Garth Greenwell, novelista: “El deseo es uno de los temas más poderosos para un escritor”
El autor americano, una de las revelaciones de la narrativa reciente, habla de su novela Pureza. Una exploración del romance y el sexo en clave gay. Greenwell prepara también la presentación de una antología de crónicas de Pedro Lemebel en lengua inglesa.
Cuando llegó a Bulgaria volvió a conectarse con su pasado. En 2009, Garth Greenwell fue como profesor al American College de Sofía. No conocía el país ni el idioma, y esa sensación de algún modo lo llevó a su infancia en el medio oeste americano. “La verdad es que siempre me he sentido extranjero, desde mi niñez: Kentucky no era mi lugar”, dice. Pero aprendió el idioma, pudo leer y tener relaciones en búlgaro, y su mundo se abrió. Y misteriosamente acaso, transitó de la poesía a escribir narrativa. “Sofía fue una de las experiencias más profundas de mi vida. Me transformó, me dio una vida”, cuenta.
A partir de esa experiencia, en 2016 Greenwell publicó Lo que te pertenece, su primera novela. Una historia de soledad, amor y deseo ambientada en Sofía, que integró la lista de los mejores libros del año en The Washington Post, The Guardian y The New York Times. Protagonizado por un profesor americano gay, el mundo narrado se amplifica ahora en su nuevo libro, Pureza.
Autor de una literatura reflexiva y de ecos poéticos, donde resuenan las lecturas de James Baldwin y Sebald, de Kundera y Virginia Woolf, Garth Greenwell nació en 1978 en una familia de antepasados granjeros. Su trayecto hacia la literatura comenzó en la música: en la escuela un profesor descubrió su voz y le sugirió estudiar canto. “Fue mi introducción al arte”, dice.
Ingresó a la prestigiosa Eastman School of Music, luego obtuvo un máster en literatura en Harvard y fue parte del Taller de Escritores de Iowa. “La música aún tiene un papel grande en mi escritura, pienso en la escritura casi como la música. Mis conceptos del arte vienen de ella”, dice. Sin embargo, sintió que a través de la poesía podría llegar aun más profundamente en las palabras. Durante 20 años escribió poesía, hasta que viajó a Bulgaria.
“Nunca había estado en Europa. Cuando llegué, de repente sentí una relación con el lugar muy fuerte y empecé a escribir frases que no eran versificadas, sentía que eran oraciones en prosa, y empecé a escribir en un cuaderno sin pensar en un libro”, dice.
Garth Greenwell conoce bien la tradición poética americana, y aunque era lector de novelas, sintió que no dominaba realmente los mecanismos de la ficción. Pero hubo una lectura que le abrió puertas: “Fue Sebald quien me presentó un modelo para escribir una novela; la posibilidad de escribir una novela tan invertida en la interioridad en que el pensamiento, la conciencia, tiene un papel tan grande como la trama, para mí fue muy importante”.
Pureza profundiza el ejercicio y ofrece nuevos matices en su exploración de las relaciones: articulado en tres grandes partes, el corazón del libro es el romance del protagonista con un chico portugués que recién descubre su sexualidad. A esos capítulos los secundan momentos de soledad, desencanto y encuentros sexuales desesperados y a veces violentos. Desde la ternura y la alegría al sadomasoquismo, Pureza atraviesa los bordes más luminosos y más sombríos del deseo.
El narrador y usted comparten datos biográficos, un lector inocente podría pensar que sus libros son autoficción.
La autoficción para mí es un término que no tiene mucho sentido. La autoficción es el juego más antiguo en la literatura, es lo que inventó San Agustín, entonces no hay nada nuevo en la idea de que un escritor usa partes o fragmentos de autobiografía y del mundo alrededor, así como de otros tipos de discursos, y los trata como cosas halladas, tal como un artista encuentra algo en la calle que le parece interesante y después trabajas con ellas y las procesas de varias maneras. Nunca tuve la idea de hacer autobiografía, los libros están llenos de cosas inventadas, pero es verdad que uso partes de mi entorno. Y el motivo más profundo para escribir fue poder pensar con todas mis facultades y mis poderes sobre una ciudad que me fascinaba y que no entendía. No me gusta la palabra autoficción, lo que sí tiene sentido para mí es una tradición de escribir novela de conciencia, una novela en que el proyecto es poner en la página la sensación de ser consciente, de pensar. Es como una fenomenología, y eso tiene una tradición tan larga desde Agustín, Proust, Thomas Mann, Virginia Woolf, una novela que puede contener reflexión e interioridad. La autoficción como algo que hemos encontrado en los últimos 10 años no tiene sentido.
¿De qué modo lo transformó la experiencia en Sofía?
Me dio una vida, y una manera de vivir es escribir. Mi manera de entender lo que estoy viviendo es escribir. Dos cosas me han transformado: Sofia, Bulgaria, y trabajar como profesor de adolescentes, las dos cosas me han ampliado la vida. Creo que he empezado a escribir novelas por esa amplificación de la vida.
