Quién fue Hermann Göring, el criminal nazi creador de la Gestapo y de los campos de concentración
Al mando de la aviación nazi, y ministro del Interior de Prusia, tuvo una actuación relevante durante el régimen nazi, ya que lideró la represión a los opositores y fue el primer ideólogo de una de las tragedias más grandes de la historia reciente, los campos de concentración y exterminio. Esta es su historia.
Optó por una cápsula para terminar sus días. En la noche del 15 de octubre de 1946, quien fuera designado en vida como el sucesor de Adolf Hitler, y comandante de la Luftwaffe, ingirió una pastilla de cianuro horas previas al día en que, según la sentencia del tribunal de Nuremberg, debía morir en la horca.
En los juicios efectuados en la ciudad alemana tras el fin de la Segunda guerra Mundial, Göring enfrentó una serie de cargos criminales por los hechos que cometió en la alta cúpula germana de esos años. En él, se concentraba la atención por haber sido uno de los máximos y más brutales jerarcas de la Alemania nazi.
Inesperadamente, Göring adquirió protagonismo en las últimas horas en nuestro país, luego de que El Mercurio publicara un perfil de él que detonó los reclamos de la comunidad judía y de la embajada alemana en Chile, además de artículos con el caso en diversos medios de Europa, como The Guardian.
En su historia, había servido como aviador durante la Primera Guerra Mundial, y su cometido premiado con la cruz de hierro de primera clase, en 1915. Tras el fin del conflicto, y como les pasó a varios veteranos desocupados y que deambulaban sin mayor futuro, y sin poder desempeñarse en otra cosa que no fuese llevar armas, se había incorporado al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, el partido nazi, en 1922. De ahí comenzó una ascendente carrera. Como la mayoría de los que militaban en la colectividad, fue perseguido tras el fallido putsch de la cervecería, en 1923, y debió partir al exilio. Pero con la liberación de Hitler, al año siguiente, volvió a su país.
Disparar “sin considerar las consecuencias”
Con la llegada al poder del partido nazi, en 1933, Göring ocupó primero el puesto de ministro del Interior de Prusia. No era menor, puesto que era el Estado más grande de los que conformaban Alemania. Al asumir, el 31 de enero de 1933, mostró los dientes de inmediato. “Göring reunió a todos los empleados de su ministerio para una arenga introductoria. Tras recordarles que su padre había sido funcionario público de alto rango, habló del ‘nuevo espíritu patriótico’ que ellos debían representar, y les dijo que su primer deber era erradicar todo indicio de comunismo entre ellos. Invitó a quien creyera que no podría trabajar con él a renunciar en ese momento”, señala Anthony Read en su libro Los discípulos del Diablo - El círculo íntimo de Hitler (Océano, 2003).
Desde esa posición, Göring comenzó a consolidar una idea: formar una fuerza auxiliar de policía, la cual estaría integrada por miembros de las SA, las SS y los Stalhelm. “La nueva fuerza de Göring sería independiente de la policía judicial, respondería únicamente a sus órdenes y tendría la facultad de ejercer ‘funciones ejecutivas’ como registros y arrestos. La llamó Geheime Staatspolizei, (Policía Secreta Federal), nombre que, a la usual manera alemana, se contrajo en Gestapo”, explica Read.
Con la Gestapo, Göring fue incrementando su poder. De hecho, como indicó él mismo en un documento donde daba las orientaciones al nuevo cuerpo -que cita Read- la idea era simplemente reprimir, aun usando las balas, cuando fuera y como fuera. “Las actividades de organizaciones hostiles al Estado deben ser frenadas con las medidas más enérgicas. Con el terrorismo y los atentados comunistas no debe haber miramientos y, cuando sea necesario, habrán de usarse los revólveres sin consideración de las consecuencias. Los agentes de policía que disparen sus revólveres en el cumplimiento de su deber serán protegidos por mí sin considerar las consecuencias del empleo de sus armas. En cambio, los agentes que se abstengan de hacerlo, por la equivocación de considerar las consecuencias, han de saber que se actuará disciplinariamente contra ellos [...]. Ningún agente debe perder de vista el hecho de que no adoptar una medida es más vergonzoso que cometer errores en su aplicación”.
