Un Guernica removido y un Lenin censurado: la tensa relación de la familia Rockefeller con el arte
Hace pocos días, Nelson Rockefeller Jr. devolvió un tapiz que reproduce la obra del pintor español Pablo Picasso a una de las oficinas de la ONU en Estados Unidos. La relación entre una de las familias más millonarias y poderosas de la historia estadounidense y el arte se cultivó durante el siglo XX, trazando vínculos con algunos de los nombres más grandes de nuestra era.
Durante febrero de 2021, ocurrió entre los pasillos de la sede del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una situación particular. Mientras que sus miles de empleados y operarios se encontraban en sus domicilios obligados a realizar sus labores de manera remota debido a la pandemia, uno de los tapices más importantes que adorna sus salas fue removido sin mayor explicación.
“Es horrible, horrible que se haya ido”, señaló en aquel momento el secretario general António Guterres, según consigna The New York Times.
Encargado en 1955 por el político y miembro de una de las elites más poderosas y reconocidas de Estados Unidos, Nelson Rockefeller -vicepresidente también de esa nación- , el tapiz representaba la obra Guernica (1937), del artista español Pablo Picasso. La pintura exhibe el bombardeo a la ciudad vasca de Guernica, ocurrido el 26 de abril de 1937 por parte de la Alemania nazi, y su reproducción en tejido fue realizado por el artista textil Jacqueline de La Baume-Dürrbach.
El tapiz, en el que se pueden apreciar desoladoras e inquietantes imágenes de animales y humanos, fue situado en las oficinas del Consejo de Seguridad durante 1985, precisamente en el lugar por el que desfilan presidentes, ministros y embajadores de diferentes países, con el fin de generar conciencia sobre la tragedia que significan para la humanidad los conflictos bélicos.
Sin embargo, la desaparición de la obra fue temporal. Tras la gran conmoción causada, el tapiz que llevaba más de tres décadas fuera de las cámaras del Consejo de Seguridad de la ONU regresó el pasado sábado a su lugar habitual.
El ejecutivo de negocios y descendiente de la familia propietaria del tapiz, Nelson A. Rockefeller Jr. o Nelson Rockefeller hijo,, señaló que había sido su error no explicar la remoción del tapiz: se realizó con el fin de limpiarlo y realizar trabajos de mantenimiento, bajo el objetivo de exhibirlo nuevamente para el público no solo en las oficinas de la ONU, sino que también en otros lugares.
Las Naciones Unidas han mantenido desde hace muchos años una particular relación con la familia Rockefeller. De hecho, fueron ellos quienes donaron el dinero utilizado por la entidad internacional para comprar el terreno en el lado este de Manhattan, donde se encuentra la sede mundial de la organización.
Según señala el mismo New York Times, Nelson Rockefeller Jr., por medio de un comunicado, se presentó como el administrador del tapiz, anunciando además su decisión de en un futuro próximo obsequiar la obra al National Trust For Historic Preservation, para que sea expuesta en otros lugares de Estados Unidos y el mundo.
“El tapiz de Guernica y su simbolismo cuestionador nos enfrenta a la crueldad, la oscuridad y también a un rayo de esperanza en la humanidad. Estoy feliz de que el tapiz pueda continuar llegando a una parte más amplia de la población mundial y ampliar su capacidad para llegar a las personas y educarlas”, señaló Nelson Rockefeller Jr, siendo citado en un comunicado de prensa de la ONU.
Por su parte, sobre la decisión de realizar una gira con el tapiz, Paul Edmondson, presidente del National Trust, señaló: “Lo haremos al igual que el propio Picasso lo decidió cuando envió la obra original del Guernica a una gira internacional en 1937″.
Un gusto adquirido
La relación y gusto de una de las familias más poderosas de Estados Unidos por el arte no se limita únicamente a este hecho particular. De esta forma, se reconoce que, durante el siglo XX, algunos de los seis descendientes directos del John Davison Rockefeller Jr., uno de los patriarcas fundamentales de la familia, desarrollarían un exclusivo gusto por el arte.
Y quizás entre ellos, uno de los más icónicos haya sido la afición desarrollada por David Rockefeller y su esposa Margaret, también conocida por su apodo “Peggy”, quienes poseían un gusto particular por coleccionar obras maestras de las más diversas categorías.
Se dice que el gusto de David Rockefeller por el arte lo heredó de su madre, Abby.
Fue ella, en compañía de dos amantes del arte de la alta sociedad neoyorquina, una de las fundadoras del Museo de Arte Moderno de Nueva York, conocido como MoMA, famoso por albergar una de las mayores colecciones de arte impresionista y surrealista del mundo, entre las que hoy en día destacan La persistencia de la memoria (1931) de Salvador Dalí; Doble Elvis (1963), de Andy Warhol y La Noche Estrellada (1889), de Vincent Van Gogh.