¿Influyó la sensación de extrañeza?
Absolutamente. La verdad es que siempre me he sentido extranjero. En Bulgaria tenía la perspectiva del extranjero, pero también tenía entradas importantes: trabajar con adolescentes búlgaros, que es como una introducción a un lugar, muy profunda; ellos tienen sus vidas, sus ideas, sus esperanzas. Y también como gay podía hacer conexiones con gente que no habría podido de otra forma. Pasé el primer año trabajando mucho para aprender el idioma, y después podía conversar, tener amigos, relaciones en búlgaro. Fueron tres entradas muy importantes. Entonces, sí, la perspectiva de los libros es de un extranjero, pero espero que no sea la perspectiva de un turista: un turista pasa por un lugar sin ser transformado, y el narrador y yo fuimos transformados.
El deseo es una fuerza arrolladora en sus libros. ¿Qué le interesa del deseo?
El deseo y el sexo son unos de los asuntos más poderosos que un escritor puede explorar. El deseo me parece que activa las contradicciones del ser humano, y como narrador me interesa, porque es algo que nos da una razón para hacer cosas, nos moviliza, pero a la vez es algo que nos pasa, que no controlamos; yo no puedo escoger lo que me atrae, mi objeto del deseo, pero cuando lo tengo, empieza un relato, comienza una historia. El sexo me parece una de las actividades más animales, que nos pone en contacto con la naturaleza, y también nos da la sensación de algo trascendente; el sexo es una experiencia en que estoy muy atento a las sensaciones que tengo, pero también a la experiencia del otro, es una actividad interior y exterior, y por ello me parece interesante para pensar. En Pureza quise escribir de sexo profundamente, hacer lo posible para explorar las posibilidades, como una manera compleja de comunicar, quería escribirlo de manera explícita y en varios contextos, en relación romántica, en encuentros, sadomasoquismo.
Escribir de sexo no es fácil, ¿cómo lo manejó?
Una de las razones por las cuales me siento muy afortunado de haber estudiado poesía es que en la tradición americana el sexo siempre ha tenido un lugar importante. Si pensamos que las dos fuentes de la poesía americana son Walt Whitman y Emily Dickinson, los dos han escrito el cuerpo sexual gay de maneras muy diferentes, pero los dos con mucho coraje. Nunca he considerado el sexo como algo difícil o que debería narrarse con cautela.
El libro incorpora pasajes fuertes de sadomasoquismo, ¿pensó en los lectores?
Los dos episodios son fuertes, sí, y fueron muy difíciles de escribir. Yo quería que el libro fuera ciento por ciento pornográfico y ciento por ciento arte elevado. Nunca pensé en el lector, y creo que como artista queer tú tienes que desarrollar tu arte. Si tú haces algo que es tan bello como puedes hacer, algo tan verdadero como puedas, si es tan feroz como puedas, no puedes pensar en la audiencia. Nosotros no podemos intentar traducir nuestra experiencia a una forma en que se adapte a los gustos masivos, porque eso es la muerte artística. Yo no pienso en el lector, sino en el deseo de hacer algo bello y verdadero, eso es lo que quiero hacer.
En la novela también hay momentos de alegría y ternura. No es tan usual escribir de la felicidad, parece literariamente menos interesante que la tragedia...
Es un prejuicio, es una cuestión de sensibilidad, de pensar que la tragedia es más profunda, y sé que no es verdad. Lo más importante es que el arte se puede hacer de cualquier cosa, es una manera de ver, de pensar, y la profundidad del arte no depende del tema. Para mí fue un desafío escribir la felicidad como lo que es: la felicidad es una experiencia humana profunda.
A ratos el libro me hacía pensar en Kundera, ¿qué autores resonaron para usted?
Un poco los autores que ya mencionamos, Baldwin, Woolf, Javier Marías y también los escritores del latinoamerican queer barroque, sobre todo Pedro Lemebel, es uno de mis héroes literarios, es para mí un escritor muy importante. Cuando murió escribí una crónica en el New Yorker, y estoy releyendo los libros, porque voy a escribir la presentación para una edición de crónicas en inglés, por fin, para Penguin Classics. También Reinaldo Arenas. En España Luis Cernuda. Y hay una tradición alemana muy importante, Thomas Mann, Thomas Bernhard.
¿Qué le interesa de Lemebel?
Lemebel escribe absolutamente sin miedo y me parece un escritor, un artista, sin deberes con otros que podrían afectar su capacidad de contar. Para mí es el mejor ejemplo de esta virtud de escribir de una manera absolutamente obscena y, a la vez, es pura poesía, es el arte máximo. Y la manera en que él estaba dedicado a lo local, a sus calles, su barrio, sus vecinos, y gracias a eso escribió literatura para todo el mundo. Para mí esa es la magia del arte, dedicarse a lo particular y por eso hacerse universal.
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