Emiliano Monge: “¿Qué pasaría si el futuro quedara en manos de aquellos a quienes les hemos negado el futuro?”

Emiliano Monge
Emiliano Monge. Foto: Oswaldo Ruíz.

El escritor mexicano acaba de publicar en nuestro país Tejer la oscuridad, su nueva novela donde en más de 80 voces relata cómo un grupo de niños de un orfanato, en un futuro distópico, se enfrenta a las consecuencias de un desastre ambiental. Su autor habló con Culto sobre el libro, pero también sobre el tema climático. “¿Cómo es posible que existan seres humanos en los que no nace, en la que no germina ni crece esa preocupación?”, señala.


Una novela coral con muchos narradores, más de 80, algo así como un revival de Los detectives salvajes, pero no son Ulises Lima, Arturo Belano y el resto de los real visceralistas, sino niños de un orfanato que en el 2029 se enfrentan a las consecuencias de un desastre ambiental, y que vagan por un mundo desolado buscando una especie de “tierra prometida” con un afán refundacional.

Es una distopía futurista lo que el mexicano Emiliano Monge (43) propone en Tejer la oscuridad, su quinta novela y que en nuestro país se encuentra vía Literatura Random House. Una inquietante novela en que pone en el tapete el tema del cambio climático, una temática cada vez más recurrente en la literatura.

Si bien, a la hora de pensar en una novela coral el nombre de Los detectives salvajes es ineludible, Monge, en conversación con Culto, pone algo de distancia al respecto. “Dudo que exista un escritor de mi generación que no haya leído Los detectives salvajes y que no esté, consciente o inconscientemente, por afinidad o por rechazo, influido por esa novela –señala–. Siempre he pensado que todo lo que leemos los escritores nos influye, aunque abracemos esas influencias o las intentemos apartar. Sin embargo, nunca pensé en la novela de Bolaño mientras trabajaba en Tejer la oscuridad”.

Monge agrega sobre lo mismo: “El asunto coral es, en realidad, el centro de mi novela, que entre otras cosas se trata de la búsqueda de un nuevo lenguaje, un lenguaje en el que el centro no sea el yo sino el nosotros. Por eso hay más de ochenta narradores y por eso, también, las voces de esos narradores se van acercando unas a otras a lo largo de la novela, de forma que no importa, que cada vez importa menos, mejor dicho, quién es el que habla, porque la que habla es la comunidad. Es una novela coral porque no podía ser contada de otro modo”.

¿Y tuviste alguna influencia en particular?

Si tuviera que buscar una influencia a este asunto particular, antes que pensar en alguna novela, pensaría en el Popol Vuh y en la Visión de los vencidos, que son obras que se van injertando a lo largo del libro.

Esta novela tiene cerca de 80 narradores, ¿cuál es la mayor dificultad en trabajar tantas voces?

Cuando uno escribe una novela con tres o cuatro narradores, la dificultad está en diferenciar las voces y los personajes lo más posibles, en conseguir que el habla de cada uno de ellos les otorgue la mayor identidad e individualidad posible. Cuando uno escribe una novela con más de ochenta narradores, una novela que, además, como ya dije, se trata de una comunidad que busca una nueva forma de entender el lenguaje pero también el tiempo y el espacio, la dificultad está en la acera de enfrente: que la voz no otorgue ni individualidad ni identidad, que las diluya lo más posible, sin perder del todo la singularidad. Por eso, por ejemplo, algunos de los nombres de los personajes, de una generación a otra, apenas entremezclan sus letras. Pero volviendo a tu pregunta, te diría que la mayor dificultad fue precisamente esa: crear personajes y voces que tienen una singularidad mínima pero no una individualidad como tal, ni una identidad única e indivisible, que se pueden confundir, que forman un coro, antes que una orquesta. Eso fue una verdadera chinga, un trabajo agotador y bastante angustiante.

Este libro plantea una distopía futurista con el relato centrado en unos niños que van en busca de esta tierra prometida, ¿cómo llegaste a la idea del libro?

La idea de un libro, para mí, no existe en singular. Es decir, no empiezo nunca a escribir a partir de una sola idea. Necesito que haya un entrecruzamiento de dos o más ideas. Ideas que estaban ahí y que de pronto se muestran relacionadas de alguna forma. En este caso, yo tenía, desde hacía muchos años, la idea de escribir una novela sobre los niños de un orfelinato, idea que se me metió poco después de que la policía de mi país entrara a un hospicio en Michoacán, donde vivían en condiciones espantosas varios miles de niños y adolescentes. Pero no fue hasta que esa idea se enredó con la idea de escribir una novela sobre un futuro de colapso climático, cuando apareció la posibilidad de la novela: ¿qué pasaría si ese futuro quedara en manos de aquellos a quienes, como sociedad, les hemos negado el futuro? Fue así, buscando responder a esta pregunta, que llegué a Tejer la oscuridad. Una novela que, aunque empieza en mitad de una distopía, camina en realidad, hacia la utopía.

Emiliano Monge
Emiliano Monge. Foto: Oswaldo Ruiz.

Esta novela plantea una visión del futuro como una recuperación del pasado, de lo que hemos olvidado, antes que del progreso, ¿es acaso tu propia visión sobre el futuro?

