De Valparaíso al Cabo de Hornos: Chile en cuatro “viajes extraordinarios” de Julio Verne
Las aventuras del escritor francés son consideradas una piedra angular de la literatura de ciencia ficción, aunque él se reconocía más como un autor de literatura científica. Sus viajes extraordinarios tuvieron un éxito transversal que traspasó las barreras del tiempo: actualmente, es el segundo escritor más traducido del mundo, sólo superado por Agatha Christie. Incluso, varias de las tecnologías desarrolladas dentro de sus historias son consideradas como predicciones científicas. En dichas aventuras, muchos de sus personajes pasaron por territorio chileno, especialmente en su zona más austral. A 117 años de su fallecimiento, recopilamos cuatro historias de Julio Verne donde explora nuestro país.
La de Julio Verne es una de las carreras más exitosas de la literatura contemporánea. A lo largo de su vida, el autor francés escribió cerca de 60 novelas, sin contar las que fueron modificadas y publicadas por su hijo Michel Verne, otros libros póstumos y más de una decena de cuentos.
La colección escrita por el francés es conocida como Viajes extraordinarios, pues la ciencia, los avances tecnológicos y las expediciones por distintos tipos de geografías fueron el motor principal de su bibliografía. Muchas de sus novelas pasaron a la historia como verdaderos clásicos universales: Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, La vuelta al mundo en 80 días y La isla misteriosa son algunos de sus éxitos más reconocidos.
Nacido en febrero del 1828 en Nantes, Francia, en el seno de una familia burguesa, desde muy pequeño sintió atracción por la poesía y la ciencia. En su niñez coleccionó artículos de revistas científicas y cultivó un fuerte interés por la geografía. Sin embargo, su primera formación académica dista de la literatura y de sus aficiones de infante.
Tal como su padre, Verne estudió derecho en París, en 1847, época donde ya había comenzado a esbozar algunas obras de teatro. Gracias a uno de sus tíos, Francisque de Chatêaubourg, comenzó a acudir a los círculos literarios de la ciudad, donde conoció a los Alejandros Duma (padre e hijo), dos destacados novelistas del ambiente parisino que fueron de las primeras influencias literarias del joven Verne.
Durante sus tiempos de estudiante, el futuro escritor pasó varias penurias económicas: gastaba todo su dinero en libros, alimentándose de forma bastante precaria y desarrollando enfermedades como diabetes e incontinencia intestinal. Para 1850 y con sus estudios completados, Verne comenzó a dedicarse de lleno a la escritura. De ahí en adelante, su carrera novelística produciría múltiples éxitos inspirados en su inquietud por la geografía, la ciencia y los avances tecnológicos, además de su experiencia adquirida en varios viajes que lo llevaron a localidades como Escocia, Noruega e Islandia.
El ingenio y verosimilitud de su obra hizo que, incluso, se reconozcan en varias de sus historias algunas predicciones tecnológicas que tuvieron lugar varios años después de la escritura de sus novelas. Algunos de los ejemplos más notables de eso son la creación del helicóptero en Robur el conquistador (que Verne bautiza como “albatros”), las naves espaciales en De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna, y los submarinos a motor eléctrico en 20.000 leguas de viaje submarino.
Dentro de todas sus expediciones novelísticas, algunos de sus personajes también llegaron a explorar territorios chilenos, especialmente en el extremo sur de nuestro país. Incluso, en los años setenta y en plena época del denominado “conflicto de Beagle” que enfrentó a Chile con Argentina por la soberanía de las islas colindantes al canal homónimo, la prensa criolla citó al escritor francés como “el testigo de Chile”, por sus referencias a las delimitaciones del territorio nacional en una de sus obras.
A continuación, revisamos cuatro novelas donde Julio Verne hace referencia a tierras nacionales:
*El faro del fin del mundo
Fue uno de los textos editados por Michel Verne, el único hijo del escritor, y publicada en distintos números de la revista Magasin d’Education et Técreátion entre agosto y diciembre de 1905, cinco meses después del fallecimiento del autor.
