Yo estuve en el caos de Woodstock 99
Un nuevo documental de HBO reconstruye y entrega nuevas perspectivas en torno a la última edición del mítico festival de Nueva York, cuyos errores de organización combinados con un calor infernal, la falta de agua y servicios colapsados crisparon el ambiente y derivaron en desmanes, incendios, ataques sexuales a mujeres y una postal muy distante del eslogan de paz y amor. ¿Cómo fue realmente estar allí? Tres chilenos que asistieron al evento entregan sus recuerdos de un Woodstock que marcó drásticamente el fin de una era, la del rock de los 90, cruzado -arriba y bajo el escenario- por la exaltación de una moral misógina y violenta.
“Deben haber habido muchos futuros votantes de Trump allí”
Cristián Brito Villalobos (poeta y periodista, 40)
Me fui de intercambio a Estados Unidos al terminar mi cuarto medio y entablé una muy buena relación con la familia que me hospedó. En 1999 volví a visitarlos y estando allá me enteré de que se iba a hacer Woodstock. Empezamos a ver cuánto costaban las entradas, que eran caras, como 250 dólares, así que me puse a trabajar. Trabajé en una constructora como un mes y medio y junté la plata.
Viajamos con mis amigos gringos desde Michigan hasta Nueva York, algo así como 15 o 20 horas en auto. Cuando llegamos había mucha vigilancia policial y requisaban todo, tratamos de meter unas botellas de vodka y fue imposible. Nos fuimos a un lugar habilitado para el camping y nos instalamos allí. Recuerdo que cuando uno caminaba para ir cambiando de escenario te topabas con unas van con mujeres arriba y los típicos gringos trumpistas con la bandera pintada en el cuerpo. Gente sin polera, tipos en pelota, pero todo era como impostado, nunca entendí por qué ocurría.
La experiencia en general fue muy loca, todo muy mal organizado. Hubo una noche en que empezamos a sentir que corría agua por debajo de la carpa y claro, los baños se habían desbandado y estaban todas las carpas llenas de agua. Y no agua pura, aguas servidas. Fue heavy.
Me acuerdo que en un momento la gente empezó a sacar las tablas de unas murallas y empezaron a quemar todo. Había mucho barro también. Estaba súper mal organizado para ser un evento de esas características. Fue re loco lo que pasó pero en ese momento no lo vi como algo tan grave. Después me enteré que en las noticias había salido súper fuerte el tema, que mis papás estaban preocupados.
Era una época en la que no había ningún tipo de conciencia de nada, cero respeto por la mujer, por ejemplo, ni se hablaba del tema. Entonces, básicamente las mujeres eran usadas como objetos, tú caminabas y veías concursos en torno a una chica en pelota, ese tipo de cosas. Había como un caos, mucha rabia acumulada. Y además era la época del grunge, los cabros como que no creíamos en nada, era una generación media extraña esa, como una especie de transición.
Cuando lo veo para atrás y pienso en la experiencia en sí misma, me doy cuenta de muchas cosas que han pasado últimamente en Estados Unidos, uno ve cómo son más o menos las personas. Cuando un grupo hace unos meses fue a tomarse el Capitolio, fue algo similar a lo que estamos hablando: un grupo de fanáticos exaltados sin fundamento real actuando casi por un instinto de destrucción. Deben haber habido muchos futuros votantes de Trump ahí, una locura todo.
“Me tocó ver gente con cuchillos asaltando a los vendedores”
Julián García-Reyes (periodista, 42)
Woodstock 99 fue mi primer festival, después estuve muchos años trabajando en la radio Horizonte y durante mucho tiempo me dediqué a ir a festivales, entonces tengo el contraste de lo que fue esa locura con las que vinieron después.
Fui con un par de amigos que vivían en Nueva York, arrendamos un auto y nos fuimos hasta Roma, en una base militar en desuso que llevaba un montón de años abandonada. Fue un caos de principio a fin. El festival estaba presupuestado para 200 mil o 300 mil personas, que ya era un poco excesivo, pero empezaron a romper las barreras de contención y entró mucha más gente, mares humanos. Creo que llegó a haber 800 mil personas o algo así, una locura total.
