Ya había pasado un mes, y los habitantes del puerto boliviano de Antofagasta se habían habituado a la presencia del buque de guerra chileno Blanco Encalada en la bahía. Pero la mañana del 14 de febrero, las salvas de cañones despertaron a la ciudad; era el saludo lanzado desde el buque al blindado Cochrane y a la corbeta O’Higgins, que hacían su arribo.
Pasadas las ocho de la mañana un bote salió desde el Cochrane hasta el muelle fiscal. Desembarcó el capitán José Manuel Borgoño, quien se reunió con el cónsul de Chile, Nicanor Zenteno. El objetivo era hacerle llegar al prefecto de la ciudad, Severino Zapata, una nota enviada por el coronel Emilio Sotomayor. “Considerando el Gobierno de Chile roto por parte de Bolivia el tratado de 1874, me ordena tomar posesión con las fuerzas de mi mando, del territorio comprendido al sur del grado 23″, señalaba la misiva.
Zapata, solo contaba con 40 efectivos -según consigna Gonzalo Bulnes en su fundamental Guerra del Pacífico-, viendo que no tenía muchas posibilidades de resistir, le contestó a Sotomayor: “He creído conveniente que la fuerza de esta guarnición salga para Cobija por tierra. Así quedará obviado todo inconveniente y salvada toda dificultad”.
Y así fue, con la partida de la fuerza boliviana, cien soldados del Regimiento Artillería de Marina y otro centenar del Regimiento de Artillería N°1 ingresaron a la ciudad. Se formaron en la Plaza Colón donde observaron las banderas chilenas desplegadas en las calles y escucharon los vítores de la población, en su mayoría, chilena. La fecha no fue al azar. Ese día, estaba programado el remate de los bienes de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta. La ocupación de la ciudad tenía como fin impedir que se llevara a cabo.
En busca de “Calichefornia”
La presencia chilena en la región no era una novedad. A unos 200 kilómetros de Antofagasta, se encontraba el rico mineral de Caracoles. “Fue la puerta de entrada de los chilenos al territorio boliviano -explica a Culto Milton Godoy, doctor en Historia e investigador del Museo regional de Atacama-. Allí circulaban periódicos chilenos, existía la escuela José Victorino Lastarria y la celebración del 18 de septiembre antes de la guerra era una fiesta que no tenía nada que envidiarle a las celebradas al interior del territorio chileno”.
Aquel yacimiento fue descubierto en 1870. Una época en que la economía chilena comenzaba a transitar hacia la modernización de la mano de un ciclo primario exportador, que había tenido su primer auge en la zona de Atacama. Pero las exploraciones continuaron algunos kilómetros más al norte, aprovechando la difusa frontera chileno-boliviana, que se delimitó en sendos tratados en 1866 y 1874.
“El proceso expansivo hacia el norte de la provincia chilena de Atacama tuvo su centro en Copiapó y Chañaral desde donde salían las caravanas de cateo hacia el desierto -explica Milton Godoy-. Hubo explotaciones cupríferas en la región interior de Taltal, expandiéndose al norte e incursionando en territorio boliviano”.
Fue así que comenzaron a llegar a la zona de Antofagasta los primeros aventureros chilenos. “Antofagasta comenzó su poblamiento en 1866, precisamente por un chileno, Juan López”, señala a Culto el historiador José Antonio González, Doctor en Historia de la Universidad de Navarra y profesor titular de la Universidad Católica del Norte. Ese mismo año, el empresario José Santos Ossa descubrió salitre en la zona. “Tuvo mayores recursos, y solicitó la concesión de terreno respectiva a Bolivia, ya asociado a Francisco Puelma, formando la Sociedad Exploradora del Desierto”, agrega.
Pero lo cierto es que ese breve tiempo bastó para asentar un considerable flujo migratorio; en 1878, según los datos de un censo realizado por la autoridad boliviana, Antofagasta tenía 8.508 habitantes, de ellos, una abrumadora mayoría eran chilenos: 6.554 (77.03% del total).
“Hacia 1868, con la fundación oficial de la urbe, la afluencia de chilenos se hizo más frecuente con los trabajos salitreros -explica González-. En 1870, se calcula que la población antofagastina llega alrededor de 400 personas; ese mismo año, el descubrimiento de Caracoles, en pleno corazón del desierto, hizo que el flujo migratorio se acrecentara”.
Por ello, buena parte de la corriente migratoria llegó precisamente desde Atacama. “Para los viejos antofagastinos, Copiapó era la ciudad madre -acota González-. Otra procedencia también significativa fue del norte chico y de Valparaíso. La Intendencia de Valparaíso suministró los utensilios pedagógicos para las dos escuelas que existían”.