Su redacción se remonta a 1901, durante los últimos años de vida de Julio Verne. La historia se ambienta en la Isla de los Estados, ubicada en la Patagonia argentina, donde colindan el Atlántico y el Pacífico. Dentro de la novela, en aquel trozo de tierra vive una banda de piratas dirigidos por Kongre, el más temible del grupo que se dedicaba a atacar los barcos que encallan en sus costas.
Los problemas reales comienzan cuando el gobierno trasandino instala en la isla el llamado “Faro del fin del mundo”, custodiado por tres marineros argentinos cuya presencia amenaza el modo de vida que hasta ese momento llevaban los corsarios.
Con la idea de apoderarse del faro, los piratas asesinan a dos de los tres guardianes, mientras que la geopolítica de la zona tiene enfrentados diplomáticamente a chilenos y argentinos por el control de la isla austral, muy similar a lo que luego sería el conflicto de Beagle. Por esto, se menciona varias veces al Cabo de Hornos chileno, que queda de paso para llegar a la isla en cuestión, además de la aparición de varios personajes de nacionalidad criolla.
El faro, también conocido como el Faro de San Juan de Salvamiento, existe, y está ubicado en la isla de la Tierra del Fuego de Argentina. Pero también hay quienes creen que, a pesar de que Verne lo ubica en la isla del país vecino, el verdadero sería al faro de Cabo de Hornos, que actualmente es custodiado por marinos chilenos. Así lo afirma un reportaje del diario español El País.
*Un capitán de 15 años
Publicada en la misma revista que El faro del fin del mundo entre enero y diciembre de 1878, cuenta la historia de Dick Sand, un joven que arriba en una embarcación bautizada como Pilgrim, dirigida por el Capitán Hull. Y uno de los destinos del viaje era nada menos que el puerto de Valparaíso, una de las capitales portuarias más importantes de Chile y donde la nave debía detenerse a descargar.
Todo iba de maravillas hasta que se toparon con el primer contratiempo: el joven Dick observó que cerca de ellos había otro barco que estaba a punto de hundirse. De sus tripulantes, sólo lograron salvar a cinco hombres afrodescendientes y a un perro.
Pero lo más complejo del naufragio aún estaba por llegar. En medio del camino, el Pilgrim se topó con una ballena gigante, que intentó ser cazada por el Capitán Hull y varios de los pasajeros de la embarcación. El bote en que avanzaron para matar al animal terminó por hundirse, dejando a los tripulantes sobrevivientes a la deriva y sin conductor.
Así, y a pesar de su corta edad, Dick Sand tomó el rol de capitán. Sin embargo, una extraña falla en las brújulas hace que la embarcación piedra su rumbo y termine arribando en tierras africanas.
Primeramente, creen haber llegado al litoral de Bolivia (que después de la Guerra del Pacífico pasó a ser de soberanía del norte de Chile), pero al adentrarse en la selva y percatarse de que la fauna no era chilena ni americana, se dieron cuenta de que algo había salido mal en su ruta.
*Robur el conquistador
Esta historia de Verne fue publicada por primera vez en el Journal des Débats Politiques et Littéraires, entre junio y agosto de 1886. Su principal motor son las tecnologías de la aeronavegación de la época, en que el personaje de Robur, un ingeniero estadounidense, abogaba por la implementación de aparatos “más pesados que el aire” para volar, generando rechazo en los miembros del Weldon Institute, una sociedad aeronáutica que se inclinaba neciamente por el uso exclusivo de aparatos aerostatos (o sea, lo más livianos posible).
Sobre aquella organización, el protagonista señala que “en aquel gran salón se agitaban, se esforzaban, gesticulaban, hablaban, discutían, disputaban, todos con el sombrero en la cabeza, un centenar de globistas, bajo la alta autoridad de un presidente, acompañado de un secretario y de un tesorero. No eran ingenieros de profesión, no; eran solamente aficionados a todo lo concerniente con la aerostática, pero aficionados furiosos, y en particular, enemigos de todos aquellos que querían oponer a los globos aerostático (…) Que estos infelices hallasen algún día la manera de dirigir los globos, era quizá posible. Pero de momento, lo cierto era que el presidente tenía por entonces bastante qué hacer con dirigir aquellas gentes”.
