No nos quieren ver es como una cachetada de realidad y un recuerdo para una contingencia que dejó de lado la problemática del Sename, tras años en el tapete -por diversos escándalos, muertes, abusos y otras lamentables noticias- y que la serie viene a recordarnos que los problemas siguen ahí.
Aunque la esfera pública está volcada a las próximas elecciones y a lo que sucede con la escritura de la nueva Constitución, es interesante que el estreno de esta ficción -por partida doble, en Mega y HBO Max, donde están todos los capítulos- llegue ahora, justo a tiempo, cuando se discuten temas importantes y el Sename es uno que debiera estar en la palestra.
La ficción cuenta la historia de una niña de 14 años quien, tras ser apartada de una casa donde convive con una madre alcohólica y un padrastro abusador, es ingresada a un hogar de menores y muere en extrañas circunstancias.
Se ha dicho extraoficialmente que se trata de un suicidio, pero diversas pruebas apuntan a que no ha sido así, lo que reabrirá la herida para la abogada de niños en riesgo social (Tamara Acosta, siempre sólida), la jueza que dictaminó que la chica fuera internada (Paulina Urrutia, un lujo en cada escena en que aparece) y la directora del centro (Francisca Lewin, otra actriz a la que hemos visto poco últimamente en TV y que siempre descolla). Entre estas tres mujeres se comenzará a armar el puzzle policial tras la muerte de la adolescente, pero también a retratar un contexto donde nada es fácil ni blanco o negro.
Resulta imposible dividir a la serie de ficción de su tema central, principalmente porque el libreto ha decidido contar la historia desde ahí: chicos en riesgo social internados en centros tan complejos como el lugar donde vivían, adolescentes que debían ser cuidados por el Estado y no está siendo así (esa aterradora escena donde a la protagonista le lanzan un papel que dice “nos están matando”).
El drama no permite espacios para profundizar demasiado en las vidas de las protagonistas -solo pinceladas en sus primeros tres capítulos- y esa decisión autoral, en este caso, ha sido un acierto, porque al optar por poner el tema central y desarrollarlo como un thriller, logra enfocarse en un punto sin distracciones ni tramas paralelas y mantiene en vilo, en todo momento, para saber qué es lo que ha sucedido.
Innegablemente la apuesta se apoya en la solidez de tener a una suerte de dream team de la actuación femenina chilena: Acosta, Urrutia y Lewin, además de Amparo Noguera y Paulina García. A ellas se suman un buen casting de quienes interpretan a los adolescentes y algunos actores secundarios que completan el reparto, entre ellos Roberto Farías.
El director, Guillermo Helo (Niñas araña), demuestra oficio para que haya un nivel parejo de actuaciones en similar registro -algo de lo que suele adolecer la ficción local, donde algunos descollan y otros parecen estar actuando en otra serie- y también hay talento suyo puesto en que la acción no decaiga, con una cámara que apunta a detalles y gracias a un libreto que no se pierde en minucias y va soltando pistas de a poco, pero en su justa medida, para atrapar. Un ejemplo de ello es cómo logran sintetizar la realidad familiar que vivía la adolescente, sin desdramatizar, pero tampoco volcándose al melodrama. Con sutilezas.
Otro punto alto de No nos quieren ver es, precisamente, que cuente un pedazo de nuestra historia reciente y lo haga con éxito. Se trata de un tema enorme y pesado de sobrellevar y muy probablemente pudo irse por rutas incorrectas. En tiempos donde la TV local parece estar viviendo una transición, la irrupción de esta serie recuerda el buen nivel que han logrado las series chilenas. Entremedio de noticieros y teleseries extranjeras, No nos quieren ver resalta y se encumbra dentro de los mejores estrenos de este año. El alto rating de su debut en Mega, pero sobre todo la ventana que ha logrado en HBO Max, es un escenario perfecto para apreciarla.