“Si bien fue poblado en su mayoría por chilenos, también concurrieron muchos europeos, ingleses, alemanes, españoles, franceses, antes de 1879. Fue una ciudad forjada por la inmigración. El chileno, en este periodo, fue el principal inmigrante”, agrega.
Otro detalle, es que desde las páginas de los diarios de la época, se forjó una imagen idealizada de la ciudad. “La prensa jugó un papel importante cuando publicaba historias, medias novelescas, de la vida en Antofagasta y Caracoles -agrega el historiador Rafael Mellafe-. Esas decían que los problemas se arreglaban a ‘puño limpio’ o con cuchillos, incluso en varias vemos que tildan al puerto nortino como ‘Calichefornia’ en clara referencia a la fiebre del oro en California y por tanto daba la impresión de que era fácil hacerse rico. Por lo mismo, se embarcaron desde Valparaíso cientos de hombres y mujeres en busca de fortuna”.
Mientras, las autoridades de Bolivia intentaron consolidar la soberanía en una zona de frontera, cuyo límite se perdía entre las quebradas y el sol abrasador del desierto. “Los esfuerzos bolivianos por su presencia en la región se consolidaron en enero de 1867 con la creación del Distrito Litoral, aunque este carecía de las principales agencias del Estado y sus representantes -explica Milton Godoy-. En la época, Cobija era el único poblado costero con un índice importante de población que, en 1867, alcanzaba en todo el departamento no más de 15.000 habitantes”.
Los problemas
Entre los pies de zamacueca y los vasos de vino barato, el 18 de septiembre de 1878, un músico chileno fue detenido en Antofagasta. “Era Santiago Pizarro, pareja de la futura cantinera Irene Morales -explica Rafael Mellafe-. Se le acusó de haber dado muerte a un boliviano, cosa incierta, y se le fusiló el 24 de ese mismo mes”. Una situación, que más allá de su singularidad, da cuenta de los problemas de seguridad que generó la oleada chilena en la zona.
“Hubo problemas de desórdenes públicos -explica José Antonio González-. Julio Pinto refiere que el peonaje nacional se constituyó en ‘un problema insoluble’ del orden público en la costa y en el interior. Hubo asaltos, actos delictuales. Silverio Lazo, ‘El Chichero’, fue el más famoso, tanto que exigió a Andrés Sabella, incorporarlo a la principal novela salitrera ‘Norte Grande’ en 1944″.
Por cierto, no faltaron los choques y desencuentros, que llevaron a la formación de clubes, como se estilaba en la época. “Hubo una aspereza de nacionalidad muy fuerte. Cuando se descubrió Caracoles, los chilenos organizaron la liga ‘La Patria’, dirigida por Juan Agustín Palazuelos, Enrique Villegas, en defensa de sus connacionales. En Antofagasta, hubo dos clubes: ‘El Liberal’ frecuentado por bolivianos, y ‘El Reformista’ centro social de los chilenos y extranjeros”, acota González.
Como cualquier centro, en esos días se recibía en Antofagasta a toda clase de aventureros. “No todos los chilenos que emigraron al norte fueron a trabajar en el quehacer minero, muchos fueron comerciantes que abrieron tiendas para vender todo tipo de mercaderías, tabernas y, como era de esperar, chinganas y prostíbulos”, explica Rafael Mellafe.
“En un principio, los problemas fueron de índole básicamente delictual, como altercados entre los mismos chilenos, robos y otros más de ese mismo tipo. Con el correr del tiempo y el aumento de la población chilena se presentaron nuevas situaciones”, agrega el historiador.
Esto último se refiere a la manera en que el estado boliviano controlaba la población. “Las ciudades más importantes como Cobija, Mejillones, Antofagasta, contaban con una Prefectura que era la institución encargada del orden público”. Pero, Mellafe agrega que por entonces, el Presidente boliviano Hilarión Daza, un caudillo que sustentaba su poder en el control de la fuerza, definía sus nombramientos por un criterio particular. “Correspondían a una suerte de ‘amiguismo’ más que profesionalismo. De hecho, el nombrado en Cobija tenía cuentas pendientes con la justicia”.
Pero la mayor dificultad, estiman los expertos, estaba en la poca certeza sobre los límites entre las nacientes repúblicas americanas, los que se habían demarcado de manera más bien vaga, con el criterio del uti possidetis. “En el interior no había control, el desierto fue un lugar de tráfico para las caravanas de cateo pudiendo desplazarse por territorio boliviano sin encontrar autoridad alguna que controlara su paso y sin saber en qué país se encontraba, hasta que se solicitara la inscripción del eventual descubrimiento ante las autoridades de aquel país”, explica Milton Godoy.
