La película del rescate chileno en Siria

children of the enemy
Patricio Gálvez, en mayo del 2019, junto a Mohammed, el menor de sus nietos, de apenas un año de edad. Crédito: Rena Effendi.

El realizador Gorki Glaser-Müller registró en el documental Children of the Enemy la odisea de Patricio Gálvez, el chileno que en 2019 fue a Siria a buscar a sus siete nietos después de que su hija yihadista muriera en un bombardeo. Al igual que Gálvez, el director es naturalizado sueco y su película muestra las batallas contra la política de salón en un país que siempre fue modelo de tolerancia.


El río Éufrates, eterno testigo de las civilizaciones mesopotámicas, es el lugar donde Amanda González y su esposo Michael Skråmo fueron a morir hace dos años durante la retirada del Estado Islámico (ISIS) de Siria. Primero falleció ella, alcanzada por las esquirlas de un bombardeo, y un par de meses después él, ya en las postrimerías de la batalla de Al-Baghuz Fawqan. Hasta allá habían llegado siguiendo la dirección del Éufrates desde Al-Raqa, la ciudad ubicada cinco horas al norte que durante tres años fue capital del llamado “califato universal” de ISIS.

A ese nido de metrallas y pólvora Michael Skråmo arribó en el 2014 junto a su esposa chileno-sueca Amanda y sus cuatro hijos. Contó a su familia que trabajaría como chef en Turquía, pero en la práctica se transformó en reclutador de integrantes para el Estado Islámico, en combatiente de la causa yihadista y en padre de otros tres hijos. Hoy los siete niños huérfanos viven con distintas familias adoptivas en Suecia, pero antes debieron pasar por su propio calvario entre ciudades sitiadas y el campamento de refugiados de al-Hol, al noreste de Siria. Desde ahí los sacó su abuelo chileno Patricio Gálvez, padre de Amanda, tras doblarle la mano a las trabas y cortapisas de la burocracia y la cocina política sueca. La primera vez que vio a los chicos fue en la ribera del mismo Éufrates donde su hija encontró la muerte.

El episodio de este chileno residente en Suecia (en ese país cambió su apellido original de González a Gálvez) fue ampliamente cubierto por la prensa mundial en su momento y en nuestro país también hubo negociaciones para que los niños salieran de Siria. Gálvez, una figura carismática con look de rockstar ya en repliegue, necesitaba además de una operación mediática para mover las agujas del establishment y de los políticos más reticentes, varios de ellos ubicados en el ala ultraconservadora de su país adoptivo.

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Gálvez en la ciudad de Erbil, al norte de Irak, desde donde se desplazó a buscar a los niños. Crédito: Cinenic Film.

En medio de la batahola que acompañó el rescate, el chileno era filmado día a día por su compatriota Gorki Glaser-Müller (1973), que con aquel material hizo el documental Children of the enemy, estrenado hace una semana en cines de Suecia y exhibido poco antes en el Festival de Cine Documental de Copenhague (CPH:DOX), uno de los más importantes del mundo en no ficción.

Glaser-Müller, que llegó a Suecia a los 13 años junto a su madre, recorre los mismos caminos, vericuetos y callejones sin salida que su personaje. No se lo ve mucho frente a cámara, pero a veces se escucha su voz y sus palabras de aliento. No había opción de deprimirse en medio de la batalla emocional de este rescate improvisado.

“Ya la tarea de Patricio era bastante difícil en Siria como para que yo le contagiara algún tipo de desazón”, cuenta el cineasta y actor de nacionalidad chilena y sueca. Dice que cada dos años viene a Chile y el acento inconfundiblemente local lo delata de la misma manera que a Gálvez, que en medio de llamadas y conversaciones en fluido sueco a veces dice frente a cámara cosas como “lo único que se necesita acá loco es una persona que venga y saque a los niños… están puro hueveando”.

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El realizador Gorki Glaser-Müller (1973) ha realizado dos largometrajes y actualmente trabaja en proyectos de realidad virtual.

De Gotenburgo a Al-Raqa

Nacido en Noruega y criado en la ciudad sueca de Gotenburgo, Mikael Skråmo tenía 29 años cuando murió. Era un año mayor que su esposa Amanda González, quien se había convertido al Islam a los 18 años. En aquella década de radicalización antes de morir, Amanda y su padre se comunicaron cada vez menos. Estuvo de por medio la separación de Patricio Gálvez de su esposa sueca Erika Pape, madre de la muchacha y también convertida a la fe musulmana. La chica era de rostro delgado y ojos almendrados, muy parecida a su padre, de quien también heredó una personalidad abierta y el gusto por las artes.

Tras su afiliación a la causa más extrema y conservadora del Islam, la de ISIS, ese histriónico entusiasmo desapareció. No deja de ser tragicómico que la hija de un músico haya abandonado su afición al hip hop y el teatro tras afiliarse a las células yihadistas. Su hogar nunca más volvió a tener música y en las fotos que enviaba a Patricio se la veía con el clásico velo integral de pies a cabeza, casi sin asomo del rostro.

