La noche del viernes 24 de febrero de 2012, el músico Francisco Durán, por entonces integrante de Los Bunkers, presenció junto a su familia el show de Morrissey en el Festival de Viña del Mar. Un show al que asistió debido a su admiración por The Smiths, la banda en que “Moz” fue vocalista entre 1982 y 1987, considerada hasta hoy una agrupación de culto.
De allí a que afloren los recuerdos, en especial sobre el momento en que el de Manchester cantó I know it’s over, una de las piezas más célebres del grupo. “Nosotros justo tocamos en esa edición del Festival. El día anterior a nosotros tocó Morrissey, entonces fuimos con mi familia”, recuerda el guitarrista, hoy en Lanza Internacional, en diálogo con Culto.
“Estaba con mi mamá y justo cantó esa canción -detalla-. Me acuerdo que ella me pedía que le tradujera la letra. Se la iba traduciendo a medida que iba cantando y me dijo que pensaba que era la canción más triste que había escuchado en toda su vida. Probablemente tenga razón”.
Esa pieza, grabada con las luces del estudio apagadas para dar ambiente (y la infaltable provisión de cerveza y porros, a confesión del bajista Andy Rourke con NME), es la número tres en el listado del álbum The Queen is dead (1986). Probablemente, uno de los más renombrados en la discografía de los mancunianos, pese los 35 años desde su lanzamiento; no en vano el célebre NME lo proclamó en 2006 el segundo mejor disco británico de todos los tiempos, superado por el legendario álbum homónimo de los Stone Roses.
Durán recuerda cómo descubrió la música de la banda en sus días de adolescencia en el Gran Concepción. “Teníamos una especie de amigo dealer que nos pirateaba discos y podía conseguirse mucho material que no estaba presente en las disquerías. Él nos hizo las primeras grabaciones que tuvimos de The Smiths; si no me equivoco el Hatful of hollow y el Louder than bombs fueron lo primero que escuchamos de ellos”.
En otro rincón de la misma ciudad, la compositora Felicia Morales conoció la obra de los Smiths, tal como lo hacía siempre; por la afición de sus padres, unos músicos profesionales de gusto amplio. “Llegó a mí porque era lo que se escuchaba en la casa, mi mamá escuchaba The Smiths”, recuerda.
La multiinstrumentista cuenta que en esos días no conocía mayor detalle sobre la figura de Morrissey, un personaje de mérito propio por su fuerza como intérprete, una lírica de voz muy personal y sus decisiones a menudo impredecibles. “Cuando los escuché por primera vez no había internet, entonces se conseguía con CD’s piratas sin la portada -detalla a Culto-. El otro que tuve fue el the Best of Smiths, con una portada en blanco y negro. Entonces tampoco tenía idea cómo se veía la gente que estaba en la banda, simplemente apreciaba la música”.
Con su oído entrenado por sus estudios de violonchelo en el conservatorio de la ciudad, Felicia definió muy rápido lo que le gustaba de la música del cuarteto que completaban el guitarrista Johnny Marr, el baterista Mike Joyce y el bajista Andy Rourke. “Los bajos, eso me cautivó, yo solamente escuchaba los bajos”, recuerda
Un interés que se potenció tras recibir de regalo un bajo eléctrico en la navidad de 1996. “Yo aprendí a tocar bajo tocando música de los Smiths -detalla-. Es un súper ejercicio porque es muy difícil, es complejo, por las armonías y todo”.
Triste y alegre
Lanzado el 16 de junio de 1986, cuando The edge of the heaven de Wham! punteaba en las listas de singles del Reino Unido, el álbum The Queen is Dead salió a las tiendas en un período complejo para los Smiths. En rigor, se debió publicar en una fecha anterior, pero el grupo se enredó en una disputa con la discográfica Rough Trade por asuntos relacionados -cómo no- con el dinero y la promoción que para ellos resultaba insuficiente.
Por esos días los Smiths eran una banda que ganaba atención y una creciente fanaticada devota. Su álbum anterior, el más político y directo Meat is Murder, logró el número uno en las listas británicas (el único de toda su carrera), pero sus sencillos no lograban escalar hasta el top 10 -hasta entonces, sólo Heaven knows i’m miserable know-. Una situación que no tenía satisfechos a Morrissey y Johnny Marr, la dupla de compositores. Más al comprobar el arrastre del grupo durante la gira estadounidense en el verano boreal de 1985.
Para empeorar las cosas, debieron tomar una decisión difícil; expulsar al bajista Andy Rourke, quien bajó de forma notable su rendimiento como instrumentista y se encontraba en un punto crítico de su adicción a las drogas. Pero tras comprometerse a tomar cartas en el asunto, Rourke volvió al grupo a las pocas semanas. Eso sí, decidieron mantener como músico de apoyo al guitarrista Craig Gannon, quien había entrado para hacerse cargo del bajo.
