Atom Heart contra los géneros, el algoritmo y el formato disco: “Me interesa volver a lo desconocido”
El célebre músico alemán radicado en Chile dedica la temporada de pandemia a contravenir todos los códigos de la industria: además de lanzar doce álbumes en 2021, todos de géneros distintos y con títulos que ironizan con la lógica de Spotify, digitalizó todo su enorme catálogo despojándolo de carátulas y contexto. "A nadie le interesa cómo se llamó un disco mío del 95", asegura.
Hace algunos años, cuando las plataformas de reproducción digital de música aún no eran lo que son ahora y la industria discográfica todavía no le encontraba la vuelta al negocio, Uwe Schmidt (52) tuvo una especie de epifanía doméstica. Mientras revisaba la colección de música de su hija, que entonces era una adolescente -hoy tiene 23 años-, cayó en cuenta que el formato disco iba camino a la extinción y que lo que venía en el mundo y en su propia carrera operaría con una lógica completamente distinta.
“Cuando era más chica le gustaban los Beatles, por ejemplo, pero sobre todo esta canción. No sabía cuál era el álbum, ni cuándo se hizo, no le interesaba nada de eso. Y encontré increíble que su playlist era como una ensalada histórica entre Blondie, Frank Sinatra, Black Eyed Peas, todo junto. Ahí entendí que nadie iba a respetar mi deseo de haber diseñado un álbum con una secuencia específica de diez tracks, con pausas y todo eso. Eso ya no existe”.
La revelación de aquel día funciona como antecedente para explicar el más reciente proyecto de Schmidt, el músico alemán radicado en Chile desde 1997, quien a través de diversas encarnaciones y seudónimos (Atom Heart, Señor Coconut, Lisa Carbon Trio) ha construido una de las más originales y prolíficas carreras de la electrónica global: el lanzamiento de doce discos durante 2021, todos pertenecientes a un género musical distinto.
Eso en lo formal, porque lo que se esconde detrás del último proyecto de Atom™ -el alter ego bajo el cual trabaja actualmente- es en realidad algo aún más complejo y original. Una mezcla entre un experimento social, un cuestionamiento a los códigos de la industria y sobre todo un juego (él prefiere llamarlo un “meta-juego”), que consiste en reordenar todo su extenso catálogo de las últimas tres décadas, probar combinaciones distintas de sus propias canciones y volver a publicarlas en nuevos discos con títulos inspirados en la lógica con la que servicios como Spotify ordenan y catalogan las piezas de sonido similar.
This is Jazz, This is Ambient, This is Computermusik y This is Glitch son los títulos de los cuatro primeros lanzamientos de la serie, que Schmidt define como parte de una “investigación sobre los géneros” y que compara con el ejercicio de “jugar con los elementos, como en esas cajas de química para niños”.
“Tenía la idea de reagrupar mi archivo bajo este otro ángulo. Fue como decir voy a tomar todos los tracks que tengo y los voy a poner en otro contexto, que ahora son los géneros, a ver si cambia la percepción que estos tienen por la pura descripción que le adjuntas. Si tomas un track y lo llamas de otra manera, en otro contexto, la manera de escucharlo y de percibirlo cambia. Es como un meta-juego, de poner tracks bajo cierta clasificación y obviamente con un poco de ironía decir ‘esto es’, y la persona que lo recibe se confronta con esa definición tan dominante”, explica.
“Si tú escuchas un compilado que se llama ‘Lo mejor de la música chilena’, en ese momento eso se convierte en una realidad, en lo mejor de la música chilena, objetivamente. Pero de repente, con una segunda mirada, uno dice qué es esto, o falta esto, y te das cuenta que es una construcción de alguien, con un interés, como cualquier historia. Y con los géneros es lo mismo. Es una clasificación diversa pero también política, que se hace para comercializar algo”, agrega.
El último experimento artístico de Schmidt es en realidad parte de un proyecto mucho mayor. O más bien, de un cambio de enfoque total con respecto a su trabajo, ligado en parte a ese revelador momento en que se dio cuenta que el consumo actual de música en el mundo es mucho más caótico y fragmentado que lo que era cuando inició su carrera.
Así, tras dedicarse por cerca de una década a la remasterización de su extensa discografía -que incluye cerca de 150 álbumes y 1500 canciones-, tarea que completó el año pasado aprovechando el encierro pandémico, hoy ese catálogo aparece en plataformas digitales despojado de casi todo orden y contexto, con su arte original reemplazado por carátulas casi idénticas sólo identificadas con distintos números, que en conjunto forman un gigantesco bloque de contenido verde y negro en su cuenta de Spotify y su sitio web.
