El día en que John Lennon decidió acabar con todo y le puso la lápida a The Beatles
Paul McCartney contó en una reciente entrevista con la BBC que John Lennon fue quien decidió terminar con la banda más grande de la historia. La revelación no es nueva. Y por lo demás, es absolutamente cierta: John decidió el adiós siete meses antes de que se hiciera oficial. Esta es la historia.
Si se permite la analogía con la crónica roja, la separación de The Beatles es un crimen -digamos, al menos lo fue para la música popular- con varios culpables, un largo proceso de desarrollo y una materialización que nunca se ha podido descifrar con claridad, como esas calamidades que de tan traumáticas terminan naufragando entre la confusión y la amnesia.
Pero varios libros, biografías y versiones conceden un punto: el primero que escribió el final y dijo “compañeros, esto no va más” fue John Lennon.
La historia -como queriendo sacudirse de cualquier culpa- la volvió a revivir Paul MCartney en una reciente entrevista con BBC Radio 4, donde se desligó de la leyenda que lo sindica a él como el impulsor del quiebre diciendo: “Yo no instigué la separación. Ese fue nuestro Johnny. Era mi banda, era mi trabajo, era mi vida, así que quería que siguiera. El punto era que John estaba haciendo una nueva vida con Yoko. John siempre había querido separarse de la sociedad porque, ya sabes, lo crió su tía Mimi, que era bastante represiva, por lo que siempre buscaba liberarse”.
En este caso, Paul tiene toda la razón.
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Aunque la historiografía Beatle fija las sesiones del Álbum Blanco (1968) como el momento en que las placas tectónicas arrojaron los primeros movimientos del sismo mayor que se desataría años después -con la partida de Ringo hastiado del desprecio del resto y su retorno con la batería adornada con flores-, fue a mediados de 1969 el instante en que los cuatro músicos empezaron a hablar en serio del adiós.
Luego de despejar tensiones y hacer las paces para grabar Abbey Road -entre febrero y agosto de ese año-, e incluso tras haberse tomado las últimas fotos juntos el 22 de agosto en la mansión campestre de John y Yoko llamada Tittenhurst Park, el cortocircuito se aceleró con el ingreso en acción del mánager Allen Klein.
Tras la muerte del histórico representante Brian Epstein, el hombre que los descubrió y que diseñó su conquista mundial, Klein se ofreció no sólo como el idóneo para manejar la carrera de los Fab Four; también como el ejecutivo que mejor provecho le podía sacar a su catálogo de canciones. El aventurero que podía multiplicar por millones lo que ye era oro puro.
Lennon fue el primero en caer embrujado. Los modos toscos, el pasado obrero, el aspecto arrabalero y la infancia en un hogar para niños del estadounidense lo hicieron sentir identificado y lo llevaron a observarlo casi como un camarada de pandilla. Klein -astuto y perspicaz- no tardó en notar esa fijación y engatusó al músico con promesas, proyectos e iniciativas a corto plazo. George y Ringo -por esos días entre desinteresados y resignados- no tardaron en caer ante su encanto del mánager que aseguraba solucionarlo todo.
Todos firmaron un contrato de representación con él, salvo McCartney. Pero daba lo mismo: el voto mayoritario de sus compañeros bastó para que Klein se integrara a la sociedad comercial de la agrupación. “En privado, su férrea fe en sí mismo le hacía creer que Paul se sometería a él”, dice Philip Norman en el esencial libro Paul McCartney, la biografía.
Dentro de las primeras misiones del norteamericano estuvo “limpiar” y hacer más sostenible lo que quedaba de Apple Records, sello discográfico fundado por The Beatles, pero donde también se dedicaron a lanzar artistas nuevos y de menor impacto popular, como los recordados Badfinger. Despidió a mucha gente y reordenó las dependencias del edificio situado en el número 3 de Savile Row, en Londres.
En ese caos, y contando con la confianza absoluta del jefe mayor, John y Yoko se habían apropiado de las oficinas de la planta baja para organizar sus reuniones y encuentros a favor de la paz mundial y la concordia humana. La oficina de prensa también dio algunos giros experimentales: se habilitó como un set de filmación para hacer proyectos como el llamado Self-portrait, una filmación de veinte minutos del pene de John mientras iba progresivamente adquiriendo una erección parcial.
Por esos días, la pareja también había grabado el himno pacifista Give peace a chance, con el hombre de Help! dándose cada vez más cuenta que no necesitaba a otros tres músicos a su alrededor para sobrevivir. Es más, encerrado en una oficina haciendo música con Yoko, advirtió que era lo único que necesitaba para continuar con su carrera. Todo, en parte, con la complicidad de Klein.