La parte donde acampabas, que siempre está súper ordenada en los festivales de hoy, era un peladero gigante donde cada uno ponía su carpa a medio centímetro del resto, los baños estaban todos reventados. Hacían cerca de 42 grados, fue la ola de calor más fuerte como en 20 años. Obviamente la organización no estaba preparada para eso. Hubo gente que rompió las cañerías de los baños y empezaron a tirarse barro. Murieron personas, estaba todo el mundo en pelota, drogas por doquier. Me tocó ver gente con cuchillos asaltando a los vendedores. Una bizarreada total.
Fuera de eso fue un mega festival en que habían muchos grupos tocando y todo era grandilocuente, enorme. Yo tenía 20 años y lo pasamos increíble, fue una de las experiencias más locas pero más entretenidas de la vida. Y aunque fue agotador y hubo cierto temor por la seguridad, vimos a un montón de grupos, fue una súper experiencia, un recuerdo imborrable. Es difícil describir la locura ambiente que había.
El último día, mientras tocaban los Red Hot Chili Peppers, repartieron velas y la gente empezó a quemar cosas. Al final había incendios cada 100 metros, sin ningún tipo de control. Ahí se produjo un quiebre en la organización de los festivales porque después de eso todo se reformuló y ahora las cosas son súper ordenadas. En todos los festivales que fui después funcionaba todo muy bien.
“Veías para cualquier lado y toda la gente andaba enojada”
Manuel Gómez (productor, 40)
Yo había cumplido recién 18 años. Llegué a Woodstock cuando estaba tocando James Brown, abriendo el festival. De ahí tocó Jamiroquai y después ya no me acuerdo del orden de los artistas. El festival fue la raja, vi shows memorables como el de Rage Against The Machine, que fue increíble, y el de Limp Bizkit también, que estaban en su mejor momento. Pero nunca voy a olvidar cómo sonó Metallica, era como si hubieran traído otra amplificación distinta a la del resto. Eso sí, en el escenario principal ocurría todo y en el segundo escenario, nada. Nadie iba para allá. Me fui a dar una vuelta un par de veces a ver a Our Lady Peace o a Megadeth, creo, y todo vacío.
El gran problema fue que te cobraban una cantidad estúpida de plata por el agua, ahí empezó a quedar la cagada, la gente se enojó mucho. Y había unos buses como de colegio que te llevaban a un pueblo cercano a comprar cosas, porque te permitían salir, comprar y traerlas. Los baños eran un asco, era todo un barrial. Tú veías para cualquier lado y toda la gente andaba enojada, nunca fue un festival como agradable. Cuando tocó Limp Bizkit en un momento sentí miedo del público, porque la gente ya no saltaba por disfrutar, era como si todo el mundo se estuviese peleando. Ahí pedí ayuda para que me pusieran en una de las torres de luz y me quedé un rato ahí para poder terminar de ver el show.
En general, en los tres días, lo único que vi fue a la gente molesta y rompiendo cosas, pero esa agresividad contra las mujeres de la que se habla ahora, sinceramente, no la vi. Eso sí, cuando realmente empezó a quedar la cagada fue cuando tocaron los Red Hot Chili Peppers y el ánimo de la gente era como: ¿De verdad no va a ir un headliner de verdad a cerrar esto? Fue el último día y todo se vino abajo, la policía tirando lumazos para todos lados, hubo un par de mujeres violadas, un tipo se murió de un infarto, fue todo bien negro.
De hecho, cuando llegué de vuelta a Canadá, mi abuela, que había visto lo del festival en las noticias, lloraba y me abrazaba, no podía creer que yo estuviera vivo. Fueron tres días en que estuve incomunicado con mi familia. Como experiencia fue la raja pero si me preguntas si volvería, no, ni cagando.
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