Según consigna el medio Vanity Fair, durante sus primeros años como matrimonio, David y Peggy Rockefeller se complacían colgando en sus distintos hogares cuadros que no sintonizaban con el “buen gusto”, los que eran en su mayoría retratos ingleses del siglo XVIII, en los que figuraban hombres con chaquetas rojas.
Sin embargo, el interés de David Rockefeller por un arte “refinado” se dio luego de impasse sufrido en 1948 durante la visita del por entonces director y fundador del MoMA, Alfred Barr Jr.
David Rockefeller ocupaba en aquellos años el puesto de la junta del MoMA que había quedado vacante tras la muerte de su madre, cuando recibió la visita de Barr y su esposa para tomar el té. Durante esta visita, la esposa de Barr quedaría consternada por los cuadros del lugar.
La esposa de Barr comentó durante la reunión: “¿Cómo pueden soportar vivir rodeados de tantísimos hombrecillos con chaquetas rojas?”.
“No cabe duda de que se quedó horrorizada al ver lo que ella consideraba una colección de cuadros sumamente vulgar. Esas palabras nos molestaron mucho, lo cual creo que es lógico, pero el comentario nos hizo mella”, señalaría David Rockefeller.
Este hecho determinó que David Rockefeller y su esposa resolvieran asesorarse por Alfred Barr para comenzar a renovar su colección. De esta forma, Barr sería el encargado de ponerlos en contacto con gran parte de los coleccionistas locales e internacionales más reputados de su tiempo, lo que determinó que en 1955 la pareja realizara su primera adquisición importante: la obra El niño del chaleco rojo (1889), del pintor postimpresionista francés Paul Cézanne.
La obra fue adquirida por David Rockefeller por medio de Edith Dunn Beatty, quien fuera por entonces viuda de Alfred Chester Beatty, magnate minero estadounidense y un gran coleccionista de arte.
Tras su primera gran compra, David y Peggy Rockefeller llegarían a adquirir, prácticamente mediante el azar, aunque con mucho dinero de por medio, parte de una de las colecciones privadas más importantes de arte moderno de 1968.
Así, tras el fallecimiento de Alice B. Toklas, quien fuera pareja de la escritora y poeta Gertrude Stein, sus herederos se abrieron a la posibilidad de vender su colección compuesta por 47 obras, entre las cuales destacaban pinturas de los cubistas Pablo Picasso y José Victoriano González-Pérez.
David Rockefeller realizó la compra en conjunto con otros cinco coleccionistas de arte, entre los que se encontraba su hermano Nelson Rockefeller. El grupo, resolvió mediante un sorteo, en el que debían sacar diferentes números de un sombrero, el orden en el que podían elegir los cuadros adquiridos. David Rockefeller obtuvo el número uno, por lo que, sin dudarlo, eligió la pintura Chica joven con una cesta de flores (1905) de Picasso, una de las obras de mayor valor entre la colección, además de uno los retratos más reconocidos del pintor español.
Hasta la muerte de Peggy Rockefeller en 1996, la pareja tuvo en su haber cuadros europeos y estadounidenses, muebles ingleses, joyas, colecciones de porcelana, cerámica precolombina, conjuntos de obras de arte asiático, y un sinfín de vienes de gran valor cultural.
De hecho, hacia el final sus días, esta colección dio paso a una subasta histórica.
Luego del fallecimiento de David Rockefeller en 2017, los herederos de su patrimonio decidieron subastar toda la colección de la pareja, con el fin de repartir el dinero recaudado entre 12 fundaciones benéficas elegidas por el grupo familiar-empresarial.
La venta fue llevada a cabo por la reconocida casa de subastas londinense Christie’s, lo cual abrió una gran expectación entre el mundo de los coleccionistas de arte, quienes se mostraron especialmente entusiasmados por tener la posibilidad de adquirir no solo las obras de Picasso y Cézanne, sino también parte de la serie Nenúfares del pintor impresionista francés Claude Monet, o una vajilla que perteneció a Napoleón Bonaparte, decoradora con motivos de flores e insectos.
Una vez finalizada la subasta, se contabilizaron un total de 832,6 millones de dólares en ganancias, marcando un récord histórico. La cifra, estuvo muy cerca de duplicar la alcanzada por la colección de Yves Saint Laurent y Pierrre Bergé, en donde se adjudicaron 443 millones de dólares.
Un año después de la subasta, la familia Rockefeller nuevamente haría noticia al donar 200 millones de dólares al MoMA, siendo esta una de las sumas más abultadas recibidas por un museo.
