Las series en Latinoamérica: Argentina campeón
Netflix, Amazon y HBO han ido surtiendo cada vez más sus catálogos de series latinoamericanas -falta bastante-, pero entre los títulos que poseen, las ficciones argentinas son las más visibles en calidad. Con todas sus letras: son las mejores, le dan cancha, tiro y lado al resto. El Reino es el último ejemplo.
Diego Peretti se roba cada escena como el pastor evangélico Emilio Vásquez en El reino, la nueva serie argentina estrenada en Netflix hace una semana. En el papel, la ficción tiene como protagonista a Chino Darín, pero es Peretti quien deslumbra con sus ademanes tan precisos para construir al candidato a la vicepresidencia del país que queda en mejor posición luego de que su compañero de fórmula es asesinado en el primer capítulo. Su presencia eclipsa al resto del elenco -y vaya qué reparto de figuras tiene a su alrededor- y solo confirma por qué es uno de los mejores actores transandinos.
El reino es un thriller policial con más aspiraciones que grandes resultados. A ratos improbable, a menudo disparejo en tramas secundarias, y sin embargo funciona demasiado bien. Maratoneable. Gracias a una edición, musicalización y fotografía que atrapan, a giros de guion que la convierten en una de las series latinoamericanas más entretenidas que han llegado al streaming. Por cierto, es Peretti quien eleva la serie cada vez que aparece. Cuando no, el asunto decae y uno está esperando que reaparezca, que vuelva a poner su talento para subir la calidad, con buen contrapeso de Mercedes Morán, que también está sólida. Juntos sacan adelante los mejores momentos de esta ficción que llega en el momento preciso, cuando el populismo arrecia en el continente y donde la idea de un candidato presidencial evangélico podría convertirse, en algún momento, en realidad. Con fallos y todo, resulta muy recomendable.
Netflix, Amazon y HBO han ido surtiendo cada vez más sus catálogos de series latinoamericanas -falta bastante-, pero entre los títulos que poseen, las ficciones argentinas son las más visibles en calidad. Con todas sus letras: son las mejores, le dan cancha, tiro y lado al resto. Si hay que nombrar una, a la rápida, El marginal. Sus tres temporadas están en Netflix y si aún no la han visto, nunca es tarde para remediarlo. La historia de un expolicía infiltrado que busca desbaratar a una banda que opera desde la cárcel, es adictiva, entretenida y apasionante. Su primer ciclo puede ser el mejor, pero porque la vara la deja alta, con personajes tan entrañables como los hermanos Borges (“Diosito”, interpretado por Nicolás Furtado, es inolvidable) y con una factura visual donde realmente la cárcel se ve como una cárcel y no como una pieza decorada. Se ve sucia, peligrosa, decadente, te hace sentir dentro de la serie. Vienen dos temporadas por delante y eso habla de un fenómeno. Pocas apuestas sudamericanas consiguen eso en vitrina internacional.
Los simuladores, inexplicablemente, no están en ningún streaming y es una pena. Diego Peretti -otra vez- junto a la banda, conformaron una ficción plagada de acción e inventiva a tal nivel que tuvo varias versiones, incluyendo una chilena (con Benjamín Vicuña y Ramón Llao, entre otros, que funcionaba muy bien) y una mexicana (que sí está en Amazon y no, no vale la pena). Tampoco está en plataformas la miniserie Historia de un clan, con Chino Darín, Cecilia Roth y otros, sobre la historia macabra y real de la familia Puccio, que era tremenda en sus libretos y al nivel de la película El clan.
Misma desaparición en streamings de El hombre de tu vida, de Juan José Campanella, sobre un hombre común y corriente que se vuelve el objeto de amor de muchas mujeres. La comedia es un género que los argentinos manejan tan bien como la acción y el drama. El protagonista era el enorme Guillermo Francella y él le imprimió un cariño al personaje que no se vio en la adaptación chilena, donde Boris Quercia solo era un hombre común y corriente, cero espesor interesante. Que el formato se haya vendido a Chile y otros países, otra vez, habla de cuán buenos y exportables son los guionistas transandinos: le hablan a un espectador universal.
Una que no es original, pero que los argentinos supieron adaptar bien, es En terapia. Otra vez Diego Peretti asumiendo el rol principal con talento y con numerosas estrellas de la ficción de allá, como Norma Aleandro. La versión original seguramente no tuvo mejor adaptación que esa. Y vale mencionar dos biopics: Sandro en América (otra que no está en streaming), que mostraba los dobleces del ídolo, y Monzón (que sí está en Netflix), de impecable factura artística, logrando generar empatía, incluso con los claroscuros del protagonista. Hay un tono épico y trágico a la vez, el que se sustenta hasta el final. Muy recomendable.