La eficacia de la Gestapo a ojos de Hitler fue tal que pronto pasó a operar no solo en Prusia, sino que en toda Alemania. Tras el incendio del Reichtag (el Parlamento alemán), en febrero de 1933, Hitler suspendió las garantías constitucionales en pos -según argumentó- “de la seguridad nacional”. Por esos días, Göring pronunció un discurso donde defendió su ideario represivo: “Mis medidas no serán invalidadas por consideraciones legales. No tengo por qué preocuparme por la justicia; mi misión es sólo destruir y exterminar. ¡Nada más! [...]. Pueden estar seguros de que usaré al máximo el poder del Estado y la policía, mis queridos comunistas, así que no saquen falsas conclusiones, pero la lucha a muerte, en la que mi puño los prenderá por el cuello, la daré con esos que ven ahí: ¡Los camisas pardas!”.
Ideólogo de los campos de concentración
Al mando de la Gestapo, Göring persiguió a la oposición al régimen nazi. Pero el número fue tan creciente que simplemente las cárceles y cuarteles policiales no daban abasto. Ante eso, fue Göring el que planteó una solución, así lo explica Read en su libro. Cárceles especiales para alojar a los presos, así como ‘campos de concentración’. (Konzentrationslager), basados en los creados por los británicos en Sudáfrica para contener a presos civiles durante la guerra anglo-bóer de principios de siglo; años más tarde, Göring haría siempre todo lo posible por precisar que, aunque él había creado esos campos, no fue él quien inventó su nombre”.
En rigor, lo que Göring hizo fue el primer paso para los tristemente célebres campos de concentración y exterminio, de cara a la llamada “solución final”, el eufemismo con que el régimen nazi denominó al Holocausto. De alguna manera, fue quien le dio una suerte de “estructura” a una de las tragedias más repudiables de la historia moderna.
En su defensa ante el tribunal de Nuremberg, el obeso jerarca reconoció que hubo “excesos”, pero que él no los había ordenado.
“Claro que al principio hubo excesos; claro que inocentes también fueron afectados aquí y allá; claro que hubo golpizas aquí y allá y se cometieron actos de brutalidad, pero en comparación con todo lo ocurrido en el pasado y con la magnitud de los acontecimientos, esta revolución libertaria alemana es la menos sangrienta y más disciplinada de todas las revoluciones conocidas por la historia [...]. Naturalmente, di instrucciones de que tales cosas no debían suceder [...]. Siempre señalé que esas cosas no debían ocurrir, porque era importante para mí ganar a algunas de esas personas para nuestro bando y reeducarlas”.
Aunque Göring no se contentó con solo salir a repartir palizas y encarcelar opositores. También era necesario espiarlos. Con ese fin, en marzo de 1933 creó la Forschungsamt (Oficina de Investigación), conocida como la FA. Era un organismo que derechamente escuchaba llamadas telefónicas. “Esta fue una de las más eficientes y efectivas fuentes de inteligencia de la época, pues intervenía no sólo líneas telefónicas alemanas, sino también cada uno de los muchos cables internacionales que entrecruzaban el país o pasaban bajo sus aguas costeras, y mantenía una obsesiva reserva que nunca fue quebrantada”, señala Anthony Read.
Luftwaffe y ladrón de arte
El Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, había limitado la capacidad militar de Alemania. Entre otras cosas, no se le permitía tener una aviación de guerra. Sin embargo, desde el inicio, Hitler se propuso llevar a cabo de rearme completo de las Fuerzas Armadas del Tercer Reich.
“El 10 de marzo de 1935, Göring anunció la existencia de unas fuerzas aéreas alemanas y el 16 de marzo Hitler ordenó la implantación del servicio militar obligatorio”, explica el historiador R.A.C. Parker en su libro El siglo XX: Europa 1918-1945 (Siglo XXI, 2007). En simple: la Alemania nazi estaba violando el tratado.
Bajo su mando en la Luftwaffe, y con el apoyo de su antiguo compañero de armas, Ernst Udet, Göring encargó el diseño de un nuevo avión de combate, el Stuka, el cual tuvo una innovación sugerida por él mismo. “Sugirió que el efecto psicológico del avión sería aún mayor si hacía un ruido más aterrador que el aullido de su motor al caer sobre su presa. Udet estuvo de acuerdo en añadir una sirena, para que ‘ruja como un demonio salido del infierno al lanzarse en picada’”.
Ya en la Segunda Guerra Mundial, e incluso antes del conflicto, Göring había empezado a acumular obras de arte como un obseso. De hecho, valiéndose de su poder, saqueó cuanto pudo de las propiedades de ciudadanos judíos. La información de la Unidad de Investigación de Saqueo de Arte de la OSS (antecesora de la CIA), señala que adquirió obras de arte para sí mismo en los países ocupados por el Eje, aunque los detalles del informe no están en línea.
