“Si no escribo poemas no acepto vivir”: 85 años de Alejandra Pizarnik, la poeta inclasificable y única
Fue en Avellaneda, el 29 de abril de 1936, cuando el mundo recibió a la que sería la autora de una decena de libros, entre ellos, clásicos como La tierra más ajena, El árbol de Diana, La condesa sangrienta o Extracción de la piedra de locura. En Culto revisamos, de manos de tres poetas y dos críticas literarias, el legado de la trasandina.
Si no hubiese terminado su vida con su propia mano, a los 36 años, en septiembre de 1972 (empleando 50 pastillas del barbitúrico Seconal), Flora Alejandra Pizarnik Broznike habría cumplido 85 otoños este 2021.
Nacida en Avellaneda, Buenos Aires, Argentina, el 29 de abril de 1936, Alejandra Pizarnik escribió un material poético que de alguna manera refleja la vida atormentada por la que pasó, producto de sus fantasmas internos. Los mismos que la tuvieron con sicoanalista y luego con medicación siquiátrica.
“Mi primera impresión, cuando la vi, fue la de estar frente a una adolescente entre angélica y estrafalaria. Me impresionaron sus grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz, grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos. (Me acordé de esa criatura perdida en el mar de un cuento de Supervielle)”, cuenta el sicoanalista León Ostrov, cuando recibió a la joven Pizarnik, de 18 años, en su consulta. El testimonio se lee en el libro Cartas (Eduvim, 2012), que compila la correspondencia entre ambos.
Si bien, formalmente Pizarnik se atendió con él poco más de un año, luego, cuando ella se radicó en París, el diálogo continuó vía correspondencia. “Cartas que no hacían más que corroborar lo que desde los primeros momentos supe: que con Alejandra Pizarnik, romántica y surrealista, pero por encima de todo, ella, Alejandra, inclasificable y única, algo importante se incorporaba a nuestras letras”, recuerda Ostrov.
Una influencia importante
Tras su muerte, sus libros se siguieron leyendo e influyendo en toda una camada de vates más allá de la pared gruesa de la cordillera. La poeta nacional Elvira Hernández (69) fue una de ellas. “La leí en mis años jóvenes y creo que me senté con ella a meditar en la oscuridad que proyectaba la vida, que siempre se enuncia de manera tan luminosa”, cuenta a Culto la oriunda de Lebu.
Por su lado, la poeta Victoria Ramírez Mansilla (29), señala que también fue una lectura influyente para ella: “La leí en la adolescencia y creo que en cierto sentido ha marcado a una generación. En mi caso fue una entrada para leer a otros poetas. Hubo un tiempo en el colegio donde leí a varios escritores argentinos como Sábato, Cortázar, Silvina Ocampo, y también mucho a las hermanas Brontë, y en esa línea más oscura llegué a Pizarnik”.
La ganadora del Premio Roberto Bolaño en 2016, añade: “Mi recuerdo de esa época es de descubrimiento, es fácil sentir empatía por la escritura de Pizarnik. También hay algo envolvente en ella. Creo que eso lo describe muy bien Mariana Enriquez en un perfil que le hizo para el libro Los malditos de Leila Guerriero. También Pizarnik puede representar una época, donde lo ‘maldito’ era asociado a la idea de genio en literatura. Creo que esa idea ya está en decadencia y lo que prima ahora es otra cosa. Por suerte, Pizarnik dejó una obra valiosa que creo que hoy cuenta con un número importante de lectores”.
Desde su verja, la poeta Julieta Marchant (35), también descubrió a la trasandina en su adolescencia. “Cuando tenía 15, 16 años, siendo muy joven, leí la Poesía Completa, que era lo único que se conseguía. Yo creo que me influyó de ahí en adelante y no sé si dejó de influenciarme”.
A la autora de En el lugar de la mano el ímpetu de un río, en esa primera lectura hay un elemento central que la conmovió. “Tenía que ver con el ímpetu escritural de Pizarnik, que es meterse en el mar y que te bote la ola, como esa sensación de un ímpetu sumamente riguroso”.
“Lo otro que me llamó la atención tiene que ver con la oscuridad. Cómo ella se mete en lugares y zonas oscuras de la mente y se zambulle en esa oscuridad, en una vinculación con lo perverso, con lo siniestro. Cuando uno es joven, tiene muchas zonas oscuras que parecen indecibles o difíciles de compartirle al otro, y Pizarnik es un repositorio de sentido en torno a esa oscuridad como posibilidad escritural”, agrega Marchant.
