Con el sol escondido y el fresco cayendo sobre la explanada del Parque Bicentenario Cerrillos, los jóvenes que aún permanecían en el lugar se sentaban en el césped sintético dispuesto alrededor de los escenarios principales de Lollapalooza. La espera por The Strokes, a tono con lo sucedido en la jornada, se alargó por veinte minutos, pero otros, más previsores simplemente tomaron la vía de salida, para evitar las aglomeraciones que se vieron en las jornadas anteriores.
Como decíamos, el combo neoyorquino salió al VTR Stage con retraso. A sus incondicionales poco les importó. Y al igual como lo hicieron en su presentación de la versión argentina de la franquicia, en el arranque decidieron mostrar como suena en vivo Bad Decisions, uno de los temas incluidos en el buen The New Abnormal, su último registro de estudio publicado en 2020.
Además de esa entrada, tocaron otros cuatro cortes de aquel trabajo, como Brooklyn bridge to chorus, Eternal summer -que debutó en vivo en Argentina-, Ode to the Mets -un homenaje de Julian Casablancas a su equipo de béisbol, sin hablar de beisbol-, y The adults are talking, la que en su versión en directo deja en claro su vínculo musical con las composiciones más afamadas del quinteto.
Y a pesar de que en escena no son un grupo de gran carisma, en esta jornada los Strokes sonaron afiatados; hicieron gala de su poderoso sonido de conjunto, con el que conquistaron la audiencia a principios del nuevo milenio. Como en otras noches, tanto Nick Valensi como Albert Hammond Jr, demostraron que aún mantienen su fiato como dupla de guitarristas -fogueada bajo el credo de Sterling Morrison y Lou Reed en The Velvet Underground-, y que todavía sostienen su dinámica de alternar partes, eludiendo la convención clásica que dicta que uno debiera ser el solista y el otro el rítmico. Si algo definió al quinteto fueron sus ganas por avanzar con un pie en lo retro, y otro en el desafío moderno.
En el set no faltaron los cortes del imprescindible Is this it? (así pasaron clásicos como Hard to explain, Take it or leave it, Trying your luck), pero su presentación fue una chance para reencontrarse con algunos momentos menos referidos de su material. Así pasaron cuatro temas de First impressions of earth, uno de los menos exitosos del grupo -y que marcó un quiebre con su histórico productor Gordon Raphael-, pero que contiene composiciones como Heart in a cage, Juicebox, You only live once y una versión de Razorblade, a la que inyectaron un insistente beat de reggaetón.
Aquella treta es parte del ánimo habitual de los Strokes, y de Julian Casablancas en particular; un aire de despreocupación, a medio camino entre la displicencia y la actitud rockera. Por ello, se permitieron un momento de distensión; a partir del “Olé, olé, olée the strokes”, entonado por el público, improvisaron algunas líneas como una suerte de jugarreta que, quién sabe, podría llegar a convertirse en una nueva canción del grupo.
Para el final sonaron clásicos como Take it or leave it, y la eternamente optimista Someday, con la que cerraron una actuación más consistente que la de su presentación en Lollapalooza 2017, pero no mejor que su -a estas alturas- legendario debut en el SUE de 2005 -con unos barbones Kings of Leon de teloneros-, en un momento en que la banda estaba en su apogeo. Punto aparte para Casablancas, que se reivindicó de la desastrosa presentación de su proyecto The Voidz en la versión 2014 del festival.
Aunque en algunos medios argentinos las críticas no eran del todo positivas, es probable que allende los Andes hayan pagado el precio de ver a la banda en sus primeros minutos en cancha, tras sus últimos shows en octubre y noviembre pasado. Pero en el cierre del regreso de Lollapalooza, el vínculo de la audiencia chilena con los Strokes volvió a reafirmarse con una presentación que barrió con fantasmas del pasado y mostró al grupo con su habitual fibra rockera. Esa que es difícil de explicar.