Esperó al anochecer, cuando su familia dormía. En la farmacia consiguió algodón y una botella de alcohol. Francisco Bustamante tenía 18 años y una profunda certeza: esa pintura debía llevar un rojo singular, el de su sangre. Cuidadosamente desinfectó la hoja del cuchillo cartonero, cerró los ojos y se hizo varios cortes en la parte superior de sus antebrazos. De los cortes brotaron gotitas de sangre, lentamente al principio, que se convirtieron en hilos cada vez más profusos, y con ellos y con sus manos pintó directamente sobre la tela.

“Ese cuadro fue una locura, y significa mucho para mí”, dice hoy el artista. La pintura cuelga en una de las paredes del palacio neoclásico en que vive, un edificio de tres pisos de estilo francés, con techos altos, escalera de madera tallada y muebles heredados de su abuelo, expresidente de Perú. Las ventanas del frontis iluminan el interior que crea un ambiente vagamente irreal: aunque está a dos cuadras de Plaza Italia, el espacio invita a imaginar un estudio parisino, sobre todo ahora que el living está habitado de atriles y reproducciones de Las señoritas de Avignon de Picasso, obras de los estudiantes de su taller.

Desde aquella primera pintura han pasado 30 años. “Ese era un momento muy fuerte con mi padre, él estaba enfermo y no tenía más tiempo”, recuerda Bustamante. Las cicatrices de los cortes aún son visibles en sus brazos. “Cuando mi papá vio la pintura me dijo: Francisco, eres un pintor de verdad, esto es como un bosque, quiero quedarme con ella, ¿me la puedes vender? No, te la regalo, le dije. No, me dijo él, tú eres un artista. Me pagó 30 lucas y la colgó en la entrada de la casa. Fue un regalo, aunque él nunca supo que estaba hecha con mi sangre”.

Nacido en Lima en 1972, Francisco Bustamante llegó a Chile con ocho años, por las tareas diplomáticas de su padre. A mediados de los 80 la familia se radicó en Santiago. Y aunque él optó por el arte en lugar de la diplomacia, su biografía está delineada por los viajes: tras estudiar en la UFT, hizo una maestría en Londres y realizó residencias en China, Irlanda y Sudáfrica. En 2011 viajó a Nueva York, donde vivió ocho años y donde se casó con Pasha, un realizador y activista ruso. Vivieron juntos en Barcelona, y en octubre de 2019 volvieron a Chile.

En Nueva York y Barcelona creó las obras que hoy exhibe en el Lab de CV Gallery, en Alonso de Córdova. La exposición se titula Mirar y en ella exhibe un conjunto de cerámicas negras, de reminiscencias precolombinas, y un grupo de imponentes telas de gran fuerza visual y expresiva. Las pinturas componen escenas de alta carga erótica, que se mueven entre la delicadeza y lo bestial, entre la sensualidad de la naturaleza y una sexualidad salvaje y violenta.

Francisco Bustamante en su casa, al fondo luce la pintura que realizó con sangre a los 18 años. Foto: Andrés Pérez

“Nueva York fue un tiempo de mucho silencio, era un tiempo de trabajo, y en los distintos talleres que tuve fue creciendo esta serie más enfocada en el tema del erotismo con acercamientos a la violencia, a la explicitud”, cuenta. “Tal vez lo que podría englobar el trabajo es mi investigación en torno a la belleza, y esto incluye aquello que no necesariamente lo es tanto, entonces por ahí tal vez lo bello y lo ominoso. En la medida que fui armando las figuras estas se iban deformando, tornándose figuras bastantes feas, y se iba mostrando una cosa bastante feroz, y todo esto porque hay un atractivo, algo en relación a lo feo o lo chocante que me es atractivo”, dice.

Una relectura del mito de Leda y el cisne, en tonos rosa; un jardín de colores suaves donde se insinúan cuerpos y sexualidades, y un políptico de tonos más oscuros con personajes grotescos en lucha o en posiciones sexuales, crean la sensación de un universo complejo, atravesado de instintos, deseos y de un erotismo visceral.

“Me interesa generar ciertos opuestos”, dice el artista. “De repente hay imágenes provocativas que son bastante instintivas y que vienen de una especie de otro que hay en uno. Ha sido un proceso permitir que estas salieran, investigar y darme esa libertad. Y en términos de factura, poder acompañarlo de aquello que me parece delicado, ciertas paletas de colores que me remiten a la infancia y eso en contraposición a las figuras genera una tensión que me es atractiva”.

En esas imágenes se puede reconocer la impresión que siempre le causaron las figuras eróticas de Schiele, así como la arrebatadora energía de la pintura de Francis Bacon. Y aunque su obra es versátil y ha cambiado con los años, algo profundo unifica estas obras con aquella primera pintura con sangre: la violencia latente o explícita.

Leda y el cisne, una de las obras que exhibe en CV Gallery.

“El interés en la violencia tal vez tenga relación con haber vivido en Perú en la década de los 80. Fue una época de una tranquilidad bastante tensa, en ese momento Sendero Luminoso estaba muy presente. Mi abuelo fue Presidente, tuve familiares secuestrados y la casa de mi abuelo fue ametrallada. Fue uno de los motivos que me devolvieron a Chile a los 12 años”, relata.

Después de la misión diplomática de su padre, la familia había retornado a Lima. Pero el ambiente político y social era amenazante, y llegaba hasta la puerta de su casa. En la calle, frente a su hogar, recuerda que había autos armados vigilando.

