Quienes tienen contratado Netflix, el streaming con más abonados en el mundo, seguramente lo habrán notado. En el ranking de las 10 producciones más vistas -una lista que existe desde febrero de 2020-, semana a semana van cambiando las series, programas y películas más populares, pero hay una que se mantiene en el listado de modo inalterable: Yo soy Betty, la fea, la telenovela colombiana de 1999, protagonizada por Ana María Orozco.
La producción de 335 capítulos, sobre una economista joven e inteligente que llega a trabajar como secretaria de presidencia en una empresa llamada Ecomoda, debutó en Netflix el 11 de octubre de 2019 y desde entonces ha repetido el éxito que ya obtuvo desde su estreno, al ser emitida en más de 180 países, doblada en 25 idiomas y con una treintena de adaptaciones en el mundo, incluyendo una estadounidense, Ugly Betty, con la que America Ferreira ganó un Emmy, un SAG y un Globo de Oro a Mejor Actriz de Comedia en 2007.
Pese a que han pasado más de dos décadas de su estreno, su prolongada estadía en el top ten de Netflix a nivel latinoamericano es, por lo bajo, una curiosidad. En Chile, la telenovela ha sido emitida seis veces en TV abierta (en 2000, 2002, 2005 y 2018 en Canal 13, y en 2011 y 2016 en La Red) y algo similar ha ocurrido en otros países del continente. El canal productor de la ficción, RCN, la ha exhibido en más de cinco oportunidades, pero en la plataforma de streaming no cede, pese a la abundante oferta. Esta semana, por ejemplo, está en el séptimo lugar en Chile.
Netflix no entrega cifras oficiales sobre visionados ni respecto a su público. Pero en redes sociales como Twitter, Facebook o Instagram es común ver memes de Betty o comentarios de un público menor de 30 años, que eran niños cuando se estrenó la telenovela y que les remite con nostalgia a aquellos años. Pero el fenómeno ha coincidido con cuestionamientos que hoy la consideran desde machista, misógina y homofóbica, hasta clasista y racista.
Tanto adjetivo no es gratuito. Desde su título y cortina de presentación, se hace énfasis en que la protagonista es una mujer inteligente, pero poco agraciada. La vestuarista de la ficción, en una entrevista, reconoció que hicieron “grandes esfuerzos” en afear a la actriz principal, con frenillos, una chasquilla imposible, ropa de tallas más grandes y colores café, vinotinto o verde militar que incluso a Ana María Orozco no le favorecían. Ella se enamoraba de su jefe, Don Armando (el actor Jorge Enrique Abello), pero él la maltrata continuamente y hoy resulta particular ver escenas de él gritándole o tirándole el pelo a otros personajes femeninos.
Junto a sus compañeras menos agraciadas, además, las llaman “El cuartel de las feas” y eran objeto de bullying por parte de Patricia, la secretaria rubia y altanera de la oficina, que llamaba la atención de los hombres, pero a la que continuamente la tratan de tonta. El cliché fea-pero-inteligente y rubia-pero-tonta. En la trama, los personajes con poder se burlaban de una secretaria morena (literalmente por su color de piel), de otra cercana a la tercera edad, de la condición social de muchas de ellas y al personaje homosexual de la historia, Hugo Lombardi (el actor Julián Arango), en varias escenas lo trataban de “asqueroso” por su orientación sexual y los hombres evitaban que él los tocara. Todo, con música en plan de comedia. Al final, Betty cambiaba de look, se volvía físicamente atractiva y, solo entonces, el “galán” se enamoraba realmente de ella.
Nostalgia y nuevas generaciones
El guionista Sergio Díaz (Mamá mechona, 20añero a los 40) recuerda que a comienzos de siglo también fue exitosa la teleserie Mi gorda bella, que otra vez hacía alusión al físico de una mujer. “Es un fenómeno muy difícil de explicar y que haya generado tanta identificación lo de Betty. Pero mucha gente la ve hoy por nostalgia. Da lo mismo el capítulo que uno vea, la gente se la repite una y otra vez”.
Díaz apunta a que una parte de quienes hoy la ven en Netflix son generaciones más jóvenes, de alrededor de los 30 años. La misma, dice, que “canceló a Friends por machista y homofóbica, y eso hace más particular este fenómeno actual. Odian al personaje de Ross, pero no les hace tanto ruido lo que se ve en Betty”.