Albatros, nombre de la nave construida por el ingeniero, era capaz de sostenerse en el aire por bastante tiempo, permitiendo así recorrer distancias largas. Tenía características similares a lo que hoy en día son los helicópteros, razón por la que se le atribuye a Verne haber predicho la invención de estos vehículos.
Como una forma de demostrar las virtudes de su invención y tras ser despedido entre burlas de sus compañeros, Robur decide secuestrar al presidente, al secretario y a uno de los empleados de ambos, con el objetivo de subirlos al Albatros y demostrar sus virtudes.
En el viaje recorren distintos lugares del mundo, entre los cuales hay varios territorios chilenos cercanos al Polo Sur, especialmente el “pequeño pueblo chileno” de Punta Arenas, donde los tripulantes pasaron justo “en momento que la iglesia repicaba su campana”.
También tuvo palabras para describir a los pueblos ancestrales habitantes del extremo sur de nuestro país: “Si los patagones, cuyas fogatas se veían acá y allá, tienen una estatura superior a la mediana, los pasajeros de la aeronave no pudieron juzgarla bien, porque la altura los convertía en enanos”.
*Los náufragos del Jonathan (o El ácrata de la Magallania)
Escrita para el periódico Le Journal, fue escrita por Julio Verne en 1897 con el título En la Magallanía. Sin embargo, fue publicada de forma póstuma por su hijo, que modificó gran parte de la redacción y que finalmente terminó bautizada como Los náufragos del Jonathan (según los registros históricos, habría sacado cinco capítulos y agregado nada menos que veinte nuevos).
Se trata de una de las novelas del francés en que el territorio chileno tiene más protagonismo, pues su argumento se desarrolla completamente en nuestro país. Aunque se dice que la intervención de su primogénito –con quien el escritor no tuvo muy buena relación en vida– cambió completamente el sentido inicial de la obra, el Conde italiano y estudioso de la literatura de Verne, Piero Gondolo Della Riva, encontró el manuscrito original del texto en 1977, publicándose en 2011 bajo el nombre El ácrata de la Magallania.
Aquí, uno de los personajes más importantes es un misterioso hombre llamado Kawdjer (traducido como “el benefactor”, nombre que le dieron los Kawésqar y Yaganes), ermitaño de la tierra de Magallanía que profesaba ideales anarquistas: su lema era “ni dios ni amo”. En su cotidiano, sobrevivía por su propia cuenta y prestaba atención desinteresada a los pueblos originarios del Estrecho de Magallanes, con quienes entabló una buena relación.
Su vida cambia cuando se encuentra con un grupo de emigrantes naufragando por la Isla Hoste, cerca de Cabo de Hornos. La tripulación del barco Jonathan, conformada por 4 mil colonos, es salvada e instalada en la isla gracias a la ayuda de Kawdjer, quien, enfrentado a sus principios, los ayuda a organizar una comunidad que luego se convertirá en una República tutelada por el gobierno chileno.
Dentro del relato, Verne describe con maestría los paisajes de la Patagonia chilena: las islas Clarens, Hoste, Navarino y el archipiélago Wollaston son algunas de las tierras incursionadas en el texto, que, al mismo tiempo, es considerado como una de las obras más reveladoras de las concepciones ideológicas del autor, que fueron deliveradamente distorsionadas por su hijo en la primera edición de la novela.
Pero hay otro detalle importantísimo: dentro del contexto que abriga a la historia, Verne desarrolla con lujo de detales los hechos históricos en que se definieron los límites geográficos entre Chile y Argentina en 1880. Tanto así, que su libro fue citado en varias oportunidades por los medios nacionales a fines de la década del setenta, cuando ambas naciones se encontraban en medio del conflicto del Beagle, que buscaba delimitar definitivamente la soberanía de los territorios cercanos al canal homónimo.
Según los registros, en los diarios nacionales se mencionaba Julio Verne como el “testigo de Chile” e incluso, en 1977, un artículo de Sergio Paravic Valdivia, titulado “Julio Verne y la soberanía austral de Chile” (publicado en el diario El Mercurio de Valparaíso) se valía de múltiples referencias al libro para justificar la soberanía de terrenos que, bajo su punto de vista, eran históricamente propiedad del Estado chileno.
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