De Violeta Parra a Diamela Eltit: una ruta por las escritoras chilenas esenciales
En la víspera del 8M, las convocamos a ellas, un grupo de figuras que forman parte del mundo del libro en Chile: autoras, críticas, académicas, libreras, editoras, para conversar sobre aquellos nombres y libros escritos por mujeres que han dejado huella. En una selección que estará probablemente incompleta, con clásicas y otras menos conocidas, esto fue lo que comentaron.
Si hay una actividad cultural en la que hubo un predominio masculino por mucho tiempo, es la literatura. Para muestra, de un total de 55 entregas desde 1942, solo cinco mujeres han recibido el Premio Nacional de Literatura (Gabriela Mistral, Marta Brunet, Marcela Paz, Isabel Allende y Diamela Eltit). En los últimos años, sobre todo a partir del #MeToo y el auge del feminismo, se ha vivido una fuerte presencia femenina en toda la industria del libro. No solo hay una mayor visibilidad de autoras, también de críticas, libreras y editoras.
En la víspera del 8 de marzo, día internacional de la mujer, en Culto reunimos una pléyade de exponentes de la cadena del libro en torno a la idea de cuáles son aquellas autoras y libros esenciales en la literatura chilena escrita por ellas. Por supuesto, en un ejercicio que seguro será incompleto y que no tiene afán de ser un listado definitivo.
Una referencia obligada en la crítica literaria chilena es Patricia Espinosa. Sobre la visibilización de las autoras, es enfática al señalar: “Creo que todas las escritoras debieran tener mayor visibilidad. Hay siglos de exclusión de sus obras, pero el trabajo crítico puede ayudar a combatir esa marginación. Por lo mismo creo que releer y analizar obras a las que el patriarcado ignoró o tachó es una obligación no solo feminista, sino de cualquiera investigadora o investigador que desconfíe mínimamente de la construcción de la historia literaria”.
De opinión similar es Lorena Amaro Castro, crítica literaria y directora del Instituto de Estética de la UC. “Prefiero decir que todas las escritoras del siglo XIX y el siglo XX merecen más lectura y discusión por parte de lxs lectorxs, las más antiguas, como Rosario Orrego, y también otras que nos han dejado hace unos años y que fueron brillantes e insuficientemente reconocidas, como Guadalupe Santa Cruz”.
Amaro señala que un aspecto crucial es abordar la escritura hecha por mujeres como algo común. “Es importante abandonar la excepcionalidad con que se ha tratado su trabajo: primero, señalando a las más conocidas como algo inaudito, cuando había muchas otras mujeres escribiendo en una misma época. Con este mecanismo, la crítica misógina seleccionaba a una o dos y oscurecía a todas las demás”.
Andrea Kottow, académica de la UAI y ensayista, piensa que en base a la mayor presencia femenina en la literatura, piensa que debería haber un cambio en el paradigma. “Esperaría que esta riqueza literaria contribuyera a dejar de pensar la literatura en términos sexo-genéricos, pues se reitera en ese gesto la categorización de la literatura de mujeres como una que ocupa un lugar diferente a una literatura a secas, como si esencialmente aquella estuviera marcada por la biología de quien la escribe”.
Para el 2020, entre las candidaturas para el Premio Nacional de Literatura (que finalmente recayó en Elicura Chihuailaf) sonaban tres poetas mujeres con importantes trayectorias: Elvira Hernández, Carmen Berenguer y Rosabetty Muñoz. Esta última, desde Chiloé, al recibir el llamado de Culto, empieza a tejer un hilo sobre autoras notables del país. “Pienso que para leer el tapiz de hoy, se necesita conocer hilos vigorosos que se han silenciado, entre ellas pienso en Cecilia Casanova, poeta imprescindible; Winett de Rokha; Paz Molina sobre todo su tremenda Noche Valleja; Delia Domínguez; Eliana Navarro; Isabel Larraín que tiene un libro que leo con todas las generaciones de estudiantes Una Geometría del amor”.
“Y, aunque tienen visibilidad y reconocimiento –agrega la autora de Ratada– , pondría aquí a Violeta Parra y a Stella Díaz Varín porque a ambas nos falta leerlas, conocer su palabra más allá de la música de una y la figura controvertida de la otra. Es difícil nombrar solo algunas, vienen a mí en este momento las que han sido piedras angulares para edificar esta casa de lecturas: Desolación, de Gabriela Mistral; Décimas autobiográficas, de Violeta Parra; Cantoral, de Winett de Rokha; El sol mira para atrás, de Delia Domínguez; Recortando sombras, de Sonia Caicheo; Los círculos, de Astrid Fugellie; Fuerza Bruta. de Maha Vial”.