“Como fenómeno se escapa a cualquier lógica o posibilidad de racionalizar lo que sucede con esa historia. Pero hay una situación muy particular, que tiene que ver con la figura del antihéroe. Betty es el antihéroe por naturaleza. Es la marginada, la rechazada, la aislada, y uno, como público, siempre va a empatizar con esta clase de personaje y va a esperar la revancha del antihéroe”, dice José Ignacio Valenzuela, guionista de telenovelas y creador de la serie ¿Quién mató a Sara?, que ha sido un éxito precisamente en Netflix. “La revancha de los marginados es un motor muy poderoso para dejarte anclado frente a la pantalla y esperar a ver ese momento. Betty es el epítome del antihéroe que termina triunfando. Por eso creo que es un éxito incombustible”, añade el libretista.
Nené Aguirre era directora del área dramática de Canal 13 cuando la estación emitió la telenovela en el año 2000. “Me llama la atención que sea un fenómeno en Netflix, porque tiene una cosa muy machista, de persecución a una persona homosexual, pero pienso que tiene que ver con que se centra en una mujer con todas las condiciones adversas y termina saliendo adelante. Eso es muy enganchador para el público femenino”, dice la exejecutiva de televisión sobre un habitual de estas ficciones: más de un 60% de quienes la ven son mujeres.
En 2000, Yo soy Betty, la fea no tuvo cuestionamientos por su machismo. No se hablaba de ese tema, recuerda Nené Aguirre, “y el cambio sociocultural se ha dado muy rápidamente. El humor que tiene hoy puede ser súper cuestionado, pero quizás hay algo de perdonarle cosas a la teleserie por su contexto. De todas maneras, creo que es un poco plop su éxito en Netflix, que tiene muchísimos productos, desde ciencia ficción, documentales o dramas, y que esté Betty ahí es una cosa muy particular. Pero Betty es la Cenicienta que se convierte en Princesa. Y eso siempre gusta, puedes verla varias veces”.
¿Envejeció bien o mal?
El guionista Sergio Díaz dice que Yo soy Betty, la fea envejeció mal en muchos sentidos, pero “sí envejeció bien haciendo una analogía por los grupos que se sienten rechazados históricamente: la diversidad sexual, la gente menos agraciada, porque no era solo la historia de Betty, sino también de su grupo de amigas: la mujer con sobrepeso, la que tiene más años que el resto, la morena, y entre todas armaban una cofradía. Cuando hoy se habla de sororidad, se puede hacer una analogía ahí. Además, y como dijo alguien, ‘los feos somos más en el mundo’ y mucho terminan identificándose tanto hoy como hace 20 años”.
Mientras los personajes de Betty y sus amigas siguen provocando simpatía, no sucede lo mismo con el “galán” de la trama. “El galán es súper incorrecto en el trato que hace a la protagonista. Es machista, ve la belleza física sobre el resto, le tira el pelo a Patricia, gritoneaba a todas las mujeres. Nosotros proponemos un galán así para una teleserie de hoy y sería imposible. Hoy estaría funado”, plantea el guionista Sergio Díaz. Nené Aguirre concuerda: “Lo curioso es que es ella quien se transforma para ser aceptada socialmente y no él: no era un príncipe azul ni se convirtió en uno al final. Fue un pelmazo siempre”.
El pasado 22 de junio la escritora y activista feminista colombofrancesa Florence Thomas publicó una columna en el diario El Tiempo, de Bogotá, llamada “Netflix y ‘Betty la fea’: lo inadmisible hoy”, donde pedía a la empresa de streaming retirar la serie, acusando que tenía estereotipos anticuados. “Pienso que ya es hora de retirar, 22 años después, este esperpento de la pantalla y no volverlo a emitir nunca más”, escribió.
Días más tarde, el actor Jorge Enrique Abello, quien interpretaba a Don Armando, le respondió con otra columna, donde la defendió: “Fernando (Gaitán, creador de la historia) propuso hace 20 años una conversación que sigue vigente y lo hizo a través del conflicto. ¿Cómo? ¿Creando un paraíso de lo “políticamente correcto”? Eso sí me parecería falso, no se cuentan historias de lo que se normalizó, sino de la aventura que se emprendió para lograrlo (peripecia) y como sociedad nos falta mucho para que esta conversación planteada hace 20 años quede bien zanjada”.