El boom latinoamericano como certeza: cuando Vargas Llosa entrevistó a García Márquez
Reunidos en un auditorio de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, en 1967, ambos autores mantuvieron una charla en un momento estelar de sus carreras. La conversación, que aparece en un nuevo libro, vía Alfaguara, marca un particular instante para la literatura sudamericana que diversos especialistas analizan para Culto.
La idea era simple. Un diálogo franco y ameno entre dos de los pesos pesados de las letras latinoamericanas en esos días finales del invierno austral de 1967. La Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, decidió juntar a Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en el auditorio de la Facultad de Arquitectura. En un lugar donde abundan las medidas y los números, ahora iban a preponderar las letras.
Siempre es difícil que calcen las agendas de dos escritores importantes. Pero ese momento fue preciso. En mayo, “Gabo” había lanzado su obra cumbre: Cien años de soledad. Pero en esos días se encontraba en el cono sur, en Argentina, donde había ido a hacer de jurado en el concurso de novela Sudamericana Primera Plana, por lo que después de eso no tenía inconvenientes en pasar a Lima como una escala de regreso a México, donde residía.
Vargas Llosa se encontraba en Lima, pasando unas semanas tras haber obtenido, en Venezuela, el prestigioso Premio Rómulo Gallegos por su novela La casa verde (1966). Así, el director de extensión cultural de la universidad, José Miguel Oviedo, no podía estar más feliz. Pudo coordinarlos a ambos y organizó el evento, que se hizo en dos días: 5 y 7 de septiembre.
La noticia de la reunión corrió veloz, tanto así que los 300 asientos de madera del auditorio estaban ocupados. Oviedo se ocupó también de hacer las veces de maestro de ceremonias, pero su gran acierto fue haber grabado la charla. Eso posibilitó que lo que ambos dijeron pudiese ser publicado en 1968 en un libro llamado La novela en América latina: un diálogo. Este se reeditó en 1991, 2003, 2013 y 2017.
Sin embargo, una nueva edición titulada Dos soledades: Un diálogo sobre la novela en América Latina se encuentra disponible desde este sábado 29 de mayo en las librerías chilenas, vía Alfaguara.
En esta edición, no solo se reproduce el diálogo entre ambos autores, donde el peruano hace de entrevistador, y el colombiano, de interrogado (un papel que no disfrutaba en demasía), también se incluyen relatos de testigos del encuentro. Eso sí, el oriundo de Aracataca reconoció que le costaba entrar en el plano reflexivo, a diferencia del muy teórico Vargas Llosa, quien enfocó sus preguntas en ese terreno. Aunque, como suele suceder en los recovecos de la literatura, los papeles se alternaron más de una vez.
“Yo tengo la impresión de que empecé a ser escritor cuando me di cuenta de que no servía para nada”, comenzó diciendo el colombiano. En una frase que da cuenta de la pulsión que lo llevaba a teclear. Agregó que para él, la literatura tiene “una función subversiva”. Porque “en la buena literatura, encuentro la tendencia a destruir lo establecido, lo ya impuesto y a contribuir a la creación de nuevas formas de vida”.
Por supuesto, Cien años de soledad fue parte importante de la charla. En un momento, el peruano le comenta que en ese libro, pese a estar lleno de personajes, el sustrato subterráneo es la soledad. “En realidad, no conozco a nadie que en cierta medida no se sienta solo”, argumentó “Gabo”.
De promesa a certeza
Ese 1967 fue especial para ambos escritores. Paula Miranda, escritora y académica de la Facultad de Letras de la UC, señala: “Ese encuentro en Lima es un hito histórico para la cultura mundial, pues dos de los más grandes narradores de todos los tiempos se reunieron a conversar sobre la novela en América Latina. Sin embargo, claramente García Márquez (nueve años mayor que Vargas Llosa) había decantado en ese momento su máxima madurez como escritor con Cien años de soledad, un libro que ya en la primera semana de publicado había vendido ocho mil ejemplares y que es una novela que marca un antes y un después en nuestras letras: por su escritura, el tratamiento de los personajes, la atmósfera realista-mágica que marca su estilo inconfundible, además de esa mezcla exquisita entre mito y biografías”.
