La tercera temporada de Succession ha venido a dejar en claro por qué es la mejor serie estadounidense de la actualidad. Tras dos años de receso, la historia de un padre que debe escoger cuál de sus cuatro hijos queda al mando de las empresas de la familia ha vuelto cargada de adrenalina pura. Con dos primeros capítulos ya exhibidos por HBO, narrados casi en tiempo real, es un prodigio narrativo y actoral, con diálogos afilados, una cámara que no se queda quieta nunca y que, sumado a su banda sonora, está en tensión y diversión constante.
¿Es un drama o una comedia? Esa pregunta ya resulta irrelevante. Este tercer ciclo tiene mucho más humor negro e incorrecto y con más chistes que las dos temporadas anteriores, pero no suelta el drama que significa lo que está contando: los cuatro hijos buscando el amor y el respeto de Logan Roy, el patriarca y Rey Lear modernizado, que puede sentir afecto si ellos están de su lado, pero que jamás los respetará si solo le dicen que sí a todo y son pusilánimes. Que su hijo Kendall, el más capacitado para ser su sucesor, haya dado la vuelta completa desde secundarlo hasta ser su más fiero contrincante -luego de acusarlo en una conferencia de prensa, donde lo desenmascara y busca sacarlo de las empresas-, ha terminado perversamente ganándose su respeto, al ser finalmente el “asesino” que busca tener como hijo y asegure continuidad al imperio mediático que posee.
Con la tranquilidad que le ha dado al show los Emmy recibidos, el favor unánime de los críticos y la buena sintonía que posee en HBO, esta temporada se siente mucho más entretenida y segura de la propuesta que quiere imponer y, de hecho, llega a rozar el nivel de Los Soprano o Mad men, dos de los baluartes de la época dorada de la ficción estadounidense de los últimos 20 años. Con ambas tiene varios puntos en común -el poder, la competencia entre pares, la duda de si estás siendo una buena o mala persona, las traiciones para lograr objetivos- y especialmente, esta vez, hay un espíritu de serie de mafiosos, por cómo se desenvuelve. Dos escenas del segundo capítulo del tercer ciclo que hablan de ellos: el Caballo de Troya de madera que llega de regalo a Kendall, mientras su hermana Shiv aparece en el ascensor. Luego, el verdadero caballo de troya: una caja de donas que envía Logan a sus cuatro hijos, sospechando que se han reunido para complotar en su contra, y que provoca las dudas -y sobre todo el miedo paralizante- de los hijos.
Esta temporada parece una guerra civil de los Roy y cada uno debe tomar un bando: Kendall -un extraordinario Jeremy Strong, más exultante que nunca- junto al primo Greg -Nicholas Braun muy gracioso y más torpe/querible que nunca-, intentando ganar más aliados; por otro Logan, a medias tintas con sus otros tres hijos (Shiv, herida por nuevamente haber sido engañada por su padre que sería la sucesora y que duda qué hacer; Roman, más aliado y comprensivo con su padre y con Kieran Culkin haciendo el rol de su vida; y Connor, siempre desconectado de la realidad y de la historia central) y que ha decidido que, “por ahora”, el mando quedará en manos de Gerri, su consejera general y que ya siendo hora que J. Smith-Cameron, la actriz que la interpreta, sea reconocida con premios.
El ciclo ha incorporado a dos actores estrellas como invitados recurrentes: el ganador del Oscar, Adrien Brody, y el ganador del Emmy, Alexander Skarsgård. Lo alucinante es que Succession se ha dado el lujo de no ponerlos en los dos primeros episodios. En cualquier otra serie, habrían aparecido desde el inicio, pero acá no, porque, siendo sinceros, no necesita de estrellas para reavivar el interés, que se mantiene no solo intacto sino cada vez más adictiva. En el show, el reparto original es tan sólido y sus libretos tan extraordinarios -la palabra justa para definirlos- que confía en su base para seguir narrando. Brody y Skarsgård recién saldrán ahora, con el ciclo ya planteado, como un complemento y asumiendo que las estrellas son otras.
Lo que al creador Jesse Armstrong y equipo parece interesarles más es la tensión que surge a medida que se van derrumbando los muros de Logan, por primera vez realmente en la cuerda floja, y a desarrollar más a Kendall, uno de los personajes más fascinantes de los últimos años en la ficción estadounidense, de una complejidad solo equiparable a Saul de Better call Saul. Y es posible que esta temporada termine por enganchar a los espectadores ocasionales, esos que han visto algunos capítulos y acá van a encontrar entretención segura, con personajes que van directo a despedazarse y estrellarse contra un muro, sin posibilidad alguna de redimirse, en un ciclo que dispara más certeramente que nunca.