Es la noche del 24 de noviembre de 1918 en Huara, la pequeña localidad al interior de Iquique. Un grupo de 60 hombres se reúne pese al frío habitual que baja por la pampa. Caminan hasta el cuartel de bomberos, y como si nada, sacan las hachas. Con ellas en mano, se dirigieron a la botica local, regentada por el ciudadano peruano Oscar Valverde. La turba, sin más, saqueó el lugar destrozando a hachazos los muebles.
Lo peor para Valverde era saber que no era el único afectado.
El crudo testimonio es citado de un documento judicial en el artículo El proceso de chilenización de la región de Tarapaca: Ligas patrióticas y escuela fiscal, 1907-1950, del historiador pampino Sergio González Miranda, Premio Nacional de Historia 2014. En el trabajo, González da cuenta de un fenómeno desatado en el norte grande a principios del XX; el surgimiento de grupos nacionalistas, las Ligas Patrióticas, que lanzaron su violencia contra las propiedades de los ciudadanos extranjeros.
Las Ligas surgieron en una zona marcada por la convivencia de trabajadores nacidos en diferentes naciones. Los estudios históricos han establecido que el régimen de trabajo de las salitreras demandaba constantes refuerzos de mano de obra, reclutada mediante “enganches” en la zona central chilena y los países vecinos. Ello incidió en la estructura de la población; el censo de 1907 detalla al menos 34 nacionalidades distintas en Tarapacá. Otro detalle, es que de los 110.036 habitantes de la provincia, un 60,2% eran chilenos, mientras que 21,4% eran peruanos y el 11,4%, bolivianos.
Un episodio lo resume. A la mitad de la infausta tarde del 21 de diciembre de 1907, poco antes que un vendaval de balas se desatara contra los calicheros en huelga apostados en la Escuela Santa María de Iquique, los desesperados cónsules de Perú y Bolivia hicieron gestiones para retirar a sus connacionales de las dependencias. El hedor a la muerte se respiraba en el lugar, sin embargo, los obreros prefirieron no abandonar el sitio y afrontaron el destino que se les vino.
“¡Y eso ocurrió apenas tres años antes de la primera aparición de las Ligas Patrióticas!”, señala a Culto el historiador Julio Pinto Vallejos, dando cuenta de que existía una convivencia de las tres nacionalidades, promovida por las organizaciones obreras.
“Esa ‘hermandad de clase’ era la que la naciente izquierda obrera quería reforzar, en detrimento de un chovinismo que consideraba divisionista y contraproducente, además de ‘bárbaro’ (sus propias expresiones) -añade-. Luis Emilio Recabarren, por esos años residente en Iquique, fue un gran detractor de las Ligas, y éstas lo declararon, a él y a sus partidarios, ‘vendidos al oro peruano’”.
Sin embargo, Pinto advierte: “La relación entre los trabajadores chilenos y de esas otras nacionalidades era más bien ambivalente. Por una parte, muchos habían combatido personalmente en la Guerra del Pacífico, y por tanto portaban memorias muy vivas de esa experiencia, que se traducía con facilidad en sentimientos de hostilidad. Pero al mismo tiempo eran compañeros de trabajo y de penurias, y participaban codo a codo en las luchas sociales que por esos años cobraron fuerza en el mundo salitrero”.
“Se debe recordar que una parte importante de la población peruana residente en Tarapacá había nacido en ese territorio antes de la guerra, o eran hijos de esos habitantes originarios -acota el historiador-. Por lo tanto, en estricto rigor no se trataba de personas ‘extranjeras’, ni mucho menos migrantes, como sí lo era la población chilena, que en su inmensa mayoría no había nacido en la zona”.
Crisis y plebiscito
Lo cierto es que a partir de 1910, surgieron los primeros episodios de violencia. Para los historiadores, la llamada “crisis del centenario”, contribuyó al surgimiento de una discusión sobre la idea de patria, en la que participaron voces tan disímiles como Enrique Mac-Iver, Nicolás Palacios, Alejandro Venegas, y hasta el líder obrero, Luis Emilio Recabarren.