“Estaba pensando más bien en el mundo de ahora, donde realmente a nadie le interesa cómo se llamó un disco mío del 95, a nadie le interesa tener una réplica digital de ese disco. Si ya salió como CD o vinilo no tiene ningún sentido intentar volver atrás y generar el mismo efecto con ese disco, ya se hizo. Opté por otro camino, con la idea más bien de desnudar la música en sí y sacarla de su contexto original, histórico por así decirlo, quitarle la carátula, quitarle el marco temporal también y no presentar nada alrededor de la música”, detalla.
“Yo sé que en términos de márketing no es muy inteligente hacer un catálogo genérico de 1500 canciones”, reconoce. “No hay color, ninguna carátula que te guíe en todo eso. Abres mi catálogo y es un muro negro y genérico. Donde tienes que acercarte a algo concreto, un track, y escucharlo, no hay ninguna explicación extra. Yo quería eso, bajar la música a su efecto principal: la escuchas y te gusta o no te gusta. Fin. Sé que eso excluye a mucha gente, porque no es como habitualmente escuchamos música. El humano necesita 90% de contexto y 10% de música. Es más importante ser alguien que escucha reggaetón que realmente entender lo que sucede en cada track de reggaetón. Es una actitud genérica también. Lo encuentro válido, así somos, pero no quería jugar ese juego”.
El experimento ya ha dado sus primeros frutos y un nuevo público está descubriendo o redescubriendo la obra del alemán por otros caminos. “Con este aire de anonimato que tienen los tracks, mucha gente llega a ellos por algún search engine o por alguna conexión de internet que no entiendo. Hay ene gente que compra tracks sueltos. El algoritmo hace su trabajo, hace listas random y uno aparece ahí. Eso lo encuentro súper interesante, mucho más interesante que intentar replicar la sensación original”, asegura.
Un track que dure seis horas
Si hasta hace poco entrar al mundo de Schmidt era una tarea exigente que requería tiempo y paciencia, con una discografía casi imposible de rastrear, hoy esa obra está disponible pero estructurada como un intrincado laberinto sin mapa ni señalética. “Hasta algunos amigos míos me han dicho ‘quiero escuchar tu música, pero no sé por dónde empezar con este catálogo que me aplasta’. Y yo digo que lo entiendo, pero si no tienes tiempo y no tienes ganas, no lo hagas. Es como una especie de filtro, finalmente”, dice sobre este catálogo “sin contexto ni capa cultural, simbólica o histórica”. Uno que hoy es simplemente música, o la siguiente etapa de su investigación en torno al cruce de temporalidades y géneros musicales.
Algo que el músico alemán ya había ensayado en su célebre proyecto Señor Coconut, en el que combinó culturas y épocas al fusionar la electrónica de Kraftwerk con mambo, cumbia y chachachá. Un ejercicio que le valió el mote del padre del “electrolatino” a nivel mundial y que lo acercó aún más a colegas chilenos como Jorge González y Martin Schppf -parte de los créditos de esos álbumes-, pero que hoy le parece poco atractivo.
“Para mí algo como Señor Coconut, que era nuevo e interesante en el 2000, lo veo cero así ahora. En el camino me dejó de interesar este juego. Me interesan más otros temas, temas más universales. Hasta en la música popular que escuchas en la calle, la bachata o el reggaetón, las voces suenan procesadas. Y cuando en el 99 hice un álbum que se llamó Pop Artificielle, donde las voces eran todas procesadas, no se entendió realmente, recibí algo de crítica pero hoy es completamente normal que algo suene o se vea así”.
En ese sentido, en Schmidt no hay nostalgia por el modelo de la industria del siglo XX. “El sistema antiguo, de los sellos, era quizás igual de injusto o quizás peor. No estoy aferrado a cómo era el pasado porque lo encontraba muy penca. En el pasado, de un CD yo ganaba 50 centavos y la tienda ganaba 200%. Y mucha otra gente entre medio ganó siempre mucho más a veces por un trabajo mal hecho. Con cada álbum que hice en los 90 gané mucho menos que con los mismos discos ahora en bandcamp”, cuenta.
Tampoco por el formato disco. “Nacimos con el álbum, nos gusta como formato, como narración. Pero en sí el álbum es un formato económico, no es un formato artístico. Se inventó por una necesidad económica y después el artista empezó a enamorarse del concepto, de la duración, del tamaño. La gran ventaja de este quiebre fue que desde ahora puedo hacer un track que dure seis horas o un track que dure dos segundos, da lo mismo. Eso lo encuentro mucho más real porque a veces uno no quiere hacer un álbum”.
En medio de este panorama de formatos en decadencia y géneros difusos, Atom Heart asegura que, con sus últimas aventuras artísticas, su intención es recuperar lo básico, lo más elemental. “La búsqueda de un sonido, de la abstracción, cosas que son inherentes a la música electrónica. Me interesaba volver a lo desconocido, eso lo encuentro más interesante ahora”.
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