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Envalentonado, el 13 de septiembre de ese año 69, Lennon se atrevió a presentarse en el festival Toronto Rock and Roll Revival, con la primera encarnación de la llamada Plastic Ono Band, con Yoko, Eric Clapton en la guitarra, Klaus Voorman en el bajo y Alan White en la batería.
Apenas ensayaron y, según ha dicho Lennon, el propósito era ver qué le dictaba un concierto sin mayor preparación, qué señal le daba en torno al futuro montar un espectáculo bajo parámetros distintos a los que había estado habituado toda su vida. “Durante años había creído que era incapaz de subirse al escenario con otros músicos que no se llamaran Paul, George y Ringo”, asegura Norman en su libro.
En síntesis, “Johnny” quería probarse a sí mismo qué tan bien se sentía fuera de los Beatles. Y al parecer se sintió exultante.
Tras bajarse del escenario, le dijo eufórico al periodista Ray Connolly que pensaba dejar de una vez los Beatles. Ese mismo año, ese mismo mes, apenas retornara a Inglaterra. Pero le hizo prometer al profesional que no lo publicaría ni le contaría a nadie. En el vuelo de vuelta, también le aseguró lo mismo a Klein: llegaré a terminar con la banda.
Más allá de su amor por Yoko, Lennon atravesaba por una metamorfosis profunda, de carácter umbilical, casi un regreso al nido y la cuna, a la soledad de la infancia, donde quería sonar crudo y sin aditivos, y donde prefería volver a sumergirse en el antiguo rock and roll que le había cambiado su destino. Sentía que ese período lisérgico y caleidoscópico que había separado Rain (1966) de I am the walrus (1967) era solo eso: un paréntesis, una simple escala en una travesía mayor, donde ahora lo que importaba era el grito primario y visceral de su identidad sin acompañantes.
Por eso el listado de canciones de ese show es un repaso por el rock de vieja escuela, el que conoció en sus años de anfetaminas, cuero y jopo en Liverpool, como Blue Suede Shoes, de Carl Perkins, o Dizzy, Miss Lizzy, de Larry Williams. También se había guardado para ese momento su nuevo single, Cold turkey, en referencia a la heroína, pero que también guardaba otra alegoría: había sido rechazada como single de los Beatles.
Ahora él podía hacerla sonar -y gritarla- con infinita libertad.
Así lo describió en el libro Anthology: “El colocón fue increíble. Nunca me sentí mejor en mi vida. Todo el mundo estaba con nosotros, dando saltos, haciendo el signo de la paz, porque se sabían la mayoría de los números e hicimos uno llamado Cold turkey que nunca habíamos tocado y lo entendieron a la perfección”.
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Con la bomba que había detonado entre su círculo íntimo, el cantautor estaba feliz. Pero para Klein, la determinación era un patadón en plena cara. Aún quedaba por promocionar Abbey Road y Let it be, las últimas entregas del cuarteto, ambas dotadas todavía de música fantástica, por lo que una impulsiva salida de Lennon arruinaría un plan comercial millonario.
Además, había negociado un nuevo contrato con el sello estadounidense de la agrupación, Capitol, bajo el cual el porcentaje de regalías para los músicos pasaría del 17,5% a un inaudito -para la época- 25%. A cambio, los Beatles debían garantizar dos álbumes y tres sencillos por año en los siguientes seis años.
Para Klein, ex mánager de The Rolling Stones, era la manera de quedar como el gran mago de las finanzas del cuarteto y como el salvador tras el desastre que había significado Apple. Era su golpe a la cátedra. John no se podía ir. Al menos, no ahora.
Por tanto, bajo esas condiciones, fue la primera vez que sucedió una situación que se repetiría durante esas semanas: el ejecutivo le exigió a Lennon que no le dijera a sus compañeros que quería abandonar la misión. En consecuencia, que aún no se fuera y que no acabara con los Fab Four.
Más aún, estaba arrojando al Beatle a un límite feroz: si firmaba el acuerdo con Capitol, asumía que los Beatles debían durar otros seis años más.
Cuando llegó el minuto de firmar el acuerdo en Apple, el 20 de septiembre de 1969, curiosamente Macca era uno de los más entusiasmados. Por fin sentía que Klein servía para algo. Que cumplía lo que prometía. En ee ambiente de renovada fraternidad, lanzó otra vez su viejo anhelo de volver a tocar en vivo, pero en recintos pequeños, con escaso público, similares a la Caverna de los años formativos.
