Los aplausos suenan cerrados y estridentes, apenas Miley Cyrus entra al escenario. Aunque su show se retrasó, a tono con lo ocurrido en varios shows del día, su fanaticada la ha esperado hasta poco más de las nueve de la noche. Y entonces, mientras sus músicos tocan a toda potencia la introducción de We can’t stop, entra en escena caminando con su habitual desplante, y una cuidada actitud displicente, que lanza a cucharadas en breves sacadas de lengua a la cámara.
Vestida con un enterito en un encendido azul eléctrico, a tono con su maquillaje, Miley Cyrus deja en claro que su propuesta consiste en destilar lo más granado del pop actual, manufacturado en estudios, con una inyección de glam rock de alto volumen; su look, aunque femenino, tiene un toque andrógino que la emparenta con la medianía de los setentas.
Y más aún, cuando suena Heart of glass, el clásico de Blondie, que ha incorporado a su repertorio, y al que hace lucir merced a su poderosa voz ronca, con la que consigue marcar un giro personal, sobre la clásica voz de Debbie Harry, aunque sin arriesgar en demasía en los arreglos musicales.
No fue el único guiño al repertorio popular; tal como lo hizo en su presentación del viernes en Lollapalooza Argentina, también se anima con una versión para Bang Bang (My Baby Shot Me Down), de Cher, y hasta una revisión de Jolene, una pieza de la diva del country, Dolly Parton; temas que ya había incluido en su presentación en el Super Bowl Music Fest 2022 y dan cuenta de su gusto.
Mención para la banda de acompañamiento que sonó afiatada y contundente en los momentos en que el repertorio lo requería; baterías de alto volumen, guitarras distorsionadas y coros de voces femeninas que llenaban el lugar, fueron parte de una presentación que desde el primer momento no soltó la tensión en escena y permite ir y venir entre estilos; una proyección de una era líquida en que las categorías tienden a diluirse entre los algoritmos y las plataformas.
Aunque es un nombre de larga trayectoria, la clave tras la participación de Miley Cyrus, un nombre más asociado al pop comercial de manufactura industrial, como headliner de Lollapalooza Chile, es que se encuentra en un momento estelar de su carrera.
Y dejó en claro que cuenta con una importante fanaticada; muchas con poleras de su era como estrella Disney en Hannah Montana, y otras tantas con carteles en inglés elaborados para la ocasión, varios de los cuales fueron leídos por la diva en escena. A esa hora, con la noche cerrada en el Parque BIcentenario Cerrillos, muchas y muchos optaron por seguir el show acomodados en el césped sintético aprovechando la cercanía de los escenarios principales y así seguir el show por las pantallas gigantes.
De la veintena de canciones del set, cinco son cortes tomados de Plastic Hearts, su álbum de pandemia que marcó un nuevo rumbo en su carrera (vendió nada menos que 60.000 unidades en su semana debut), en base a una propuesta que mantiene su vocación pop, pero que explota la fibra rockera de Miley. Esa fibra que se pudo apreciar en escena, con sus movimientos felinos, la mirada sugerente, la estudiada actitud displicente. La provocación, hecha un show de una hora.
Así pasaron temas como WTF Do I know, Plastic Hearts, High, Midnight Sky, y hasta la suave Never Be Me, en la que le permitió realizar un breve cambio de atuendo -en rigor se colocó un sombrero y una camisa-, acaso como para marcar que se trataba de un momento diferente, y que no todo es hacer muecas a las cámaras.
Para el cierre quedaron los temas más reconocibles como The Climb, Wrecking Ball y Party in the USA, como un trío de cartas lanzados para cerrar la apuesta y quedarse con la última jugada. Una en que Miley Cyrus apuesta a dejar en claro su sitial de estrella pop de la nueva era, articulada en el clásico equilibrio entre lo nuevo y lo retro, a tono con una voz poderosa a la que ha sabido sacar mayor provecho, para gusto de una juventud que la siente propia y cercana.