Poesía como vida y una novela fallida
Si algo salta a la vista al leer sus Diarios, es que Alejandra continuamente se refiere a su “enfermedad”, sin especificar cuál era. La idea del suicidio le había rondado más de una vez en su cabeza. Así lo expresa ella misma en sus Diarios (Lumen, 2003) ya en enero de 1961: “Dentro de muy poco me suicidaré. Siento claramente que estoy llegando al final. Veo cerrado. Ni afuera ni adentro. Simplemente no tengo fuerzas y la locura me domina (una histeria atroz: imposibilidad absoluta de quedarme tranquila, quieta)”
Sin embargo, pese a ese mal, a las pastillas, tratamientos y recetas, hay algo que nunca dejó de hacer: poesía. Desde esos días de juventud en que la conoció, Ostrov ya la veía como poeta.
“Alejandra me traía, habitualmente, un poema, páginas de su diario, un dibujo (había comenzado a asistir al taller de Batlle Planas). Y ahora lo puedo decir: no podía sustraerme al goce estético que su lectura, su visión suscitaban en mí, y quedaba, en ocasiones, si no olvidada, postergada mi específica tarea profesional, como si yo hubiera entrado en el mundo mágico de Alejandra no para exorcizar sus fantasmas sino para compartirlos y sufrir y deleitarme con ellos, con ella. No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mí”, señala el sicoanalista.
Pizarnik hizo de la poesía su vida. Con todo. “La entrega de Alejandra a la poesía era total, absoluta. Fue lo que le permitió resistir —hasta que decidió abandonar la lucha— los embates del viento feroz. La irrenunciable y heroica tarea de acercarse al caos para entrever su ley secreta, de atisbar en las tinieblas para iluminarlas con el relámpago de la palabra precisa y bella fue la tarea que eligió como definición de su destino”, agrega Ostrov.
Ella misma consignó ese ideal en sus Diarios. “¡Adoro mi poesía! ¡Es la única que me gusta! Imitando la de Vallejo, en la que se nota mis influencias de la primera época (año 1930). ¿Qué hacía yo en 1930? ¡Estaba en la nada! ¿Y en 2930? ¡En la nada! ¿Y en 1955? ¡En la nada! ¡¡En la nada!!”, escribió en 1955.
O en 1958, cuando anotó: “Sucede que me es imposible acceder a la realidad doméstica. No sé hablar más que de la vida, de la poesía y de la muerte. Todo lo demás me inhibe, o, lo que es lo mismo, es objeto de mi humor”.
Incluso, en sus diarios, Pizarnik aborda la poesía desde una postura en que la liga al cuerpo. “Pasa que si no escribo poemas no acepto vivir, vivirme. Pasa que la condición de mi cuerpo vivo y moviente es la poesía”, registró en 1963.
En sus diarios, hay una interesante dimensión escritural, donde da cuenta no solo de su pulsión por la poesía, también por los frustrados intentos de escribir una novela, así lo plantea la crítica literaria y directora del Instituto de Estética de la UC, Lorena Amaro.
“Si bien Alejandra Pizarnik es conocida ante todo por su poesía, me interesa mucho la autora que a lo largo de páginas y años de trabajo buscó en sus Diarios la voz adecuada para escribir una novela. Las anotaciones abarcan desde 1954 a 1971 y en ellos se va fraguando lo que César Aira llamó, parafraseándola, ‘el personaje alejandrino’”, explica Amaro a Culto.
“Esta novela Pizarnik la imagina de muchas maneras y alimenta su leyenda el hecho de que no la escribiera, que escribiera otras cosas, como ese relato breve y poco convencional que es La condesa sangrienta, pero no la novela”, añade la académica.
De hecho, Pizarnik, en junio de 1955 anotó: “Quiero escribir una novela, pero siento que me falta el instrumento necesario: conocimiento del idioma. Creo que editarla sería lo de menos (…) ¡mi problema esencial es escribir, escribir y escribir!”.
Para Lorena Amaro, lo de la “falta de conocimiento del idioma”, del que da cuenta en sus diarios, no es un detalle menor. “Pizarnik dudaba mucho de su relación con la lengua, tal vez de ahí el relampagueo de su poesía, sus hallazgos, precisamente de esa relación poco convencional que estableció con la palabra, como hija de inmigrantes judío-rusos. Todo eso alimenta la imagen también de una Pizarnik siempre joven, inadaptada, cientos de páginas sobre esta situación de extranjería que sufrieron también otras autoras latinoamericanas del siglo XX”.