Es la visión de los personajes de la novela, sobre todo de la primera generación, la de los niños del hospicio, así como de la tercera, la de sus nietos. ¿La comparto? Seguro que comparto una parte de esa visión, pero no la comparto por completo. Pero no creo que sea importante qué es lo que yo comparto sino por qué tienen ellos esa visión sobre el futuro, ellos, que son el resultado de un mundo que se fagocitó a sí mismo, siempre con la premisa del progreso en la mano. Una premisa que descarta todo lo que no está en camino de la luz. La idea de progreso, por ejemplo, es luz para la ciencia e iluminación para las religiones, de ahí que los personajes de la novela opten por la oscuridad, por volver a la caverna, por buscar entre todo aquello que fue descartado, el camino que debió ser tomado y que no se tomó. El pasado como futuro, la recuperación de lo que se hizo a un lado, pero que podría haber sido destino. En ciencia es común que una teoría que fue desechada, se recupere años o décadas después, para explicar lo que permanece inexplicable. Todos esto, además, aunado, otra vez, a la relación que la novela establece con el Popol Vuh y el Chilam Balam, libros que hablan de esa dualidad temporal que son el allá entonces y el aquí ahora.

Estos chicos de alguna manera ven en el desplazamiento una oportunidad de sobrevivir, ¿crees que ese es el futuro que se nos viene?

Más que una oportunidad, el desplazamiento es la única condición de su supervivencia, de la supervivencia de los chicos del hospicio, condición que heredan a sus hijos y nietos, aunque los hijos, como sucede siempre entre generaciones, habrán de poner en entredicho la necesidad y pertinencia de esa condición. Acá hay un juego, otra vez, con el pasado, aunque con el pasado remoto: con la transición del nomadismo al sedentarismo. Olvidamos que sólo el dos por ciento de la historia de nuestra especie hemos sido sedentarios, aunque en ese dos por ciento hemos infringido el 99 por ciento del daño que hemos hecho al planeta. Pero también tiene que ver, claro, con la migración, que es uno de los temas que más me interesan y que, creo, marcarán mayormente los años por venir. Nos convertiremos, cada vez más, en sociedades que migran, en pueblos y comunidades en condición de diáspora, como ya sucede en regiones enteras del planeta. Ahora bien, en la novela, esta condición de desplazamiento, va más allá del asunto físico o espacial, se busca, lo buscan los personajes, sobre todo los de la tercera generación, alcanzar el desplazamiento temporal y no sólo espacial. Pero eso ya es otro tema.

¿En qué libros y autores pensabas cuando escribiste este libro?, ¿Pensabas en Margaret Atwood?

Pensaba mucho en los libros con los que la novela dialoga de manera directa: el Popol Vuh, el Chilam Balam, la Visión de los vencidos, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España y la Historia de las cosas de la Nueva España, pero también pensaba, claro, en varias novelas de Ursula K. Le Guin, de J. G. Ballard, de Kathy Acker… Y pensaba mucho, claro, en Utopía, Cándido o el optimismo y Los viajes de Gulliver. Pero también en libros tan distintos como 1984 y Oliver Twist.

Hay episodios escritos en verso, ¿en qué poetas pensabas al escribir eso?

Para serte completamente honesto, me ha sorprendido mucho que todos esos episodios de la novela se hayan convertido en versos para la inmensa mayoría de los lectores, por no decir para la totalidad de los lectores. He vivido una vida casi entera con una especie de vergüenza íntima que me impide, deja tú escribir, sino pensar siquiera en escribir versos. La poesía siempre me ha parecido una habitación a la que puedo entrar a contemplar y a gozar (por eso soy un lector de poesía enfermizo) pero nunca a trabajar. Una suerte de candado interior me impide escribir poesía. Todo esto para decirte que no busqué en ningún momento que esos episodios de la novela, que además son una tercera parte de la misma si no es que un poco más, fueran vistos como versos. Están alineados a la derecha porque así rinden homenaje, otra vez, al Popol Vuh, y están partidos porque son la ruptura, literal, del lenguaje previo y la gestación del lenguaje nuevo. Luego, claro, tienen un ritmo, porque el ritmo para mí es esencial, uno de los puntos centrales de mi trabajo. Pero pensarlos como versos me sonroja y otro yo dentro de mí se ríe de mí a carcajadas.

¿Cómo te nació esa preocupación por el medio ambiente?

Lo que me sorprende no es cómo me nació a mí o cómo nace en alguien más la preocupación por el medio ambiente, es decir, por la madriza que le hemos y le seguimos poniendo al planeta, sino cómo es posible que existan seres humanos en los que no nace, en la que no germina ni crece esa preocupación. Y me sorprende porque no debería sorprenderme. Al final, esa gente en la que no se gesta la preocupación por todo aquello que está más allá de sí mismo, es la misma gente que sólo piensa en sí misma, que vive, sabiéndolo o no, en nombre del individualismo más asqueroso y atrofiado, la gente, pues, que cree en el progreso, los hijos pródigos del neoliberalismo.

¿Vendrá algún nuevo libro con esta temática?

No, con esta temática seguro que no. Lo único que sé, cuando termino un libro, es que el siguiente debe estar en sus antípodas. Lo único que me interesa es que la escritura sea siempre un escribir por primera vez.

Tejer la oscuridad

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