El día en que se cortó una oreja: la increíble historia del retrato más famoso de Van Gogh
Fue en 1889, cuando residía en Arlés, Francia, producto de una discusión con Paul Gaugin cuando el holandés se mutiló y luego se inmortalizó en un autoretrato. Esta es la historia.
Una discusión originó uno de los cuadros más famosos no solo de la trayectoria del pintor europeo, también del arte mundial. Es que la historia del autoinferido corte de la oreja izquierda de Vincent Van Gogh (de quien llega una muestra audiovisual de sus obras a Chile en diciembre próximo) no solo quedó en los anales y libros de arte, sino que quedó en la mismísima tela.
Así lo detalla Jonathan Jones, en un artículo para The Guardian, del 9 de septiembre del 2000. Fue tras una violenta discusión que Van Gogh sostuvo con Paul Gaugin. Ambos compartían residencia en Arlés, al sur de Francia. El neerlandés había llegado primero e invitó al francés -quien vivía en París- dada la admiración que le tenía.
Luego del incidente, y cegado por la pena y dolor, Van Gogh se cortó el lóbulo de la oreja izquierda. Si bien en el cuadro sale con la venda en la derecha, esto se debe a que utilizaba un espejo para pintar su imagen. De esa forma, Van Gogh dio forma al Autorretrato con la oreja vendada y caballete, de 1889, en óleo sobre lienzo, donde inmortalizó su día de furia en el estilo impresionista que lo caracterizó .
“Es difícil no sentir que los ojos de Van Gogh te atraviesan cuando miras este cuadro. Su presencia angustiada y lastimosa es casi insoportable. Cada pincelada se registra físicamente -dice Jones-. Puedes ver cada marca que hizo en el lienzo y sentir el peso de cada gota de pigmento azul o amarillo. Esto le da al retrato una impactante inmediatez”.
Años más tarde, el mismo Gaugin se refirió al asunto, en un testimonio citado en el libro Vincent Van Gogh - El pintor de girasoles, de Victoria Charles. “Vincent, en aquel momento cuando llegué a Arles, estaba completamente inmerso en la escuela neoimpresionista y estaba actuando con bastante indecisión, lo que le causaba sufrimiento […]. Con todos estos amarillos sobre violetas, toda esta obra en colores complementarios –obra desordenada por su él– sólo llegó a armonías doblegadas, incompletas y monótonas; le faltaba el sonido del clarín”.
“Me di a la tarea de sacarlo de la oscuridad, lo que me resultó fácil porque encontré un suelo rico y fértil. Como todas las naturalezas que son originales y están marcadas con el sello de la personalidad, Vincent no le tuvo miedo a su vecino y no fue obstinado -agrega Gaugin-. Desde ese día en adelante, mi Van Gogh hizo asombrosos progresos”.
Sin embargo, la presencia de Gaugin no hizo sino alterar el ya desequilibrado y frágil estado de ánimo de Van Gogh. “Con Gauguin a su lado, Van Gogh pintó menos y sin la fuerza que había descubierto a principios de ese año -explica Charles-. Las discusiones con su colega más cercano pudieron haberlo puesto nervioso. A medida que el año llegaba a su fin, las malas condiciones del tiempo también imposibilitaban el trabajo al aire libre. A diferencia de Gauguin, Van Gogh necesitaba la realidad como modelo. No podía separar sus pensamientos de sus temas”.
De ese modo, la frustración comenzó a hacer mella en el holandés. “El amor y la esperanza que había introducido en sus lienzos mientras esperaba a Gauguin, finalmente se habían frustrado. Gauguin no compartía su punto de vista acerca del arte. Eso era bastante doloroso, pero Van Gogh estaba aún más dolido por la forma en que su amigo lo menospreciaba”, señala Charles.
La cosa iba color de hormiga. Lo recordó Gaugin, en el testimonio citado: “Por lo general, Vincent y yo coincidimos raras veces en algo, especialmente sobre pintura. Él admira a Daumier, Daubigny, Ziem y al gran Rousseau, de los cuales no tolero a ninguno. Y, por otra parte, él detesta a Ingres, a Rafael y a Degas, a quienes yo admiro […]. Le gustan mis pinturas, pero cuando las estoy haciendo, siempre encuentra que algo hice mal. Es un romántico, y yo estoy más inclinado al estado primitivo”. Ante la mala situación, el francés decidió regresar a París.
Según el testimonio del galo, la noche del 23 de diciembre de 1888 ambos sostuvieron una fuerte discusión, en la que el holandés le arrojó un vaso a la cabeza al francés. Acto seguido, se disculpó y Gaugin lo excusó. Sin embargo, poco rato después, Van Gogh se acercó amenazante a Gaugin con una navaja en la mano cuando este iba caminando en la plaza Victor Hugo. Inesperadamente, se detuvo y se devolvió. Gaugin respiró.
Esa noche, el francés durmió en un hotel. Siempre según su narración, cuando se devolvió fue cuando descubrió el hecho. “Me desperté bastante tarde, como a las siete y media. Al llegar a la plaza, observé una gran multitud congregada. Cerca de nuestra casa había algunos gendarmes y un pequeño señor con un bombín, que era el comisario de policía. He aquí lo que sucedió: Van Gogh regresó a la casa y, de inmediato, se cortó la oreja casi al ras de la cabeza. Le debe haber llevado un tiempo parar la hemorragia, porque al día siguiente había muchas toallas empapadas de sangre tiradas por todas partes en dos habitaciones del primer piso”.
“Cuando estuvo en condiciones lo suficientemente buenas como para salir, con la cabeza cubierta con una boina vasca estirada todo lo que daba, fue directo a una casa donde, ante la falta de una compañera, uno puede encontrar una relación casual, y le dio al centinela la oreja, cuidadosamente lavada y en un sobre cerrado. ‘Tome –dijo– un recuerdo mío’. Luego corrió y regresó a casa, para irse a la cama y dormir. No obstante, se tomó la molestia de cerrar los postigos y de poner una lámpara encendida sobre la mesa cerca de la ventana. Diez minutos más tarde, toda la calle dedicada a las filles de joie estaba conmocionada y hablaba sobre el suceso”.
El mismo pintor, en una epístola posterior recogida en Las cartas completas de Vincent van Gogh. (Boston 1978), hizo un mea culpa: “Estaba confundido en todo. Estaba seguro solamente de una cosa: fui un tonto, y todo lo que hice estuvo mal”
El retrato, de 60 x 49 cms, se conserva en el Instituto Courtauld, de Londres.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.