“Muerte como absoluto y belleza total”
En su corta vida, Alejandra Pizarnik publicó poco más de una decena de libros, la mayoría de poesía, aunque también en prosa, e incluso, una obra de teatro Poseídos entre lilas, de 1969. ¿Cómo se puede caracterizar en términos generales su poesía? La crítica literaria y académica de la UC, Patricia Espinosa señala: “La poesía de Pizarnik concita el vínculo entre poesía y vida. En tal sentido, veo su obra literaria como una suerte de autoficción que posee como centro la muerte”.
“Para acceder a este absoluto, su poética elabora un itinerario donde destaca la locura, la violencia, el cuerpo y la belleza. Su poesía, es nomadía, movimiento, el cual posee un norte: la muerte o, más bien, el deseo de muerte como absoluto y belleza total”, agrega Espinosa.
A la hora de consultarle a las poetas qué es lo que más les gusta del trabajo de Pizarnik, Elvira Hernández señala: “Lo que más me gusta son los momentos de diálogo que crea. Con ella misma o con la <otra> que se le parece mucho, que la suplanta, con la que se confunde y de la que se quiere desasir. Ese nudo poético que amarra y busca desatar y donde despliega sus palabras, es lo que me atrajo de su poesía”.
Por su lado, Victoria Ramírez plantea: “Me gusta su intensidad, la manera en que aborda ciertos temas complejos como la identidad o la muerte, y también cierta certeza sobre el mundo, pensamientos tajantes que al mismo tiempo me parecen muy poéticos”.
“Me gusta también que ahonde en la soledad como un tema. Creo que se trata de una figura un tanto trágica, que encanta por esa intensidad. No es la única, por supuesto, pero sí quizá es una de las poetas argentinas de mayor difusión”, añade la autora de Magnolios.
Julieta Marchant, quien también ejerce como editora de Bisturí 10, señala: “Lo interesante es cómo logró crear un mundo, que es algo bien singular en la poesía, en un punto me recuerda a Marosa di Giorgio, quien también creó un mundo mental en el poema con sus propias leyes, normas y su propia arquitectura. Creo que eso es lo que me interesa, abrir un libro y entrar al universo mental de Pizarnik”.
Entre tanto libro que la oriunda de Avellaneda publicó, en Culto pedimos a nuestras entrevistadas que escogieran algunos de sus favoritos. Patricia Espinosa señala: “La condesa sangrienta es mi libro preferido. Considero que es un trabajo grandioso en tanto juega con diversas texturas genéricas; donde además, hay una preocupación por el poder y la figura de la mujer ligada a la muerte, la sangre, la violencia. Lo escabroso acá, es un concepto diaspórico que, desde el feminismo, permite indagar en la sujeto mujer, siempre tensionada por un orden de violencia infinito”.
“Me quedo con El árbol de Diana por la extrañeza poética que recorre esos versos y que me parece es la dificultad de entrar en el mundo –dice Elvira Hernández–. También, Extracción de la piedra de la locura donde campea la oscuridad, que en poemas publicados en otros libros, rastreé en la recurrente palabra ‘sombra’. Además de la mutua constatación del silencio y la voz”.
Por su lado, Victoria Ramírez apunta: “Me cuesta recomendar un libro, yo personalmente llegué a ella por la poesía en verso y no la prosa, por lo que recomendaría su Poesía Completa que está publicada por el sello Lumen”.
Julieta Marchant tiene también sus preferidos: “Me gusta mucho Extracción de la piedra de locura, creo que es que más me ha gustado siempre, porque me parece que su trabajo con la prosa poética como que implica una intensidad arrolladora. Me interesa mucho su poesía en prosa porque despliega la oscuridad de este mundo con sus leyes y normas internas, su capacidad intensiva y me parece una poesía madura también, porque es cuando ella tiene más lecturas en el cuerpo y las puede integrar mejor”.
“También me gusta mucho el libro La condesa sangrienta, que está en la Prosa Reunida, porque ahí también investiga en el fondo un personaje en torno a la oscuridad -que es lo que le interesa- o en torno a lo femenino perverso, ahí está bonito el cruce entre escritura e investigación en torno a lo siniestro”, agrega Marchant.
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