Previamente, Rourke y el baterista Mike Joyce dieron la primera alerta sobre un asunto que acabó pesando al grupo años después; la falta de un acuerdo contractual que los rigiera a todos, ya que la discográfica solo tenía acuerdo con Morrissey y Marr. Esto les dejaba en una situación muy desfavorecida, en especial en cuanto a las regalías. Por entonces, bastaron algunas charlas para calmar las aguas, pero los líderes estaban poco dispuestos a cambiar las cosas.
Ese estado de ánimo de alguna forma se coló en el tercer disco de estudio de la banda. Así al menos lo deja entrever Morrissey en algunos pasajes de su Autobiografía. “El dolor continúa siendo una fuente de inspiración. De nuevo en la oscuridad comenzamos a grabar The Queen is dead”.
De allí a que en este álbum se escuchen canciones que resumen la fibra melancólica de los Smiths. Y aunque también incluye momentos menos dramáticos (allí están por ejemplo Cemetery gates y Vicar in a tutu), este resume la habilidad de Morrissey y Marr para crear composiciones refinadas y de vocación pop, con letras dominadas por el sentimiento de pesadumbre, los deseos insatisfechos y las sátiras ingeniosas.
Un detalle al que Felicia Morales prestó atención una vez que logró entender lo que cantaba el inglés de afectada entonación operática. “Las letras son muy depresivas, me encantan -cuenta-. Cemetery gates, ponte tú, es alegre, pero está hablando de juntarte en el cementerio y cuando te das cuenta de lo que está hablando es como ¡guau!”.
Cuando se les pregunta por las canciones favoritas del álbum, los músicos contactados por Culto eligen concentrarse en ciertos detalles del entramado de las canciones. “Me gusta mucho Some girls are bigger than others -detalla Felicia-. Me gusta que tiene un cambio en el volumen y uno siempre se asusta al principio, como que sube y baja; eso me encanta”.
Por su lado, Francisco Durán también menciona la misma canción que cierra el álbum. “Me encanta que el disco no termina con su clímax natural que sería There’s a light that never goes out y termina con esta canción. Te deja pagando”.
Además de la anterior y, por cierto I know it’s over, Durán menciona entre sus favoritas al sencillo que adelantó el álbum, con su respectivo video -el que Morrissey aceptó hacer a regañadientes-. “The boy with the thorn in his side creo que logra ese equilibrio perfecto entre la luz y la sombra, en el sentido de que es luminosa pero triste; tiene acordes mayores que siempre ayudan a iluminar una canción. Esa combinación creo que es una de las mayores aspiraciones que uno puede lograr con una canción”.
Una combinación lograda por el trabajo de producción de Morrissey/Marr junto al ingeniero Stephen Street (Blur, Cranberries, Kaiser Chiefs) . “Quizá el álbum más logrado de la década de los años ochenta, este trabajo retrata a la sociedad Morrissey/Marr en su apoteosis -afirma el biógrafo Johnny Rogan su libro Morrissey & Marr: la alianza rota-. Más que cualquier otro trabajo en su canon, The Queen is dead cristalizó las visiones complementarias de sus creadores en un majestuoso barrido panorámico”.
¿Cuánto se puede escuchar de los Smiths en sus proyectos musicales? “Creo que el trabajo de Johnny Marr uno lo puede rastrear en el trabajo nuestro, en bandas de Conce en el trabajo de Los Tres; yo escucho ese sonido y esta influencia en varias cosas que se han hecho en Chile”, detalla el guitarrista.
Por su lado, Felicia Morales señala que pese a su gusto por la banda, no los siente como una referencia directa en su música, más bien construida sobre el lenguaje del pop de sintetizadores -que a mediados de los ochentas también tenía interesantes exponentes-. “De colarse en mi música, no lo creo, pero sí es algo que escucho en la vida, normalmente hay canciones de los Smiths en mis listas, siempre lo pongo”.
Otra es la respuesta al advertir las referencias a la cultura pop que Morrissey suele incluir en sus letras; allí están desde el cine de los años sesentas, libros -el título salió de un pasaje de Last exit to Brooklyn, de Hubert Selby Junior-, e incluso algunos lugares del Manchester postindustrial de los setentas en el que creció. Como fan de la banda, Felicia lo comprobó hace algunos años, al tomar un tour especializado en la historia del grupo.
“Tuve la oportunidad de viajar a Manchester e hice el tour de The Smiths, fui a las puertas del cementerio y al Iron bridge, del que habla Morrissey en muchas de sus canciones -recuerda-. Fue hermoso”.
A tono con los tiempos, el álbum fue reeditado en 2017 -no sin polémica con Morrissey- en una pieza de lujo que incluía discos de rarezas y demos, además de un registro en vivo. No hay mayores novedades en esta temporada, por el aniversario 35, y como en otros tiempos, lo relacionado con la banda se mantiene en una nebulosa permanente entre el mito, la melancolía, los cruces legales y alguna palabra despachada de cuando en cuando por los músicos en la prensa -para descartar posible idea de reunión, por ejemplo-. Lo sabemos, se acabó.