Por su lado, Elvira Hernández opina: “A nuestras escritoras hay que estar leyéndolas siempre por todo lo que nos transmiten. Es un interés que nos debería llegar de manera natural”. En ese sentido, la autora de La bandera de Chile señala un par de nombres referenciales: “Hay que volver hacia el pasado, siglo XX, y valorar los dos pilares más importantes del siglo para nuestra cultura, que vienen de la poesía. Me refiero a Gabriela Mistral y Violeta Parra. Mujeres, otra visión de la vida”.
“Hay que sumergirse en los ensayos de la poeta Nobel para recuperar la importancia de nuestro continente latinoamericano en este escenario de guerra, como en su imprescindible Poema de Chile para reconocernos como nación –agrega Hernández–. También ingresar en los versos de Violeta Parra que son poesía pura para respirar la humanidad, criticidad y lucidez con que mira nuestro país. Que se le haya incendiado su museo fue querer borrarla. Un crimen. Siguiendo esa línea de hundirse en el idioma y en nuestro continente y país, me preguntaría por los estudios y ensayos de Cecilia Sánchez y Lucy Oporto. Más que interesantes”.
Al teléfono, Carmen Berenguer comenta: “Más que de libros, hablaría de escrituras de estas autoras. Es una lista larga, a veces da pena de nombrar a unas y no nombrar a otras”. Luego apunta: “Por la patria, de Diamela Eltit, un libro tremendamente importante porque anuncia claves escriturales referidas a la patria durante la dictadura, da vuelta los discursos de una novela tradicional; Nona Fernández es muy interesante porque también ha recopilado la memoria de la dictadura, siendo ella más joven; los cuentos de la Pía Barros son bastante interesantes. También Atena Rodó, con su libro Las Tribadas, son escrituras lésbicas, que en este país parece que se hicieran los lesos porque nadie le da mucha pelota. En poesía, El primer libro, de Soledad Fariña, me parece un libro fundamental; Este lujo de ser, de Marina Arrate; Piñen, de Daniela Catrileo”.
Decíamos que Muñoz, Hernández y Berenguer son poetas, y sobre las poetas, Lorena Amaro explora: “Al día de hoy me parece que es importante apoyar lo que durante décadas vienen haciendo las poetas chilenas, entre las cuales hay muchísimas que están vivas y son brillantes: Elvira Hernández, Nadia Prado, Alejandra del Río, Gladys González, por ejemplo, que pertenecen a distintas generaciones”. Hacemos el punto de la poesía porque la académica de la UC, es crítica de un aspecto: “Hay una tendencia a reconocer sobre todo a las narradoras. Se está viviendo una experiencia muy curiosa, de hipervisibilización, producto de la autopromoción y las gestiones del mercado”.
Patricia Espinosa plantea: “Generar listas es caer en el canon. Sin embargo, tomaré esta pregunta como una incitación a la lectura, a partir de esto creo necesario leer o releer escrituras de diversos géneros y clases como las de Teresa Flores, Isolina Bórquez, Mercedes Marín del Solar, Marta Brunet, María Luisa Bombal, Amanda Labarca, Elisa Serrana, Mercedes Valdivieso, María Elena Gertner, Margarita Aguirre, Stella Díaz Varín, Carmen Fariña, Guadalupe Santa Cruz, Sonia Montecinos, Raquel Olea, Julieta Kirkwood, Diamela Eltit, Cynthia Rimsky, Nona Fernández, Eugenia Prado, Lina Meruane, Alia Trabucco, Romina Reyes, Mónica Droully, Nayareth Pino”.
Consultada por Culto, la escritora Andrea Jeftanovic señala: “Del pasado, pienso en María Elena Gertner, Mercedes Valdivieso, Sonia Guralnik y Marta Jara. Y, claro, unas más consagradas como Marta Brunet y María Luisa Bombal. Del presente, deberían tener mucha más visibilidad y ediciones al menos 5 autoras: Beatriz García Huidobro, Eugenia Prado, con una imaginación visual desbordante y un lenguaje barroco; Pía Barros, una cuentista formidable. Y, por último, Paula Carrasco, una voz sutil con personajes construidos con profundidad y autenticidad. De las autoras más jóvenes, veo muchísimo talento en Nina Avellaneda, Carolina Brown, Victoria Valenzuela y María José Navia”.
“Imprescindibles considero a Lumpérica, de Diamela Eltit; La brecha, de Mercedes Valdivieso; La mujer fragmentada, de Lucía Guerra; Mapocho, de Nona Fernández; Surazo, de Marta Jara; Diario de una pasajera, de Agata Gligo; Oxido de Carmen, de Ana María del Río; A Horcajadas, de Pía Barros; La amortajada, de María Luisa Bombal; Cuentos completos, de Marta Brunet”, añade la autora de No aceptes caramelos de extraños.
