en pagar deudas o la despilfarre en una nueva katana, que es mi obsesión en este momento. Aunque tampoco sé para qué, si ya tengo dos.
Un verdor terrible
“Que los demás se preocupen de las definiciones”, dijo Benjamín Labatut en declaraciones de 2020 a este medio cuando se le preguntó en qué estilo clasificaba Un verdor terrible, el libro que publicó vía Anagrama en septiembre de ese año.
“Las definiciones y las categorías no son más que otra demostración de la necesidad humana de encasillar las cosas para reducir la complejidad real del mundo, porque nos abruma y nos asusta”.
En rigor, el libro es un compendio de cinco textos, a medio camino entre la ficción y lo real, pero como dice su autor en los agradecimientos, “la cantidad de ficción aumenta a lo largo del libro”. En rigor, el autor chileno -nacido en Rotterdam, Holanda- los define así: “Contiene un ensayo que no es un ensayo, dos textos que tienen la forma de cuentos, una novela corta, y algo parecido a una crónica autobiográfica”.
El volumen trata básicamente sobre la particular vida de científicos, principalmente durante el período de entreguerras, donde se ven atormentados por descubrimientos propios o por las mismas exigencias de su actividad. En el fondo, humaniza a las mentes brillantes que buscan las soluciones para los problemas del mundo. Todo esto, merced a una pluma ágil, fluida, y que recoge los detalles imprescindibles de cada historia, merced a la formación de Labatut como periodista.
Así, por ejemplo, se cuenta la historia del químico alemán Fritz Haber, judío. Él creó un pesticida, el Zyklon A, el cual fue modificado por los nazis (y le colocaron el nombre de Zyklon B) para el exterminio masivo de judíos en los campos de concentración. Entre quienes sufrieron esa desgracia, Haber nunca supo que estaban sus propios parientes.
Aunque la historia del Zyklon A tiene un origen más oscuro aún. El pesticida se originó en base al pigmento sintético moderno, el azul de Prusia, creado en el siglo XVIII, por un científico que mediante crueles experimentos con animales vivos decía buscar “el elixir de la vida”.
Pero la guerra también afectó años antes al físico alemán Karl Schwarzschild, quien durante la Primera Guerra Mundial no solo usó su intelecto para disparar un fusil, sino que, aprovechando sus tiempos muertos, en medio del barro, la humedad, y la pestilencia de la muerte, logró lo insólito: la solución de las ecuaciones de la teoría de la relatividad de Einstein. Incluso, le envió una carta a este, con sus soluciones, estando moribundo en medio de las balas.
O también -y esta es la historia que más le gusta a Labatut del libro- el vuelco en la vida del matemático Alexander Grothendieck, quien luego de haber sido considerado un genio en su especialidad -incluso renovando por completo, y por sí solo, toda la geometría algebraica-, decidió sin más aislarse del mundo. Vivir como un eremita. Incluso se incluyen fotos, donde se le muestra como su fuese un monje, vestido simplemente con un sayo.
“Me fascina su sensibilidad y su delirio en búsqueda de Dios, porque es algo que he vivido en carne propia. Queda muy bien plasmado en una extraña lista en que nos dejó la cartografía de su viaje espiritual, y que tiene entradas llenas de misterio”, explicó Labatut a Culto.
Un verdor terrible, un libro inclasificable, de los buenos lanzamientos que el 2020 dejó en cuanto a plumas nacionales.
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