Rockefeller vs Rivera
Pese a la relación de fascinación y filantropía que se desarrolló entre la familia Rockefeller y el mundo del arte, esto no ha impedido que durante el siglo XX hayan existido desencuentros y censura.
Así, uno de los casos más reconocidos fue el impasse motivado por un encargo realizado por los Rockefeller al pintor mexicano Diego Rivera, lo que terminó con la destrucción de una obra original del artista.
Durante la década de 1930, Diego Rivera era reconocido como el pintor más importante de México, siendo famosas sus intervenciones en gigantescos murales. Este hecho le valió la invitación de diferentes países, entre ellos Estados Unidos, para decorar con sus pinturas lugares como el Detroit Institute of Arts.
De esta forma, en 1931, se presentó en el MoMA una colección de ocho murales de Rivera que fueron pintados en el momento, la que recibió una ferviente recepción por parte del público.
Según destacan en una publicación del Instagram oficial de Christie’s para la subasta de Peggy y David Rockefeller, la madre de David, Abby Aldrich Rockefeller, durante su visita a Nueva York compró varias pinturas de Diego Rivera, e incluso trabó una gran amistad con la pintora Frida Kahlo, con quien mantuvo una relación epistolar durante varios años.
De esta forma, según consigna el medio Architectural Digest de Estados Unidos, Abby promocionó a Rivera a su hijo Nelson Rockefeller -también coleccionista de arte, quien incluso llegaría a ejercer como vicepresidente de Estados Unidos- para que fuera éste quien designara al mexicano como el encargado de realizar un mural de 99 metros cuadrados en el vestíbulo principal del edificio 30 Rockefeller Plaza, que por entonces estaba en construcción.
Tras titubear y estar cerca de abandonar el proyecto en varias ocasiones, debido en parte a la petición de la familia de que el mural fuera pintado en escala de grises, finalmente Rivera aceptó realizar el trabajo.
El mural llevaría por nombre El hombre en el cruce de caminos, en el cual Rivera representaría la dualidad entre los dos modelos que marcaron el siglo XX, el comunismo y el capitalismo, por medio de dos escenas antagónicas alusivas a los medios de producción.
Por un lado, se encontraba el capitalismo donde se reflejaban sus consecuencias con soldados con máscaras y aviones de guerra. Por otro, el mundo comunista, en la que un grupo de trabajadores se unen y que entre sus personajes se encontraban Karl Marx, Leon Trotski y Vladimir Lenin.
Este último personaje no fue incluido en los bocetos originales presentados por Rivera a la familia Rockefeller. De hecho, se presume que su inclusión se habría dado luego de que en 1933 el diario New York World-Telegram publicase una nota alusiva al trabajo que estaba realizando Rivera, donde se le tildó de “propaganda anticapitalista”.
Tras esto, Nelson Rockefeller llamó directamente a Rivera a solo pocos días de la inauguración del mural, exigiéndole que borrara la figura del líder soviético: Diego Rivera no estuvo de acuerdo.
Una vez ambas partes convencidas de la imposibilidad de llegar a un acuerdo, Rivera abandonó el proyecto poco antes de estar terminado, y Nelson Rockefeller decidió esconder el mural tapándolo con enormes telas.
Según consta en el medio Architectural Digest, un año más tarde, Rockefeller Center lanzó un comunicado detallando que se llevarían a cabo “obras de remodelación”, las cuales terminarían con la destrucción del mural.
El hecho, fue calificado por Rivera como un atentado de “terrorismo cultural”.
No obstante, tras su regreso a México, y gracias a que aún mantenía en su poder los bocetos y fotografías que hasta entonces se pudieron realizar al mural, Rivera recompuso su obra en el Palacio de Bellas Artes de su país, ubicado en la Ciudad de México.
Sin embargo, Rivera decidiría rebautizarlo bajo el nombre de El hombre controlador del Universo (1934).
Cabe destacar que, durante sus labores diplomáticas, Nelson Rockefeller adquirió diferentes obras y elementos de arte precolombino, que luego fueron exhibidas en algunos centros e iniciativas en Estados Unidos. Además, fue el encargado de preparar la muestra La pintura Contemporánea Norteamericana, realizada entre 1940 y 1941, durante su etapa como presidente del MoMA.
A su vez, llegó a comisionar al muralista colombiano Santiago Martínez Delgado para que éste realizase un lienzo al óleo para el Banco de Nueva York de Bogotá, el cual es conocido actualmente como CityBank. Martínez trabajó en esta obra hasta sus últimos días, quedando el proyecto incluso, pero exhibido por petición propia del grupo Rockefeller.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.