No es tema aquí hablar de las películas y documentales argentinos, tampoco de sus teleseries, habitualmente adaptadas en varios países de la región, incluyendo Chile. 100 días para enamorarnos (Netflix) es la prueba de que allá se hacen telenovelas de alta calidad (mejor omitir que se perpetró una versión acá). Y es quizás ahí, donde está el corazón de la ficción latinoamericana, que las ficciones argentinas han marcado escuela: buenos actores, estupendos libretos, buena factura visual, sentido del ritmo, acertadas musicalizaciones, tramas enganchadoras. Todo eso que poco tienen otros países de Latinoamérica en términos de series.
¿Una revisión rápida? Brasil posee una industria propia y en cine hizo escuela. Lo mismo que en el género de las telenovelas. Pero las series que han salido de sus fronteras en la última década, al menos para el mercado internacional, no han sido particularmente interesantes. Coisa mais linda (2020, Netflix) tiene impecable factura, pero la historia de la mujer a la que deja su marido en Río de Janeiro y abre un club de bossa nova tiene harto cliché y engancha poco y nada. Muhler de fases (2011, HBO Max) corre similar suerte: la comedia de una mujer que busca el amor tras separarse, tiene momentos, pero no alcanza a despegar del todo. Y Magnífica 70 (que dio HBO pero inexplicablemente no está en Max), tuvo presupuesto y ganas para tres temporadas, regaló algunos episodios interesantes, pero le hacía falta más alma y urgencia.
Las series mexicanas son como entrar a la dimensión desconocida: no sabes con lo que te vas a encontrar. Amazon Prime Video ha apostado fuerte por la ficción de ese país, hasta el hartazgo, habría que decir. Insisten como fanáticos, pero las que se pueden ver ahí más parecen telenovelas de poco presupuesto. El juego de las llaves (2019) era tan mala que daba la vuelta y llegaba a ser buena. Un grupo de parejas y amigos jugaban a ser swingers entre ellos y las cosas salían mal para la mayoría. Era graciosa, y no siempre a propósito, daba algo de vergüenza ajena y eso la convertía en adictiva. Ahora viene segunda temporada -con Cristián de la Fuente en el elenco- y seguro se puede esperar más placer culpable, en el real sentido de la palabra: el placer de ver algo mal escrito y actuado. Súbete a mi moto (2020), biopic de Menudo, tenía un piloto nada de mal, pero luego se iba por el barranco, con todo. Y El candidato (2020), un thriller político con narcotráfico de por medio, no alcanzaba a prender ni en su primer episodio. Cómo sobrevivir soltero (2020) y De brutas nada (2020) son comedias que parecen escritas por Nicolás López. Eso ahorra mayor explicación.
De Netflix han salido series mexicanas más entretenidas y muchísimo mejor factura. ¿Quién mató a Sara?, de José Ignacio Valenzuela, corre rápido y se ve igualmente rápido. Atrapa, es ligera en el buen sentido de la palabra y, esto es un hecho: es “la” mexicana que ha logrado internacionalizarse en el último tiempo, incluso en EE.UU., lo que habla de una producción que “la hizo”, le guste a algunos más que a otros. La otra que tiene ciertos momentos es Ingobernable, de Kate del Castillo, aunque se diluye con el paso de los capítulos. Pensar que uno puede ver 15 episodios era mucho pedir. La historia no daba para tanto.
Si en Chile hubiera industria, con probabilidad podría competir mano a mano con el continente. En streaming hay series como Los 80 o El reemplazante que equivalen a casi todas las más recientes ficciones mexicanas en términos de calidad. Otros países corren peor suerte, como Perú, Uruguay o Venezuela, invisibles para el resto del continente. En Colombia se graban muchas historias para Latinoamérica, pero 100% de ese país tampoco hay mucha oferta internacional. Que en Netflix la representante siga siendo Yo soy Betty, la fea, habla de estancamiento y poca visibilidad que tiene la producción de ese país en términos de series.
Lo interesante es que las empresas de streaming están produciendo cada vez más series regionales. Son los planes de Netflix, Amazon Prime Video y HBO Max. Una ventana inmejorable para intentar hacer industria, visibilizar talento y emparejar un poco la cancha, que en términos de calidad, tiene a Argentina como el número uno sin discusión.
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