La poeta Soledad Fariña señala que el boom coincide con la expansión de la mirada latinoamericanista. “Creo que La Hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y otras, son excelentes novelas, pero Cien años de soledad se convirtió en una lectura imprescindible, entonces lo leímos como una alegoría de las historias y los eventos que nos unían como latinoamericanos. Se impone como una novela, o tal vez una ‘saga’, donde el autor alcanza la perfección de una técnica, imágenes, y relatos de un mundo sorprendente. Por otra parte, el Premio Rómulo Gallegos otorgado ese año a Vargas Llosa, confirma el reconocimiento al ‘gran innovador’ de la novela latinoamericana”.
Álvaro Bisama, director de la escuela de Literatura UDP, señala: “Son los años del boom, donde pasó de ser una promesa y se convirtió en una certeza de la mano de estas obras, que uno tiende a recordar como las grandes novelas de esa década. La tesis doctoral de Vargas Llosa es sobre García Márquez, ahí no solo hay un nivel de admiración, sino de pregunta de cómo se están leyendo ellos entre sí”.
El crítico literario Camilo Marks también resalta ese año, pero en el caso de “Gabo”, cree que “fue la culminación de un ciclo que había iniciado en 1955 con la publicación de La Hojarasca, novela a la que siguieron cuentos y varias más, entre ellas El coronel no tiene quien le escriba, para algunos un título insuperable”. Sin embargo, cree que la afamada obra no es lo fundamental del colombiano: “Con los años, escribió narraciones de tanto o más valor como esta: El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto, Noticia de un secuestro y, sobre todo, sus maravillosas memorias Vivir para contarla”.
Sobre Vargas Llosa, Marks cree que aún no alcanzaba su cumbre. “Claro, 1967 le valió el premio Rómulo Gallegos, pero esa fue solo su segunda obra, precedida por La ciudad y los perros y a ambas le seguiría una cadena de volúmenes formidables, así que, con 31 años, podemos decir que el novelista peruano apenas iniciaba su carrera”.
Para el escritor Naín Nómez, en ese ’67 ambos estaban en un muy buen momento: “Sí, yo creo que tanto Cien años de soledad como La casa verde son de lo mejor que hicieron. Son obras muy importantes. La casa verde es un trabajo muy experimental, Cien años de soledad se sigue leyendo hasta el día de hoy como una innovación”.
“Aunque a veces no estoy tan seguro que haya un momento en que los autores tengan un peak –acota Nómez–. Yo creo que eso puede pasar en varios momentos, o puede pasar en un período total. En este caso, yo refrendaría que son dos grandes novelas”.
Sobre La casa verde, Miranda señala que es una de sus mejores obras: “Que el joven Vargas Llosa recibiera el Premio Rómulo Gallegos con La casa verde, su segunda novela, lo demuestra. Sin embargo, no es la que más me agrada, por esas zonas oscuras de abusos y violaciones de su trama, ese ‘corazón de sus tinieblas’ como dijo un crítico de Vargas Llosa. En ese sentido, creo que ese sustrato a veces más histórico o más autobiográfico, que me parece que son las aguas donde Vargas Llosa alcanza sus mejores momentos, se expresa con mayor intensidad en Conversación en La Catedral o en La guerra del fin del mundo o en La tía Julia y el escribidor”.
Para Naín Nómez, La casa verde es una gran novela, “no solo de Vargas Llosa, yo creo es de las fundamentales del siglo XX”. Soledad Fariña también la rescata: “Es una gran novela donde el autor llega tal vez a la perfección de su técnica narrativa. Sin embargo, por llegar al sustrato más fino que representa no solo a la clase media limeña, sino a la de muchas ciudades latinoamericanas de ese tiempo La ciudad y los perros y, de distinta forma, Conversación en La Catedral, hunden el dedo en la llaga profunda de la sociedad clasista latinoamericana de los ’60, con todas sus contradicciones”.
Camilo Marks discrepa. “De ninguna manera pienso que La casa verde sea uno de los libros fundamentales de Vargas Llosa. Es solo un paso en un escalón de literatura de calidad realmente superior. Fue el segundo e inició una cadena de obras en las que, cada vez, se superaría más: Conversación en La Catedral, más compleja, entretenida, absorbente y técnicamente mucho más brillante que las dos anteriores y muchas, muchísimas novelas, cuentos, dramas y ensayos que lo convierten en uno de los escritores vivos más vigentes del momento”.
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