Peter Bogdanovich: la luz intermitente y ecléctica del Nuevo Hollywood
Autor de La última película y Luna de papel, también incursionó en la crítica y desarrolló una sensibilidad particular con los intérpretes al haber estudiado primero actuación. Con menos consistencia que otros de sus contemporáneos, animó la década en que la industria norteamericana le dio rienda suelta a los cineastas con mirada personal. Colegas como Coppola y Del Toro lo despidieron al enterarse de su fallecimiento, este jueves, a los 82 años.
Todos los grandes directores se parecen a sus películas. No conoció a ninguno que se saltara la regla. Es una de las conclusiones a las que Peter Bogdanovich (Nueva York, 1939-2022) llegó en sus años como escritor de cine, cuando dialogó cara a cara con titanes como Alfred Hitchcock y Howard Hawks y los interrogó acerca de sus métodos y móviles.
En ese periodo formativo aprendió consejos prácticos del oficio y el arte: el primero le enseñó sobre cómo tratar con maestría el suspenso, el segundo sobre elegir el momento exacto para cortar la toma.
Bogdanovich no terminó siendo tan grande ni como uno ni como otro, pero a punta de ingenio y empuje se adueñó de varias páginas del cine más fresco que se filmó durante el Nuevo Hollywood. Fallecido este jueves a los 82 años en Los Angeles, el cineasta dejó un puñado de películas teñidas por su desparpajo y agudeza.
Antes de ponerse detrás de las cámaras y conocer a colosos como Orson Welles, el hijo de un padre serbio y una madre judío-austríaca se formó como actor. A los 15 años tomó clases con Stella Adler, la legendaria profesora responsable de enseñar y pulir a talentos como Robert De Niro y Warren Beatty.
Bogdanovich desplegaría su talento en escena al encarnar al terapeuta de la doctora Melfi en Los Soprano –en la que también dirigió un capítulo–, e interpretar a un DJ en las dos partes de Kill Bill. “Ser actor me sirvió mucho como director, porque sé cómo hablarles a los actores”, dijo en sus últimos años de vida.
Y ser crítico y redactor le permitió convertirse en cineasta. El mítico productor de cine B Roger Corman se sintió atraído por un artículo que le leyó en la revista Esquire y le ofreció escribir el guión de Targets (1968), un thriller que no tuvo mayor repercusión pero que a la larga le permitió filmar su obra cumbre, La última película (1971).
A su vez, esa cinta, sobre un pueblo que está al borde de quedarse sin su sala de cine, a la larga le aseguraría pasar a la posteridad pese a lo irregular que se volvió su carrera con el paso de los años, y a sentarse en la mesa de sus contemporáneos Francis Ford Coppola, Michael Cimino, Brian De Palma y Martin Scorsese, a punta de otros éxitos de crítica como ¿Qué pasa, doctor? (1972) y Luna de papel (1973).
“Estoy devastado. Fue un gran y maravilloso artista. Nunca olvidaré asistir al estreno de La última película. Recuerdo que al final la audiencia saltó a mi alrededor estallando en aplausos que duraron fácilmente 15 minutos”, señaló Coppola al portal Deadline al conocer la noticia de su deceso. Guillermo del Toro, que lo llamó un “amigo querido”, expresó: “Dio a luz obras maestras como director y fue un ser humano de lo más genial. Él entrevistó y protegió las vidas y el trabajo de más cineastas clásicos que casi cualquier otra persona de su generación”.
Jamás mesurado en sus palabras, Bogdanovich respondía en medio de la temporada de premios de 1971 –que coronaría con ocho nominaciones a los Oscar y una derrota ante Contacto en Francia– que la mejor cinta de los últimos 12 meses no era otra que la suya. “Fui realmente estúpido. Debería haber sido humilde. Pero sigo diciendo que La última película es una película bastante buena”, aseguraba en 2017 al recordar las anécdotas en torno al filme protagonizado por unos jóvenes Timothy Bottoms, Jeff Bridges y Cybill Shepherd.
La realización de ese largometraje tuvo coletazos fuera de los posteriores reconocimientos, cuando se enamoró durante el rodaje de esa cinta de la actriz de Taxi driver e inició una relación que acabó por quebrar su matrimonio con Polly Platt, su dupla creativa de sus inicios en el cine.
Más tarde, en otro vuelco que entrelazó su carrera con su vida personal, apostó por incluir en la comedia Todos rieron (1981) a Dorothy Stratten, una modelo que conoció en la mansión de Playboy de la que también cayó flechado. En un hecho trágico, el exesposo de la debutante actriz la asesinó al poco tiempo del término de las filmaciones. El rocambolesco caso inspiraría dos años después la película Star 80, de Bob Fosse, pero en lo inmediato la distribución de la cinta de Bogdanovich se volvió imposible y él mismo se vio forzado a hacerse cargo del financiamiento, para –una vez que se estrenó y naufragó en venta de entradas– declararse en quiebra.
Si fenómenos de taquilla como Star Wars y E.T. acabaron con el Nuevo Hollywood, la era en que los autores estadounidenses dominaron en la industria, ese hecho de comienzos de los 80 gatilló que la vida y la carrera del director neoyorquino nunca volviera a ser la misma.
Sí le alcanzó combustible para, junto al productor Frank Marshall, liderar una empresa titánica que le prometió en vida a Orson Welles: terminar Al otro lado del viento, la película que Bogdanovich protagonizó junto a John Huston en 1970 bajo la dirección del cineasta de Ciudadano Kane pero que tardó años en ser completada. Finalmente, se exhibió en el Festival de Venecia en 2018, una vez que Netflix se comprometió a aportar recursos a su finalización.
Su figura nunca dejó de aparecer en los años recientes, tanto en series y películas como en homenajes a su carrera donde hablaba con desenfado de su pasado y con acidez del presente del cine norteamericano. De los pocos directores que rescataba del cine actual estaban Wes Anderson y Noah Baumbach, quienes ejercieron como productores ejecutivos de último largometraje como realizador, la modesta Enredos de Broadway (2014).
Estrenada en Chile en 2015, la cinta seguía a un director de teatro casado (Owen Wilson) que se enamoraba de una prostituta que aspira a convertirse en actriz (Imogen Poots). Muchos la leyeron como una suerte de tributo a sí mismo y a sus agitadas vivencias en el medio. Si todos los grandes directores son como sus películas, es probable que haya sido cierto.
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