Según cuentan varias biografías, Lennon no dio más. No podía seguir guardándose una intención personal en el sentido opuesti ni podía firmar lo que sabía que no podía -ni quería- cumplir. “No lo entiendes. Me marcho. Quiero divorciarme, igual que lo hice de Cynthia”, lanzó de la nada, casi como un estallido, y en referencia a su primer esposa.
Todos quedaron pasmados. ¿Había llegado el desenlace fatal, el cierre de la agonía que en algún momento vislumbraban?
Ringo Starr lo pone en esta perspectiva también en Anthology: “Después del debut de la Plastic Ono Band en Toronto nos reunimos en Savile Row y fue cuando John al final lo soltó. Dijo: ‘bueno, ya está chicos. Acabemos con esto’. Y todos dijimos que sí. Y aunque dije ‘sí’ porque estaba terminando (y no podíamos seguir a la fuerza si el ambiente era aquel), no sé si yo habría dicho ‘acabemos con esto’. Probablemente lo hubiera prolongado un par de años más. Sin embargo, cuando nos reunimos en la oficina, sabíamos que era positivo. No estábamos enfadados ni nos peleamos”.
En el mismo Anthology, John rememora que efectivamente se sentía un cínico al estar hablando del futuro cuando él deseaba que ese futuro Beatle sencillamente no existiera: “Yo no hacía más que decir ‘no, no, no’ a todo lo que Paul proponía. Así que llegó a un punto en que yo tenía que decir algo. Paul dijo ‘¿a qué te refieres?’. Y respondí: ‘Me refiero a que el grupo se ha acabado. Yo lo dejo’”.
McCartney: “Debo reconocer que habíamos imaginado que pasaría en algún momento, debido a su intensa relación con Yoko. John necesitaba espacio para sus cosas con Yoko. Alguien como John quería terminar la época Beatles e iniciar la fase Yoko, y él no quería que hubiera interferencia entre ambas. En realidad, yo no sabía qué decir”.
El que sí dijo algo fue Allen Klein: pueden separarse, pero por favor, aún no le cuenten a nadie. “No hicimos pública la ruptura inmediatamente. Klein nos decía: ‘sepárense si quieren, pero no se lo digan a absolutamente a nadie’”, cuenta Ringo.
Así fue. El pacto de silencio estaba sellado. Fue quizás uno de los últimos acuerdos en que los cuatro aceptaron sin matices ni dudas. El mundo pudo disfrutar de meses donde aparecieron Abbey Road (1969) y Let it be (1970).
Pero la fisura definitiva del grupo más grande de la historia no se podía maquillar por demasiado tiempo.
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Aburrido de las batallas intestinas, McCartney a fines de 1969 se retiró a su granja de Campbeltown, Escocia, donde empezaría a concebir su debut en solitario, el que posteriormente registraría en distintas fases, aunque siempre tocando la totalidad de los instrumentos: The lovely linda, Every night y Junk fueron parte de ese proceso de depresión y desahogo. Fue un disco que facturó sabiendo que su destino era transitar a solas.
Pero es probable que jamás imagino que sería el disco que lo pondría en el centro del conflicto hasta configurarlo como el hombre que había acabado con la banda. El rol que le pertenecía a Lennon iba ahora a recaer por esas circunstancias de la historia en sus manos.
El álbum McCartney incluía en su arte interno una autoentrevista promocional donde Paul se olvidaba de las diplomacias y los ejercicios de camuflaje sobre el futuro Beatle.
¿Ejemplo? A la pregunta “¿esta separación de los Beatles es temporal o permanente, y se debe a diferencias personales o musicales?”, el bajista respondía en el documento: “A diferencias personales, empresariales y musicales, pero más que nada a que me lo paso mejor con mi familia. ¿Temporal o permanente? En realidad no lo sé”.
Otra pregunta: “¿Prevés en algún momento en el futuro en que Lennon-McCartney vuelva a convertirse en una sociedad compositiva activa?”. Respuesta: “No”.
El Daily Mirror se consiguió un ejemplar en preventa del disco, leyó la autoentrevista y el 10 de abril dio el golpe mundial: “Paul deja a los Beatles”. La música popular cambió para siempre a partir de esa frase tan breve como fulminante y letal.
Por lo demás, Paul quedaría por décadas como el sepulturero, el responsable de haberle echado el último trozo de tierra a una de las mayores leyendas de la cultura popular de nuestra era, sobre todo luego que años más tarde demandara a sus tres compañeros.
Pero Lennon había dinamitado todo ocho meses antes. Y con el orgullo resumido en una sola frase que encierra el origen y el cierre de la épica Beatle: “Yo formé a los Beatles y yo los separé”.
Lennon era el autor del auténtico hasta siempre.
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