Esos fueron los días de Al-Raqa, la ciudad de la que Amanda, sus hijos y su esposo terminarían huyendo. Pocos meses después de la muerte de ambos, la cámara de Gorki Glaser-Müller se transformó en el testigo absoluto de la estadía de Patricio Gálvez en Erbil, urbe del norte de Irak desde la que se desplazó a distintos puntos cardinales en el rastreo de sus nietos.

“No había un plan con lugares determinados donde parar ni nada por el estilo. Simplemente fui siguiendo a alguien que tendría que enfrentarse todos los días a desafíos nuevos”, explica Glaser-Müller, que ubicaba a Gálvez desde cuando le hizo videos a su banda local Lecheburre. “Eramos algo así como amigos lejanos, todos en la onda cultural de Gotemburgo. Aunque suene duro decirlo, nadie creía que Patricio iba a sacar a los niños de ese infierno”, detalla.

¿Cómo lo logró entonces?

Mirándolo en retrospectiva, pienso que es una persona gentil y humilde. Creo que eso le abrió muchas puertas en Irak y Siria. Y, después de todo, la infaltable dosis de humor chileno lo ayudó en los momentos más difíciles.

“Hijos del enemigo”

La principal barrera que Patricio Gálvez debió enfrentar para traer de vuelta a los hijos de Amanda y Michael fue la reticencia de la propia sociedad sueca. Según una encuesta de la empresa YouGov, el 54 por ciento de los ciudadanos del país escandinavo se oponía a la repatriación de hijos de miembros de ISIS y sólo un 23 estaba de acuerdo. En otras palabras, ningún político se iba a hacer popular ayudando a este chileno nacido hace 52 años en Villa Alemana y que jamás, a diferencia de la madre de Amanda, sintió la menor atracción por el Corán.

En Children of the enemy hay un momento en que Gálvez, que toma medicamentos para prevenir sus alzas de presión, observa como las redes sociales se atiborran de mensajes no particularmente amables de ciudadanos suecos. Desprecian a los chicos por ser hijos de terroristas y en el mejor de los casos recomiendan que salgan de Siria, pero con destino a Chile.

“La sociedad sueca ha cambiado mucho desde que yo llegué. Hace 30 años los derechos infantiles no se hubiesen ignorado tanto como hoy. La palabra solidaridad no se usa más”, reflexiona Glaser-Müller, que ha desarrollado toda su carrera profesional en el país que lo adoptó en 1986. “La retórica que manejan hoy muchos líderes políticos es dura, inhumana y violenta”, agrega.

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El protagonista de Children of the Enemy arriba de un bus de locomoción colectiva en Irak.

Para él, el caso de Gálvez es único por las mismas razones. “No es el clásico macho alfa que vemos en todas partes. Es un tipo pacífico y aquella nobleza merece ser registrada en alguna parte”, comenta el director. En el documental se percibe ese espíritu a través de pequeños grandes detalles, incluyendo la maleta atiborrada de juguetes que Patricio lleva a todos lados o los cuatro metros de tela que compra en una tienda de Erbil para transportar en brazos a los niños.

Pero también hay malos tragos y el más ingrato es cuando Ulrika Pape, madre de Amanda, llega al hotel donde Gálvez está con los chicos y busca tener su parte en esta operación rescate. La mujer, vestida con una burka, le habla a sus nietos en árabe y sueco al mismo tiempo y entra en una discusión con su ex pareja. Probablemente tiene tanto derecho a estar con ellos como el abuelo, pero ante la posibilidad de que su presencia entorpezca la salida de los rescatados, se transforma en un auténtico problema.

Patricio Gálvez imagina que tal vez regrese a la zona y dice en el filme: “Sé que Amanda murió en uno de los pueblitos al sur de Al-Raqa. Algún día, si es que todo esto se abre, me gustaría ir en busca de su tumba”. A pesar de que Glaser-Müller reconoce que trató de ser lo más cauto posible con él cada vez que salía el tema de la hija, hay cuestiones que se filtran por los poros y la mirada. Se puede observar que Gálvez se siente culpable por no haber estado el tiempo suficiente con su hija. Habla de eso al inicio del documental y es entendible que los remordimientos golpeen su memoria.

La respuesta, sin embargo, la tiene la propia Amanda a través de un viejo mensaje en el celular que su padre revisita en las noches: “Hola papá…He perdido peso y las ropas se me caen. Disculpa si parezco enojada, pero en realidad no es así como me siento. Sólo estoy triste y desilusionada. Creí que mi familia cuidaría de mí. No pienses que me decepcionaste y que no me diste amor. Conozco a muchos que hubieran deseado tener un padre como tú”.

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