La narradora y editora en Los libros de la mujer rota, Claudia Apablaza, indica: “Hay muchas y una las podría pensar por generaciones o por contextos político, culturales. Hoy me gustaría mencionar dos. La novela La brecha (1961) de la escritora Mercedes Valdivieso. Es considerada una de las primeras novelas feministas chilenas y también latinoamericanas, donde ataca la institución del matrimonio, la familia, la maternidad y los quehaceres del hogar de una forma explícita y enfurecida. Otro es Lumpérica de Diamela Eltit que devela cómo el cuerpo femenino está siendo violentado por los poderes del estado, un texto que reúne feminismo, lo mejor de la literatura en tanto es una reflexión acerca de la propia escritura, es arrojado e estéticamente y además contestatario en términos políticos”.
La escritora Sara Bertrand opina: “Es necesario volver sobre Gabriela Mistral, Stella Díaz Varín y Rosabetty Muñoz. Con ellas tres es posible hacerse una idea de lo que se mueve junto a la literatura femenina chilena: un profundo respeto por la lengua y sus bifurcaciones; un compromiso político irrenunciable y un sentido de responsabilidad con el medio ambiente, el mundo natural y animal, respectivamente”.
Magda Sepúlveda Eriz, académica de la UC, plantea: “La poeta y performer Cecilia Vicuña requiere mayor visibilidad, porque ha sostenido un trabajo que une el género, con lo andino y la defensa del medio ambiente. Aunque mi gran imprescindible de las letras nacionales es Gabriela Mistral con su libro Tala que nos invita a recuperar lo andino que nos fue talado. Allí, la escritora nos muestra la dignidad de la colectividad andina. Otra es Violeta Parra porque hizo público y rabioso el dolor amoroso, cuando debía ser una emoción privada en las mujeres y además se les exigía compostura y calma”.
María Yaksic, editora de la editorial Banda Propia, señala: “Me parece que todavía hay mucho por hacer con la dramaturgia de Isidora Aguirre, escritora brillante y vigente, que merece ser leída como una de las grandes autoras del país. En otra línea, revisar la tradición literaria en Chile a la luz de las literaturas que friccionan el carácter homogéneo del imaginario nacional, nombraría a Roxana Miranda Rupailaf, Graciela Huinao, entre otras escritoras mapuche. Hay obras destacadas, que cumplieron una función en su momento, por ejemplo la escritura literaria de los 80. Es interesante notar, con los ojos del presente, en esta suerte de post-transición despuntando, que no se agotan los nuevos anclajes de una obra como la de Diamela Eltit desde Por la patria (1983) a Sumar (2019). Por otra parte, quisiera nombrar Fragmentos de Reimunda y Bobby Sands desfallece tras el muro, de Carmen Berneguer”.
Desde la Librería Catalonia, la librera Francisca Fouillioux asegura: “Me parece importante destacar la obra de dos mujeres, figuras clave en la historia de la ciencia ficción chilena: Elena Aldunate e Ilda Cádiz Ávila. Ambas autoras han vuelto a estar en circulación recientemente gracias a la editorial Imbunche. En el caso de Aldunate, hace unos años se publicó una antología de sus cuentos Juana y la cibernética y una novela Del cosmos las quieren vírgenes. Respecto a Ilda Cádiz Ávila, este año fue publicado Ficciones de la quinta era glacial y otros relatos insólitos, libro recopilatorio de la obra de la autora quien, desde una vereda distinta a Aldunate -con atmósferas más científicas y alejadas de la mirada íntima-, destaca por su prosa directa y ágil, con trazos de humor. Una obra imprescindible de la literatura nacional para mí sería María Nadie de Marta Brunet, para muchos críticos la mejor obra de la autora.”.
“Las listas parecen siempre dejar más fuera de lo que incluyen y despiertan la sospecha, por un lado, de la arbitrariedad, y, por el otro lado, de intereses ocultos –dice Andrea Kottow–. Dicho esto, paso a nombrar algunas obras que han marcado mi vida lectora. No pretendo exhaustividad ni necesariamente consenso: María Luisa Bombal, La amortajada; Marta Brunet, Montaña adentro; María Carolina Geel, Cárcel de mujeres; María Elene Gertner, La mujer de sal; Elena Aldunate, Juana y la cibernética; Margarita Aguirre, La culpa; Diamela Eltit, El cuarto mundo; Nelly Richard, Márgenes e instituciones; Cecilia Sánchez, Escenas del cuerpo escindido; Adriana Valdés, Enrique Lihn, vista parciales; Cynthia Rimsky, Ramal; Lina Meruane, Sangre en el ojo”.
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