“En Chile fue muy importante el centenario de la república -explica Sergio González a Culto-. Llevó a la reflexiòn sobre la situación del país después de cien años de la independencia, coincidiendo con el auge del nacionalismo (y por lo mismo a decadencia de los internacionalismos) y, además, conflictos fronterizos”.
Entre la crisis desatada por la situación social y el brote nacionalista aparecieron las primeras Ligas, con nombres como La Mano Negra -en mayo de 1911-. Y se hicieron sentir de inmediato; atacaron los clubes sociales frecuentados por la población peruana, así como a la escuela especial para sus niños en Iquique, e incluso, expulsaron a los curas de esa nacionalidad presentes en las parroquias de Arica y Tacna. Por este último incidente, el gobierno peruano rompió relaciones con Chile.
No era un suceso puntual. Por esos días, existía una tensión latente con el país vecino por un asunto sin resolver, que contribuyó a inflamar el brote de violencia; el plebiscito estipulado en el tratado de Ancón, de 1883, que iba a dirimir la soberanía de las provincias de Tacna y Arica, entonces bajo control del estado chileno.
“La sola posibilidad de que esas provincias retornaran al dominio peruano despertaba un rechazo visceral en los círculos más nacionalistas de la población chilena, pese a que el plebiscito estaba contemplado formalmente en el tratado que puso fin a la Guerra del Pacífico -señala Julio Pinto-. Existía en esos círculos, que por ese tiempo eran muy numerosos y muy influyentes, la convicción de que la devolución de esos territorios era una especie de afrenta al orgullo nacional, y a la memoria de quienes habían caído en combate. La formación de las Ligas Patrióticas respondió a ese fenómeno, expresivo de un nacionalismo agresivo y vociferante”.
Por su lado, González Miranda, agrega una acotación. “Considero que hubiesen surgido de igual forma sin el problema de Tacna y Arica, porque era un fenómeno a escala internacional y continental”, responde a Culto.
Sin embargo, el inminente plebiscito -que no se concretó- fue un escenario favorable para el brote de grupos nacionalistas. “A tal punto, que precisamente la acción de las Ligas dieron motivo a la delegación peruana para solicitar que se declarara el plebiscito imposible o impracticable, lo que fue acogido por el árbitro norteamericano”. Este fue el motivo, agrega González, que empujó el problema hacia la negociación de la partición definitiva de Tacna para Perú y Arica para Chile, en 1929.
La documentación judicial levantada por los historiadores, evidencia que las Ligas actuaban a través del saqueo y el amedrentamiento; en ocasiones, sus furibundos integrantes llegaron a irrumpir en las residencias de ciudadanos peruanos para obligarlos a embarcar fuera de Tarapacá, por la fuerza. Y a menudo tomaban brochas y pinturas, para “marcar” las casas de peruanos y de chilenos sospechosos de simpatizar con los extranjeros, para lo cual dibujaban una tétrica cruz negra en la fachada.
¿Quiénes eran los miembros de las Ligas? La composición social estaba -en su mayoría- afincada en la clase media. “En su mayoría eran funcionarios públicos de rango medio o menor (agentes de aduanas, empleados de Intendencia, etc.), así como empleados particulares de nacionalidad chilena. Había también trabajadores y otros actores populares, sobre todo veteranos de guerra”, explica Julio Pinto, Premio Nacional de Historia 2016. “Su composición social era diversa, pero en general de sectores medios y obreros”, añade Sergio González.