El interés de ambos países por la zona, en plena expansión del mercado mundial, llevó a negociar tratados. “La frontera de acuerdo con los tratados de 1866 y 1874, se fijó el paralelo 24 como línea divisoria, pero repartiéndose por mitades los derechos provenientes de la explotación del guano y minerales entre los paralelos 23 y 25″, detalla González. Sin embargo, en el de 1874, hubo un detalle particular. “Fijó de modo adicional en su artículo 4 que Bolivia se comprometía a no gravar con contribuciones o impuestos por espacio de 25 años las personas y capitales chilenos situados al norte del paralelo 24, lo cual afectaba las explotaciones salitreras y argentíferas de Caracoles”, agrega.
La crisis y la guerra
Ocurrió que en febrero de 1878, la Asamblea Nacional de Bolivia aprobó un nuevo impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado, pese a que el tratado de 1874 lo prohibía. “Perjudicaba los intereses de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta, constituida en la única empresa que allí operaba”, señala Milton Godoy.
De inmediato, en Chile se encendieron las alarmas y comenzaron las tirantes gestiones con Bolivia para revertir la medida. Sin embargo, Hilarión Daza se mantuvo inflexible y ordenó ejecutar el cobro. Como la firma se negó, el gobierno ordenó la confiscación de los bienes de la empresa y la subasta pública el 14 de febrero de 1879, con el fin de recaudar los impuestos generados desde febrero de 1878.
¿Por qué Bolivia decidió cobrar ese impuesto? “Había experimentado una grave sequía que provocó una brutal falta de alimentos -explica Rafael Mellafe-. A eso hay que agregarle un déficit en las cuentas nacionales bolivianas lo que, en suma, arrojaban una situación financiera delicada para ese país. El gobierno de Daza decidió subir los impuestos al tabaco, al juego y a las exportaciones de salitre de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta”.
Otro factor que pesó, fue el terremoto y maremoto del 9 de mayo de 1877 que destruyó gran parte de la zona. “El terremoto nuevamente puso en circulación la idea del impuesto. La oportunidad se dio por una serie de debates en la Asamblea Nacional de Bolivia -explica José Antonio González-. Los representantes de Antofagasta y Mejillones, Franklin Alvarado, y el de Cobija y Tocopilla, Abdón Senén Ondarza, a fines de 1877, fueron partidarios que, para poder ayudar a la reconstrucción de Antofagasta, Cobija, etc. destruidos por el terremoto, se aplicara el impuesto de 10 centavos”.
Además, hay que considerar los intereses chilenos en juego, un tema que hasta hoy genera controversia en los historiadores. ¿Hubo presiones de la elite del momento en favor de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta y la salida hacia la guerra? Rafael Mellafe lo desmiente. “La compañía tenía un capital de £482.625,48 que representaba el 7.43% del total de la inversión chilena en Bolivia. Entonces, ¿es posible pensar que el gobierno del presidente Pinto iba a arriesgar el 92,57% de las inversiones chilenas para salvar el 7.43%? De hecho, hay cartas de Lorenzo Claro dirigidas a Pinto en que pide que Chile no entre en conflicto con Bolivia justamente para no poner en peligro las minas de Huanchaca, Corocoro y Oruro. Por tanto, suponer que detrás de la guerra estaban los empresarios chilenos ávidos de salitre, es un error mayúsculo”.
Pero Milton Godoy opina de manera diferente. “En esta compañía se conjugaban los intereses ingleses y el de accionistas chilenos, entre estos, se incluían conspicuos personajes de la política chilena, quienes podían, eventualmente, influir y ejercer presión en la toma de decisiones. Baste recordar que entre los accionistas se incluían influyentes personajes de la sociedad y de la política chilena, destacando Domingo Santa María, quien en abril de 1879 fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores y en agosto ministro del Interior y en septiembre de 1881 asumió como presidente de la República; Antonio Varas, fue ministro del Interior entre abril y agosto de 1879 y presidente del Senado entre 1881 y 1886; Alejandro Fierro, ministro de Relaciones Exteriores entre agosto de 1878 y abril de 1879. A estos se sumaban conspicuos personajes como Francisco Puelma y Agustín Edwards, entre otros”.
Tras la ocupación de Antofagasta, Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú el 5 de abril de 1879, a Bolivia por el incumplimiento del tratado de 1874, y al Perú por no declararse neutral. Era el comienzo del conflicto que concluyó en 1884.