En 1942, el conde Ciano, uno de los cercanos a Mussolini, pudo reunirse con él y en su testimonio -citado en el libro de Read- dejó expreso el gusto que Göring tenía por los objetos sunturarios. “Durante la cena, Göring casi no habló de otra cosa que de las joyas que poseía. De hecho, llevaba hermosas sortijas en los dedos. Explicó que las había comprado por una suma relativamente reducida en Holanda, luego de que todas las joyas fueron confiscadas en Alemania. Me dicen que juega con sus gemas como un niño con sus canicas. Durante el viaje se puso nervioso, así que sus ayudantes le llevaron un pequeño jarrón lleno de diamantes. Él los puso en la mesa y los contó, alineó, revolvió y se puso feliz otra vez. Uno de sus altos oficiales dijo anoche: ‘Tiene dos amores: los bellos objetos y la guerra’. Ambos eran pasatiempos costosos. Al llegar a la estación llevaba puesto un suntuoso abrigo de marta, algo entre lo que usaban los conductores de automóviles en 1906 y lo que una prostituta de postín lleva a la ópera”.
El ocaso
Con el avance de la Segunda Guerra Mundial se hizo ostensible el fracaso de las operaciones de la Luftwaffe. Si bien había llevado una serie de bombardeos, sobre todo en las principales ciudades inglesas (en medio del bombardeo a Liverpool, el 9 de octubre de 1940, nació John Lennon, según constata en su biografía Philip Norman). Sin embargo, Göring no contó que los ingleses contaban con buenas defensas, por lo que no pudo doblegarlos completamente y que pronto otro gordo, Winston Churchill, le propinaría un golpe al mentón.
Hacia marzo de 1942, la Royal Air Force (RAF) había efectuado una serie de bombardeos sobre ciudades alemanas, incluyendo la medieval Lübeck, al norte de Hamburgo, y luego emprendieron contra Rostock, Essen, Hamburgo y Dortmund. Göring ordenó una contraofensiva contra las ciudades inglesas Exeter, Bath, Canterbury, Norwich y York.
Pero el 31 de mayo, el teléfono de Göring sonó. Al otro lado de la línea, el mismísimo Adolf Hitler comenzó a reprenderlo. La RAF había bombardeado Colonia, y los reportes hablaban de 200 o 300 aviones británicos, pero Göring le bajó el perfil y dijo que no eran más de 60. “Sin embargo, el verdadero número de atacantes no había sido de cientos, sino de casi mil, como el propio Churchill anunció en Londres”, explica Read.
El hecho enfureció sobremanera a Hitler, “lo culpó personalmente de su fracaso en la protección del Reich, quejándose con su ayudante, Nicolaus von Below, de que la Luftwaffe nunca había prestado a las defensas antiaéreas la atención que merecían. ‘Esa fue la primera vez que lo oí criticar a Göring’, escribiría después Below”, señala Read. Ya no habría vuelta atrás, y el obeso perdió la confianza del Führer para siempre.
Ya en 1945, con la invasión soviética a territorio alemán consumada, y la derrota inminente, Hitler se refugió en su bunker en Berlín. Ante eso, y tras una larga meditación, Göring decidió aprovechar su condición de número 2 del régimen nazi y tomar el mando. Lo hizo el 23 de abril de 1945, enviándole la misiva a Hitler, argumentando que el líder se había incapacitado a sí mismo para gobernar al encerrarse. En rigor, le pidió permiso para asumir el cargo de Führer de toda Alemania y remarcó que actuaría como suplente. En respuesta, Hitler lo destituyó de todos sus cargos y lo mandó a prisión.
Días después, el 5 de mayo fue liberado por una unidad de la Luftwaffe, y ya viendo que no había nada que hacer, decidió ir a entregarse a las fuerzas de los Estados Unidos apostadas en Radstadt. Luego, fue conducido a Nuremberg para ser juzgado. Los cargos que presentó la fiscalía fueron: conspiración, librar una guerra de agresión, crímenes de guerra (refiriéndose al saqueo de obras de arte y otros bienes) y crímenes contra la humanidad, donde se enmarcaba lo relativo a los campos de concentración.
Su cadáver, como el de Mussolini, fue expuesto al escarnio público junto a los otros jerarcas ahorcados. Posteriormente fue cremado y sus cenizas arrojadas al río Isar.
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