Quizás el hecho de que en sus filas hubiese gente con cierta educación hizo que las Ligas Patrióticas no solo agredieran de manera física, sino que también con la palabra. Los nacionalistas -a la manera del movimiento obrero-, tuvieron sus propias publicaciones y periódicos que solo con el nombre dejan en claro sus intenciones: El Ajicito y El Roto Chileno en Antofagasta; El Ajicito, en Arica; El Corvo, en Tacna; El Corvo, El Eco Patrio, La Liga Patriótica, Lucas Gómez, El Machete y El Roto Chileno, en Iquique.
En sus páginas, realizaban una agresiva propaganda contra la población peruana residente y quienes les apoyaban. Por ejemplo, en el número 5 de El Ajicito de Arica, publicado el 13 de septiembre de 1925, se leía un llamado con miras al plebiscito: “Lector tacneño y ariqueño, prefieres que la tiranía y la civilización de 100 años atrás de los peruanos se enseñoree en este querido suelo? Aceptas que esa raza de cobardes, afeminados, descendientes de cocodrilos que no pueden considerarse como seres civilizados, se adueñen de lo que es nuestro? No. Votad por Chile!”.
Si bien las Ligas tuvieron una fuerte presencia en el norte, lo cierto es que no operaron solamente en esa zona. También en ciudades como Santiago, Valparaíso, Viña del Mar y Punta Arenas. Incluso, tuvieron sus símiles fuera de nuestras fronteras. “Este tipo de organizaciones no fueron exclusivas de Chile, surgieron en el mismo periodo en varios países de América Latina, especialmente en Argentina”, señala Sergio González.
Parlamentarismo y pasividad
Según Sergio González, la acción violenta de las Ligas se concentró en dos períodos de brote nacionalista; un primer momento entre 1911-1912, y otro, entre 1918-1920, cruzados por tensiones con el Perú. Por entonces, el sistema político chileno se sostenía en el manejo del Congreso y las instituciones por parte de partidos de notables, que mantuvieron una descuidada prescindencia de los asuntos urgentes.
Pero, según el historiador, el parlamentarismo no tuvo mayor incidencia en el desarrollo de los grupos, sino que, más bien, estos se vincularon con momentos específicos. “Las Ligas surgieron en ese periodo efectivamente, pero no se puede hacer una relación directa entre ese régimen político y estas organizaciones. Las acciones más conocidas de las Ligas fueron a partir del gobierno de Arturo Alessandri, especialmente después de las conferencias de Washington (1922)”, ocasión en que se ratificó el Tratado de Ancón y se determinó llevar los asuntos pendientes al mencionado arbitraje de EE.UU.
“Las Ligas no fueron promovidas por los gobiernos centrales, al contrario fueron contrarias a la política y diplomacia de la época”, agrega.
Por su lado, Julio Pinto asegura que desde el poder central, la actitud hacia los grupos fue variando con el tiempo. “Las autoridades políticas superiores, tanto a nivel regional como central, exhibieron una conducta ambivalente respecto de las Ligas -detalla-. Si bien no las promovieron ni apoyaron oficialmente, tampoco hicieron mucho por contenerlas, brindándoles una suerte de aprobación tácita”.
“Eso se mantuvo hasta que la acción de las Ligas se tradujo en agresiones físicas a la población de origen peruano, y sobre todo en la destrucción de las propiedades de esas personas, entre quienes había comerciantes y empresarios de influencia no menor -agrega-. En ese momento las autoridades condenaron los ‘excesos’ de las Ligas y advirtieron que no se permitirían mayores desmanes. Pero tampoco se tomaron medidas legales ni punitivas en su contra”.
Con el tiempo, la acción de estos grupos fue desapareciendo y dio paso a otro tipo de agrupaciones, una vez que los países descartaron el plebiscito y decidieran avanzar en una negociación para solucionar el asunto de Tacna y Arica, resuelto finalmente en el Tratado de Lima, de 1929. “Lo importante es señalar que, desde entonces, las organizaciones que se destacan en la frontera son cofradías, clubes, etc., que promueven la integración y la amistad peruano-chilena”, señala Sergio González.