De “la banda más peligrosa del mundo” a “un show para ir con hijos”: cómo cambió la relación de Guns N’ Roses y Chile
En la primera vez de la banda en Chile en 1992, hubo caos, peleas con los periodistas, retrasos en el show y el saldo trágico de una menor fallecida. El conjunto regresa 30 años después casi en las antípodas: su cantante acaba de cumplir seis décadas y sus productores en el país destacan que hoy ya es un concierto donde se ven a niños y familias. Y donde, al parecer, ya no hay peligro posible. Las entradas se pusieron hoy a la venta y ya se ha vendido un 80% de la capacidad del Estadio Nacional.
“El grupo más peligroso del planeta”. El titular hoy suena a chiste y exgeración, pero en su minuto tenía asidero: cuando en sus crónicas de 1992 este diario usaba esa etiqueta para describir a Guns N’ Roses, en esa época los estadounidenses encarnaban pura dinamita y descontrol, la representación real de los vicios rockeros tallados en el desmadre, los excesos y la agresividad.
De hecho, su primera venida a Santiago en ese año sirvió para certificar tal mote afilado. El debut de los hombres de Welcome to the jungle en la capital fue un completo caos. El 1 de diciembre, llegaron desde Colombia, estresados y furiosos por una situación particular: tuvieron que suspender una de las dos fechas que habían programado en el país cafetalero.
¿La razón? En la previa a su escala en Colombia, habían estado en Venezuela, nación donde justo en ese momento hubo un intento de golpe de estado por parte de la Fuerza Aérea. El desorden político hizo que se cerrara todo el espacio aéreo, lo que detonó que fuera imposible llegar con todo el escenario y el cargamento técnico a sus fechas en Colombia. Tuvieron que hacer un solo concierto.
Según reportan los informes de la época, los Guns ya estaban apestados por esa situación y por una serie de inconvenientes que se habían dado en esa misma gira, donde mostraban su colosal disco Use your Illusion y que ya había cancelado otras fechas, generando disturbios y protestas en distintas ciudades.
Por ejemplo, dos meses antes de arribar a Chile, suspendieron un espectáculo en Montreal junto a Metallica, lo que hizo que el público se desbordara en las calles y generara saqueos y desmanes.
Al llegar a Chile, se presumía algo distinto: era una de las últimas fechas del periplo y podían llegar más dosmesticados. Pero no. Todo lo contrario.
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Ese 1 de diciembre en el aeropuerto Pudahuel para algunos fue fatídico y memorable: la banda se sintió asediada y acosada por los medios y comenzó a repartir patadas a los periodistas, fotógrafos y camarógrafos que los aguardaban en el lugar. Tanto ellos como su equipo.
Incluso, en la estampida y la trifulca, el cantante Axl Rose rompió una cámara de Megavisión, lo que llevó al canal a iniciar acciones legales. Las explicaciones de los representantes del grupo, que se disculparon argumentando que los músicos venían “tensos por lo ocurrido en Colombia”, no convencieron a la prensa, que desde ese instante y durante toda la estadía dedicó varias páginas a los arranques y excesos de los músicos.
El periodista de Megavisión que fue a cubrir ese momento era Marcelo Sandoval, quien hoy recuerda: “Los fui a esperar muy temprano al viejo aeropuerto. Todos salían por ese lugar. Como venía en primera clase, Axl rose fue uno de los primeros en aparecer, y cuando sale policia lo abordó, y se puso a gritar. La tour manager argentina me enfrenta y me tapa la cámara. Otros tipos de su grupo me rodearon a mí y al camarógrafo para que no trabajáramos. Lo subieron a un auto y salieron corriendo”.
“Corrimos a nuestro auto y por otra vía llegamos al Sheraton, antes que él. Cuando lo están registrando y se paseaba en el hall, lo abordo. Se enoja, se pone a gritar y me quita el micrófono. Lo lanza con fuerza y logro esquivarlo. El aparato se destruye y la argentina me enfrenta con puros garabatos. ‘Cómo se me ocurría entrevistarlo’ fue lo único que me dijo, en buenas palabras. Fuimos a una comisaría del sector para dejar constancia por el seguro. Mi impresión es que venía alterado y molesto desde antes, y el requerimiento periodístico fue el momento para estallar”.
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Alojados en el hotel Sheraton, la banda pasó gran parte de ese día descansando en la piscina e invitando distintas acompañantes.
Y el otro día, 2 de diciembre, la jornada del concierto en el Estadio Nacional, nada fue muy distinto. El público llegó desde temprano al coliseo de Ñuñoa, pero ya existían fuertes rumores de que la agrupación no saldría antes de las 23 horas, pese a que estaban anuciados para las 21.
El retraso era la constante: en todas las paradas del tour, Axl y los suyos habían jugado con la paciencia del público y sus presentaciones despegaban con dos a tres horas de atraso.
Cerca de las 21 horas, no había rastros de la banda en el Nacional. La audiencia empezó a pifiar, arrojar botellas y escupitajos.