La imaginería de la violencia también la encontraba en las iglesias: “La sociedad era muy conservadora y la imaginería religiosa del barroco era de una violencia aterradora, pero me atraía: no podía dejar de mirar a esos Cristos sangrantes, o esas Vírgenes. Esas cosas por alguna parte dejan huella”, observa.

Naturalmente, todo esto se anuda también con su identidad y la dificultad de la diferencia sexual en aquella época. “Yo sabía que iba contra la corriente, desde el primer momento, pero no tenía claro a dónde. Pero estar rodeado de este mundo conservador donde las bromas y el abuso contra aquel que es diferente... era chocante. Eran cosas muy normalizadas, pero a mí me resultaba feroz. Tratar de interiorizarlo, comprenderlo y utilizarlo: finalmente eso está en mi trabajo y me ha permitido ser más libre. Me siento muy privilegiado de poder hacerlo”.

Un tiempo histórico

Vivió en una cabaña del año 1600 junto a los acantilados de Irlanda, trabajó en torno a la flora en Sudáfrica y en los últimos años en Nueva York y Barcelona se concentró en su obra. Con Pasha, su pareja, se acercó a la meditación, y hoy la practica a diario al despertar. Desde la ventana de su habitación ha disfrutado de amaneceres luminosos y de atardeceres rojizos que se recortan tras la cúpula de la iglesia de Los Ángeles Custodios, en el Vaticano Chico.

Hermosas lágrimas negras de una lámpara en carbón, obra de la artista Alejandra Prieto, cuelgan sobre la antigua mesa del comedor, que da a una terraza interior donde el artista cultiva un remanso verde. Desde el frontis llegan a veces los sonidos de la calle, como ingresaban las sirenas, el humo y las lacrimógenas a fines de 2019, cuando Francisco Bustamante volvió de Barcelona.

“Yo compré esta casa hace 15 años. Cuando volvimos con Pasha estaba arrendada, y nos instalamos en pleno estallido social en un departamento en el centro. Pasha hace documentales y nos íbamos a Plaza Italia con su cámara, yo miraba para todos partes, aquí nos van a matar, pensaba. Pasha, tú tienes cara de gringo, tengamos cuidado, le decía. Sí, pero esto es histórico, me respondía. De eso pasamos al completo silencio de la pandemia”, cuenta.

Durante el año pasado trabajó en nuevas obras que rescatan la vida puertas adentro, y culminó un documental que comenzó en Nueva York, Laura, el retrato de una mujer de 70 años que fabrica lienzos de tela.

¿Cómo se vinculó con la violencia del estallido social?

Es una pena el nivel de desastre y de violencia del estallido, pero puedo entender que haya sucedido. Y lo digo desde fuera, porque he tenido una situación privilegiada que agradezco, pero no por ello soy ajeno a toda la realidad. Cada vez que volvía, sentía la frustración que había en el aire. Con la pandemia vino un tiempo de reflexión, de volver a pensar, de estar en silencio. Hoy deberíamos pensar qué podemos hacer mejor, qué podemos cambiar. Se siente tan ajeno muchas veces escuchar a los políticos, y a veces uno sigue decepcionándose. Yo sé que es ingenuo, pero a veces pienso cómo generar mayores redes de conexión entre distintas partes que son adversas, y adversas de qué, si lo que necesitamos es trabajar juntos y quienes están más necesitados estén mejor. Qué fácil resulta decirlo, pero qué difícil parece lograrlo. Justamente cuando tomamos distancia de las pasiones más fuertes, dejamos que entre un poco de silencio y que decanten las cosas, estoy seguro que podemos lograr momentos de colaboración. La confrontación no puede ser, debe parar, hay tantas señales que nos han dado, recojamos algunas.

¿En algún punto se arrepintió de volver?

No. Es un momento tan importante, tan histórico, que es fundamental estar con los ojos y los oídos abiertos.

En más de una ocasión ha dicho que se siente privilegiado.

Me siento privilegiado, sí, por varias cosas: por haber tenido la oportunidad de vivir en el extranjero, que esta posibilidad no la han tenido pares míos, por razones económicas o familiares, y me he permitido esta libertad de movimiento con momentos de mucho éxito, mis pinturas se vendían y yo estaba feliz viviendo de mi trabajo. Ahora no se vende nada, pero no quiero dejar de mostrarlo, porque no quiero dejar de ser yo: creo que hay que ser lo más honesto posible.

Su abuelo José Luis Bustamante y Rivero fue Presidente del Perú, ¿su familia es política?

No, el gran político fue mi abuelo. Él era un hombre muy pacífico, muy poco ambicioso en términos de logros personales y curiosamente logró muchos. Llegó a la Presidencia con apoyo del Apra, pero él fue un socialista de verdad, iba en contra de los políticos, y lo sacó el general Odría. Después fue mediador de paz entre El Salvador y Honduras y presidente de la Corte Internacional de La Haya. La vez que fui a Holanda pasé con mochila a preguntar si podía sacarme una foto con el retrato de mi abuelo.

Su familia no era especialmente apegada al arte, ¿de dónde viene su vocación?

Una vez revisando un libro de la familia, encontré que en 1630 en Lima existió un pintor Francisco de Bustamante. Yo dije ¡ya, de aquí vengo! El arte ha sido un camino muy precioso y complejo, porque también hay mucho de ir a tientas, pero en ello hay algo importante: saber escuchar aquello que no sabes por qué, y ser metódico.

Y aunque es ordenado y racional, y su tono de voz transmite calma, en su trabajo Francisco Bustamante suele oír precisamente lo instintivo: tal como en aquella obra que pintó con su sangre cuando tenía 18 años.

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