Drive my Car: Confesiones en la carretera
La película japonesa de Ryûsuke Hamaguchi es la crónica necesariamente traumática que se produce cuando un hombre ausente de la vida choca contra los hechos, circunstancias y personas de una realidad que ya no disfruta.
El director y actor de teatro Yûsuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) es un hombre análogo. Maneja un auto Saab modelo 900 Turbo del año 1987 y escucha cassettes mientras conduce. Lo que oye es la voz de su esposa Oto (Reika Kirishima), quien se toma el tiempo de grabarle las partes de los diálogos de las obras que él estudia. La marca sueca Saab ya no existe y los cassettes son hoy sólo un artilugio vintage. Tal vez Yûsuke sea también un sobreviviente fantasmal de un pasado mejor.
Nominada al Oscar 2022 a Mejor Película, Director, Película Extranjera y Guión Adaptado, la japonesa Drive My Car (2021) de Ryûsuke Hamaguchi es la crónica necesariamente traumática que se produce cuando un hombre ausente de la vida choca contra los hechos, circunstancias y personas de una realidad que ya no disfruta. En otros tiempos Yûsuke tal vez se habría suicidado, siguiendo un patrón conductual japonés ancestral. Pero por alguna razón Yûsuke aún da manotazos de ahogado y aleteos de pez fuera del agua.
Algo lo mantiene con vida: el sonido de un cuarteto de Beethoven en su tocadiscos, la perspectiva de hacerse cargo de una nueva producción de Tío Vania de Antón Chéjov, el placer de conducir su fiel auto rojo. En fin, los detalles a veces superficiales y a veces profundos de la vida contemporánea.
Basada en tres relatos del escritor japonés Haruki Murakami pertenecientes a su libro Hombres sin Mujeres, Drive My Car es una de las mejores propuestas en competencia para el Oscar 2022. Está allá arriba junto a El Poder del Perro (2021) de Jane Campion y Dune (2021) de Denis Villeneuve, pues lo que nos entrega es una mirada con carácter e con inspiración, lejos de los pilotos automáticos y los manuales que suelen sostener las películas “oscarizables”. El filme entra a la sala del Centro Arte Normandie (ubicada en el Centro de Extensión del Instituto Nacional, en Arturo Prat 33) y a partir del 1 de abril se podrá ver también en la plataforma digital Mubi.
Durante sus tres horas de duración entran, salen y retornan a escena varios personajes que pulsan con y sin intención las cuerdas emotivas del aparentemente impasible Yûsuke. El que más tiene éxito es Misaki Watari (Tôko Miura), una muchacha de 23 años que parece tener cara de aún menos amigos que Yûsuke y quien ha sido designada para conducirle su auto durante varios días en un programa de residencia teatral en Hiroshima.
Primero a través de monosílabos y luego vía inesperados momentos de confianza, Yûsuke y Misaki transforman los viajes por Hiroshima en un confesionario móvil, en un territorio de honestidad sin máscaras y sin actuaciones. Misaki probablemente sea una chica tan dañada como Yûsuke, pero éste último tiene más armas para defenderse en la vida. La experiencia es su principal punta de lanza, la profesión de actor tal vez sea su escudo protector y en este momento de la vida los diálogos de Tío Vania pueden ser un bálsamo curativo para enfrentar el día a día allá afuera.
Comparar Drive My Car con Belfast (2021) es seguramente injusto, pero la temporada de premios nos obliga a mirar sus virtudes y defectos frente a frente. Postulada a seis Oscar, la película dirigida y escrita por Kenneth Branagh es la “más personal” de su carrera según propia confesión. Comparte actual cartelera cinematográfica con el filme de Hamaguchi y se trata del archivo de recuerdos en blanco y negro de la infancia del niño de 9 años Buddy (Jude Hill). Estamos en 1969 y la capital de Irlanda del Norte hierve de odio religioso y político entre católicos y protestantes. En medio de la batahola, Buddy y su familia le plantan al mal tiempo buena cara.
Lo último no solamente sirve como metáfora descriptiva: la madre es Caitriona Balfe y el padre es Jamie Dornan, gente dotada de atributos estéticos. Los abuelos son Judi Dench y Ciarán Hinds, actores shakespearianos inundados de pergaminos. En rigor, el único que sale más o menos bien parado es Hinds, un intérprete magnífico, capaz de dignificar hasta la lectura de una sentencia de muerte. El resto sólo califica como publicidad mediocre, tal vez como campaña política a favor de la paz en 1969.
No nos engañemos: lo más personal puede transcurrir a bordo de un auto viejo y lo menos honesto en una familia donde nadie luce mal en la foto.
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