Recién a las 23 horas asomaron los músicos, ante un público caldeado, que estalló como polvorín, generando un inmediato cortocircuito con los norteamericanos. Los botellazos y los gestos groseros desde el respetable, arreciaban. It’s so easy fue el punto de partida del listado de temas, con entradas que iban de $5 mil a $15 mil.
Sobre los 20 minutos de espectáculo, la situación era peligrosa, con gente descontrolada y estampidas que se sucedían en distintos puntos del reducto.
En la sexta canción, Civil war, una traductora argentina salió al escenario para amenazar: “Se van a ir si siguen así”.
Pero no se fueron, y la tensa fiesta prosiguió hasta a las 01.40 de la madrugada. Según recordó años después el baterista Matt Sorum en el programa estadounidense That metal show, “un militar se acercó con una gran ametralladora y le dijo al tour manager ‘si Axl deja el escenario antes le dispararemos y lo mataremos’”.
Si bien los californianos protagonizaron uno de los conciertos más vibrantes que han pasado por los escenarios locales, la cobertura mediática se centró en el nutrido parte policial: 200 detenidos y tres heridos de gravedad, entre ellos Myriam Henríquez, joven de 15 años quien quedó aplastada contra una reja y falleció una semana después.
Los ánimos crispados llevaron a las autoridades locales a retener al grupo al día siguiente en la capital, mientras allanaban sus piezas de hotel y su avión en busca de sustancias ilícitas que al final no aparecieron. Así, 24 horas después de su recital en Ñuñoa, Guns N’ Roses partía rumbo a Argentina, donde grupos nacionalistas los esperaban con amenazas de muerte, luego que los músicos declararan “no temerle a los indios ni a sus flechas”.
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A partir de ahí, el derrotero creativo y discográfico de los autores de November rain fue errático: perdieron a la mayor parte de su elenco y su historia se redujo a Axl Rose, quien siguió sobreviviendo con la marca y la trayectoria.
De hecho, al frente de Guns N’ Roses retornó mucho tiempo después al país. Sin patadas, ni puñetazos, ni golpes ni noticias trágicas. Pero sí demostrando que aún funcionaban al límite.
El 20 de marzo de 2010 pasaron por el Movistar Arena con otro retraso de proporciones impresentables. Pactado el recital para las 21 horas, a esa hora el vocalista ni siquiera había partido de su destino anterior, Argentina. Por lo mismo, en avión privado, sólo llegó a Santiago a las 23.20 horas.
O sea, en la hora en que el show se había programado, su protagonista central ni siquiera estaba en el país.
Con toda esa cadena de desaguisados, el grupo salió a escena a las 00.30 horas, ante la desesperación del público. No hubo botellazos esta vez, pero si rostros de malestar y resignación. Menos mal que la previa, para hacerla algo más llevadera, la había animado el ex miembro de Skid Row, Sebastian Bach.
Rose y su grupo retornaron al mismo recinto de Parque O’Higgins el 5 de octubre de 2011 y siguieron rompiendo marcas. Quizás ninguna para sentirse demasiado orgullosos: empezaron el show aún más tarde. Esta vez fue a la 1.20 de la madrugada: pocas veces un concierto en el país tiene un inicio tan entrada la noche. Por consecuencia, culminó cerca de las 4 de la mañana, rasguñando el desayuno.
Ni en 2010 ni en 2011 hubo explicaciones o palabras de disculpas del vocalista a su público.
Porque, en rigor, la agrupación siguió viniendo: con una formación mucho más estelar, ahora integrada de vuelta por el histórico tridente de Rose, el guitarrista Slash y el bajista Duff McKagan, recalaron en el Estadio Nacional en 2016 y un año después en el Estadio Monumental, esa vez en el festival Stgo Rock City, antecedidos por unos monstruos como The Who.
Ahí ya no hubo retrasos, caos ni momentos para maldecir a Axl y los suyos. En general, salieron a la hora informada y el show se cumplió sin grandes impedimentos.
De hecho, es la tónica que sus productores esperan repetir para su nueva venida del próximo miércoles 5 de octubre en el Estadio Nacional. En The Fan Lab, encargados de la cita, asumen que hoy la banda es distinta, un tipo como Rose ya es un caballero que acaba de festejar 60 años, y que se enfocan en otro público, más transversal y hasta familiar, que no espera la apología al rockero anárquico de antaño.
Francisco Goñi, gerente de la firma, lo certifica: “Guns N’ Roses es una banda que ha ido de generación en generación. Cuando teníamos 20 años fuimos a sus primeros conciertos y vibramos con ellos, y ahora queremos vivir la misma experiencia con nuestros hijos, con nuestros sobrinos. Por eso que vemos cómo ha ido cambiando el público que va a ver a la banda. Es la realidad del rock, lo que no sólo pasa en Chile, sino que en todos los mercados donde Guns está tocando. Es la realidad del rock y es la realidad de cómo todos queremos vivir esa experiencia”.
La venta de entradas ya empezó a través del sitio web de Punto Ticket y con buenos números: se vendió el 80% de la capacidad del Nacional en dos horas y sólo quedan disponibles localidades en Cancha Preferencial, Cancha VIP y Andes. En lo concreto, según informan sus organizadores, se han vendido cerca de 50 mil boletos.
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